La Crisis
del Neoliberalismo y el Programa de la Izquierda
Francisco Herreros
Fuente: diarioreddigital
En el caso de Chile, las opciones de salida a una crisis, especialmente en
el caso de una crisis sistémica, entendida como tal aquella en la que se
superponen y se potencian en forma recíproca la crisis económica con la crisis
política, pueden reducirse a tres fundamentales: la profundización
neoconservadora, con rasgos fascistoides, o derechamente fascistas; un nuevo
pacto social de salvación nacional, hegemonizado por el centro político, que
deje las cosas aproximadamente donde mismo, y una salida de democracia
avanzada, con perspectiva socialista, con punto de partida donde quedó truncado
el programa económico del Gobierno de la Unidad Popular.
De igual modo, en materia de sistema económico, no deja de resultar curioso
que 222 años después de Smith, y 129 después de Marx, las alternativas reales
también se reduzcan a tres: capitalismo desregulado, capitalismo regulado y
heterogéneas experiencias de construcción de socialismo.
En esta última categoría, y en una línea de mayor a menor ortodoxia, se
distinguen los casos de Corea del Norte, Cuba y desde 2008, Nepal; en un
segundo tramo, que podríamos denominar socialismo del siglo XXI, se ubican
claramente Venezuela y en una línea más difusa, Bolivia y Ecuador, tal vez
Nicaragua, y en el tercer tramo, tentativamente socialismo de mercado, China,
Vietnam, Laos y Bielorrusia.
Esta enumeración tiene sentido por cuanto en Chile el pos-neoliberalismo
necesariamente se va a situar en algún punto de las dos últimas opciones, lo
cual dependerá en último término, del carácter de la salida, del tipo de pacto
social que se suscriba y fundamentalmente, de la correlación política que lo
hegemonice.
Llevadas a su último término, esas son las opciones de configuración
política y social de la salida, y los sistemas económicos disponibles.
Por definición, el cambio se sitúa en la tercera derivada de ambos
esquemas, vale decir, una salida de democracia avanzada, que instale un nuevo
contrato social, en una perspectiva socialista.
Si en Chile, al momento del recambio del modelo neoliberal, no hay fuerza,
o decisión, o condiciones, o una combinación de esas variables, y se instale un
pacto social al estilo de los que sobrevinieron en Europa occidental después de
la segunda guerra mundial, o se pase de un capitalismo desregulado a un
capitalismo regulado, significaría simplemente una variante de lo mismo, pero
no un cambio.
Apenas despuntan las crisis de paradigma o modelo de desarrollo, afloran al
punto las contradicciones clásicas que definen la modernidad, y que no ha sido
capaz de modificar la posmodernidad: qué tanta propiedad pública versus cuánta
propiedad privada; qué participación del excedente social de la economía se
apropia el capital, y cuánto es capaz de redistribuir el trabajo, y qué
prevalencia del mercado, en oposición a conceptos tales como planificación y/o
coordinación económica.
Aunque a primera impresión parezca una afirmación extravagante, la derrota
y el recambio del neoliberalismo, por definición, no es difícil de conseguir,
lo cual, sin embargo, y simultáneamente, plantea el principal de los problemas.
Basta con que una nueva coalición política cambie la dirección de dos o
tres variables fundamentales del sistema económico, como por ejemplo, revertir
las privatizaciones en áreas claves de la economía; abolir la prohibición
constitucional a que el Estado pueda gestionar empresas; terminar con la
apertura unilateral de la economía; reintroducir medidas de protección a
determinados sectores que se estimen estratégicos, y restablecer la protección
a los derechos del trabajo, para pasar del capitalismo desregulado al
capitalismo regulado.
No es un logro desdeñable, pero como está dicho, tampoco es un cambio.
