Por su veracidad, por su estilo directo, por la fuerza misma del drama que refleja y por estar escrito con fe rabiosa en que volveremos a levantarnos; "PRIGUÉ" (Prisioneros de Guerra) será para el pueblo de Chile una valiosa contribución a su victoria.
LUIS CORVALAN Moscú, Mayo de 1977.
Hace ocho años, un correo fechado el jueves 27 de marzo de 2014 me trajo la mala noticia: había muerto Rolando Carrasco, escritor, camarada, amigo y “estafeta”.
Explico esto último. Entre septiembre de 1962 y
marzo de 1963 participé en una escuela en Moscú. Antes de partir me instruyeron
en el sentido que toda correspondencia desde y hacia Moscú debía hacerse a
través de Praga. Y me dieron el nombre de un compañero que no conocía: Rolando
Carrasco, que era corresponsal de El Siglo en la capital de
Checoslovaquia. Fue así como mi entonces desconocido camarada me
sirvió de enlace con mi compañera durante seis meses.
CORRESPONSAL DE EL SIGLO
Rolando
Carrasco Moya había nacido en Santiago en
Trabajó
en Praga y Moscú como corresponsal de El Siglo.
EL DÍA DEL GOLPE
Al
producirse el golpe fascista del 11 de septiembre de 1973 era responsable de la
radioemisora “Luis Emilio Recabarren” propiedad de
Así describió lo ocurrido el día del golpe en libro “Prigué” (“Prisionero de Guerra”) escrito en el exilio:
“Quedábamos tres emisoras populares en el aire,
Magallanes,
“Silenciaron
la radio IEM, Magallanes y nosotros nos mantenemos en el aire. Repetimos
el llamado de
‘Aquí va la clase obrera
hacia el triunfo
querida compañera.
Y en el día que yo muera
mi lugar lo ocupas tú’...
“Hay trabajadores en
Llamado de la planta.
- Compañeros,
vuelven los aviones. ¿Bajo el equipo
de emergencia?
- Déjelo funcionando y aléjese. Partió el
relevo.
Tiroteo
en los alrededores. Nuestra ubicación en el piso trece nos permite ver el
Palacio de
En
el edificio vecino, el del Instituto de
Extensión Musical de
Las emisoras más potentes de la izquierda siguen
calladas, Corporación y Portales.
Pero
Magallanes se mantiene. Posee buen alcance. Repite el discurso de Allende
que escuchamos fragmentariamente. Nosotros nos mantenemos en el aire por
casualidad...
“Hay
tanques rodeando
Magallanes sigue en el aire. Transmitía Ravest, ahora lo hace Sepúlveda.
La cadena de emisoras de
- Seguiremos en el aire todo lo que
podamos, anunciamos.
Podemos
poco. Silencian la planta. Le dieron a nuestra antenita de repuesto. El magneto
directo no contesta...
“Temblor.
Explosión abajo. Como si hubieran derribado la puerta del edificio con
dinamita. Caen vidrios rotos. Ordenes, Tableteos. Desde
‘y
el día que yo mueraaa, mi luugaaaarrr...!
Después el silencio. Sólo los disparos. Únicamente las
explosiones. Nada más que el retumbar del cañoneo. Exclusivamente las ametralladoras
Inactivos nos miramos las caras. Y entonces comenzamos a comprender la situación, el
peligro...”
DETENIDO
Fue
detenido ese mismo día, junto con su compañera Anita Mirlo, mientras estaba en
su puesto de director de la radio. Lo condujeron al Ministerio de Defensa, de
ahí al Estadio Chile. Después al Estadio Nacional. Más tarde a los campamentos de Chacabuco, Tres Álamos,
Ritoque y posteriormente de nuevo a Tres Álamos. Durante dos años vivió como prisionero de guerra, para ser luego
lanzado al destierro.
LLEGANDO A CHACABUCO
Estando
en el exilio, en septiembre de 1976,
Entre muchas otras experiencias relatadas, elegimos la descripción que Rolado Carrasco realizó sobre su llegado al campo de prisioneros en la ex oficina salitrera de Chacabuco:
“La
estación de ferrocarril al fondo de la pequeña hondonada es una plancha de
cemento resquebrajada pegada a los rieles. La encierran cerros de piedras
y costras de caliche. No hay techo, casa, ni siquiera boletería. Una tabla clavada a un poste:
"Chacabuco". Un camino de tierra suelta dobla a la derecha
perdiéndose al lado de un cementerio semi derruido. (Aún se distinguen los colores
borrosos de las coronas de papel sobre las tumbas apelmazadas en la arena). Aire
transparente, enrarecido, sin fragancias vegetales. Sequedad volcánica. Ni
árboles ni pasto, ni nubes, ni pájaros. La
potencia del sol escuece la piel.
El trencito que nos trae pitea y se detiene. Soldados
en la plataforma delantera y trasera de cada vagón. Humedecidos por la
transpiración, sedientos, adormilados, nos levantamos de los dos únicos
asientos pegados uno frente al otro en los laterales. Amontonamos pertenencias
personales, maletas, bolsas. canastos, paquetes y nos disponemos a acatar la
orden de bajar a la pampa.
Formamos en la profundidad de un embudo muy
extendido. Los bordes superiores sirven de posiciones de combate a la tropa
controlándonos con fusiles automáticos. Algunos
vehículos blindados nos indican con sus ametralladoras pesadas. Silencio
absoluto. La temperatura bordea los cuarenta grados con casi nula humedad relativa.
--
Numerarse.
-
Los primeros cincuenta al camión. Con todas sus cosas y a la carrera. Proceder.
Un
camión militar desocupado nos muestra el trasero desde veinte metros. En la
portezuela de la cabina lleva el consabido: PAM (Pacto Ayuda Militar de Estados
Unidos). Corremos hacia él, lanzamos el equipaje y subimos. Ayudamos a los más
viejos. Alzamos a los temporalmente inválidos. Nos adelanta un blindado y otro
nos escolta atrás. Bamboleándonos, pisoteándonos cuando el camión parte,
buscamos asidero en los compañeros. Algunos caen. Vamos enredados en flecos de tierra
blanquecina, salobre, por un sendero de recovecos entre grandes piedras y
trizaduras calcinadas. Avanzamos a sacudones. De pronto eludimos una franja de
tierra arada. Los surcos guardan la carga explosiva de las minas. Más allá del campo minado aparecen las paredes
amarillentas de Chacabuco, la oficina salitrera abandonada, amurallada en
réplica subdesarrollada de una fortaleza medieval. Traspasamos los portones de
calamina, doblamos por un patio recién regado, nos detenemos brevemente ante un
segundo portón y continuamos. Este último, armazón de maderas y alambre, es
nuevo. No es como el anterior, tan antiguo como Chacabuco. Un portón de reja
abriendo y cerrando el límite del espacio separado del mundo por alambradas,
torres, electricidad, fusiles. El campo de concentración propiamente tal, de
dos cuadras de ancho por cuatro de largo. Ocho torres de troncos con
plataformas para los centinelas. Adentro, ordenamiento simétrico de casas entre las que
nos desplazamos. El camión frena en
una cancha de fútbol.
-
Bajar y formar.
Los
blindados giran y desaparecen escoltando al camión que parte a traer otros
cincuenta.
Formamos
hombro con hombro.
-
Separarse diez pasos. Abran maletas y bolsas, todos sus cachurees. Extender todo en el suelo. Queremos verlo todo.
Saqúense también la ropa. Ya pues, empelotarse. Les trajinaremos hasta el
agujero. Rápido. Proceder…”