martes, 18 de agosto de 2020

CELESTINO CÓRDOVA UN SÍMBOLO







                                               Iván Ljubetic Vargas, historiador del
                                               Centro de Extensión e Investigación
                                               Luis Emilio Recabarren, CEILER



            

Celestino Córdova, autoridad espiritual del pueblo mapuche, está  condenado a 18 años de cárcel en 2014, en  un juicio que no fue muy claro.
Siendo machi, tiene responsabilidades permanentes en materia espiritual y curativa con su comunidad, y le corresponde renovar el rewe cada cierto tiempo.

Un rewe o kemukemu es un tótem o tronco escalonado clavado en la tierra, que puede estar rodeado por ramas de canelo (árbol sagrado mapuche) ubicadas en fila y adornadas con banderas blancas, celestes, amarillas, negras. En algunas ocasiones la cima tiene una representación de un rostro humano. Simboliza la conexión con el cosmos.  El rehue es un símbolo de gran importancia que se usa en celebraciones importantes como en el  machitún, guillatún, We Tripantu ( año nuevo mapuche), entre otros.
Lo que solicita Celestino Córdova  es que le autoricen pasar cuatro meses junto al rewe, para poder llevar a cabo sus funciones como machi. (No exige que le anulen su condena ni otro beneficio) Por esos cuatro meses  lleva más de cien días en huelga de hambre y está decidido de no ser escuchado iniciar la huelga seca.


UNA HISTORIA QUE NO HAY QUE OLVIDAR

En el siglo XVI llegaron a Chile invasores hispanos y el pueblo mapuche se alzó en  defensa de sus tierras.  Entre 1541 y 1655, o sea durante  114 años, hubo un fiero enfrentamiento entre los combatientes mapuches y los conquistadores.
En 1598 (fines del  siglo XVI)  las  huestes mapuches, comandadas por el toqui Pelantaru, derrotaron a los españoles en la batalla de Curalaba. Ésta  marcó el  inicio de una formidable insurrección, que  destruyó las siete ciudades fundadas por los  conquistadores. Estos fueron expulsados, en 1604,  al norte del río Biobío.                                    

En 1629 una invasión militar  española al territorio al sur del Biobío fue derrotada por los combatientes mapuche, dirigidos por el toqui Lientur.

LA CORONA ESPAÑOLA RECONOCE LA DERROTA

Los conquistadores no pudieron derrotar al pueblo mapuche.
La corona española (Chile era una colonia de ella) debió reconocer la derrota, poniendo fin a la Guerra de Arauco y entrando en conversaciones con el pueblo mapuche.
En 1641, o sea un siglo después de iniciadas las luchas emancipadoras de nuestro pueblo originario, tuvo lugar el Parlamento de Quilín. Representantes de la corona española y de la nación mapuche firmaron más de 30 tratados. En ellos se reconocía a la nación  mapuche, como un pueblo autónomo e independiente, establecido en su territorio al sur del río Biobío.

A pesar de ello, en 1655 los españoles realizaron una nueva expedición militar  en la Araucanía.  La respuesta fue otra formidable insurrección encabezada por el toqui Miski.

En 1774  tuvo lugar el Parlamento de Tapihue, el gobernador español Agustín de Jáuregui se reunió con representantes de la nación mapuche. Uno de los acuerdos fue la designación de embajadores mapuches en Santiago.

Se abrió un período de paz en el Chile colonial, que se prolongó por 50 años en el Chile republicano, hasta el inicio de la llamada “Pacificación” de la Araucanía, llevada a cabo por el ejército chileno entre 1861 y 1882.

LA LLAMADA “PACIFICACIÓN DE LA ARAUCANÍA

Cuarenta y tres años después que Chile se independizó del sistema colonial español, el Gobierno del derechista Manuel Montt envió tropas a la Araucanía.
En 1861 el general  Cornelio Saavedra ocupó militarmente la zona comprendida entre los ríos Biobío y  Malleco. En 1862  refundó la ciudad de Angol y  los fuertes de Mulchén y Lebu. Los mapuches de las cercanías del Malleco opusieron  resistencia armada. Hubo una sublevación liderada por el cacique Quilapán. 
Entre 1867 y 1868 hubo  varios combates. En 1868, la división del comandante Lagos  fue derrotada por fuerzas dirigidas por el cacique Quilapán.
En los años 1868  y 1869, el ejército  del general Saavedra llevó adelante una campaña de exterminio contra los mapuches, destruyendo sus siembras y quemando sus rucas  en la línea del río Malleco.
En 1871 se produjo una violenta ofensiva de las fuerzas del cacique Quilapán contra la línea del  río Malleco. 

En  enero de 1881 los mapuches se alzaron en rebelión, intentando recuperar los territorios hasta el Biobío.  Participaron en la lucha liberadora los cuatro “futalmapus” (grandes alianzas territoriales de los mapuches) existentes entre los ríos Biobío y Toltén.
Una vez logrados los triunfos de Chorrillos y Miraflores (en enero de 1881) en la Guerra del Salitre contra Bolivia y Perú,  el Gobierno de Aníbal Pinto envió a la Araucanía a dos mil hombres de las tres armas: caballería, infantería y artillería. Su misión era imponer la “línea del Cautín”, ocupando toda la región entre el  río  Biobío y el  Cautín.
Se fundaron los fuertes de Quino, Quillem, Aníbal Pinto, Lautaro, Pillánlelbún, Temuco, Carahue y Nueva Imperial.
En 1882, asegurada la victoria en la Guerra del Salitre, el gobierno chileno envió nuevas tropas al sur. A su mando venía el coronel Gregorio Urrutia. La enorme superioridad militar le permitió derrotar a los indígenas. Aplastó la última resistencia mapuche en Villarrica.
La ocupación militar de la Araucanía significó, además del derramamiento de sangre de centenares  de indígenas, la usurpación de sus mejores tierras y la transformación de éstos en campesinos pobres.

