lunes, 3 de diciembre de 2012

La Crisis del Neoliberalismo y el Programa de la Izquierda








La Crisis del Neoliberalismo y el Programa de la Izquierda



Francisco Herreros

En el caso de Chile, las opciones de salida a una crisis, especialmente en el caso de una crisis sistémica, entendida como tal aquella en la que se superponen y se potencian en forma recíproca la crisis económica con la crisis política, pueden reducirse a tres fundamentales: la profundización neoconservadora, con rasgos fascistoides, o derechamente fascistas; un nuevo pacto social de salvación nacional, hegemonizado por el centro político, que deje las cosas aproximadamente donde mismo, y una salida de democracia avanzada, con perspectiva socialista, con punto de partida donde quedó truncado el programa económico del Gobierno de la Unidad Popular. 

De igual modo, en materia de sistema económico, no deja de resultar curioso que 222 años después de Smith, y 129 después de Marx, las alternativas reales también se reduzcan a tres: capitalismo desregulado, capitalismo regulado y heterogéneas experiencias de construcción de socialismo.

En esta última categoría, y en una línea de mayor a menor ortodoxia, se distinguen los casos de Corea del Norte, Cuba y desde 2008, Nepal; en un segundo tramo, que podríamos denominar socialismo del siglo XXI, se ubican claramente Venezuela y en una línea más difusa, Bolivia y Ecuador, tal vez Nicaragua, y en el tercer tramo, tentativamente socialismo de mercado, China, Vietnam, Laos y Bielorrusia.

Esta enumeración tiene sentido por cuanto en Chile el pos-neoliberalismo necesariamente se va a situar en algún punto de las dos últimas opciones, lo cual dependerá en último término, del carácter de la salida, del tipo de pacto social que se suscriba y fundamentalmente, de la correlación política que lo hegemonice. 

Llevadas a su último término, esas son las opciones de configuración política y social de la salida, y los sistemas económicos disponibles.

Por definición, el cambio se sitúa en la tercera derivada de ambos esquemas, vale decir, una salida de democracia avanzada, que instale un nuevo contrato social, en una perspectiva socialista.

Si en Chile, al momento del recambio del modelo neoliberal, no hay fuerza, o decisión, o condiciones, o una combinación de esas variables, y se instale un pacto social al estilo de los que sobrevinieron en Europa occidental después de la segunda guerra mundial, o se pase de un capitalismo desregulado a un capitalismo regulado, significaría simplemente una variante de lo mismo, pero no un cambio.

Apenas despuntan las crisis de paradigma o modelo de desarrollo, afloran al punto las contradicciones clásicas que definen la modernidad, y que no ha sido capaz de modificar la posmodernidad: qué tanta propiedad pública versus cuánta propiedad privada; qué participación del excedente social de la economía se apropia el capital, y cuánto es capaz de redistribuir el trabajo, y qué prevalencia del mercado, en oposición a conceptos tales como planificación y/o coordinación económica. 

Aunque a primera impresión parezca una afirmación extravagante, la derrota y el recambio del neoliberalismo, por definición, no es difícil de conseguir, lo cual, sin embargo, y simultáneamente, plantea el principal de los problemas.

Basta con que una nueva coalición política cambie la dirección de dos o tres variables fundamentales del sistema económico, como por ejemplo, revertir las privatizaciones en áreas claves de la economía; abolir la prohibición constitucional a que el Estado pueda gestionar empresas; terminar con la apertura unilateral de la economía; reintroducir medidas de protección a determinados sectores que se estimen estratégicos, y restablecer la protección a los derechos del trabajo, para pasar del capitalismo desregulado al capitalismo regulado.

No es un logro desdeñable, pero como está dicho, tampoco es un cambio.

El cambio quedó pendiente, en Chile, cuando la estrategia de un nuevo modelo económico impulsada por la conducción económica del Gobierno de la Unidad Popular, fue triturada por la confluencia de factores como la conspiración de origen externo, la agudización de la confrontación de clase, el desplazamiento del centro político hacia la conspiración, la crisis económica, la contradicción instalada en la conducción de la coalición de Gobierno, y la radicalización de las alas extremas de los contendores, entre otros. 

En esas condiciones, el programa económico del Gobierno perdió sustentación, tal como el gobierno, el proceso y el sistema mismo, vacío por el que entró de golpe el modelo neoliberal.

Casi cuarenta años después, el ciclo completa la elipse, y es el modelo neoliberal el que pierde sustentación, como una aeronave cuando entra súbitamente en pérdida, o "stall".  

En esa encrucijada histórica se encuentra Chile, y en los hechos se ha impuesto la discusión sobre el programa de un Gobierno, o más bien de un régimen, que se proponga superar al neoliberalismo.

Con todo lo polémica que pueda resultar la afirmación, la experiencia histórica de Chile proporciona una base para emprender la construcción de una alternativa, entendiendo por ello un sistema, modelo o proyecto esencialmente distinto al que hoy prevalece. No es accesorio insistir que lo contrario se reduciría al tránsito desde un sistema de capitalismo desregulado, a otro de capitalismo regulado, donde, por definición, habría más restauración que cambio. 

En la perspectiva del cambio, Chile no parte de cero. La coyuntura del colapso del modelo neoliberal, ofrece, en uno de los desenlaces posibles, la restitución de la continuidad histórica del Programa de Gobierno de la Unidad Popular, interrumpido por la intervención militar, digitada por los que impusieron, desde afuera, el modelo neoliberal.

José Cademártori, economista de vasta trayectoria, diputado del Partido Comunista en cuatro períodos por el primer distrito de Santiago, entre 1961 y 1973, y Ministro de Economía del Gobierno de la Unidad Popular, entre el 5 de junio y el 11 de septiembre de 1973, integró desde 1958, todas las comisiones que definieron el programa de tres candidaturas de Salvador Allende, así como las que han definido el programa de las candidaturas de izquierda en el período pos dictatorial; a saber, las de Eugenio Pizarro, Gladys Marín, Tomás Hirsch y Jorge Arrate.

El suyo es, por tanto, un testimonio de primera mano y de excepcional relevancia a la hora de reconstruir la trayectoria política; describir la evolución histórica del programa de la izquierda desde 1958 a la fecha, y proyectar su vigencia, en el contexto de la actual crisis global del paradigma neoliberal.  



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En la siguiente entrevista, se le formuló como primera pregunta, evocar las circunstancias y contenidos de los tres programas de Salvador Allende en los que tuvo ocasión de participar:

El proyecto económico de la izquierda

"En rigor, el proyecto de la izquierda histórica parte en 1958. No obstante ya en 1952 la primera candidatura de Allende -relativamente improvisada, sin más respaldo que el Partido Comunista y una agrupación socialista reducida- había planteado por primera vez la nacionalización del cobre, medida emblemática del nuevo modelo soberano que se proponía. La consigna tuvo eco favorable también en sectores populares que apoyaron la postulación de Ibáñez.

Al término de la presidencia de Ibáñez y gracias a las luchas populares masivas, se habían creado condiciones favorables para una propuesta programática sistemática de una izquierda fortalecida. Se reconstituyó, después de un largo período de divisiones intestinas, la unidad sindical a través de la CUT, se formó el Frente de Acción Popular (FRAP) en base a la alianza socialista-comunista, se derogó la odiosa ley anticomunista de «defensa de la democracia», se reformó el sistema electoral para acabar con el cohecho y se había puesto en marcha diversas medidas progresistas en materia de cobre, la banca, la salud y la industrialización.
    
La campaña de 1958 fue el inicio de una visión estratégica que se sostiene en una fuerza social decisiva para construir las bases del socialismo: los trabajadores asalariados como clase consciente de su papel histórico. Esto no excluía, por cierto, el importante rol del campesinado, de los profesionales y otras capas medias. Allende y el Programa Presidencial lo tenían muy en cuenta. 

