martes, 2 de marzo de 2021

PEKINESES PILLADOS CON LAS MANOS EN LA MASA EN TEMUCO

 


 

Iván Ljubetic Vargas, historiador del

 Centro de Extensión e Investigación

 Luis Emilio Recabarren, CEILER

 




Ha habido ocasiones que he tenido tincadas que han resultado acertadas. Una de esas  tuvo lugar un sábado de abril de 1963 en Temuco.

Eran cerca de las 18 horas. Caminaba por calle Lagos en dirección Manuel Montt, donde estaba ubicada la secretaría de la candidatura de Allende. De pronto veo que viene el auto de un abogado del Partido, junto a él su esposa, detrás un  fotógrafo (estos tres eran militantes comunistas) y una cuarta persona que no conocía.

Asocié lo que observaba, con  las extrañas posiciones que los tres conocidos que viajaban en el vehículo, y otros profesionales del Partido, que habían tenido en un reciente ampliado efectuado en Temuco. Eran coincidentes con la política del PC Chino.

El médico Edmundo Salinas,  que militaba en la misma célula  a la que pertenecían ellos,  había denunciado en  el CR, del cual era miembro, las desviaciones de esos camaradas. Planteó derechamente que, en su opinión, sustentaban posiciones maoístas y constituían una fracción. Yo coincidía plenamente con Edmundo. Pero el resto del CR del Partido no participaba de nuestra opinión. Incluso, se nos acusaba de tener prejuicios y pretender ver bajo el alquitrán.

Estaba reflexionando esas cosas, mientras caminaba  por Lagos, cuando vi pasar en la misma dirección del anterior, el auto de Mancini, profesor del Liceo de Hombres de Temuco.

Ya no tuve dudas. Ahí había gato encerrado y gato pekinés, para ser exactos. Estos van a reunirse como fracción,  me dije.

Corrí al local de la candidatura de Allende, donde  sabía iba a encontrar  a los tres miembros del secretariado del CR del PC. Les relaté lo visto y mis deducciones.

Me escucharon con calma y paciencia. Replicándome que eso no probaba nada. Que cualquier podía andar en auto;  que por tener alguna concepción errada, no se puede tener entre ceja y ceja a ningún militante; que no podía confundir la vigilancia revolucionaria con  vigilancia policial.

En resumen,  que no me dejara llevar por mi gran  imaginación.

Me despedí,  picado, de los compañeros.  No desistí de mi idea. Me dirigí a casa del compañero Salinas, que vivía a unos metros de allí.

Apenas le relaté lo visto, Edmundo gritó entusiasmado:

- Al fin vamos a pillar a  esos pekineses con las manos en la masa. Incluso te puedo asegurar donde están reunidos, en casa del otro médico de mi célula. Él vive precisamente en dirección hacia donde pasaron los vehículos.  ¡Vamos para allá al tiro!

Subimos a su heroica citroneta (le decíamos la “guerrillera”). Y partimos en dirección a la calle Andrés Bello. Dejamos el  vehículo  a cierta distancia de la vivienda del médico. Desde lejos  vimos  estacionados, frente a esa casa, los autos del abogado y del profesor.

- ¿No te decía?, exclamó Edmundo. Ahí están reunidos esos chinos  cochinos.

Ya había oscurecido. Nos acercamos hasta ponernos junto a la ventana  del living. Las cortinas estaban cerradas. No podíamos ver, pero sí escuchar. Hablaba el abogado, su voz es inconfundible.  Se refería al “compañero de Concepción que nos visita”.

Después intervino el  aludido. Explicó que maduraban las condiciones para eliminar de la Dirección Central del Partido a los elementos revisionistas e imponer una línea política consecuentemente revolucionaria...

No escuchamos más. Fuimos a donde habíamos dejado la citroneta  y partimos rajados a informar al secretariado del CR. Ya no eran fantasías. Las pruebas existían. Los fraccionalistas estaban reunidos complotando contra el Partido.

