7 de Junio de 2013
Exonérame, Evelyn
JUAN GUILLERMO TEJEDA
Artista visual. Académico de la Universidad de Chile.
Mira Evelyn, guapa, cuando vino
el Golpe, el pronunciamiento que dicen ustedes los de centroderecha, estabas
—creo— en Londres estudiando piano con un discípulo de Arrau (algo es algo)
mientras tu padre, el tío Fernando al decir de Bachelet, era agregado aéreo o
militar o una cosa de esas, que de agregarse siempre se agrega gente al aparato
diplomático, y cobraba su sueldo (hasta el día de hoy, vitalicio, como el tuyo,
estatal) no como exonerado sino limpiamente del presupuesto fiscal, del dinero
de todos los chilenos, etc., etc., para qué seguir. Él había aprendido inglés
en sus entrenamientos en Alabama, donde quizá qué cosa más le enseñaron.
Dejaste el piano y tu padre la
embajada, enfilando tú hacia la academia católica (que es una forma específica
de academia) y él a dirigir la
Academia de Guerra de la FACh donde torturaban a la gente de manera
horrorosa. Quien pasara por allí podía ver las novedades que los norteamericanos
habían recomendado para el cono sur de América y que en Chile se aplicaban con
esmero, no fueran a decir que somos flojos: golpes de pies y puños en distintas
partes del cuerpo, destrucción de las uñas con objetos punzantes, el “pau de
arara” donde el detenido debe abrazar sus piernas y por el espacio que queda
debajo de sus rodillas se introduce un palo, aplicación de corriente eléctrica
en partes sensibles del cuerpo como genitales, ano, cabeza, lengua, en fin,
aplicándose estos procedimientos reglamentarios con el detenido encapuchado y
desnudo. Pero el general Matthei, a cargo de estas instalaciones desde
diciembre de 1973 hasta 1976 no se percató de nada, en verdad, y así fue
haciendo carrera. Hoy figura en un listado de los que si viajan los toman
presos por genocidio o algo, cosas del juez Garzón. Vacaciones locales.
En Chile las cosas, en verdad, se
habían torcido, la tragedia griega picoteaba el cuerpo herido de esa gente que
por tantas razones había creído en Allende: la explotación laboral, la miseria
infantil, los niños de población, los cabros a pata pelada que nos daban a los
demás niños con zapatos una como envidia selvática porque tenían algo parecido
a un calzado natural de su propia piel. Pero sobre todo, y más allá de lo
pintoresco, esa pequeña muerte personal y atroz que es la humillación.
Humillados por ser pobres, por ser rotos, por ser ateos, por ser de campo, por
ser obreros, por ser lavanderas, incluso ustedes los europeos no españoles,
humillados por la gente bien por ser alemanes, o italianos, o croatas, de una
manera cruel que ahora ya no opera, por suerte.
Así es que los pobres, los
humillados, los morenos de bigote negro y cigarrito huidizo salieron a la Alameda y conquistaron la
primera mayoría para Salvador Allende Gossens, mierda, con la borrosa y tibia
ayuda de algunos de los que, como yo, veníamos de colegios de curas, de ese
infierno, y nos daba puntada al pecho ver las micros con la gente colgando
mientras otros surcaban la ciudad en sus autos, y nos escandalizaban la miseria
o la desnutrición, y es que eran niños desnutridos, guaguas que se morían por
no tener leche, y de Allende se reían por el medio litro de leche pero en fin,
él les dio ese medio litro. Que si la justicia iba a venir de manos del
marxismo o de lo que fuese, no pensábamos entonces en eso. Ideologías más,
ideologías menos, lo que uno veía era esa hambre, esos ojos en la calle, la
miseria atroz, la maldición y vergüenza de ser chilenos. Pero el discurso
allendista no gustaba a todos, y a muchos les resultaba confrontacional, para
qué seguir explicando lo que todos sabemos.