El cambio quedó pendiente, en Chile, cuando la estrategia de un nuevo
modelo económico impulsada por la conducción económica del Gobierno de la
Unidad Popular, fue triturada por la confluencia de factores como la
conspiración de origen externo, la agudización de la confrontación de clase, el
desplazamiento del centro político hacia la conspiración, la crisis económica,
la contradicción instalada en la conducción de la coalición de Gobierno, y la
radicalización de las alas extremas de los contendores, entre otros.
En esas condiciones, el programa económico del Gobierno perdió
sustentación, tal como el gobierno, el proceso y el sistema mismo, vacío por el
que entró de golpe el modelo neoliberal.
Casi cuarenta años después, el ciclo completa la elipse, y es el modelo
neoliberal el que pierde sustentación, como una aeronave cuando entra
súbitamente en pérdida, o "stall".
En esa encrucijada histórica se encuentra Chile, y en los hechos se ha
impuesto la discusión sobre el programa de un Gobierno, o más bien de un régimen,
que se proponga superar al neoliberalismo.
Con todo lo polémica que pueda resultar la afirmación, la experiencia
histórica de Chile proporciona una base para emprender la construcción de una
alternativa, entendiendo por ello un sistema, modelo o proyecto esencialmente
distinto al que hoy prevalece. No es accesorio insistir que lo contrario se
reduciría al tránsito desde un sistema de capitalismo desregulado, a otro de
capitalismo regulado, donde, por definición, habría más restauración que
cambio.
En la perspectiva del cambio, Chile no parte de cero. La coyuntura del
colapso del modelo neoliberal, ofrece, en uno de los desenlaces posibles, la
restitución de la continuidad histórica del Programa de Gobierno de la Unidad
Popular, interrumpido por la intervención militar, digitada por los que
impusieron, desde afuera, el modelo neoliberal.
José Cademártori, economista de vasta trayectoria, diputado del Partido
Comunista en cuatro períodos por el primer distrito de Santiago, entre 1961 y
1973, y Ministro de Economía del Gobierno de la Unidad Popular, entre el 5 de
junio y el 11 de septiembre de 1973, integró desde 1958, todas las comisiones
que definieron el programa de tres candidaturas de Salvador Allende, así como
las que han definido el programa de las candidaturas de izquierda en el período
pos dictatorial; a saber, las de Eugenio Pizarro, Gladys Marín, Tomás Hirsch y
Jorge Arrate.
El suyo es, por tanto, un testimonio de primera mano y de excepcional
relevancia a la hora de reconstruir la trayectoria política; describir la
evolución histórica del programa de la izquierda desde 1958 a la fecha, y
proyectar su vigencia, en el contexto de la actual crisis global del paradigma
neoliberal.
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En la siguiente entrevista, se le formuló como primera pregunta, evocar las
circunstancias y contenidos de los tres programas de Salvador Allende en los
que tuvo ocasión de participar:
El proyecto económico de la
izquierda
"En rigor, el proyecto de la izquierda histórica parte en 1958. No
obstante ya en 1952 la primera candidatura de Allende -relativamente
improvisada, sin más respaldo que el Partido Comunista y una agrupación
socialista reducida- había planteado por primera vez la nacionalización del
cobre, medida emblemática del nuevo modelo soberano que se proponía. La
consigna tuvo eco favorable también en sectores populares que apoyaron la
postulación de Ibáñez.
Al término de la presidencia de Ibáñez y gracias a las luchas populares
masivas, se habían creado condiciones favorables para una propuesta programática
sistemática de una izquierda fortalecida. Se reconstituyó, después de un largo
período de divisiones intestinas, la unidad sindical a través de la CUT, se
formó el Frente de Acción Popular (FRAP) en base a la alianza
socialista-comunista, se derogó la odiosa ley anticomunista de «defensa de la
democracia», se reformó el sistema electoral para acabar con el cohecho y se
había puesto en marcha diversas medidas progresistas en materia de cobre, la
banca, la salud y la industrialización.
La campaña de 1958 fue el inicio de una visión estratégica que se sostiene
en una fuerza social decisiva para construir las bases del socialismo: los
trabajadores asalariados como clase consciente de su papel histórico. Esto no
excluía, por cierto, el importante rol del campesinado, de los profesionales y
otras capas medias. Allende y el Programa Presidencial lo tenían muy en
cuenta.