A ello hay que agregar la situación internacional. En diversos países prendía la idea de que el tránsito hacia el socialismo podía albergar diversas fórmulas, variantes o caminos. Estaba la concepción de Lenin, de que no había un modelo único de socialismo. Importantes partidos marxistas se abocaron a estudiar su entorno nacional, desde donde partir para trazar la transición del capitalismo hacia el socialismo. Resultó útil considerar la historia de nuestras luchas sociales para encontrar elementos de continuidad, afianzados en nuestra idiosincrasia, geografía, tradiciones; avances como la industrialización impulsada por empresas del estado y las conquistas sociales y políticas alcanzadas.

Para la elección de 1964, la tercera candidatura presidencial de Salvador Allende, contábamos con la experiencia exitosa de las batallas libradas contra el gobierno derechista de Jorge Alessandri. Se creó el Instituto Popular donde se agruparon numerosos profesionales y técnicos que contribuyeron con sus estudios a la elaboración del proyecto del FRAP. Había triunfado la revolución cubana y sus logros influían en el continente. Observábamos las transformaciones que ocurrían en la URSS, China, Yugoeslavia y otros países. 

Un programa no se hace en el vacío, ni puede partir de cero. El cuadro internacional es ahora más importante que antes debido a la globalización y la mayor interdependencia en todos los planos. Chile tiene ahora una relación comercial y financiera con el mundo, más intensa que en el pasado. Son todos condicionantes muy importantes para cualquier propuesta programática, íntimamente ligados a la estrategia y tácticas que se pongan en práctica. Pero, siempre sostuvimos que teníamos que elaborar nuestro propio camino, «sin calco ni copia», como decía Mariátegui.
 
Finalmente llegamos al triunfo en 1970 con Allende y la Unidad Popular. El Programa se basó en lo que ya se había estudiado. Contempló lineamientos generales y además las famosas «40 medidas» que tanta importancia tuvieron en la campaña. El Gobierno Popular, en menos de la mitad de su mandato, ejecutó la mayor y más importante parte de aquellas medidas, pese al boicot de la oposición derechista. Se cumplió lo prometido: nacionalización de la gran minería del Cobre y otros recursos naturales, estatización de la banca y las telecomunicaciones, realización de la reforma agraria iniciada en el gobierno anterior, eliminación del desempleo, mejoramiento de los salarios y de las pensiones, participación de los trabajadores, ampliación de la educación y la salud pública, intensa construcción de viviendas populares y jardines infantiles". 

El programa de la izquierda en la pos dictadura

- Usted ha integrado todas las convenciones programáticas de laizquierda desde entonces. ¿Comparte la idea de que el programa económico de la izquierda es la columna vertebral de su proyecto histórico? Y si eso es así ¿concuerda que la reconexión del programa de la izquierda con la actual etapa histórica actual se dio en la convención programática del MIDA, cuyo resultado ha sido la base del programa económico de las candidaturas de Eugenio Pizarro, Gladys Marín, Tomás Hirsch y Jorge Arrate?

"El programa del MIDA se acordó para la candidatura presidencial de Eugenio Pizarro en 1993. Fue la primera ocasión- después del plebiscito que puso fin a la dictadura- en la que el sector más consecuente de la izquierda formulaba  un programa y una salida al marco institucional en el que nos había encerrado la tiranía. Nos habíamos visto obligados a levantar esa candidatura sin más aliados, en vista de la negativa de otras fuerzas progresistas (como los partidarios de Max Neff) a concordar con el MIDA un programa común.

Aunque contábamos con cierto apoyo popular, nuestra situación en esos años era muy difícil. Habíamos comprobado que la Concertación, una vez instalada en el gobierno de Aylwin, se alejaba del Programa del 90 que había comprometido- y al cual adherimos con reservas- remplazándolo por una ambigua política de «la medida de lo posible», limitada por «los consensos» con los partidos de derecha.

Los hechos posteriores demostraron que su sucesor, Eduardo Frei RT continuó esta línea. La Concertación desahució el Programa de 1990 y lo remplazó por una política ceñida a los marcos neoliberales heredados por la derecha y Pinochet.
 
En el MIDA confluyeron el Partido Comunista y la parte del MIR que se había mantenido en el MDP. El sector socialista de Almeyda que fue fundamental en la creación del MDP se había incorporado a un nuevo Partido Socialista junto con ex mapucistas y ex miristas.

Se constituyó un «renovado» PS que privilegió la alianza con la DC, en lugar de la anterior unidad PC-PS. Se aceptó así la exigencia de la DC de excluir al PC de cualquier alianza democrática. El MIDA fue el único sector político que mantuvo la llama del allendismo, a pesar de la desfavorable realidad que entonces vivíamos. Ya se había producido el colapso de la URSS y de los países socialistas europeos, entre otros factores que repercutieron en la crisis a nivel mundial de la izquierda, del movimiento obrero y de su fuerza sindical.

Después de haber resistido heroicamente la salvaje represión pinochetista, el Partido Comunista chileno soportó estoicamente este nuevo período de notorio retroceso. Entretanto elaboró un nuevo Programa de Partido a partir de las emergentes realidades nacionales y mundiales. El Partido asumió la crítica y la autocrítica del socialismo burocrático y formuló explícitamente su concepción del socialismo democrático para Chile.

Allí se estableció la tesis de que la contradicción principal del período a ser resuelta era, entre el sistema neoliberal que había impuesto la dictadura y que la Concertación había acabado por consentir e incluso profundizar y un nuevo sistema democrático participativo que el pueblo de Chile necesitaba para recuperar sus derechos y conquistas sociales y económicas. Con estas premisas fue elaborado el Proyecto del MIDA, en cuya redacción final intervino Pedro Vuskovic, el último de sus valiosos aportes.

Participé en la convención programática que el MIDA realizó en el edificio Gabriela Mistral. Mi exposición consistió en un pormenorizado recuento de las diferencias entre el Programa inicial de la Concertación y lo que efectivamente se había realizado en el  gobierno de Aylwin. Mostró sus carencias y desviaciones y por tanto, la necesidad de cumplir con los cambios prometidos.

El programa del MIDA fue confeccionado con el aporte de sectores de base, de Santiago y de regiones. Se amplió la participación,  en comparación con los anteriores en los que intervenían fundamentalmente, núcleos profesionales y activistas. El proyecto del MIDA tuvo ese mérito.

Seis años después, en 1999, las condiciones políticas no habían cambiado esencialmente. Nos vimos en la necesidad de levantar la candidatura presidencial de Gladys Marín, en vista de que la Concertación y su candidato Ricardo Lagos mantenían sus propuestas dentro del  marco institucional pinochetista, prefiriendo el consenso con la derecha y negándose a ampliar la alianza con la izquierda. En Chile se estaban manifestando los efectos negativos de la crisis asiática, consecuencia de la globalización neoliberal a la que el país había sido sometido. El Programa de Gladys Marín recogía los cambios que el descontento popular estaba reclamando.

Al término del gobierno de Lagos, a pesar de algunos acotados logros positivos, seguían pendientes problemas básicos heredados de la dictadura, como el sistema electoral binominal, el deterioro de la enseñanza y de la salud pública y el encarecimiento de la privada, las miserables pensiones de las AFP, la discriminación tributaria y el código laboral pro-empresarial y la ausencia de valor agregado en las exportaciones.

La Concertación, pese al descontento y a las críticas internas, sostuvo que la Constitución había sido democratizada, y que no se necesitaban nuevas reformas. Por tanto, el Partido Comunista, los Humanistas y la Izquierda Cristiana, unidos en el Juntos Podemos Más, levantamos la candidatura de Tomás Hirsch. Su Programa, convincentemente defendido en la campaña electoral, profundizó las críticas al modelo vigente y actualizó los planteamientos del MIDA y de Gladys Marín.

