jueves, 18 de marzo de 2021

MASACRE DE EL SALVADOR: 11 DE MARZO DE 1966



Hace 55 años:

 

 

                                                 Iván Ljubetic Vargas, historiador del

                                                  Centro de Extensión e Investigación

                                                  Luis Emilio Recabarren,  CEILER

 

 

Los  obreros de El Salvador conducen por el desierto a sus compañeros caídos.

 

 

El 1º de enero de 1966, los mineros de El Teniente declararon una huelga exigiendo aumento de sus remuneraciones.  La Braden Mining Cooper, filial de la Kennecott, explotadora de ese mineral, rechazó las peticiones de los obreros.  El movimiento se prolongaba.  No se vislumbraba una solución.  Entonces, a comienzos de marzo, la Confederación de Trabajadores del Cobre, CTC, convocó a un paro solidario.  Los mineros de Chuquicamata desoyeron el llamado.  Sólo paralizaron sus labores los de El Salvador.  El gobierno reaccionó declarando zonas de emergencia las provincias de O’Higgins y Atacama y entregando el control de los centros mineros en huelga a las fuerzas armadas.  En El Salvador se designó jefe de plaza al Coronel Manuel Pinochet Sepúlveda.

 

PARO SOLIDARIO

En el mineral  de El Salvador el  paro fue total.  Los trabajadores actuaron con  disciplina y responsabilidad.  Un Comando de Huelga dirigía las actividades.  Diversas comisiones tenían a su cargo tareas concretas: la olla común para los huelguistas y familiares, competencias deportivas, actos artísticos - culturales, cuidado de los niños, disciplina, etc.  El centro de todas estas acciones era la sede del Sindicato.

El entonces ministro de Defensa de Eduardo Frei Montalva, Juan de Dios Carmona, ordenó la ocupación militar de El Salvador.  No había razón alguna para ello:  allí reinaba la tranquilidad y el orden. El operativo tuvo lugar el 11 de marzo de 1966. Fue realizado por efectivos del Ejército.  

 

TODO ESTABA TRANQUILO

Eran alrededor de las 14 horas.  En la sede social, trabajadores, mujeres y niños habían almorzado recién.  Algunos jugaban a las cartas, otros leían o conversaban.  También hubo quienes dormitaban.  Una comisión lavaba platos y servicios; otra, ordenaba mesas y bancas.  Los niños, incansables, correteaban alegremente.

 

PROVOCACIÓN

De pronto alguien dio la voz de alarma: soldados habían rodeado el local.  Los pequeños, asustados, corrieron a donde estaban sus padres.  Hombres y mujeres se inquietaron.

El oficial a cargo de la tropa, prepotente y altanero, ordenó desalojar la sede.  La gente se negó.  No había motivo para ello: estaban en su local y no molestaban a nadie. Los trabajadores intentaron dialogar.  La respuesta fue brutal.  Los uniformados rompieron los vidrios de las ventanas y arrojaron bombas lacrimógenas al interior.  El aire se hizo irrespirable.  Gritos de desesperación y de ira.

 

CON BALAS DE GUERRA

Todos salieron corriendo.  Unas mujeres se envolvieron con banderas chilenas, como buscando en el pabellón patrio una protección.

El capitán Alejandro Alvarado Gamboa dio una orden.  Y el estrépito de una descarga se elevó por encima de los gritos y el ruido de las carreras.

Los soldados dispararon contra la gente indefensa.  Cayeron algunos.  Otros siguieron corriendo.  Una nueva descarga.  Gritos y quejidos.

 

 

   Un sobreviviente, Iván Ardiles tenía entonces 7 años

 

Para Iván Ardiles, un sobreviviente que en ese entonces tenía 7 años, esta es una escena que no olvidará. “Yo me acuerdo de que el sindicato estaba lleno de humo y lloraba mucho porque eran bombas lacrimógenas las que caían y no se veía nada. Yo le decía a mi mamá que prendiera la luz porque me dolían los ojos y ella me decía que no se podía mientras me mantenía escondido debajo de un escritorio metálico. Más tarde, cuando salimos de allí - ya que los trabajadores habían abierto las latas de las paredes del sindicato para escapar - a mi mamá le pasó una bala”.

 

DOS MUJERES ASESINADAS

Una mujer, que llevaba una bandera chilena fue asesinada.  Se llamaba Leopoldina Chaparro Castillo.  Tenía 36 años y estaba en avanzado estado de embarazo.  Cerca de ella cayó otra: Marta Egurrola de Miles, madre de tres hijos y otro por nacer. 

Estas dos mujeres proletarias eran igual    a esa que utilizó la propaganda democratacristiana en la Campaña de 1964: una mujer embarazada en un bello y costoso afiche azul, con la leyenda “Por mi hijo, votaré por Frei”.

 

Y SEIS OBREROS

También cayeron asesinados seis obreros.  Entre ellos dos comunistas:  Ramón Santos Contreras y Raúl Monardes. 

Ramón Santos Contreras  había llegado al mineral de El Salvador cuando aún no cumplía los 19 años. Era militante de las Juventudes Comunistas.  Se   incorporó a la base Camilo Cienfuegos. Conoció y se hizo  inseparable amigo del obrero Raúl Monardes, dirigente del Partido Comunista. Ambos realizaron una incansable labor de revolucionarios. Ello, a pesar de laborar  en una empresa imperialista estadounidense, la Anaconda Copper Company. Ramón activaba tanto en el mineral como en Pueblo Hundido. Fue elegido secretario político del Comité Local de la Juventud, que tenía  como sede esa localidad (Actualmente se llama Diego de Almagro, de la Provincia de Chañaral, Región de Atacama) 

Ocho muertos y cuarenta heridos fue el saldo de la masacre.  Y, como siempre, después de una matanza se pretendió culpar a las víctimas.

 

 

 


UNA VEZ MÁS  AL CRIMEN SE UNE LA MENTIRA

El gobierno de Frei Montalva, a través de un comunicado oficial, suscrito por el Ministro de Defensa Carmona y el Subsecretario del Interior, Juan Hamilton, sostuvo que:

“Elementos especialmente adiestrados, a las 14 horas de hoy, realizaron un ataque masivo con armas de fuego y otros medios de agresión en contra de la fuerza pública”.

Esta falsedad fue desmentida por el propio oficial a cargo del operativo, el capitán de ejército Alejandro Alvarado Gamboa.  Este declaró haber dicho al coronel Pinochet:

“Si usted quiere que yo cumpla la orden que usted me dio de tomarme el Sindicato, tengo que disparar a matar y ahí va a quedar la carnicería...”

 

CON PREMEDITACIÓN

Por lo demás, la masacre del 11 de marzo de 1966 fue la culminación de una serie de provocaciones llevadas a cabo por el coronel Pinochet.  Días antes, había prohibido la entrada al mineral de comerciantes ambulantes.  A los establecidos, les ordenó no otorgar créditos a los huelguistas amenazándoles que, si desobedecían lo dispuesto, serían detenidos, cancelados sus permisos y expulsados del campamento.  Su plan era cercar por el hambre a los trabajadores y sus familias.  Cuando comprobó que esas maniobras no surtían efecto, ordenó la detención y traslado de dirigentes y algunos obreros.  Aisló el Mineral y luego vino la masacre.