A ello hay que agregar la situación internacional. En diversos países
prendía la idea de que el tránsito hacia el socialismo podía albergar diversas
fórmulas, variantes o caminos. Estaba la concepción de Lenin, de que no había
un modelo único de socialismo. Importantes partidos marxistas se abocaron a
estudiar su entorno nacional, desde donde partir para trazar la transición del
capitalismo hacia el socialismo. Resultó útil considerar la historia de
nuestras luchas sociales para encontrar elementos de continuidad, afianzados en
nuestra idiosincrasia, geografía, tradiciones; avances como la
industrialización impulsada por empresas del estado y las conquistas sociales y
políticas alcanzadas.
Para la elección de 1964, la tercera candidatura presidencial de Salvador
Allende, contábamos con la experiencia exitosa de las batallas libradas contra
el gobierno derechista de Jorge Alessandri. Se creó el Instituto Popular donde
se agruparon numerosos profesionales y técnicos que contribuyeron con sus
estudios a la elaboración del proyecto del FRAP. Había triunfado la revolución
cubana y sus logros influían en el continente. Observábamos las transformaciones
que ocurrían en la URSS, China, Yugoeslavia y otros países.
Un programa no se hace en el vacío, ni puede partir de cero. El cuadro
internacional es ahora más importante que antes debido a la globalización y la
mayor interdependencia en todos los planos. Chile tiene ahora una relación
comercial y financiera con el mundo, más intensa que en el pasado. Son todos
condicionantes muy importantes para cualquier propuesta programática,
íntimamente ligados a la estrategia y tácticas que se pongan en práctica. Pero,
siempre sostuvimos que teníamos que elaborar nuestro propio camino, «sin calco
ni copia», como decía Mariátegui.
Finalmente llegamos al triunfo en 1970 con Allende y la Unidad Popular. El
Programa se basó en lo que ya se había estudiado. Contempló lineamientos
generales y además las famosas «40 medidas» que tanta importancia tuvieron en
la campaña. El Gobierno Popular, en menos de la mitad de su mandato, ejecutó la
mayor y más importante parte de aquellas medidas, pese al boicot de la
oposición derechista. Se cumplió lo prometido: nacionalización de la gran
minería del Cobre y otros recursos naturales, estatización de la banca y las
telecomunicaciones, realización de la reforma agraria iniciada en el gobierno
anterior, eliminación del desempleo, mejoramiento de los salarios y de las
pensiones, participación de los trabajadores, ampliación de la educación y la
salud pública, intensa construcción de viviendas populares y jardines
infantiles".
El programa de la izquierda
en la pos dictadura
- Usted ha integrado todas las convenciones programáticas de laizquierda
desde entonces. ¿Comparte la idea de que el programa económico de la izquierda
es la columna vertebral de su proyecto histórico? Y si eso es así ¿concuerda
que la reconexión del programa de la izquierda con la actual etapa histórica
actual se dio en la convención programática del MIDA, cuyo resultado ha sido la
base del programa económico de las candidaturas de Eugenio Pizarro, Gladys
Marín, Tomás Hirsch y Jorge Arrate?
"El programa del MIDA se acordó para la candidatura presidencial de
Eugenio Pizarro en 1993. Fue la primera ocasión- después del plebiscito que
puso fin a la dictadura- en la que el sector más consecuente de la izquierda
formulaba un programa y una salida al
marco institucional en el que nos había encerrado la tiranía. Nos habíamos
visto obligados a levantar esa candidatura sin más aliados, en vista de la
negativa de otras fuerzas progresistas (como los partidarios de Max Neff) a
concordar con el MIDA un programa común.
