Iván Ljubetic Vargas,
historiador del
Centro
de Extensión e Investigación
Luis Emilio
Recabarren, CEILER
1922 se inició muy mal para
los trabajadores chilenos. Gobernaba Arturo Alessandri Palma, quien había triunfado en las
elecciones presidenciales del 25 de junio de 1920, encabezando la Alianza Liberal.
Muy pronto sus demagógicas
promesas de bienestar para la “chusma”, se habían disueltos como pompas de
jabón. La crisis se agudizaba. Muchas oficinas salitreras apagaban sus fuegos y
los obreros eran lanzados a la cesantía. El 3 febrero de 1921 soldados del Regimiento Esmeralda y
policías habían perpetrado una terrible masacre en la oficina salitrera San
Gregorio.
Muchos pampinos volvían a sus
lugares de origen. Pero
la mayoría se quedó en Santiago.
El escritor Manuel Rojas, Premio Nacional de Literatura
1957, describe muy bien el dramático momento vivido por los cesantes:
“Llegaron en barcos caleteros, amontonados, con sus pocas
pilchas, sin saber a dónde iban ni donde se detendrían, en que trabajarían ni
qué comerían, en que conventillo, ranchos o callampas tenderían sus huesos, con
su mujer y sus hijos los casados, solos y amontonados los solteros: había una
crisis, se vendió mucho salitre durante la guerra mundial, eso a pesar de que
los alemanes no pudieron comprarlo en los
últimos tiempos –los gringos les hundían los barcos- y se vieron obligados a sacarlo del aire; los
alemanes pueden inventar cualquier cosa,
desde brutalidades hasta buena música y filósofos, y las compañías se hincharon
de plata, salitre para todo el mundo, pedir no más, ahí están los rotos, no
serán alemanes, no inventarán gran cosa, pero sacarán montañas de salitre, de
carbón, de hierro, de azufre, de manganeso, de lana; antes sacaron montañas de
plata; paguen y llévenselo, sí, las compañías ganaron mucha plata, los rotos lo
indispensable, lo que le permitió seguir viviendo para seguir sacando montañas
o ríos de materias primas: cuando piden, no piden gran cosa, pero siempre se
les niega; cada huelga cuesta días, semanas, meses y a veces los milicos matan
algunos huelguistas, los mataron en Iquique y los volverán a matar cualquier
día; los pacos tampoco lo hacen mal, hay que defender la patria de estos rotos
que sólo piden comida; pasan hambre, se joden...
“-Y ahora, ¿qué hacemos?
-Algo tenemos que hacer.
Nadie hará nada por ellos,
¿tantos años trabajando y no ahorraron nada?, ¿qué íbamos a ahorrar, huevón, si
apenas nos alcanza para vivir?, ¿no ha leído a Carlos Marx?; entre la gallada
venían quienes habían oído hablar de Recabarren y pagados sus cuotas a la Mancomunal de Obreros
de Tocopilla y leído ‘El Despertar de los Trabajadores’; no crea que somos tan
cerrados de mollera; tendremos que buscar algo, Juan, dicen que más discurre un
hambriento que cien letrados, no esperes nada del gobierno, son pura boca...” (Manuel Rojas: “La oscura vida
radiante”)
Relata Elías Lafertte: “Al día siguiente, Primero de Mayo,
salí en un automóvil con Recabarren. Fuimos a visitar los albergues donde el
gobierno de Alessandri mantenía en pésimas condiciones de vida y de salubridad,
a los obreros del norte que había traído a Santiago a raíz de la paralización
de numerosas oficinas salitreras. Estuvimos en tres albergues, donde
encontré a algunos viejos compañeros de mis días de pampino. En todos ellos
acogían a Recabarren con grandes demostraciones de cariño y respeto. En la
tarde fuimos a un mitin en la
Alameda , donde Recabarren pronunció un discurso lleno de
contenido y agitación”. (Elías Lafertte: “Vida de un Comunista”, página 155)
El jueves 25 de mayo de 1922
salieron a la Alameda
miles de cesantes y sus familiares. Pedían mejores condiciones de existencia.
El gobierno de Alessandri
respondió enviando soldados. Fue a los
pies de la estatua de Bernardo O’Higgins, del Padre de la Patria , donde miembros del
ejército dispararon sobre la multitud
desarmada. Cayeron varios asesinados y heridos.
Fue una de las ocho masacres
perpetradas durante el primer gobierno de Arturo Alessandri Palma. Este, además de asesino,
mentiroso.
En una nota
confidencial enviada al Intendente de Tarapacá le decía:
“Recabarren es el tipo más cobarde y malo que yo jamás
haya conocido. Agita a los obreros y se esconde como ocurrió en San Gregorio,
en Santa Rosa y al pie de la estatua de
O’Higgins” ( Citado por Julio Pinto V. en “Luis Emilio Recabarren. Una
biografía histórica”)
Una vez más, intentando culpar a las víctimas de las
masacres.