Ante el serio peligro de derrota a manos de la Derecha, la Concertación y su candidata Michelle Bachelet comprendieron que para vencer en la segunda vuelta debían aceptar algunos puntos  programáticos del Juntos Podemos. Sin embargo, en el cuatrienio de la Presidenta, aunque se lograron algunos mejoramientos como en las pensiones y la educación pre-escolar, importantes otras reformas educacionales, en el transporte público, para superar las desigualdades sociales, restablecer derechos laborales, proteger los recursos naturales y otras sostenidas demandas populares siguieron pendientes, pese a la buena evaluación que tuvo su gestión personal.

En la siguiente elección presidencial del 2009, la Concertación y su candidato Eduardo Frei RT, se abrieron a considerar algunas reformas al sistema neoliberal y a buscar una alianza más amplia con la izquierda, Sin embargo, el descontento con la Concertación había llegado a un punto crítico.

El PC y la izquierda unitaria levantaron nuevamente su alternativa de cambios. Más elaborado y mejor fundamentado esta vez, el programa de la candidatura de Jorge Arrate insistió y profundizó en los cambios estructurales, incluso el remplazo de la constitución pinochetista. Pese a los esfuerzos por unir en la segunda vuelta a todas las fuerzas progresistas, no todas comprendieron el peligro del retorno al poder de los que gobernaron con la dictadura. La Concertación fue derrotada. La derecha volvió a La Moneda, después de 20 años de haber sido desalojada. 

Piñera y la Coalición RN-UDI han experimentado en carne propia el repudio que despiertan sus intentos de ampliar o mantener el modelo  neoliberal para el provecho de una ínfima fracción social. Una mayoría nacional expresa su profundo malestar con todo el régimen vigente y con la «clase política» que lo sustenta. Se ha producido un masivo repudio  en las calles, en las grandes ciudades y en pequeños centros urbanos, así como en las encuestas, a favor de  cambios de fondo en las estructuras políticas y económicas. La derecha y su gobierno han sufrido una contundente derrota en las elecciones municipales. Se habla de crisis de las  instituciones, de que el país entró en un nuevo ciclo político. La ocasión es propicia para dar pasos más firmes en un proyecto para un gobierno de nuevo tipo, acorde con las demandas ciudadanas".

La crisis de la hegemonía neoliberal

-¿Cree usted que, como en otras partes, la irrupción de potentes movimientos sociales presenta una relación de tipo causa-efecto con la crisis del modelo neoliberal?

"Lo que ha madurado en la conciencia de grandes masas del país es el  rechazo categórico al modelo neoliberal, al abuso de los monopolios, al aumento de las desigualdades sociales y económicos, a la impunidad y los privilegios  para unos, prohibiciones y sanciones para el resto, acumulación de riquezas en una minoría, sacrificios y postergaciones para la mayoría. Hay desafección ante un sistema, una «clase política» que favorece este estado de cosas y no permite ejercer la soberanía popular para cambiar este modelo mercantilista y concentrador. Eso hay que tenerlo en cuenta, porque si bien es cierto el paradigma neoliberal ha perdido la adhesión mayoritaria de la población que tuvo en algunos momentos, se requiere trabajar más y mejor, con los propios ciudadanos en las vías de salida, en las soluciones para cada uno de los temas más urgentes y maduros.

Lo importante es que la gente ha captado que el problema de la educación es un nudo. La educación ha sido siempre una preocupación del movimiento popular chileno, desde que los profesores y los estudiantes empezaron a organizarse en las primeras décadas del siglo pasado. El Presidente Aguirre Cerda sostenía que «gobernar es educar». Lo nuevo es que el modelo neoliberal chileno entra en crisis al provocar en materia educacional una situación desesperante para grandes sectores sociales, por la discriminación, el alto costo, las deudas, la incertidumbre del futuro profesional, la mala calidad de la educación pública, la subvención escolar convertida en un negocio, universidades que obtienen un lucro ilegal y la insensibilidad de los gobiernos.

El sistema educacional de libre mercado ha hecho crisis, siendo un nudo donde se concentran muchas contradicciones. Es un gran tema pendiente, el que la Derecha y Piñera han eludido. No se puede cumplir con las demandas de los estudiantes, sin modificar otras cosas tanto o más importantes. La inteligencia de los estudiantes es que captaron muy bien la raíz del problema al poner en el centro el tema del lucro, la gratuidad de la educación pública y luego cuando plantearon una reforma tributaria drástica. De allí la discusión pasó a las reformas políticas, al binominal, la Asamblea Constituyente. Todo lo cual  trajo al centro del debate otro tema crucial, como es la distribución del ingreso. Los temas están relacionados y han aparecido  de una manera muy natural, al ampliarse la conciencia de la gente". 

La “vanguardia” latinoamericana

-¿Comparte la idea de que los procesos de emancipación que hoy cursan en América Latina, reivindican, por así decirlo, la vigencia de la vía imaginada por Salvador Allende, en el sentido de construir mayorías para instalar en el espacio institucional, reformas que mejoren la correlación, con perspectiva de un programa económico socialista? 

"La revolución bolivariana, la cual abrió en 1999 una nueva etapa en el continente, confirmó importantes tesis que sustentaron la vía chilena al socialismo, aunque ésta no se consolidó en este primer intento. Primero, que la izquierda puede llegar gobierno, como parte del poder político, mediante la vía electoral. Segundo, que es posible realizar reformas de fondo, dentro de los márgenes constitucionales, ampliándolos cuando es necesario, con el apoyo de la mayoría de los ciudadanos. Tercero, una vez alcanzado el triunfo, hay que afirmarse contra las arremetidas de la oligarquía furiosa y la amenaza latente del golpismo, en sus diversas variantes.

En esto, la experiencia venezolana ha sido muy aleccionadora. A pesar de que a Chávez lo sorprendió el golpe de 2002, tuvo, no sólo el apoyo popular activo e irrestricto, sino también de una gran parte de las FF.AA. con lo cual fue restituido en el poder. En otros países latinoamericanos las FF.AA se han subordinado a los nuevos gobiernos progresistas electos. La última reelección de Chávez,  catorce años después de su primera victoria electoral, demuestra su potente respaldo popular, ante una oposición unida y organizada.

Después de Chávez triunfaron movimientos democrático-progresistas en Brasil, con Lula y Dilma Rouseff; en Bolivia, con Evo Morales: en Argentina, con Kirchner y Cristina Fernández; en Ecuador, con Rafael Correa; en Uruguay con Tabaré Vázquez y José Mujica; y Nicaragua con Daniel Ortega. Esto no quiere decir que nunca más se van a repetir otros intentos golpistas; de hecho, ya hemos visto varios: Bolivia y Ecuador, donde fracasaron y Honduras y Paraguay, donde tuvieron éxito. Ni tampoco quiere decir que alguno o más de estos gobiernos no pueden ser derrotados en las urnas.

Chávez partió bien con la formulación de la revolución bolivariana al recuperar y actualizar conceptos democráticos-republicanos de Bolívar que habían sido dejados de lado por los historiadores oficiales. La defensa de los pueblos indígenas y de origen afro y las reivindicaciones de los campesinos pobres. Tomó todos los conceptos avanzados que había en el pensamiento de Bolívar. La revolución bolivariana es una revolución democrática moderna, nacional, con la mira puesta en la unidad continental de nuestros pueblos, en su independencia, en la formación de una comunidad de naciones latinoamericanas y caribeñas.

En Venezuela no había muchos estudios previos sobre estrategias y objetivos de mediano y largo plazo. Chávez fijó luego su objetivo en lo que llamó «el socialismo del siglo XXI». Un análisis atento de las ideas de Marx y Lenin revela que ellos utilizaban las categorías históricas de «etapas» y de «períodos de transición».

