Iván Ljubetic Vargas, historiador del
Centro
de Extensión e Investigación
Luis
Emilio Recabarren, CEILER
22 de junio de 1959. Iba volando, junto a unos 50 chilenos, en el avión
rumbo a Buenos Aires, donde nos embarcaríamos hacia Hamburgo y aún no me
convencía que fuera cierto.
Éramos parte de la delegación chilena
que participaría en el VII Festival de la Juventud y los Estudiantes por
la Paz y la Amistad, a efectuarse en Viena, capital de Austria. El grupo estaba
formado jóvenes comunistas-entre otros Rosendo Rojas, Heriberto Medina-,
socialistas, radicales –entre ellos Camilo Salvo-, independientes, el diputado
demócrata cristiano por Cautín, Constantino Suárez.
UNA ENTREVISTA A 12 MIL METROS DE ALTURA
Quise iniciar desde ese primer día,
22 de junio de 1959, mi misión
como Enviado Especial de “El Siglo”.
Entonces entrevisté a una muchacha que
no conocía y que iba sentada a mi
derecha junto a la ventanilla. Algo
extrañada, pero amablemente, respondió a mis preguntas: Mi nombre es Sola
Sierra Henríquez, tengo 23 años de edad, soy dueña de casa, viajo al Festival
enviada por las Juventudes Comunistas de San Miguel. (Ese primer reportaje fue publicado en la
edición de “El Siglo” del martes 30 de junio de 1959, página 2)
Así conocí, a 12 mil metros de
altura, a la que sería una de las más
grandes luchadoras por la Verdad y la Justicia, contra la Impunidad: Sola
Sierra Henríquez. A quien llamaría una imprescindible, años después, al
escribir el libro sobre ella.
UNA MISIÓN QUE FUE POSIBLE
Cuando el Comité Central de las
Juventudes Comunistas nos planteó la tarea de reunir los recursos para que yo
pudiera viajar a Europa, nos pareció una meta imposible de alcanzar. Pero los
jóvenes comunistas de Cautín tomaron la iniciativa con audacia. Se realizaron
actos, se recurrió a los amigos. Profesores y alumnos del Liceo de Nueva
Imperial me apoyaron de manera emocionante.
Hubo un acto de despedida en el
local del Comité Regional del Partido Comunista, ubicado en Temuco en la
esquina de Bulnes con Miraflores. Marcia, miembros del Partido y los compañeros de las Juventudes Comunistas me fueron a
despedir a la estación ferroviaria.
NAVEGANDO EN EL ATLÁNTICO
Después de permanecer dos días en la
capital argentina, nos embarcamos en la motonave de esa nacionalidad llamada
Yapeyú.
Durante 22 días surcamos el
Atlántico, 11 de ellos viendo sólo mar y cielo. No perdimos el tiempo en el
trayecto. Nos dedicamos a preparar nuestra participación en el Festival. Como
buenos chilenos, improvisando todo a última hora.
El
14 de julio avistamos las luces de la costa española. Al amanecer estábamos en el puerto
de Vigo. Visitamos la ciudad. En forma,
no muy disimulada, fuimos vigilados por
agentes de la dictadura de Franco.
En la víspera del fin de nuestra
travesía, realizamos una bella y emotiva fiesta de despedida, en que
participamos los que viajábamos hacia Viena y los marineros del Yapeyú, la
mayoría peronistas. Con ellos habíamos tejidos lazos de fraternal amistad en
los atardeceres, en medio del océano, reunidos en la popa de la motonave,
cantando tonadas, vidalitas y cuecas, conversando de nuestras vidas, mientras
el mate amargo pasaba de boca en boca.
EN UN CASTILLO MEDIEVAL
El martes 16 de julio, llegamos al gigantesco puerto alemán de Hamburgo, en
el río Elba.