Hoy enfrentan ustedes una campaña electoral. Y
no dudan, una vez más, en humillar a la gente decente. No ha sido malo este
gobierno, yo pienso, ni tan doctrinal, ni tan represivo, y la economía harto
bien, pese a la falta de empatía de Piñera con el sentido común de la gente o
incluso consigo mismo. Algo no le cuaja. Ustedes tienen como tarea del semestre
hundir a Bachelet. No importa que haya que pisotear la honra de tanta gente decente.
Desde tu perspectiva, adivino, un exonerado es alguien que, en principio, ha
hecho mal las cosas, un ineficiente, un ser residual. Y si encima recibe alguna
pensión estatal es eso, y además un corrupto.
No le salió bien al Presidente su
gesta, y el último día de su mandato se las vio con un comunicado o bando o
cosa de la autodenominada Junta de Gobierno, que lo destituía por motivos
diversos, todos muy severos y ácidos. Fue él el primero en quedarse sin
trabajo, y a mucha honra. Un saludo desde aquí para él, primer exonerado de la
república.
Allende era un marxista, un
admirador de Fidel, un Presidente al que no le salían bien las cosas, pero
también un republicano, un parlamentarista, un hombre de derecho, y a él no le
venían ni siquiera las cuatro ramas de las Fuerzas Armadas a destituirlo, antes
muerto. Por lo que decidió resistir. Y tú en Londres, con Beethoven y Schumann.
De tal manera que el intrépido
general Leigh ordenó a sus Hawker-Hunter bombardear el Palacio de La Moneda, y dentro estaba el
Presidente resistiendo con sus allegados, no muchos. La guardia de Palacio se
retiró majestuosamente. Allende mostró su lado luchador, y se batió balazo a
balazo, muerto a muerto. Cuando se vio perdido ordenó a quienes le acompañaban
que abandonaran el edificio, y los despidió a cada uno dándoles la mano. Con su
casco de combate, regresó a su escritorio, cerró la puerta, cogió el rifle
ametralladora que alguna vez le había regalado Fidel, y poniéndoselo entre las
piernas disparó dentro de su boca. El cráneo le saltó hecho pedazos y la masa
encefálica se desparramó manchando las paredes y los tapices franceses que se
habían colocado allí en otro tiempo.
Se sucedían los bandos de la Junta, que eran espantosos.
En uno de ellos se declaraba el estado de sitio en todo el territorio nacional,
que en buen chileno quiere decir que si te vienen a buscar y te fusilan no hay
mucho que agregar. Tarea para los militares de uniforme y brazalete blanco con
estampados que cambiaban cada día, la de rastrear extremistas, comunistas,
socialistas, marxistas y en general cualquier cosa terminada en ista, lo que
nuestros uniformados cumplieron con entusiasmo. Mientras, los vecinos callaban.
Aprendimos tantas cosas en esos días.
En otro decreto o bando se
declaraban desiertos todos los puestos de trabajo de las jefaturas de servicio
de todo el territorio nacional, o sea varios miles de exonerados, cosa nimia en
comparación del compadre al que le estaban sacando los dientes con un alicates
en el sur, o le machacaban las manos con las botas en el Estadio Nacional.
Exonerados también los ministros, que fueron a dar en gran número a Isla
Dawson, donde hace más frío incluso que en Londres. Entretanto y sin saber
cómo, quizá por efecto del estado de sitio, se clausuró el Congreso Nacional
completo, con toda su democracia, sus elecciones, sus diputados, sus senadores.
Un cartel tipo Jesse James ponía
precio a la cabeza de Oscar Guillermo Garretón, Luis Corvalán, Clodomiro
Almeyda, Jaime Gazmuri, Carlos Altamirano y otros dirigentes. Un nuevo decreto
con fuerza, era que no, de ley, disolvió todas las municipalidades, lo que
significa calculadora en mano unos treinta mil concejales o alcaldes a la
calle, exonerados, y a ver si a la hora del toque venían además a buscarlos, es
decir a los de izquierda porque la vida, para los otros, empezó a tener una
suavidad, una levedad muy graciosa.