Marx sostuvo que el socialismo era un período de transición; había que distinguir la etapa en que el comunismo se construye con sus propios pies, o sea, desde el socialismo ya desarrollado, de una etapa previa, en la que se empieza a construir las bases del socialismo, a partir del capitalismo. Los comunistas chinos utilizan los términos, «etapa primaria» del socialismo y etapa desarrollada y antes, ellos mismos, más los vietnamitas y otros partidos asiáticos se refieren también a la etapa de la revolución democrática, como previa al socialismo.

El concepto de transición también se puede aplicar a la actual etapa histórica que vivimos en Latinoamérica. El paso del capitalismo transnacional, monopolista y neoliberal hacia una etapa democrática pre-socialista, en el que subsiste un sector capitalista, pero con un estado activo y creador que empieza a subordinarse a una sociedad democrática participativa, un estado para reducir y limitar el poder de los monopolios y las transnacionales y construir las bases de una sociedad socialista. Esta visión que Allende compartía parece plenamente vigente.

El período que estamos viviendo en América Latina nos da fundamento para tesis como son, la diversidad en las vías y ritmos del proceso de transición para la salida del neoliberalismo; la posibilidad de que por la vía no armada, sin guerra civil, con el respaldo de una mayoría ciudadana unida y activa, se pueda avanzar en el período de transición. Se podría definir el carácter de esta etapa como de «coexistencia contradictoria de las clases en pugna». Así lo veía Lenin cuando decía que en este período, más o menos largo, se resolvería el dilema de «quien vence a quien, la burguesía o el proletariado».

Tales visiones se oponen a planteamientos de teóricos de ultra izquierda que exigen, sin contar ellos con respaldos masivos, la instalación inmediata del socialismo, sin decir en qué consiste esa implantación ultra rápida; o bien que exigen la expropiación total, sin indemnización, de toda la propiedad burguesa, incluso la pequeña y mediana. Reproducen la consigna estalinista de «la liquidación de la burguesía» como clase, en su totalidad, sin importar ni esperar que la sociedad socialista estuviera ya desarrollada. También se oponen al proceso de transición, las consignas neo anarquistas que rechazan todo papel del estado, de los partidos, de los sindicatos, como instrumentos indispensables en la lucha de clases o que sostienen ingenuamente que el socialismo se puede construir espontáneamente, por sí solo, en la base social, por grupos autónomos.

De acuerdo a las particularidades de cada país hay diferencias entre lo que se está construyendo en Venezuela y lo que se está realizando en Ecuador, Bolivia, o con rasgos más atenuados, en Brasil, Uruguay, Nicaragua y Argentina. No es igual la velocidad e intensidad de las reformas. A veces surgen o se agudizan contradicciones «en el seno del pueblo». Sin embargo, todos tienen en común que las fuerzas de derecha, las oligarquías desalojadas del poder político y sus medios de comunicación se oponen sistemáticamente a esos gobiernos y cuentan con el apoyo de las transnacionales y sus gobiernos.

En cambio, en todos los casos, tienen en común el apoyo de sus mayorías ciudadanas para las reformas profundas: efectivas medidas de bienestar y justicia social concretas, política exterior soberana, apoyo decidido a la integración económica latinoamericana, ayuda mutua, independencia frente a las grandes potencias y rechazo a los golpes de estado. Hay que mirar la experiencia de los demás, pero hay que partir de la evolución histórica propia para iniciar el proceso".

La vigencia del programa económico de la izquierda

-En su libro El Gobierno del Presidente Salvador Allende 1970-1973: Una Evaluación, Gonzalo Martner sintetiza el proyecto económico de la Unidad Popular en seis ideas fuerza. ¿Considera usted que, debidamente actualizadas, esas seis ideas fuerza conservan su vigencia en el programa económico de la izquierda para el período pos neoliberal? ¿Cómo visualiza usted las condiciones políticas en que se va a desenvolver dicho proyecto?

“Efectivamente, esas ideas-fuerza, referidas a la estructura económica, siguen siendo actuales: 1) La nacionalización del cobre y otras riquezas naturales, contemplada en la Constitución del 80 fue desvirtuada por la concesión plena y la apropiación transnacional de un 70% de la producción. Es necesario recuperar esos yacimientos. 2) La reforma agraria fue desviada, reconcentrando la propiedad de la tierra. Se requiere una nueva reforma para devolver al campesinado el acceso a la tierra y al agua. 3) Los monopolios del comercio, la industria y la banca deben ser contrarrestados por diversos medios. 4) La redistribución del ingreso nacional continúa siendo indispensable, pues las desigualdades son mayores a pesar de la riqueza acumulada 5) Lograr un mayor desarrollo, agregando “sustentable”, y con estabilidad, mediante producción de mayor valor agregado, es un objetivo pendiente y 6) La ampliación de las relaciones económicas internacionales, más que un asunto geográfico choca actualmente con tratados que perjudican nuestra soberanía.

A más de 40 años de distancia de su formulación y por las transformaciones dramáticas y profundas que han ocurrido en el mundo y en Chile, sin duda se requieren actualizaciones y adecuaciones.

Para esto debemos tener en cuenta las condiciones orgánicas en que se encuentran las fuerzas sociales y políticas llamadas a llevar a la práctica esas ideas. Nuestras debilidades son mayores y nuestras fortalezas menores que las que tenía la Unidad Popular en 1970. El derrumbe de los estados  socialistas de Europa no sólo afectó a esos países. También perjudicó a las fuerzas democráticas y socialistas de muchas naciones europeas, africanas, asiáticas y de América Latina. Los partidos agrupados en las internacionales, la socialdemócrata y la demócrata cristiana se adaptaron a la ideología neoliberal capitalista y renunciaron a la perspectiva socialista o a la sociedad comunitaria.

Aceptaron una hegemonía norteamericana en decadencia y guerras de agresión que violan los derechos humanos y de las naciones. Los trabajadores perdieron numerosas conquistas, el poder de la organización sindical y quedaron en la indefensión ante la ofensiva del capital. No se puede desconocer que eso tuvo consecuencias negativas en todas las fuerzas de izquierda y en la propia clase obrera. Es un factor que pesa todavía, pero no tanto como para impedir la recuperación. Es lo que ha ocurrido en la primera década de este siglo en nuestro continente. Se desataron grandes movilizaciones contra la globalización transnacional, nuevos movimientos contra los efectos de las crisis globales, las políticas de austeridad, incluidos la defensa del medio ambiente, los derechos de los pueblos originarios y de otras minorías, etc. La envergadura del movimiento por la educación pública en varios países, vinculado a la crisis económica y financiera internacional es otra prueba de la recuperación. Estamos obligados a medir bien los pasos, en qué dirección y las alianzas necesarias y posibles. 

Tenemos la formulación de un Gobierno de Nuevo Tipo para el 2013-2017. No se podía decir más en ese momento. Los resultados de las elecciones municipales de octubre 2012 han confirmado las buenas perspectivas para la oposición a la derecha en el gobierno, para las fuerzas democráticas unidas y para un giro hacia reformas de fondo. Un giro a la izquierda y no a la derecha, tampoco para mantener el sistema existente. No significa un gobierno de izquierda, solitario y aislado, y con  un centro y una  derecha, en contra.

Es lo que buscará la oligarquía. Alianza del centro con la izquierda, coalición de centro e izquierda, pero no para mantener los postulados neoliberales. Se podrá precisar más en los meses venideros cuando se presenten, discutan y acuerden los programas, la estrategia, las alianzas y se alineen las fuerzas políticas. Lo que está claro es que ya no es posible un quinto gobierno de la Concertación, igual a los anteriores.

Se necesitará un gobierno de una nueva coalición política social, que incluya a todos los partidos, corrientes y movimientos sociales dispuestos a luchar por un programa de transformaciones políticas y sociales. Tendrá que ser un gobierno de una mayoría ciudadana activa y participante, que se exprese no sólo en el Ejecutivo, sino también en el nuevo Congreso. «Nuevo Tipo» significa un gobierno, atento a escuchar y acoger las demandas de los movimientos. Nuevo gobierno y nuevo Congreso con mayoría clara que ponga fin a los  «consensos con la derecha», para no frustrar los cambios impostergables. 