Se tomaron rápidamente las medidas para sorprender a los “chinos”. Fue citado un grupo de probados militantes.

A las 22 horas de una ya fría noche de abril, cerca de 30 comunistas estábamos frente a la casa señalada. Algunos dirigentes escuchaban junto a la ventana. La mayoría esperando. Todos en absoluto silencio. Un grupo se apostó detrás de un bajo muro que separaba la calle de la línea férrea.

Las instrucciones eran precisas. Cuando se abriera la puerta de calle, avanzaríamos todos formando un semicírculo.  De lo que se trataba era que los fraccionalistas, nos vieran y supieran que estaban identificados y sorprendidos in fraganti. Ningún insulto, ninguna  provocación.

Eran las 0 horas. Estábamos  calados de frío con la larga espera. Algunos zapateaban para calentar los pies. El compañero Humberto  iba muy seguido a orinar a unas zarzamoras que crecían por el lado de la línea del ferrocarril de la pared ya descrita. En una de esas lo sorprendí llevándose algo a la boca. Era una botella. Me acerqué a él y, al verse sorprendido, me dijo:

-Es para calentar un poco el cuerpo no más.  Hace un frío de los mil demonios. Y más encima, ando  recontra resfriado...

No alcancé a responderle. En ese instante se acercó un camarada a avisarnos que parecía que la reunión estaba terminando. Nos preparamos para avanzar en el momento indicado.

El compañero Humberto, con el fin de  darle más color, se subió a la pequeña pared, junto a las zarzamoras. Cuando se abrió, por el fin,  la puerta, gritó, como un general en una batalla: “Adelante, compa...”   Pero parece que tomó demasiado impulso (o había tomado mucho del otro) y cayó de espaldas en medio de la  zarzamora.

Mientras íbamos hacia la puerta, formando un perfecto semicírculo, continuábamos escuchando sus gritos. No eran una arenga, sino ayes y garabatos, pidiendo ayuda. Pero no podíamos auxiliarle en ese momento, lo primero era lo primero.

Recuerdo la cara de sorpresa y temor de los fraccionalistas. Estaban pálidos. Eran siete. El abogado, su compañera,  dos profesores del liceo, el fotógrafo, la visita de Concepción y el  dueño de casa. Seis se subieron apresuradamente a los dos autos y partieron. El médico, anfitrión del encuentro, se acercó a conversar con nosotros con su amabilidad de siempre. Dijo que sentía en el alma lo ocurrido. Yo creo que era sincero.

Otro que también lo sintió mucho, pero de distinta manera, fue el camarada Humberto. Sintió los fuertes pinchazos de las espinas de las zarzamoras.

Salió, con ayuda de varios compañeros,  echando garabatos a los “chinos maricones”, porque por su culpa  había quedado todo rasguñado.

Los siete comprometidos con esa fracción fueron llamados a conversar uno por uno. Se intentó que se mantuvieran en el Partido. Pero todos abandonaron las filas. Al único que sentí  realmente que se fuera,  fue al médico en cuya casa se había efectuado la reunión.

Informamos de inmediato al Comité Central. Los antecedentes aportados fueron de efectiva utilidad para, junto a otros ya reunidos, desarticular y derrotar la labor de zapa de los pekineses. (Iván Ljubetic Vargas: “Siguiendo la Roja Estrella. Recuerdos de un Comunista”, inédito. 2021) 

El 27 de abril de 1964, el Comité Central del Partido Comunista de Chile emitió una declaración con el título “hacia una Conferencia Mundial de Movimiento Comunista”, donde expresaba:

“Violando las normas de independencia, autonomía, solidaridad y respeto que rigen las relaciones entre los partidos comunistas, los dirigentes chinos se han dedicado a reclutar adeptos, dentro y fuera de los partidos comunistas y a efectuar con ellos labores fraccionalistas”.