Iván
Ljubetic Vargas, historiador del
Centro
de Extensión e Investigación
Luis
Emilio Recabarren, CEILER
Releyendo, en estos tiempos de cuarentena, ese libro maravilloso que es “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, no me cupo duda alguna de que si el señor presidente y el doctor mentiras hubieran leído esta obra quizás (porque nada es seguro con estos personajes) no habrían llevado a nuestro Macondo a la terrible situación que vivimos con la pandemia del coronavirus.
El señor presidente
ahora, con el agua más arriba del cuello, después de haber desoído a los
más amplios sectores, clama desesperadamente por un Acuerdo Nacional para
compartir la catástrofe. Bien pudo haber seguido el ejemplo de José Arcadio
Buendía y reunirse con los jefes de familia y entre todos acordar medidas.
Pero “mangas cortas”
se creyó el gran mago que podía lucirse y sacar partido con la peste. Pensó
repetir la historia de los 33 y el
papelito.
Leemos en “Cien años de
Soledad”:
“Cuando José Arcadio Buendía
se dio cuenta de que la peste había invadido el pueblo, reunió a los jefes de
familia para explicarle lo que sabía sobre la enfermedad del insomnio, y se
acordaron medidas para impedir que el flagelo se propagara a otras poblaciones
de la ciénaga. Fue así como se quitaron a los chivos las campanitas que los
árabes cambiaron por guacamayas, y se pusieron
a la entrada del pueblo a disposición de quienes desatendían los consejos y súplicas de los
centinelas e insistían en visitar la población. Todos los forasteros que por
aquel tiempo recorrerían las calles de Macondo tenían que hacer sonar su
campanita para que los enfermos supieran que estaba sano. No se les permitía
comer ni beber nada durante su estancia, pues no había duda de que la
enfermedad sólo se transmitía por la boca, y todas las cosas de comer y beber
estaban contaminadas de insomnio. En esa forma se mantuvo la peste circunscrita al perímetro
de la población…”
Más adelante Gabriel García Márquez escribe:
“Pilar Ternera fue quien más más contribuyó a popularizar
esa mistificación, cuando concibió el artificio de leer el pasado en las
barajas como antes había leído el futuro. Mediante ese
recurso, los insomnes empezaron a vivir en un mundo construido por las
alternativas inciertas de los naipes…”
Naipes, naipes, ¿por qué será
que me recuerdan estas palabras a un mañoso
investido de ministro?
Trato de hacer memoria. Algo que leí anteayer:
“Lo que hemos
aprendido duramente en esta pandemia es que todos los ejercicios
epidemiológicos, las fórmulas de proyección con las que yo mismo me seduje en
enero, se han derrumbado como castillo de naipes”, reconoció Mañalich, en el
contexto de una visita al Hospital Clínico de la Red de Salud de la Universidad Católica.
De esta manera, el ministro responsable de la salud de los
chilenos, en forma frívola, liviana,
irresponsable, insensible, reconoció el fracaso del gobierno neoliberal ante la
pandemia del coronavirus.
Pero, las víctimas de esta
pandemia no son cartas de naipe. Son seres humanos. ¿Qué hay de las
responsabilidades del gobierno?
La derecha vive cien años de
irresponsabilidad.
Pero los chilenos no
somos insomnes que aceptamos vivir en un mundo construido por las alternativas
inciertas de los naipes de Pilar
Ternera o del “doctor mentiras”.
Pese a las dos pestes (la del
coronavirus y la del gobierno neoliberal) y a todas las pestes, más temprano
que tarde abriremos las anchas alamedas.