Otro de los bandos de la Junta dispuso que sólo
podrían circular los diarios El Mercurio y La Tercera, con lo que se
entendía, se especificaba allí, que todos los demás se clausuraban. ¡Cuánto
exonerado adicional!
Así empezaron las exoneraciones,
que eran en verdad la cosa menor, porque mucho peor fue lo demás, las
ejecuciones, torturas, exilios y demás. Las cifras de la represión de la
dictadura que ninguna vergüenza le da hoy a quienes, como tú, la han defendido
son algo así como 28 mil torturados, más de dos mil de ellos ejecutados y sobre
mil doscientos detenidos desaparecidos, una figura novedosa en la historia del
sufrimiento humano. Además unas 200 mil personas han sufrido el exilio.
¿Cuántos son los que en este horror habrán perdido su trabajo? ¿Es preciso
pedir, como sostiene la
Contraloría, un contrato de trabajo en todos los casos? ¿Y
los que se sintieron amenazados? ¿Los que pituteaban?
Pero no se trata hoy
coyunturalmente de estos temas en los que siempre la gente de la centro extremo
derecha ha querido dar vuelta la página, sino de revivir el exoneramiento
porque ahí se le puede rebañar algo a Michelle. La opinión más facha y en
crecimiento del país sostiene que los políticos son una mierda y la izquierda
es lo mismo pero el doble, y lo que conviene es dejarlo todo en manos de
empresarios y militares, de banqueros, en fin, de esa gente con buen cutis.
El problema que tienen se llama
Bachelet. Por alguna razón esta dama, hija de un general de la Fuerza Aérea que
murió torturado, llegó a ser Presidenta de Chile. Y quiere serlo otra vez, sus
razones tendrá. Longueira y Allamand también quieren cada uno de ellos
convertirse en jefes del Estado, con todo derecho, y se percatan con horror a
cada encuesta de que Bachelet les gana lejos.
Allamand, un buen chico de
corazón democrático con huesos pinochetistas que defendió mucho al indefendible
dictador en el plebiscito aunque dice que va a votar siempre para democratizar
el sistema pero al final a él mismo le explosiona o implosiona su propio
sistema convirtiéndose en un partido de rugby con efectos especiales adquiridos
de su última gira por los Estados Unidos y resultado práctico cero.
Longueira es un loco carismático
que tuvo el mayor índice de visitas por semana a Londres a ver a Pinochet en
Virginia Waters, o sea no flaqueó jamás cuando todos los demás se iban ladeando
un poquito, y eso gusta. Promete un Chile más justo, y siendo acólito del
dictador más injusto que jamás hayamos tenido, uno siente como un swing
interior.
Pero los méritos de estos jóvenes
quedan eclipsados por la personalidad o la leyenda bacheletiana. De tal manera
que se trata no ya de ganar la presidencia sino de hundir a Michelle. Y lo
ensayan todo, es feroz ver el ballet conjuntado y melodioso de los argumentos
radiofónicos, televisivos, parlamentarios, noticiosos y de lo que venga, todo
está como programado y pauteado. Escupos. Acusaciones. Campañas raras.
Artículos retorcidos. Y uno, que es perezoso y no cree quizá demasiado en
Bachelet, comienza a interesarse por ella. ¿Por qué tanto encono?
Y claro, ella es sumamente
exonerada, de una familia de exonerados, de un partido socialista escalonista
espantoso de gente escasamente cool y generosamente exonerada, y Michelle anda buscando
nadie sabe por qué el apoyo comunista, un partido donde la matanza y la tortura
y el exilio y también, por qué no, la exoneración, fueron notables. De tal
manera que se han dedicado esas mentes estratégicas de la derecha o
centroderecha o extremoderecha a encontrar o producir basura en las
reparaciones tardías y torpes que este país ha dado a los humillados por la
dictadura.