De ahí para adelante, las condiciones políticas y su orientación van a determinar hasta dónde podemos llegar. Sabemos que tenemos una camisa de fuerza, que es la Constitución pinochetista y un sistema electoral que la protege. Sin modificarla en sus disposiciones fundamentales no se puede avanzar en la solución de una serie de problemas que están a la orden del día.

Ahí hay un nudo central que no existía antes. Con todos sus defectos y anacronismos, la Constitución de 1925 era bastante más flexible que la actual. En rigor, la Constitución de 1980 fue un retroceso de décadas, destinado a blindar el poder  de una oligarquía enriquecida con la dictadura. Tuvieron el tiempo y la fuerza represiva para poner los candados, a que se refería Volodia Teitelboim.

El problema político de cualquier programa para realizar las reformas en el plano económico, es cómo abrir o romper esos candados.

Si hablamos de renacionalización de nuestro cobre, en el tiempo de Allende se crearon todas las condiciones para una relativamente fácil reforma constitucional, que significaba modificar dos o tres artículos. Ya se había relativizado el principio del derecho de la propiedad privada de los medios de producción que es un elemento central de las constituciones burguesas.

A raíz de la lucha por la reforma agraria, se estableció que el derecho de propiedad está limitado por «la función social» que debe cumplir. Esa frase fue clave y abrió el camino para la reforma agraria y más tarde para la nacionalización de la gran minería. Pero la dictadura, mediante la Constitución del 80 reforzó, remachó la propiedad capitalista.

Todos los cambios que necesitamos chocan con ese engendro. Las llamadas leyes orgánicas, con sus quórum súper mayoritarios lo impiden. Si hablamos de renacionalizar el cobre, el camino es una reformulación del capítulo correspondiente, para eliminar la trampa que introdujo José Piñera. Ya sea que el Tribunal Constitucional, a requerimiento del nuevo Gobierno, o del Parlamento, se pronuncie y declare inconstitucional la enmienda Piñera de «la concesión plena» por violar el principio de que los minerales son propiedad del Estado y anule de un golpe todo lo pasado. O bien que mediante plebiscito nacional se introduzca la derogación de dicho engendro. Puede haber otras salidas. 

Es interesante ver que este tipo de problemas se le presentó a Chávez desde el primer minuto. Pero él decidió llamar a un plebiscito para preguntarle a la ciudadanía si quería reformar la Constitución. Incluso eso no estaba permitido según el Congreso con mayoría opositora que intentó impedirlo, pero fracasó. Chávez ganó de manera muy clara y puso en marcha el mecanismo de la Asamblea Constituyente. En Ecuador, el proceso fue más o menos parecido, pero resultó más fácil por diversos motivos, lo mismo que en Bolivia, donde también hubo Asamblea Constituyente para una nueva Constitución. También en Brasil se reformó la Constitución de la dictadura militar. En Chile la Constitución no puede reformarse porque la derecha, aunque esté en minoría en el Congreso, puede impedirlo. La Asamblea Constituyente no es ningún “fumadero de opio”, sino la más legítima expresión de la soberanía popular. 

También podríamos empezar por una reforma drástica al sistema electoral, que se aplique para las elecciones de 2013, sin tener que esperar cuatro años más. Pero es difícil".

Dialéctica entre lo posible y lo necesario

¿Cuáles reformas, cree usted, estarían al alcance del eventual primer gobierno del pos neoliberalismo?

"Un cambio en la legislación laboral. Es una necesidad imperiosa. La reforma de la legislación laboral, la reformulación del Código del Trabajo, la recuperación de los derechos sindicales debe estar presente en el discurso presidencial y el programa de la centroizquierda. La CUT y todo el movimiento social deben involucrarse activamente. Los trabajadores asalariados deben formar la columna vertebral del respaldo al gobierno de nuevo tipo.

También un cambio del sistema de previsión. Tenemos que llegar a una reforma total, aunque no sea en un solo paso. Los ahorros previsionales están a merced de las maniobras especulativas cada vez más inciertas y son vulnerables a crisis de los mercados financieros.

Esos ahorros que pertenecen a los trabajadores son administrados a un costo excesivo por grupos financieros privados. Hay que aprender de la experiencia de los países que están volviendo a la previsión pública total o con una AFP estatal predominante. Hay que asegurar que las pensiones no partan deterioradas y tengan una relación justa con los sueldos en actividad. Puede ser la vuelta al sistema de reparto, o también un sistema de capitalización colectiva, cuyas  reservas financieras se utilicen en inversiones productivas rentables, seguras  y en  nuevas industrias prioritarias. 

Una reforma tributaria. Es evidente su necesidad y urgencia. Los grandes cambios requieren cuantiosos nuevos recursos fiscales. El estado necesita fuertes aumentos en su financiamiento, tal como ocurre en otros países similares para contrarrestar el predominio del libre mercado y los monopolios. Esos recursos existen pero se acumulan en las cuentas de una minoría de multimillonarios. En el Gobierno de la Unidad Popular no pudimos llevar a cabo una reforma tributaria. La Derecha se opuso cerradamente y arrastró a la Democracia Cristiana y a un sector radical. Sumados tenían la mayoría del Congreso. Eso fue uno de los factores que nos creó dificultades, pues impidió mantener los equilibrios financieros y fiscales. Por eso se requiere asegurar una mayoría contundente en el Congreso y un firme compromiso de toda la oposición para llevarla adelante".

Fortalezas y debilidades del programa de la izquierda

¿Qué podría decir, en un  análisis de fortalezas y debilidades, de esta eventual coalición, para emprender el proyecto de cambio?

"La principal característica del momento en que iniciamos este giro político hacia un Gobierno de nuevo tipo, es el hecho que no contamos con la cohesión  programática que la izquierda tuvo en esa época. Pero puede reconstituirse. No estamos ahora ante la perspectiva de un gobierno como el de la Unidad Popular. El PS privilegia el entendimiento con la DC antes que con el PC. Más allá del PC que avanza en la recuperación de anterior alta influencia, tenemos la Izquierda Ciudadana que comparte la idea de una oposición unida para ganar el nuevo gobierno. Pero, además hay una serie de pequeños partidos inscritos que participaron en las últimas elecciones municipales, como los humanistas, el PRI, el PRO de Enríquez Ominami, el Partido de la Igualdad, el MAS de Navarro. Si todos ellos se definen por integrar una nueva alianza de centro izquierda, serían un aporte muy positivo. De otro lado, es evidente que hay sectores de la Concertación, que no quieren romper lazos con la derecha y resisten las reformas de fondo. Pero ahora prevalecen quienes aceptan una coalición con los comunistas y toda la izquierda.

Tenemos que trabajar en otras condiciones con nuevas demandas sociales. La «clase  media» no es un todo homogéneo. Está el C1 más identificado con las cúpulas económicas, el C2, propiamente al medio y el C3, más cercano al  numeroso contingente de trabajadores empobrecidos del D y E.

Las capas medias en sus variados segmentos distintos, con problemas específicos, no son tomadas en cuenta en los asuntos de gobierno, en la elaboración de las leyes. Nuevas generaciones de profesionales y técnicos han mejorado sus ingresos familiares, pero trabajando duramente ambos cónyuges, sin descanso ni vida familiar adecuada. Han adquirido un auto a crédito, pero no siempre pueden usarlo por los crecientes costos de mantenimiento; o cuentan con una vivienda, pero hipotecada y susceptible de perder. En grandes sectores de todas las capas medias, hasta en parte del segmento C1, hay malestar por la vida acelerada a que los obliga la competencia desenfrenada.