Aunque contábamos con cierto apoyo popular, nuestra situación en esos años
era muy difícil. Habíamos comprobado que la Concertación, una vez instalada en
el gobierno de Aylwin, se alejaba del Programa del 90 que había comprometido- y
al cual adherimos con reservas- remplazándolo por una ambigua política de «la
medida de lo posible», limitada por «los consensos» con los partidos de
derecha.
Los hechos posteriores demostraron que su sucesor, Eduardo Frei RT continuó
esta línea. La Concertación desahució el Programa de 1990 y lo remplazó por una
política ceñida a los marcos neoliberales heredados por la derecha y Pinochet.
En el MIDA confluyeron el Partido Comunista y la parte del MIR que se había
mantenido en el MDP. El sector socialista de Almeyda que fue fundamental en la
creación del MDP se había incorporado a un nuevo Partido Socialista junto con
ex mapucistas y ex miristas.
Se constituyó un «renovado» PS que privilegió la alianza con la DC, en
lugar de la anterior unidad PC-PS. Se aceptó así la exigencia de la DC de
excluir al PC de cualquier alianza democrática. El MIDA fue el único sector
político que mantuvo la llama del allendismo, a pesar de la desfavorable
realidad que entonces vivíamos. Ya se había producido el colapso de la URSS y
de los países socialistas europeos, entre otros factores que repercutieron en
la crisis a nivel mundial de la izquierda, del movimiento obrero y de su fuerza
sindical.
Después de haber resistido heroicamente la salvaje represión pinochetista,
el Partido Comunista chileno soportó estoicamente este nuevo período de notorio
retroceso. Entretanto elaboró un nuevo Programa de Partido a partir de las
emergentes realidades nacionales y mundiales. El Partido asumió la crítica y la
autocrítica del socialismo burocrático y formuló explícitamente su concepción
del socialismo democrático para Chile.
Allí se estableció la tesis de que la contradicción principal del período a
ser resuelta era, entre el sistema neoliberal que había impuesto la dictadura y
que la Concertación había acabado por consentir e incluso profundizar y un
nuevo sistema democrático participativo que el pueblo de Chile necesitaba para
recuperar sus derechos y conquistas sociales y económicas. Con estas premisas
fue elaborado el Proyecto del MIDA, en cuya redacción final intervino Pedro
Vuskovic, el último de sus valiosos aportes.
Participé en la convención programática que el MIDA realizó en el edificio
Gabriela Mistral. Mi exposición consistió en un pormenorizado recuento de las
diferencias entre el Programa inicial de la Concertación y lo que efectivamente
se había realizado en el gobierno de
Aylwin. Mostró sus carencias y desviaciones y por tanto, la necesidad de
cumplir con los cambios prometidos.
El programa del MIDA fue confeccionado con el aporte de sectores de base,
de Santiago y de regiones. Se amplió la participación, en comparación con los anteriores en los que
intervenían fundamentalmente, núcleos profesionales y activistas. El proyecto
del MIDA tuvo ese mérito.
Seis años después, en 1999, las condiciones políticas no habían cambiado
esencialmente. Nos vimos en la necesidad de levantar la candidatura
presidencial de Gladys Marín, en vista de que la Concertación y su candidato
Ricardo Lagos mantenían sus propuestas dentro del marco institucional pinochetista, prefiriendo
el consenso con la derecha y negándose a ampliar la alianza con la izquierda. En
Chile se estaban manifestando los efectos negativos de la crisis asiática,
consecuencia de la globalización neoliberal a la que el país había sido
sometido. El Programa de Gladys Marín recogía los cambios que el descontento
popular estaba reclamando.
Al término del gobierno de Lagos, a pesar de algunos acotados logros
positivos, seguían pendientes problemas básicos heredados de la dictadura, como
el sistema electoral binominal, el deterioro de la enseñanza y de la salud
pública y el encarecimiento de la privada, las miserables pensiones de las AFP,
la discriminación tributaria y el código laboral pro-empresarial y la ausencia
de valor agregado en las exportaciones.
