sábado, 23 de octubre de 2021

HACE 50 AÑOS PABLO NERUDA OBTUVO EL PREMIO NOBEL DE LITERATURA


 

 

                                                        Iván Ljubetic Vargas, historiador del

                                                        Centro de Extensión e Investigación

                                                        Luis Emilio Recabarren, CEILER

 

                              

 


 

Salvador Allende designó a Pablo Neruda, Embajador en Francia. Estando en París, el 21 de octubre de 1971, el poeta comunista recibió la noticia  que la Academia Sueca le había otorgado el Premio Nobel de Literatura 1971"por ser autor de una poesía que, con la acción de una fuerza elemental, da vida al destino y a los sueños de un continente".

 

(Como el anticomunismo es cosa viva y de enorme utilidad para los poderosos, en el Mostrador del ayer jueves 21 de octubre de 2021 una periodista (Soledad Falabella) se atreve a escribir:

 

“Hoy en día, estamos frente a un escenario muy distinto al del Chile patriarcal de los 60 y 70. Después del mayo feminista, el estallido social, y la crisis del sistema de partidos políticos -no olvidemos que Pablo Neruda era militante del partido comunista, fue senador y candidato a la presidencia la República-, cuesta imaginarse que alguien si quiera pretenda representar legítimamente toda una nación, menos un continente”.

 

Si la tal periodista conociera la obra de Neruda y entendiera lo que  hoy sucede en Chile y en toda la Patria Grande, sabría que Pablo Neruda representa legítimamente  al pueblo chileno que ha hecho estremecedor los cimientos de la injusticia con la poderosa Rebelión Popular de Masas contra el neoliberalismo y a la pujante lucha de los pueblos de América Latina y del Caribe).

 

Pablo Neruda viajó a Estocolmo a recibirlo el 10 de diciembre de 1971. En sus Memorias el poeta recuerda: “El anciano monarca nos daba la mano a cada uno; nos entregaba el diploma, la medalla y el cheque...

Se dice  que el rey estuvo más tiempo conmigo que con los otros laureados, que me apretó la mano con evidente simpatía. Tal vez haya sido una reminiscencia de la antigua gentileza palaciega hacia los juglares”.

 

 

El rey Gustavo Adolfo le entrega el Premio Nobel de Literatura 1971

 

Neruda recibió una sorpresa. Fue la presencia en el acto de varios escritores famosos que lo admiraban por sus obras y además por su vida ejemplar. Entre ellos estaba  Gabriel García Márquez. Éste lo había calificado como “el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma”.

 

PABLO NERUDA DIJO EN SU DISCURSO: 

“Extendiendo estos deberes del poeta, en la verdad o en el error, hasta sus últimas consecuencias, decidí que mi actitud dentro de la sociedad y ante la vida debía ser también humildemente partidaria. Lo decidí viendo gloriosos fracasos, solitarias victorias, derrotas deslumbrantes.

Comprendí, metido en el escenario de las luchas de América, que mi misión humana no era otra sino agregarme a la extensa fuerza del pueblo organizado, agregarme con sangre y alma, con pasión y esperanza, porque sólo de esa henchida torrentera pueden nacer los cambios necesarios a los escritores y a los pueblos. Y aunque mi posición levantara o levante objeciones amargas o amables, lo cierto es que no hallo otro camino para el escritor de nuestros anchos y crueles países, si queremos que florezca la oscuridad, si pretendemos que los millones de hombres que aún no han aprendido a leernos ni a leer, que todavía no saben escribir ni escribirnos, se establezcan en el terreno de la dignidad sin la cual no es posible ser hombres integrales.

Heredamos la vida lacerada de los pueblos que arrastran un castigo de siglos, pueblos los más edénicos, los más puros, los que construyeron con piedras y metales torres milagrosas, alhajas de fulgor deslumbrante: pueblos que de pronto fueron arrasados y enmudecidos por las épocas terribles del colonialismo que aún existe.

Nuestras estrellas primordiales son la lucha y la esperanza. Pero no hay lucha ni esperanza solitarias. En todo hombre se juntan las épocas remotas, la inercia, los errores, las pasiones, las urgencias de nuestro tiempo, la velocidad de la historia. Pero, qué sería de mí si yo, por ejemplo, hubiera contribuido en cualquiera forma al pasado feudal del gran continente americano? Cómo podría yo levantar la frente, iluminada por el honor que Suecia me ha otorgado, si no me sintiera orgulloso de haber tomado una mínima parte en la transformación actual de mi país? Hay que mirar el mapa de América, enfrentarse a la grandiosa diversidad, a la generosidad cósmica del espacio que nos rodea, para entender que muchos escritores se niegan a compartir el pasado de oprobio y de saqueo que oscuros dioses destinaron a los pueblos americanos.



                        

Yo escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes de reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero que camina sin descanso y avanza cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos recalcitrantes como a los infatuados impacientes. Porque creo que mis deberes de poeta no sólo me indicaban la fraternidad con la rosa y la simetría, con el exaltado amor y con la nostalgia infinita, sino también con las ásperas tareas humanas que incorporé a mi poesía.

Hace hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el más atroz de los desesperados, escribió esta profecía: A l’aurore, armés d’une ardente patience, nous entrerons aux splendides Villes. (Al amanecer, armados de una ardiente paciencia entraremos en las espléndidas ciudades.)

Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Yo vengo de una oscura provincia, de un país separado de todos los otros por la tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional, dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso tal vez he llegado hasta aquí con mi poesía, y también con mi bandera.

En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres. 

Así la poesía no habrá cantado en vano”.