Una vida llena de inseguridades ante las enfermedades, los accidentes, el acceso a la educación, la delincuencia, la inestabilidad familiar, las crisis medioambientales, la insuficiencia de las pensiones y el abandono de los adultos mayores. Uno puede adquirir muchos bienes durables, pero de la noche a la mañana puede quedar sin empleo, perder lo adquirido, como ya pasó con la crisis asiática, que castigó duramente a sectores de ejecutivos medios, incluso altos. Tuvieron que vender sus casas y salir de La Dehesa,  sacar a sus hijos de los colegios caros para ponerlos en liceos, estuvieron meses y meses cesantes, etc.

Son componentes importantes de la calidad de vida: la inseguridad y la incertidumbre acerca del futuro, los miedos, de que habló Benedetti. Es la precariedad, en que viven jóvenes y adultos mayores. Los críticos del modelo neoliberal lo veníamos observando hace tiempo y ahora estamos viendo cómo muchos, sobre todo los jóvenes de los barrios pobres se rebelan. Una indignación, una rabia que en algunos grupos llega hasta la violencia irracional,  al vandalismo a un estado de anarquía generalizada, lo cual podría terminar en una regresión conservadora, represiva, en busca de seguridad y que nuevamente vuelva a apartar a los sectores medios de la perspectiva del cambio político y social progresista.

- A propósito de lo mismo ¿qué análisis de clase le sugiere el actual cuadro político?

"Hay que hacer un ejercicio permanente sobre eso, porque es fundamental. Las contradicciones de clases mueven la historia. La clase obrera -comprendiendo a obreros manuales y empleados asalariados- está debilitada, eso está claro. Pero en Chile y en otros países han aparecido  nuevas formas de lucha de los asalariados, artesanos, campesinos, indígenas, a las cuales han llegado por necesidad, porque los cambios en la estructura económica y en las empresas transnacionales han debilitado el tipo de sindicalismo «corporativo», reducido al contrato indefinido que es minoría que se centra fundamentalmente en mejorar los convenios colectivos alrededor del salario, los bonos y de unas cuantas cosas más. Una gran parte de los trabajadores no acceden a estos convenios con el capital, por sus contratos o trabajos temporales. Aquí no hay sindicatos ni derechos sindicales. Hoy las  huelgas y las nuevas formas de lucha se concentran en el sector del subcontrato, en servicios claves o ramas básicas, como la minería, la forestación, el cultivo del salmón, el transporte, comunicaciones, salud, puertos, etc. Causan más conmoción social. Están también las acciones conjuntas territoriales, multigremiales que han demostrado su fuerza. Son, un enfrentamiento directo con la autoridad política, y a veces, cara a cara con las fuerzas policiales que las reprimen. Están los movimientos regionales, donde los obreros son parte importante, pero no la única.

Vuelven viejos métodos como las tomas de fábricas, escuelas, o el cerco de plantas; nuevos métodos, como los cortes de rutas, atochamiento de autopistas, puentes y de caminos, ejercidos por pequeños y medianos empresarios en lucha. Lo practicaron los piqueteros argentinos y contribuyeron a poner fin al neoliberalismo en Argentina. Y ahora lo están haciendo en Europa. En Francia han surgido otras formas, como el secuestro de ejecutivos. Toman al gerente, lo encierran 24 o 48 horas; no le hacen nada, pero los  obligan a oír sus reivindicaciones. Consiguen algunos objetivos.

Hay que valorar estas nuevas manifestaciones de la resistencia al modelo actual y procurar ejercerlas con flexibilidad y encauzarlas adecuadamente. Los mismos estudiantes están buscando nuevas formas de lucha que no se repitan, que no se desgasten. Hoy la clase asalariada está más diversificada, hay obreros manuales y administrativos, simples operarios y especializados, técnicos y profesionales. Aumenta la presencia de la mujer trabajadora con sus demandas específicas y en la dirección de las organizaciones. Eso no contradice para nada las leyes fundamentales de las contradicciones de clase. Antes, la huelga económica tenía una urgencia porque con la inflación el salario se desvalorizaba con rapidez. Hoy se ha logrado controlar en parte la inflación, en no pocos convenios rigen reajustes automáticos periódicos. Pero, de todos modos, el salario ha perdido participación en la repartición de los ingresos, a favor de las ganancias, las rentas y los intereses del capital.

En suma, hay fortalezas que hoy pueden jugar un papel importante en el cambio del modelo. Una fortaleza es el conocimiento y la experiencia de los fallos cometidos. Por ejemplo, en el Gobierno de la Unidad Popular cometimos un error en el programa: se decía que cada cinco por ciento de inflación habría reajuste de salarios. Eso era arriesgado, cuando la inflación se disparó. Hubimos de enfrentar la desestabilización, el sabotaje y el acaparamiento y una inflación creciente, sin poder controlar todos los mercados, sin facultades legales ni nuevos recursos. La necesidad de cuidar los equilibrios macroeconómicos es una lección que aprendimos en la práctica. Felizmente los nuevos gobiernos progresistas del continente también han aprendido. Entre ellos, llama la atención el buen manejo financiero que ha conseguido Bolivia.

Así han logrado controlar la inflación, evitar la desestabilización y crear reservas para tiempos difíciles. Hoy cualquier programa de un futuro Gobierno tiene que tener en cuenta esos equilibrios. No sólo por razones económicas, sino que políticamente, los desequilibrios incontrolados pueden llegar a ser un factor explosivo. Uno puede controlar las variables económicas internas y contrarrestar las crisis de origen externo.

En el cuadro de globalización en que estamos, la crisis europea del euro, continuación de la gran recesión, está afectando a China que había sobrepasado bien las anteriores. También nosotros estamos sintiendo los primeros efectos, podemos resultar contagiados en los próximos años y hacer más difícil cumplir los compromisos programáticos. Por tanto, los reajustes, los aumentos de sueldo y los gastos sociales tienen que estar bien calculados y financiados. De ahí la importancia de hacer una efectiva reforma tributaria y las medidas respecto al cobre para aprovechar bien los nuevos recursos que puedan lograrse.

Para completar el análisis, diría que hoy tenemos un cuadro social e ideológico muy distinto a los años sesenta, en el que la juventud estaba más politizada y tomaba partido por una u otra ideología. Ahora tenemos un gran sector de la población que se decidió por una abstención sin precedentes en las elecciones municipales, que no toma partido por ninguna de las posiciones en pugna. Una  parte sí participa y está dispuesta a luchar por causas concretas y específicas que les parezcan justas. De allí que ahora el programa de gobierno debe ser lo más concreto y específico posible. Existe un segmento de jóvenes que se inclinan más a la izquierda que a la derecha, pero más por instinto que por razonamiento. Mediante un diálogo sistemático y permanente, basado en hechos y evidencias, sin ocultar o negar errores y en una relación de respeto mutuo, es posible ganar a esa juventud, ahora escéptica para la propuesta del cambio".   

Salida a la crisis neoliberal

- Si la actual crisis del modelo neoliberal se profundiza y deviene en crisis sistémica, ¿cuál de las salidas siguientes considera más probable entre una regresión autoritaria, un régimen de compromiso, que deje las cosas más o menos donde mismo, y salida avanzada, con perspectiva socialista?

"Son tres alternativas. Pero yo agregaría una cuarta como muy probable en el futuro inmediato: Una salida progresista del modelo neoliberal actual. La estructura que vaya surgiendo mediante las reformas que están a la orden del día, será distinta de la actual. El capitalismo ya no será el mismo, tendrá sus limitaciones, los monopolios estarán constreñidos, entretanto se construye, a través del estado y la base social, un nuevo régimen. El tiempo y la ciudadanía dirán cuándo y cómo se avanzará  en la perspectiva socialista". 

- Supongamos que se impone esa salida progresista. ¿Considera vigente la propuesta económica estratégica del programa de la Unidad Popular de las tres áreas de la economía?