La Concertación, pese al descontento y a las críticas internas, sostuvo que
la Constitución había sido democratizada, y que no se necesitaban nuevas
reformas. Por tanto, el Partido Comunista, los Humanistas y la Izquierda
Cristiana, unidos en el Juntos Podemos Más, levantamos la candidatura de Tomás
Hirsch. Su Programa, convincentemente defendido en la campaña electoral,
profundizó las críticas al modelo vigente y actualizó los planteamientos del
MIDA y de Gladys Marín.
Ante el serio peligro de derrota a manos de la Derecha, la Concertación y
su candidata Michelle Bachelet comprendieron que para vencer en la segunda
vuelta debían aceptar algunos puntos
programáticos del Juntos Podemos. Sin embargo, en el cuatrienio de la
Presidenta, aunque se lograron algunos mejoramientos como en las pensiones y la
educación pre-escolar, importantes otras reformas educacionales, en el
transporte público, para superar las desigualdades sociales, restablecer
derechos laborales, proteger los recursos naturales y otras sostenidas demandas
populares siguieron pendientes, pese a la buena evaluación que tuvo su gestión
personal.
En la siguiente elección presidencial del 2009, la Concertación y su
candidato Eduardo Frei RT, se abrieron a considerar algunas reformas al sistema
neoliberal y a buscar una alianza más amplia con la izquierda, Sin embargo, el
descontento con la Concertación había llegado a un punto crítico.
El PC y la izquierda unitaria levantaron nuevamente su alternativa de
cambios. Más elaborado y mejor fundamentado esta vez, el programa de la
candidatura de Jorge Arrate insistió y profundizó en los cambios estructurales,
incluso el remplazo de la constitución pinochetista. Pese a los esfuerzos por
unir en la segunda vuelta a todas las fuerzas progresistas, no todas
comprendieron el peligro del retorno al poder de los que gobernaron con la
dictadura. La Concertación fue derrotada. La derecha volvió a La Moneda,
después de 20 años de haber sido desalojada.
Piñera y la Coalición RN-UDI han experimentado en carne propia el repudio
que despiertan sus intentos de ampliar o mantener el modelo neoliberal para el provecho de una ínfima
fracción social. Una mayoría nacional expresa su profundo malestar con todo el
régimen vigente y con la «clase política» que lo sustenta. Se ha producido un
masivo repudio en las calles, en las
grandes ciudades y en pequeños centros urbanos, así como en las encuestas, a
favor de cambios de fondo en las
estructuras políticas y económicas. La derecha y su gobierno han sufrido una
contundente derrota en las elecciones municipales. Se habla de crisis de
las instituciones, de que el país entró
en un nuevo ciclo político. La ocasión es propicia para dar pasos más firmes en
un proyecto para un gobierno de nuevo tipo, acorde con las demandas ciudadanas".
La crisis de la hegemonía
neoliberal
-¿Cree usted que, como en otras partes, la irrupción de potentes
movimientos sociales presenta una relación de tipo causa-efecto con la crisis
del modelo neoliberal?
"Lo que ha madurado en la conciencia de grandes masas del país es
el rechazo categórico al modelo
neoliberal, al abuso de los monopolios, al aumento de las desigualdades
sociales y económicos, a la impunidad y los privilegios para unos, prohibiciones y sanciones para el
resto, acumulación de riquezas en una minoría, sacrificios y postergaciones
para la mayoría. Hay desafección ante un sistema, una «clase política» que
favorece este estado de cosas y no permite ejercer la soberanía popular para
cambiar este modelo mercantilista y concentrador. Eso hay que tenerlo en
cuenta, porque si bien es cierto el paradigma neoliberal ha perdido la adhesión
mayoritaria de la población que tuvo en algunos momentos, se requiere trabajar
más y mejor, con los propios ciudadanos en las vías de salida, en las soluciones
para cada uno de los temas más urgentes y maduros.