¿Sabes Evelyn lo que es tener,
como yo, una madre torturada e internada durante meses en un campo de
concentración? Campo de concentración, como en las películas de los nazis, pero
aquí, cerca de Santiago. Con todo tipo de instalaciones. Resorts de la
indignidad humana. Alambradas, salas de interrogatorio, cajas de castigo,
somieres eléctricos. Mi madre salió de ese infierno y murió mucho después, a
los 86 años, disfrutando de una jubilación ridícula y de una atención médica
vergonzosa por Fonasa, después de haber hecho imposiciones toda su vida.
Y yo por eso defiendo a cada
exonerado, y me asquea ese nombre porque es como si quisieran etiquetar a los
más débiles. Mi madre no quería que se supiera su desventura en la Academia de Guerra de tu
padre, ni en Londres 38, ni en Tres Álamos, ni en Cuatro Álamos, y logró salir
de esas atrocidades.
Y digo yo, que si ahora aparecen
unos exonerados dudosos, con sus formularios de miserias y abusos recibidos no
del todo bien cumplimentados según criterios de la Contraloría, para mí
que es culpa de los exoneradores, jamás de los exonerados. Baldón y pecado y
remordimiento de tu gente, de tus generales, de tu Academia de Guerra, de esa
cultura del exterminio y de falta integral de valores humanos.
Pero no son ustedes los que pagan
hoy monetariamente estas reparaciones. Paga el país por la chambonada de la
derecha. Pagan incluso con el IVA los propios exonerados, los familiares de los
desparecidos, de los torturados. Y ustedes, encima, ahora reclaman y se
indignan. Frescos hay en todas partes, si no pregúntenle a la familia Pinochet,
que del banco Riggs nunca más se supo, exonérame esa. Sí, que se castigue, en
fin, a los aprovechadores. Pero que no se perdone jamás, y que se levante un
anti monumento de luz negra y murciélagos eternos a todos los que tienen su
felicidad construida sobre la angustia y el sufrimiento de sus conciudadanos.
Te presentaste a las primeras
elecciones de la democracia con unos cartelitos bien diseñados que decían: “Te
quiero representar”. Princesa de la dictadura, reina de la democracia. Es lo
que yo digo admirativamente, cómo hace cierta gente para que le toque siempre
la parte del bistec sin nervio. No soy ningún desfavorecido, para nada. Pero lo
que le hicieron a mi madre no tiene nombre. Y a esos perros que la detuvieron y
torturaron en 1974, entre ellos el guatón Romo instalado con sus secuaces
quince días en la casa de mi mamá esperando a ver quien llamaba o quien venía
para llevárselo, incluida la nana de la casa, asquerosos, los voy odiar
mientras viva.
Exonerados. Los que creyeron en
algo. Los que habían ganado un cargo por méritos, por votos. Los que debieron
marcharse del país amenazados. Sus esposas. Sus hijas. Toda esa gente destruida
y apaleada que había creído en un Chile menos indigno. Familias en el vacío de
otros países extraños, que parece muy bonito pero es espantoso. Mis compañeros
de universidad, una generación entera diezmada, una horda de mentes creativas
que se fue o se sumergió para dejarle el país a la Patricia Maldonado
y a los caracoles y a las ridículas plantaciones de kiwi.
Hoy enfrentan ustedes una campaña electoral. Y
no dudan, una vez más, en humillar a la gente decente. No ha sido malo este
gobierno, yo pienso, ni tan doctrinal, ni tan represivo, y la economía harto
bien, pese a la falta de empatía de Piñera con el sentido común de la gente o
incluso consigo mismo. Algo no le cuaja. Ustedes tienen como tarea del semestre
hundir a Bachelet. No importa que haya que pisotear la honra de tanta gente
decente.
Desde tu perspectiva, adivino, un
exonerado es alguien que, en principio, ha hecho mal las cosas, un ineficiente,
un ser residual. Y si encima recibe alguna pensión estatal es eso, y además un
corrupto. Bien, bien.
Pues sabes qué te digo, que
prefiero la más indigna de las exoneraciones a tu pureza infernal, y que son
mejores mis peores pecados que tus mejores virtudes. No soy nada, lo sé. Pero
más respeto con mi gente, con mis muertos, con mis caídos, con mis dolores. Más
respeto.