“Sí, creo que ese es un modelo válido para el primer momento de la transición, y por un largo período, mientras no se consoliden otras relaciones sociales de producción. Pero en la actual etapa, todo pasa por un papel más activo del Estado, mucho más que en una simple regulación; es decir, que prohíba esto o limite esto otro, o que ponga precios, cosas que no las negamos, ni mucho menos, pero que están ligadas con la cuestión del burocratismo, que quita eficacia. En cambio, si aprendemos a manejarnos mejor en un nuevo sistema económico, con gente leal y de confianza, y no que se vaya a corromper, que se puedan manejar en empresas mixtas, y otros que aprendan a manejar las empresas del Estado con todas las técnicas modernas que hoy existen, es fundamental. En ese sentido, tenemos una buena experiencia histórica, desde la época del Frente Popular, desde la creación de la CORFO para adelante. Como sabemos, la CORFO creó todas las grandes empresas del país. Más allá de lo que digan los supuestos especialistas, esas empresas se manejaron bien. ENDESA, ENAP, CAP eran tremendamente eficientes”.

- Ese mismo Gobierno progresista ¿debería renacionalizar los recursos naturales y reestatizar las empresas de los sectores estratégicos y servicios básicos?

Sí, es absolutamente necesario. Para tener palancas de manejo, y poder dirigir la economía, se necesitan ciertas fuerzas y recursos. Lo voy a ejemplificar con un dato que es clave en la economía. En la época de Frei, que estaba influenciada por los movimientos e ideas progresistas, el gobierno terminó su período con una relación entre inversión pública y privada, aproximadamente de 50 a 50%. De cien pesos que invertía el país, 50 eran financiados por el Estado, de alguna u otra manera, y los otros 50 eran financiados por el capital privado, nacional o extranjero. Si bien nadie lo ha calculado con exactitud, mi apreciación es que esa proporción es hoy de 80 a 20. Ochenta por ciento privado y veinte estatal. Ningún Gobierno que quiera hacer cambios profundos con perspectiva al socialismo, puede avanzar con esa proporción de recursos, porque si se produce lo que en literatura económica se denomina huelga de capitales, y el Estado no lo suple, la economía del país se nos viene abajo. Eso lo vivimos durante la Unidad Popular, y puede volver a aparecer: una oposición de derecha encabezada por los empresarios. También sabemos que el lock out patronal se combate con la participación de los trabajadores, pero desde el punto de vista financiero, en cuanto a las inversiones, hay que llenar esa brecha de la manera más rápida posible, y pasar de ese 20 o 30% que tenemos hoy, por lo menos a 50%, y de ahí un poco más. Para eso no es necesario estatizar todo, ni mucho menos. Son las grandes empresas las que juegan el papel fundamental. En el programa de la Unidad Popular, el área de propiedad social era un número acotado de empresas. Sucedió que la presión social, por la dinámica que se produjo, sobrepasó el programa, y se tomaron muchas empresas, la mayor parte de ellas sin ninguna importancia para la economía nacional. Ese error no podemos volver a cometerlo. 
En términos programáticos, no es mucho más lo que podemos avanzar, porque como ha salido varias veces en la conversación, el cuadro es muy difuso y no tenemos claridad sobre lo que realmente se va a poder hacer. Con todo, soy optimista en cuanto a que están maduras las condiciones en una serie de aspectos para empezar por lo menos y resolver el nudo, es decir, reventar los candados.

Hay un tema que no sale mucho en los pronunciamientos, porque tiene un carácter más técnico y es más difuso de entender, que es la estructura económica a la que aspiramos. Hace pocos días puso el dedo en la llaga un economista venezolano de apellido Hausmann, amigo de Carlos Ominami, y en ese tiempo, como él, pro mirista. Hoy apoya al candidato opositor a Chávez.

Sin embargo, en una exposición que hizo en Chile, formuló una crítica fundamental al modelo chileno, que es su incapacidad de crear bases sólidas para una nueva estructura, de país desarrollado, o hacia el desarrollo. Habló de la poca diversidad productiva y exportadora de Chile, lo cual hemos dicho muchas veces. Yo creo que los más inteligentes entre los neoliberales, se dan cuenta de esto, pero como no pueden hacer nada al respecto, se dedican a repetir consignas”.

Socialismo y mercado

- Avancemos un paso, en el plano teórico, y supongamos que ya superamos la etapa de transición de un gobierno progresista a uno de perspectiva socialista ¿qué hacemos con el mercado? 

“Es un tema que se discute mucho, y cada cual tiene su opinión. Mi opinión es que por un largo período el mercado puede ser un instrumento para construir el socialismo., y base para lo que será el comunismo. Hay que reconocer que la estructura de una sociedad comunista está muy poco desarrollada, y no puede ser de otra manera. Va a seguir siéndolo hasta que entremos a esa etapa; si es que llegamos, porque está de por medio la crisis ecológica. Entonces, realmente no hay respuesta científica para eso; y en eso Marx era muy tajante: esa es una tarea para la gente que viva en esa época. Ahora, tenemos la experiencia de los 70 años de la Unión Soviética, y los 50 de los otros países de la Europa oriental; tenemos la experiencia de China, que es muy importante, y la experiencia de Cuba. Yo diría que el mercado puede ser utilizado y regulado para beneficio de la sociedad, perfectamente; sobre todo en la medida en que se aplique a los países de menor desarrollo relativo. Es decir, para desarrollar las fuerzas productivas, hay que aprovechar el capitalismo. Incluso Lenin, en su última etapa preveía, en determinadas condiciones, un largo desarrollo de un Estado dirigido por los comunistas, donde la fuerza principal no es el mercado, sino la clase obrera, dirigida por el partido o alguna otra forma, en una dirección determinada, en el fondo, la coordinación de las distintas fuerzas sociales y las distintas especialidades, estos es, de la división del trabajo. La división del trabajo es una ley económica que se ha cumplido a lo largo de la historia, y que todavía se sigue desarrollando, en la medida en que unos hacen una cosa, y otros hacen otra, pero que de alguna forma se coordinan, y la coordinación en el capitalismo se hace a través del mercado, aún cuando detrás de eso están las fuerzas que lo determinan, como los monopolios y las transnacionales. De ahí partió la concepción de Lenin, de utilizar el capitalismo de Estado, porque el había visto la experiencia de la primera guerra mundial, de los alemanes, especialmente, que hicieron una demostración de dominio férreo del mercado, incluso sometiendo los monopolios a las necesidades militares, con una planificación muy estricta. Algo parecido hicieron Estados Unidos e Inglaterra en la segunda guerra mundial. En suma, el mercado no es estrictamente indispensable, pero sí lo es la necesidad de medir los costos, o para decirlo en términos marxistas, hay que tener en cuenta el valor de lo que cuesta producir, que se mide por la cantidad de trabajo socialmente necesario, tanto vivo como acumulado a través de los medios de producción. Eso hay que medirlo, porque como decían los economistas clásicos, no hay bienes libres. Todo cuesta. Incluso la naturaleza nos pasa la cuenta. Eso ya está claro. Hay gente que niega eso, y sostiene que el valor de cambio se aplica sólo en el capitalismo. Personalmente creo que se necesita calcular y ajustar la relación de cambio de unos bienes con otros, en función del costo de los productos, independientemente de las variaciones de la demanda, que hoy se modifica por manipulación, la publicidad, los monopolios y muchas otras cosas. En el socialismo eso no va a existir, pero la demanda se tiene que expresar de alguna forma, directamente por los consumidores y la población, hay que tenerla en cuenta. La experiencia del socialismo  soviético entre otras cosas decía que había que tomarlas en cuenta, pero no las tomaba en cuenta. No hacía lo que la población estaba pidiendo. En ese sentido, los estados y los gobiernos tienen que actuar, no en función de lo que decida un comité de planificación, sino teniendo en cuenta a la población, creando los mecanismos para que la población exprese lo que quiere, y su vez aprenda. Es un grado de democracia económica mucho más elevado, con más conocimiento de la gente de lo que quiere o no quiere, lo que le sirve y lo que no, lo que se puede y lo que no, etc.