Lo importante es que la gente ha captado que el problema de la educación es
un nudo. La educación ha sido siempre una preocupación del movimiento popular
chileno, desde que los profesores y los estudiantes empezaron a organizarse en
las primeras décadas del siglo pasado. El Presidente Aguirre Cerda sostenía que
«gobernar es educar». Lo nuevo es que el modelo neoliberal chileno entra en
crisis al provocar en materia educacional una situación desesperante para
grandes sectores sociales, por la discriminación, el alto costo, las deudas, la
incertidumbre del futuro profesional, la mala calidad de la educación pública,
la subvención escolar convertida en un negocio, universidades que obtienen un
lucro ilegal y la insensibilidad de los gobiernos.
El sistema educacional de libre mercado ha hecho crisis, siendo un nudo
donde se concentran muchas contradicciones. Es un gran tema pendiente, el que
la Derecha y Piñera han eludido. No se puede cumplir con las demandas de los
estudiantes, sin modificar otras cosas tanto o más importantes. La inteligencia
de los estudiantes es que captaron muy bien la raíz del problema al poner en el
centro el tema del lucro, la gratuidad de la educación pública y luego cuando
plantearon una reforma tributaria drástica. De allí la discusión pasó a las
reformas políticas, al binominal, la Asamblea Constituyente. Todo lo cual trajo al centro del debate otro tema crucial,
como es la distribución del ingreso. Los temas están relacionados y han
aparecido de una manera muy natural, al
ampliarse la conciencia de la gente".
La “vanguardia”
latinoamericana
-¿Comparte la idea de que los procesos de emancipación que hoy cursan en
América Latina, reivindican, por así decirlo, la vigencia de la vía imaginada
por Salvador Allende, en el sentido de construir mayorías para instalar en el
espacio institucional, reformas que mejoren la correlación, con perspectiva de
un programa económico socialista?
"La revolución bolivariana, la cual abrió en 1999 una nueva etapa en
el continente, confirmó importantes tesis que sustentaron la vía chilena al
socialismo, aunque ésta no se consolidó en este primer intento. Primero, que la
izquierda puede llegar gobierno, como parte del poder político, mediante la vía
electoral. Segundo, que es posible realizar reformas de fondo, dentro de los
márgenes constitucionales, ampliándolos cuando es necesario, con el apoyo de la
mayoría de los ciudadanos. Tercero, una vez alcanzado el triunfo, hay que
afirmarse contra las arremetidas de la oligarquía furiosa y la amenaza latente
del golpismo, en sus diversas variantes.
En esto, la experiencia venezolana ha sido muy aleccionadora. A pesar de
que a Chávez lo sorprendió el golpe de 2002, tuvo, no sólo el apoyo popular activo
e irrestricto, sino también de una gran parte de las FF.AA. con lo cual fue
restituido en el poder. En otros países latinoamericanos las FF.AA se han
subordinado a los nuevos gobiernos progresistas electos. La última reelección
de Chávez, catorce años después de su
primera victoria electoral, demuestra su potente respaldo popular, ante una
oposición unida y organizada.
Después de Chávez triunfaron movimientos democrático-progresistas en
Brasil, con Lula y Dilma Rouseff; en Bolivia, con Evo Morales: en Argentina,
con Kirchner y Cristina Fernández; en Ecuador, con Rafael Correa; en Uruguay
con Tabaré Vázquez y José Mujica; y Nicaragua con Daniel Ortega. Esto no quiere
decir que nunca más se van a repetir otros intentos golpistas; de hecho, ya
hemos visto varios: Bolivia y Ecuador, donde fracasaron y Honduras y Paraguay,
donde tuvieron éxito. Ni tampoco quiere decir que alguno o más de estos
gobiernos no pueden ser derrotados en las urnas.
Chávez partió bien con la formulación de la revolución bolivariana al
recuperar y actualizar conceptos democráticos-republicanos de Bolívar que
habían sido dejados de lado por los historiadores oficiales. La defensa de los
pueblos indígenas y de origen afro y las reivindicaciones de los campesinos
pobres. Tomó todos los conceptos avanzados que había en el pensamiento de
Bolívar. La revolución bolivariana es una revolución democrática moderna,
nacional, con la mira puesta en la unidad continental de nuestros pueblos, en
su independencia, en la formación de una comunidad de naciones latinoamericanas
y caribeñas.