Los integrantes de la delegación chilena habíamos sido invitados a visitar la República Democrática
Alemana. Nos dirigimos en tren hasta la hermosa región de Schwerin. El
recibimiento fue grandioso y muy
fraternal. Permanecimos diez días en un hermoso castillo medieval (naturalmente
modernizado en su interior), en medio de un lago, donde funcionaba un campamento internacional de pioneros. Era
de sueño.
UN ENCUENTRO INESPERADO
Desde Schwerin, fuimos llevados en
buses en dirección noreste al cercano puerto de Rostock. Luego de pasar unas
horas en esa ciudad, viajamos hacia el sur. Cruzamos la frontera con
Checoslovaquia y llegamos a Praga, la bella. Allí almorzamos en grandes
comedores. De pronto gritos, que se alzan sobre las conversaciones en la
inmensa sala:
-
¡Primocho! ¡Primocho!
Todas las miradas hacia el gritón,
que se acercaba corriendo precisamente hacia nosotros. Al reconocerlo, casi me
dio un ataque. Era mi primo Juanito Vargas Osorio. Abrazos para mí y todos los
chilenos que estábamos en la mesa
En esa ciudad se incorporó a la
delegación. Había salido de Chile en
1957 formando parte de la delegación al VI Festival de la Juventud y los
Estudiantes, realizado en Moscú.
Finalizado éste, después de viajar por la Unión Soviética, se estableció
en la República Democrática Alemana. Había sido
designado intérprete oficial de
los chilenos, pues ya dominaba muy bien el idioma alemán, que es el que se
habla en el país sede del VII Festival. Era hijo de mi tío Juan Vargas Puebla.
EN LA CAPITAL DE LA JUVENTUD DEL MUNDO
De nuevo en marcha. Pasamos la
frontera de Austria para arribar a nuestro destino, Viena la ciudad de los bosques,
los valses y del Danubio. Convertida
ahora en la capital de la juventud del mundo.
En Viena vivimos otros diez
días inolvidables. Desde el 25 de julio,
cuando participamos en el gran acto inaugural en el Estadio Prater, hasta
el mitin de clausura, realizado el 4 de
agosto de 1959 en la plaza Heldenplatz,
donde tuvimos la oportunidad de
escuchar, entre muchos otros artistas,
al cantante negro estadounidense Paul Robeson. El alrededor de cien
delegados chilenos, junto a otros 18 mil jóvenes venidos de 112 países, es
decir, de toda la tierra, participamos en desfiles, actos artísticos,
encuentros entre delegaciones. Juanito, como todos lo llamábamos, se convirtió
no sólo en un excelente intérprete, sino que en el alma, el conductor de los
chilenos. Hizo de todo, organizaba y hasta subía al escenario a cantar cuando
era necesario.
La Heldenplatz (Plaza de
los Héroes) de Viena, que estuvo colmada
ese 4 de agosto de 1959
POR LA PAZ Y LA AMISTAD
En Viena, ciudad que durante diez
días se transformó en la capital de la juventud el mundo, nos encontramos con miles de jóvenes de todos
los países de la tierra, nos abrazamos, cantamos, desfilamos, presenciamos
maravillosos espectáculos. Allí hicimos el compromiso de entregar lo mejor de
nosotros por la causa de la Paz y la Amistad entre todos los pueblos del
planeta.
En ese festival percibí la fuerza de los jóvenes del mundo.
Nos sentíamos hermanos, pasando por encima de todas las diferencias. Los
idiomas distintos no fueron obstáculo para que nos entendiéramos.
Fue emocionante escuchar en
diferentes lenguas la canción que nos
unía:
“Sobre el odio y la guerra
surge el canto de la humanidad
vibra toda la tierra
con este himno de fraternidad.
Juventudes del mundo
este canto fecundo surge potente
se eleva ardiente
exigiendo libertad.
Estas voces nuestras no se apagarán
durarán, crecerán,
la mentira ya no nos traicionará
Juventud, Juventud.
La libertad
sobre el ancho mundo brillará.
este canto no se apagará jamás
Juventud, Juventud.
Destruyamos las fuerzas
que encadenan la felicidad
derrotemos la muerte
e impongamos eterna la paz…”