Al pueblo mapuche se le expropió (de acuerdo la Ley sobre tierras de la Frontera, promulgada en  1866, el 90% de su territorio. De los 5 millones de hectáreas que comprendía la región entre el río Malleco y Valdivia, a los mapuches  se les encerró en menos de 500 mil hectáreas.  Sus comunidades o reducciones fueron estratégicamente ubicadas, separadas unas de otras, por haciendas y parcelas.
La  “Pacificación” de la Araucanía  culminó el 31 de diciembre de 1882.

LA LUCHA DEL PUEBLO MAPUCHE ES POR NOBLES IDEALES

El pueblo mapuche lucha hoy por recuperar las tierras arrebatadas con la fuerza militar, junto con conquistar  soberanía política y respeto a su cosmovisión, a su manera de entender los fenómenos sociales, naturales y espirituales.
La lucha del pueblo mapuche es una lucha por justos objetivos, incluso habiendo sectores que utilicen tácticas que no compartimos. Por ello, porque sus objetivos son políticos, los detenidos son presos políticos, aunque los reaccionarios chilenos le nieguen esta calidad.
Símbolo de esta lucha son hoy  Celestino Córdova y los otros mapuches presos políticos en huelga de hambre.

ES NECESARIA UNA NUEVA CONSTITUCIÓN

Pero el gobierno neoliberal  de Piñera, el poder judicial, parte del Parlamento y fuerzas represivas  del Estado,  basándose en la Constitución Política fascista del 80, se comportan con el pueblo mapuche peor que los conquistadores en tiempos de la Colonia, no son capaces de comprender las diferencias existentes entre los pueblos originarios y la mayoría de la población del país. En vez de dialogar, los reprimen. Que distinta es la actitud del gobierno y de la “justicia” criolla con los que durante la dictadura fascista violaron los derechos humanos.
Lo que va a resolver de fondo la situación de los pueblos originarios es una nueva Constitución Política, que parta señalando que Chile es un Estado plurinacional.
Es por eso, entre muchas otras razones, de enorme importancia  el Plebiscito programado para el 25 de octubre de 2020, que marcará el inicio del proceso constituyente. Y la leche no está aún cocida.
Hay intentos por escamotear el plebiscito. La UDI presentó un proyecto en Cámara de Diputadas y Diputados que plantea la no realización del plebiscito y que sea el nuevo Congreso que modifique la Constitución. Por su parte, el senador Francisco Chahuán presentó un proyecto en la Cámara Alta que señala que se declararía nulo el plebiscito si no vota el 50% de los ciudadanos inscritos en los Registros Electorales. Si se hubiera aplicado este criterio en las elecciones de 2017, Piñera no sería  presidente.

Una nueva Constitución realmente democrática es una necesidad para avanzar hacia un Chile mejor.


UN EPISODIO DEL TIEMPO DE LA COLONIA

En 1793 ocurrió una curiosa historia. El 28 de octubre de ese año, el obispo Francisco José de Marán, salió desde Concepción en gira apostólica. Internada su comitiva en la cordillera de Nahuelbuta, fue sorprendida el 28 de noviembre por los mapuches.
En vano intentó esconderse el obispo en las riberas del río Tirúa. Lo atraparon en una cuesta tupida de coligües y quilas.

Tuvo fortuna el asustado siervo de dios, pues estaba por esos lados su amigo el cacique Curimilla, quien obtuvo de los captores que se decidiera la suerte del prisionero y acompañantes  en un partido de chueca o palín.

Este deporte clásico de los mapuches se jugaba en una cancha más larga que ancha, que estaba delimitada por ramos verdes. Se formaban dos equipos de igual número por lado, podían ser 15 o 20 mocetones. Sus uniformes eran: estar desnudos unos, los otros tapándose el bajo vientre. Cada uno con un madero, corvo en su extremo. Se colocaba una bola al medio, que había que echar al lado contrario.

El evento, jugado a fines de la primavera de 1793, tenía un trofeo especial: la vida de un obispo y sus acólitos.
Uno de los equipos estaba encabezado por el cacique Huentutelemu; el otro, por el cacique Martín Curimilla, de cuyo triunfo dependía la suerte del obispo Francisco de Marán.

Luego de una ardorosa lucha, en ese primer día la victoria quedó indecisa. Debía definirse en la mañana siguiente.

El dramático final lo describió así un cronista: “La victoria pareció en fin declararse por Huentutelemu, pero en ese momento Martín Curimilla, fiel cacique araucano amigo del obispo, se colocó frente a Huentutelemu y descargando su chueca sobre la de su contrario con tal furia que ésta saltó en astillas, como una lanza hecha trizas de un bote, sin perder tiempo, descargó otro sobre la bola, que, no  encontrando resistencia, corrió por la llanura y las personas del equipo, casi sin oposición, arrastrando la bola hasta la raya que le servía de meta”.

El testigo  no entregaba  antecedentes sobre las reacciones de los participantes ni de los espectadores. Los mapuches cumplieron su palabra. Dejaron libre al obispo y      a sus acompañantes.  Así  actuaban aquellos  “salvajes”.

Al conocer esta historia, el Intendente de Concepción, Ambrosio O’Higgins,  montó en cólera, no por la imprudencia de Francisco de Marán, sino por  el vejamen de haber sido jugado a la chueca. Su primer impulso fue enviar una expedición a la zona del Tirúa para vengar la afrenta.

Lo pensó mejor. No lo hizo.  No tenía las fuerzas suficientes para derrotar a quienes luchaban por su tierra.

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