domingo, 23 de agosto de 2020

UN REVOLUCIONARIO LLAMADO BERNARDO O’HIGGINS RIQUELME (3)






En el 242 aniversario de su natalicio (3):

                                                         Iván Ljubetic Vargas, historiador del
                                                         Centro de Extensión e  Investigación
                                                         Luis Emilio Recabarren,  CEILER

                                        


Joven, tu profesor Invierno
te acostumbró a la lluvia
y en la Universidad de las calles de Londres,
la niebla y la pobreza te otorgaron sus títulos
y un elegante pobre, errante incendio
de nuestra libertad,
te dio consejos de águila prudente
y te embarcó en la Historia.
                                                          (Pablo Neruda: “Canto General”)


3. ATA SU CORAZON A UN IDEAL REVOLUCIONARIO

Bernardo tenía 16 años cuando llegó a  Inglaterra en 1795. “El joven apareció en un país incógnito donde nada era habitual  para el oriundo de la lejana colonia española, ni el idioma, ni la arquitectura, ni las costumbres. Se alojó en la modesta pensión de una familia burguesa mediana. La casa era de dos pisos. En la planta baja se encontraba el hall, la recepción, el despacho y el comedor. En el primer piso estaban los recibidores y en el segundo, los dormitorios. Allí pasó el chileno sus días en Inglaterra” (V. Razuváez: “Bernardo O’Higgins: Conspirador, general, estadista”, página 32)

Bernardo había llegado a Inglaterra a estudiar comercio a la Academia de Richmond, cerca de Londres. Fue un buen alumno. Pronto dominó el idioma inglés. También la literatura francesa y el dibujo. Lo apasionaban la historia y la geografía. Leía mucho. Su libro predilecto era “La Araucana  de Alonso de Ercilla. Le dolía no haber vivido la época de Lautaro para  luchar junto a los mapuches por la libertad  de su tierra.

Su profesor de matemáticas comprendió muy bien los sentimientos del joven Bernardo. Era Francisco Miranda, un patriota venezolano, desterrado en Europa que, para poder subsistir,  daba  clases en  la Academia de Richmond.

“En 1798 conoce a Francisco de Miranda y está en relaciones con él hasta su partida, es decir, durante un año y medio. Aunque no larga en el tiempo, la relación de Miranda con O’Higgins fue para éste decisiva. El conocimiento del Precursor, de su ideal libertario hispanoamericanista y de su apasionada actividad por hacerlo realidad, se tradujo en la apertura de un claro camino de vida en el joven estudiante chileno en Londres. El Precursor tuvo un excelente concepto del joven Bernardo Riquelme, de quien se hizo acompañar a visitas a altos personajes del gobierno inglés. Lo tuvo entre los “comisarios”, que volverían a  América a promover la revolución emancipadora. Al salir de Inglaterra su joven amigo, Miranda le escribió un afectuoso “Breviario” de “Consejos de un viejo sudamericano a uno joven, sobre el proyecto de abandonar la Inglaterra para volver a su propio país”, que no se puede leer hoy sin profunda admiración”. (Miguel Castillo Didier: “Miranda y O’Higgins”)

Un día, en medio de gran secreto, Miranda habló con  su alumno. Le reveló que formaba parte de una sociedad secreta cuyo objetivo era  emancipar las colonias españolas en América. Lo invitó a formar parte de ella. Bernardo, emocionado, abrazó a su maestro y le dijo: “Mirad en mí, señor, tristes restos de mi compaisano Lautaro, arde en mi pecho ese mismo espíritu que libertó Arauco, mi Patria, de sus opresores”.

Reproduciremos algunas partes de “Consejos de un viejo sudamericano a uno joven, sobre el proyecto de abandonar la Inglaterra para volver a su propio país”:

“…No permitáis que jamás se apodere de vuestro ánimo ni el disgusto ni la desesperación, pues si alguna vez dáis entrada a estos sentimientos, os pondréis en la impotencia se servir a vuestra patria. Al contrario, fortaleced vuestro espíritu con la convicción de que no pasará ni un solo día, desde que volváis a vuestro país, sin que ocurran sucesos que os llenen de desconsolantes ideas sobre la dignidad y el juicio de los hombres, aumentándose el abatimiento  con la dificultad aparente de poner remedio a aquellos males. He tratado siempre de imbuiros principalmente este principio en nuestras conversaciones, y es uno de aquellos objetos que yo desearñia recordaros, no sólo todos los días sino en cada una de tus horas.

“¡Amáis a vuestra patria! Acariciad este sentimiento constantemente, fortificadlo por todos los medios posibles, porque solo a su duración y a su energía deberéis hacer el bien…
Leed este papel todos los días, durante vuestra navegación, y destruidlo en seguida. No olvidéis ni la Inquisición, ni sus espías, ni sus sótanos, ni sus suplicios”.                                                                         Francisco Miranda.

Hubo un consejo de Miranda que Bernardo desatendió. No destruyó el escrito. Lo  tradujo al inglés, lo conservó y consultó durante toda su vida.

Corría 1798. El nuevo miembro de la Logia secreta tenía 20 años de edad. Poco después, en 1799,  debió abandonar Inglaterra.

Se dirigió a España, a Cádiz concretamente. Se hospedó en casa de don Nicolás de la Cruz, que era su tutor.  Desde allí intentó infructuosamente de ponerse en contacto con Ambrosio O’Higgins. Deseaba ganarse la benevolencia de su padre. Mientras tanto trabajaba como empleado en la oficina de don Nicolás. Pero, al  mismo tiempo desarrollaba otras labores.

Allí en Cádiz,  tomó contacto con dos curas revolucionarios: el chileno José Cortés Madariaga y el argentino Juan Pablo Fretes. Le informaron sobre la situación en Chile. Participó en una rama de la sociedad secreta “Lautaro”, que luchaba por la emancipación de las colonias españolas de América.

Luego de cansarse de enviar cartas a su padre, Bernardo decidió dirigirse a Chile. Se embarcó en la fragata “Confianza”, que zarpó el 3 de abril de 1800. Pero no alcanzó a navegar mucho. Fue atacada por tres buques de guerra ingleses. Los viajeros fueron hechos prisioneros y trasladados a una fragata británica. Los llevaron a Gibraltar, donde los liberaron. Bernardo, sin dinero alguno, se dirigió a pie hacia Algeciras. Tuvo la suerte de encontrar allí al capitán Tomás O’Higgins, un pariente suyo. Tampoco tenía mucho dinero, pero le prestó un peso a Bernardo. Éste logró que el capitán de un buque lo llevara a Cádiz, jurándole que allá le cancelaría el pasaje.

Bernardo volvió al palacete de don Nicolás de la Cruz. Era un hueped indeseado. Estalló  en Cádiz una epidemia de cólera. Enfermó gravemente. Moribundo recibió extremaunción de un sacerdote y se confesó. Don Nicolás mandó a hacer un ataúd a la medida del joven chileno.

“Empero él poseía una voluntad inquebrantable, sí como algunos conocimientos adquiridos en el Nuevo Mundo. Pidió que le dieran la quina. Ese medicamento tenía una dudosa reputación en Europa de aquella época. Los médicos lo consideraban como un pandero usado para el encantamiento. Por ello, no se prestó atención al ruego del enfermo. Pero el criollo insistió. Se la trajeron y para sorpresa de todos, se recuperó totalmente en diciembre de 1800”. (V. Razuváez: “Bernardo O’Higgins: Conspirador, general, estadista”, página 57)