Control social en el socialismo

- ¿Considera usted el control democrático y social como el concepto que debe regular a la empresa pública en un régimen socialista?

“Ese es el camino, entendiendo por control social una variedad de mecanismos. En primer lugar, la medición; eso me parece básico. Si no sabemos cuánto cuesta producir algo, tampoco podemos medir la eficiencia, cuestión que se descuidó en el sistema soviético; y cuando se quiso cambiar el sistema de planificación, hacia el final, se hizo sobre la base de metas de producción física. El disparate era tan grande que los de afuera nosotros, no podríamos haber hecho algo parecido. O sea, el que produce bienes más pesados, es el que mejor cumple. El aumento de producción de cualquier cosa pesada vale más que una cosa liviana. Qué, entonces debe reemplazar a eso. Lo que yo veo, es que en un sistema de planificación la eficiencia tiene que medirse en sus resultados; por un lado por el costo comparativo de distintas empresas que en cierta forma compiten, de forma que unas lo hacen mejor que otras, y por el valor que tiene en el mercado el producto que se esté ofreciendo. Eso debe ser sometido a formas de control social, partiendo de la idea de estas asociaciones de competidores que han surgido, y que varios autores marxistas han tratado de desarrollar. No sólo se trata de protestar porque un medicamento se está vendiendo a un precio loco, sino que tengan los medios para conocer los procesos de producción, y por tanto, darse cuenta si se están recargando costos artificialmente, y si están o no cobrando más de lo que deben cobrar, sobre la base de sobrevalorar la plusvalía. La plusvalía es un elemento necesario; incluso inevitable, se puede decir, porque si no, no habría desarrollo. El problema es quién se apropia de la plusvalía. Si con el cambio de sistema conseguimos que la plusvalía sea distribuida, conforme criterios que el propio Marx esbozó en la Crítica del Programa de Gotha, por más que fueran criterios muy básicos, acerca de cómo se debe distribuir antes de que llegue al bolsillo del trabajador. La remuneración que le corresponde, como se debe distribuir para cumplir una serie de necesidades sociales. Esto debe hacerse bajo control social, lo cual implica no sólo a los consumidores, los productores, los trabajadores de las empresas, sino además de algún tipo de organismo que represente al público en general, sin que, ojalá, se trate de burócratas o funcionarios que van a ir a revisar la contabilidad, sino de que los datos estén en manos de la gente. Con el desarrollo de la informática, los sistemas de información automatizados y una serie de aplicaciones tecnológicas, hoy es mucho más fácil”.

Reflexiones sobre la utopía y regreso a la crisis

- El fenomenal aumento de la productividad que ha traído aparejado el acelerado desarrollo de las fuerzas productivas propio del capitalismo ¿modifica, en algún sentido, la teoría del valor?

“La solución que vislumbró Marx en varias partes de El Capital, es que a medida en que aumenta la productividad, menos gente se necesita para un mismo proceso productivo. Y más que menos gente, menos horas. Es decir, la tendencia sería a trabajar menos. Marx vislumbró la posibilidad de la automatización completa, cosa que está ocurriendo a pasos agigantados. Ahora, se están creando estos problemas que todos conocemos, sobretodo con esta crisis, precisamente por la contradicción que tiene el capitalismo, que necesita extraer el máximo de plusvalía de los trabajadores, pero mientras menos puedan comprar los trabajadores, menos venden los capitalistas, y ahí están atrapados. Eso se está viendo en esta crisis de una manera muy clara y muy dramática. Una parte de la solución es la tendencia a la disminución de la jornada de trabajo. La jornada de trabajo se estableció como consigna en la Primera Internacional, a fines del siglo XIX, en la forma de ocho, ocho y ocho. Hoy la cosa es más compleja. Los sindicatos más poderosos de Europa han conseguido la jornada anual, de manera que las vacaciones se vayan extendiendo a costa de la empresa. Aparte de eso, la jornada diaria y semanal también se ha reducido en varios países de Europa, por debajo de las cuarenta horas. Hay una cantidad de autores que intentan demostrar que con mucho menos horas, se reduce el desempleo; es decir, entra a trabajar más gente, pero cada persona trabaja menos, en horas de trabajo y en intensidad, porque el sistema de automatización computarizado es infernal, como se ha demostrado. Los japoneses tienen una muerte por agotamiento. Entonces, la disminución de la jornada de trabajo en todos los planos, diaria, semanal y anual, es una de las formas de compatibilizar el aumento de la productividad en un régimen que no esté basado sólo en la ganancia, como el capitalismo. Aparte de eso, hay que tener en cuenta que hay una diferencia. La concepción de Marx estaba influenciada por la época del ideal de la sociedad de la abundancia. Se pensaba que se iba a llegar a que con una hora de trabajo, por así decirlo, íbamos a tener de todo. Esa concepción hay que modificarla a raíz de la crisis ecológica. Podrá retomarse si entramos a un rumbo que garantice la seguridad del planeta. Los tipos más inteligentes, dentro del capitalismo, se dan cuenta de que hay que hacer algo, pero por lo general, el capitalista cree que no le va a pasar nada, que de alguna u otra forma se van a inventar cosas que los va a aislar del resto, por cierto, una lesera. Pero ahí hay un problema realmente grave, serio; tanto más grave cuanto que los capitalistas se niegan a reconocerlo, y quieren hacerle pagar los costos a las poblaciones más pobres, pero de no corregirse el rumbo, nadie se va a salvar. Cualquier visión de largo plazo, incluso el comunismo, no corresponde a la realidad si no toma en cuenta este problema. Habría que buscar otro planeta, no sé”.

- Parafraseando a Lenin, que decía socialismo más electrificación es igual a comunismo ¿podríamos decir hoy que esa hiperproductividad más distribución crea condiciones favorables para lo que Marx concebía como comunismo?

“Claro, la crisis ecológica obliga a eso. Pero tampoco olvidemos que el capitalismo tiene una gran capacidad de renovación El propio Marx decía en el Manifiesto Comunista que la burguesía no puede vivir sin revolucionar las formas reproducción. Se le va la vida, si acaso no lo hace. Y que puede hacerlo, la prueba es que todos los días está inventando cosas nuevas. En otras palabras, yo no sería tan absoluto. Lo que debemos hacer, creo, es trasladar todo el problema del cambio a la acción humana, a las mayorías. La acción política es la clave de todo. Y tan gravitante como la presión ecológica es la necesidad de la coordinación internacional. La globalización ha avanzado, y harto. Esta crisis, a diferencia de las anteriores, muestra los complejos lazos que se han urdido entre los países y las economías. No hay solución que no pase por acuerdos internacionales, por alguna forma de gobierno internacional. En el caso de Europa, no se trata de salirse del euro; esa no es solución. El problema es cambiar el control político del euro. Detrás del euro está el Banco Central Europeo, y éste está manejado por las grandes potencias, especialmente Alemania. Detrás de los gobiernos está el sector de los grandes capitales, los banqueros, etc. Durante cierto tiempo, los partidos comunistas de Francia, Italia y España cayeron en una idealización del proceso de unión europea. Luego se empezaron a dar cuenta hacia dónde iba. Y ahora, es simplemente descarado. Lo que están pidiendo los gobiernos y la derecha es prácticamente una dictadura: someter a todos los países bajo su mando. Los países periféricos, Grecia, Irlanda, España, pasan a ser colonias. Para allá va la cosa. Si no hay una resistencia más activa y una consciencia mayor, no sé lo que va a pasar. Yo creo que la crisis, en Europa sobretodo, es muy profunda, y muy difícil de solucionar, porque las fuerzas políticas están sumamente desconcertadas”.