Iván Ljubetic
Vargas, historiador del
Centro de
Extensión e Investigación
Luis
Emilio Recabarren, CEILER
Ha
habido ocasiones que he tenido tincadas que han resultado acertadas. Una de esas tuvo lugar un sábado de abril de 1963 en
Temuco.
Eran
cerca de las 18 horas. Caminaba por calle Lagos en dirección Manuel Montt,
donde estaba ubicada la secretaría de la candidatura de Allende. De pronto veo
que viene el auto de un abogado del Partido, junto a él su esposa, detrás
un fotógrafo (estos tres eran militantes
comunistas) y una cuarta persona que no conocía.
Asocié
lo que observaba, con las extrañas
posiciones que los tres conocidos que viajaban en el vehículo, y otros
profesionales del Partido, que habían tenido en un reciente ampliado efectuado
en Temuco. Eran coincidentes con la política del PC Chino.
El
médico Edmundo Salinas, que militaba en
la misma célula a la que pertenecían
ellos, había denunciado en el CR, del cual era miembro, las desviaciones
de esos camaradas. Planteó derechamente que, en su opinión, sustentaban
posiciones maoístas y constituían una fracción. Yo coincidía plenamente con
Edmundo. Pero el resto del CR del Partido no participaba de nuestra opinión.
Incluso, se nos acusaba de tener prejuicios y pretender ver bajo el alquitrán.
Estaba
reflexionando esas cosas, mientras caminaba
por Lagos, cuando vi pasar en la misma dirección del anterior, el auto
de Mancini, profesor del Liceo de Hombres de Temuco.
Ya
no tuve dudas. Ahí había gato encerrado y gato pekinés, para ser exactos. Estos
van a reunirse como fracción, me dije.
Corrí
al local de la candidatura de Allende, donde
sabía iba a encontrar a los tres
miembros del secretariado del CR del PC. Les relaté lo visto y mis deducciones.
Me
escucharon con calma y paciencia. Replicándome que eso no probaba nada. Que
cualquier podía andar en auto; que por
tener alguna concepción errada, no se puede tener entre ceja y ceja a ningún
militante; que no podía confundir la vigilancia revolucionaria con vigilancia policial.
En
resumen, que no me dejara llevar por mi
gran imaginación.
Me
despedí, picado, de los compañeros. No desistí de mi idea. Me dirigí a casa del
compañero Salinas, que vivía a unos metros de allí.
Apenas
le relaté lo visto, Edmundo gritó entusiasmado:
-
Al fin vamos a pillar a esos pekineses
con las manos en la masa. Incluso te puedo asegurar donde están reunidos, en
casa del otro médico de mi célula. Él vive precisamente en dirección hacia
donde pasaron los vehículos. ¡Vamos para
allá al tiro!
Subimos a su heroica citroneta (le decíamos la “guerrillera”). Y
partimos en dirección a la calle Andrés Bello. Dejamos el vehículo
a cierta distancia de la vivienda del médico. Desde lejos vimos
estacionados, frente a esa casa, los autos del abogado y del profesor.
- ¿No te decía?, exclamó Edmundo. Ahí están reunidos esos chinos cochinos.
Ya
había oscurecido. Nos acercamos hasta ponernos junto a la ventana del living. Las cortinas estaban cerradas. No
podíamos ver, pero sí escuchar. Hablaba el abogado, su voz es
inconfundible. Se refería al “compañero
de Concepción que nos visita”.
Después
intervino el aludido. Explicó que
maduraban las condiciones para eliminar de
No
escuchamos más. Fuimos a donde habíamos dejado la citroneta y partimos rajados a informar al secretariado
del CR. Ya no eran fantasías. Las pruebas existían. Los fraccionalistas estaban
reunidos complotando contra el Partido.
Se
tomaron rápidamente las medidas para sorprender a los “chinos”. Fue citado un
grupo de probados militantes.
A
las 22 horas de una ya fría noche de abril, cerca de 30 comunistas estábamos
frente a la casa señalada. Algunos dirigentes escuchaban junto a la ventana. La
mayoría esperando. Todos en absoluto silencio. Un grupo se apostó detrás de un
bajo muro que separaba la calle de la línea férrea.
Las
instrucciones eran precisas. Cuando se abriera la puerta de calle, avanzaríamos
todos formando un semicírculo. De lo que
se trataba era que los fraccionalistas, nos vieran y supieran que estaban
identificados y sorprendidos in fraganti. Ningún insulto, ninguna provocación.
Eran
las 0 horas. Estábamos calados de frío
con la larga espera. Algunos zapateaban para calentar los pies. El compañero Humberto iba muy seguido a orinar a unas zarzamoras
que crecían por el lado de la línea del ferrocarril de la pared ya descrita. En
una de esas lo sorprendí llevándose algo a la boca. Era una botella. Me acerqué
a él y, al verse sorprendido, me dijo:
-Es
para calentar un poco el cuerpo no más.
Hace un frío de los mil demonios. Y más encima, ando recontra resfriado...
No
alcancé a responderle. En ese instante se acercó un camarada a avisarnos que
parecía que la reunión estaba terminando. Nos preparamos para avanzar en el
momento indicado.
El
compañero Humberto, con el fin de darle
más color, se subió a la pequeña pared, junto a las zarzamoras. Cuando se abrió,
por el fin, la puerta, gritó, como un
general en una batalla: “Adelante, compa...”
Pero parece que tomó demasiado impulso (o había tomado mucho del otro) y
cayó de espaldas en medio de la
zarzamora.
Mientras
íbamos hacia la puerta, formando un perfecto semicírculo, continuábamos
escuchando sus gritos. No eran una arenga, sino ayes y garabatos, pidiendo
ayuda. Pero no podíamos auxiliarle en ese momento, lo primero era lo primero.
Recuerdo
la cara de sorpresa y temor de los fraccionalistas. Estaban pálidos. Eran
siete. El abogado, su compañera, dos
profesores del liceo, el fotógrafo, la visita de Concepción y el dueño de casa. Seis se subieron
apresuradamente a los dos autos y partieron. El médico, anfitrión del
encuentro, se acercó a conversar con nosotros con su amabilidad de siempre.
Dijo que sentía en el alma lo ocurrido. Yo creo que era sincero.
Otro
que también lo sintió mucho, pero de distinta manera, fue el camarada Humberto.
Sintió los fuertes pinchazos de las espinas de las zarzamoras.
Salió,
con ayuda de varios compañeros, echando
garabatos a los “chinos maricones”, porque por su culpa había quedado todo rasguñado.
Los
siete comprometidos con esa fracción fueron llamados a conversar uno por uno.
Se intentó que se mantuvieran en el Partido. Pero todos abandonaron las filas.
Al único que sentí realmente que se
fuera, fue al médico en cuya casa se
había efectuado la reunión.
Informamos
de inmediato al Comité Central. Los antecedentes aportados fueron de efectiva
utilidad para, junto a otros ya reunidos, desarticular y derrotar la labor de
zapa de los pekineses. (Iván Ljubetic Vargas: “Siguiendo
El
27 de abril de 1964, el Comité Central del Partido Comunista de Chile emitió
una declaración con el título “hacia una Conferencia Mundial de Movimiento
Comunista”, donde expresaba:
“Violando
las normas de independencia, autonomía, solidaridad y respeto que rigen las
relaciones entre los partidos comunistas, los dirigentes chinos se han dedicado
a reclutar adeptos, dentro y fuera de los partidos comunistas y a efectuar con
ellos labores fraccionalistas”.