Editorial
de El Siglo, edición 1641 del 14 de
diciembre de 2012
…Y 100 años
más de lucha y esperanza
Así titulamos este número del semanario, en el que ofrecemos una variada
cobertura al gran acto del Estadio Nacional. Ciertamente, mucho más ocurrió
allí y sobre ello continuaremos informando a nuestros lectores.
Fue, según el decir de muchos, una suerte de “demostración de fuerzas”. De
concordarse en ello, cabe la pregunta: “demostración de fuerzas” ¿de quién?
Por cierto cabía esperar, y así ocurrió, que el presidente del partido se
refiriera privilegiadamente al ideario y trayectoria, así como a los proyectos
de su colectividad.
Pero, y en ello habría también que concordar, lo que se escuchó el sábado 8
en el estadio fue, en forma destacada, una exposición y defensa de las grandes
demandas de la mayoría de la población chilena. Y así fue entendido y
respaldado, entusiastamente, por los 70.000 asistentes.
Fue, también y necesariamente, un recorrido por 100 años de una existencia
plenamente comprometida con el pueblo, en particular con los trabajadores, así
como una “actualización” de sus contenidos programáticos al compás de los
cambios ocurridos en el país y en el mundo.
Una mirada inclusiva y un discurso que en ningún momento intentó
“apropiarse” de los miles de participantes, que claramente sobrepasaban los límites
estrictamente “militantes” del partido de Recabarren.
Hubo, también legítima y necesariamente, una reafirmación de la identidad
partidaria, una defensa del proyecto de transformación política y social en la
senda del socialismo.
Una postura clara a la vez que respetuosa, para combatir la supuesta
oposición entre “lo social y lo político”. Un saludo a todas las luchas, un
compromiso con la juventud, protagonista de las grandes movilizaciones que
abren las anchas alamedas de los cambios. Un compromiso decidido con los
pueblos originarios, su identidad y sus derechos.
Una denuncia de la dictadura y sus prolongaciones en la institucionalidad
política y en las orientaciones neoliberales de la economía y de la sociedad.
Una reivindicación del derecho inalienable a disponer de las riquezas
básicas en beneficio del país, y por lo mismo una fuerte denuncia a un
imperialismo, el norteamericano, cuya omnipresencia en el mundo de hoy sólo
pueden negar sus beneficiarios y sus lacayos.
Una valoración necesaria y acertada al valor de la unidad de la oposición
para desplazar a una derecha sobre representada en los órganos de poder, desde
la comuna a La Moneda. Fruto, también ello, de las herencias pinochetistas.
Una voluntad explícita y a la vez crítica y creadora, para proyectar en las
futuras contiendas electorales los propósitos unitarios para enfrentar en un
gran bloque social y político los grandes desafíos del futuro inmediato.
Un énfasis, categórico y franco, en la preeminencia de un programa por
sobre cualquier acuerdo basado en algún cálculo electoral “pragmático” o
“realista”.
Una invitación a concurrir desde la irrenunciable identidad de cada uno de
los actores sociales y políticos, sin otra condición que la firme voluntad de
cumplir los compromisos, sin “vender ilusiones” pero firmemente afirmados en la
convicción de que “otro Chile es posible”.
Difícil sintetizar en pocas palabras el contenido y la significación de las
celebraciones de este primer centenario del Partido Comunista, su implantación
en la historia nacional, su compromiso con lo mejor de la tradición y su
disposición a adoptar todo lo nuevo sin que ello signifique riesgo alguno de
diluir su personalidad.
No se cierra un ciclo, pues nadie podría pretender que todo está hecho,
cumplidas todas las tareas planteadas por la historia ni, mucho menos,
alcanzada una suerte de “plenitud” que pudiera dar lugar a la autosatisfacción
y al chauvinismo partidario.
Al contrario, un homenaje a las grandes figuras de la historia,
simbolizadas emocionadamente en la figura de Salvador Allende; un
reconocimiento explícito a los valores e historiales de otros destacamentos
políticos que han protagonizado grandes páginas de nuestra historia y que
mantienen hoy su plena vigencia.
Afirmación de personalidad propia y respeto a toda diversidad, por la
certeza inaugural de que identidad no es sinónimo de uniformidad ni mucho menos
de estancamiento.
Y cien años más de lucha y esperanza…
EL DIRECTOR