viernes, 19 de marzo de 2021

LAS JUVENTUDES COMUNISTAS DE SAN ANTONIO EN LA CAMPAÑA DE 1952

 



                                               Iván Ljubetic Vargas, historiador del

                                               Centro de Extensión e Investigación

                                               Luis Emilio Recabarren, CEILER

 

 

               


 

Apenas se inició el feriado de invierno en la Universidad, en julio de 1952, viajé a Llo-lleo. No de vacaciones,  sino a trabajar por la candidatura presidencial de Salvador Allende. Por entonces, yo era el secretario político del Comité Local de la Jota de San Antonio.

En noviembre de 1951, el Partido Comunista  y el Partido Socialista  de Chile, la fracción más pequeña en que se había dividido el Partido Socialista, constituyeron el Frente del Pueblo, primer paso de una larga y fructífera alianza entre los dos partidos obreros chilenos. Esta coalición proclamó poco después la candidatura presidencial de Allende, en una campaña que debía culminar el 4 de septiembre de 1952.

En San Antonio contábamos con una numerosa y bien organizada Jota, el Partido Comunista  estaba en muy bien pie y el Partido Socialista de Chile era un pequeño,  pero activo núcleo.

Con esas fuerzas llevamos adelante una excelente campaña electoral, siendo su punto sobresaliente el trabajo de propaganda. Formamos una brigada formada por 25 jóvenes comunistas, unos 10 militantes del PC y 5 socialistas.

Salíamos todas las noches a pintar. Así nuestra Comuna fue, en palabras del propio Allende, la que tuvo la mejor propaganda mural en 1952. 

No dejamos pared por pintar. Ninguna otra candidatura pudo competir con nosotros en San Antonio, Barrancas, Llo-Lleo, Tejas Verdes, Lo Gallardo y otros lugares de la Comuna. No teníamos muchos medios económicos, pero sobraba corazón y entusiasmo. 

En varias ocasiones nos encontrábamos en las calles con grupos de la candidatura de Ibáñez. A veces surgían dificultades, que solían llegar a los golpes. Con las otras dos candidaturas no teníamos problemas, pues no efectuaban propaganda mural. Pegaban afiches,  empleando grupos de personas pagadas, que ponían poco empeño en trabajar y  no defendían la propaganda del candidato que los contrataba. Además, jamás hicieron contrapropaganda, destruyendo la nuestra.

Una noche sorprendimos a un pequeño grupo de ibañistas borrando nuestra propaganda en el Estadio Municipal. Al vernos, arrancaron. Pero pillamos a dos de ellos y les propinamos algunos golpes.

A la noche siguiente pintábamos en el camino a Tejas Verdes, cuando llegó un camión  de Ibáñez. Se bajaron al vernos. Borraron  nuestra propaganda,  nos botaron toda la pintura que nos quedaba y nos pegaron palos.

Manolo Lázaro, hijo de un exiliado español  -cuya familia había llegado en el  Winnipeg-  militante de la Juventudes Comunistas,  uno de los fundadores del Club  Estrella, que  recibió  algunas caricias de los ibañistas, juró enfurecido:

- Coño, esto no se repetirá nunca más.  ¡A partir de mañana salgo con el revólver que usó mi padre en la guerra civil!  Y ya veremos...

Al día siguiente trajo el arma que nos mostró con orgullo. Mientras escribíamos en  muros cercanos a la Cancha de Tenis, Manolo dijo:

- Ojalá aparecieron ahora esos matones. Se cumplió su deseo. Llegó un camión con unos 15 ibañistas, armados de palos. Se bajaron y se  acercaban amenazadoramente.

Entonces le  recordé a Manolo:

- ¡El revólver, huevón, usa el revólver!

Los atacantes se rieron pensando que era una bravata mía. Entonces el Manolo sacó el arma y comenzó a gritar a todo pulmón:

-¿Esto es lo que querían, cabrones?  Ahora van a pagar lo de anoche. Más de uno se va a ir con una bala en el culo...

El español era bien conocido en Llo-Lleo por su decisión y lo arrebatado. Al verlo con el revólver en la mano se pararon en seco. Botaron los palos y comenzaron a retroceder sin volver las espaldas. No deseaban llevarse una bala en el trasero.  Estaban muertos de miedo.

-No dispare, por favor,  don Manuel, gritó uno.              

-Cuento hasta  diez y comienzo la balacera...                

Corrieron despavoridos al camión. Yo temía que disparara y dejara la escoba. Sabíamos que era un rajado.  Pero no disparó. 

Cuando todo pasó, me acerqué a Manolo para felicitarlo:

- Estuviste muy bien. Le diste un buen susto a los ibañistas. Pero lo mejor es que te supiste controlar, que no perdiste la calma y no heriste a nadie.

Me miró muy serio y contestó:

-          Y cómo les iba a disparar, coño, si no tenía balas. Además este aparato no funciona. Es una pieza de museo...