En Venezuela no había muchos estudios previos sobre estrategias y objetivos
de mediano y largo plazo. Chávez fijó luego su objetivo en lo que llamó «el
socialismo del siglo XXI». Un análisis atento de las ideas de Marx y Lenin
revela que ellos utilizaban las categorías históricas de «etapas» y de
«períodos de transición».
Marx sostuvo que el socialismo era un período de transición; había que
distinguir la etapa en que el comunismo se construye con sus propios pies, o
sea, desde el socialismo ya desarrollado, de una etapa previa, en la que se
empieza a construir las bases del socialismo, a partir del capitalismo. Los
comunistas chinos utilizan los términos, «etapa primaria» del socialismo y
etapa desarrollada y antes, ellos mismos, más los vietnamitas y otros partidos
asiáticos se refieren también a la etapa de la revolución democrática, como
previa al socialismo.
El concepto de transición también se puede aplicar a la actual etapa
histórica que vivimos en Latinoamérica. El paso del capitalismo transnacional,
monopolista y neoliberal hacia una etapa democrática pre-socialista, en el que
subsiste un sector capitalista, pero con un estado activo y creador que empieza
a subordinarse a una sociedad democrática participativa, un estado para reducir
y limitar el poder de los monopolios y las transnacionales y construir las
bases de una sociedad socialista. Esta visión que Allende compartía parece
plenamente vigente.
El período que estamos viviendo en América Latina nos da fundamento para
tesis como son, la diversidad en las vías y ritmos del proceso de transición
para la salida del neoliberalismo; la posibilidad de que por la vía no armada,
sin guerra civil, con el respaldo de una mayoría ciudadana unida y activa, se
pueda avanzar en el período de transición. Se podría definir el carácter de
esta etapa como de «coexistencia contradictoria de las clases en pugna». Así lo
veía Lenin cuando decía que en este período, más o menos largo, se resolvería
el dilema de «quien vence a quien, la burguesía o el proletariado».
Tales visiones se oponen a planteamientos de teóricos de ultra izquierda
que exigen, sin contar ellos con respaldos masivos, la instalación inmediata
del socialismo, sin decir en qué consiste esa implantación ultra rápida; o bien
que exigen la expropiación total, sin indemnización, de toda la propiedad
burguesa, incluso la pequeña y mediana. Reproducen la consigna estalinista de
«la liquidación de la burguesía» como clase, en su totalidad, sin importar ni
esperar que la sociedad socialista estuviera ya desarrollada. También se oponen
al proceso de transición, las consignas neo anarquistas que rechazan todo papel
del estado, de los partidos, de los sindicatos, como instrumentos
indispensables en la lucha de clases o que sostienen ingenuamente que el
socialismo se puede construir espontáneamente, por sí solo, en la base social,
por grupos autónomos.
De acuerdo a las particularidades de cada país hay diferencias entre lo que
se está construyendo en Venezuela y lo que se está realizando en Ecuador,
Bolivia, o con rasgos más atenuados, en Brasil, Uruguay, Nicaragua y Argentina.
No es igual la velocidad e intensidad de las reformas. A veces surgen o se agudizan
contradicciones «en el seno del pueblo». Sin embargo, todos tienen en común que
las fuerzas de derecha, las oligarquías desalojadas del poder político y sus
medios de comunicación se oponen sistemáticamente a esos gobiernos y cuentan
con el apoyo de las transnacionales y sus gobiernos.
En cambio, en todos los casos, tienen en común el apoyo de sus mayorías
ciudadanas para las reformas profundas: efectivas medidas de bienestar y
justicia social concretas, política exterior soberana, apoyo decidido a la
integración económica latinoamericana, ayuda mutua, independencia frente a las
grandes potencias y rechazo a los golpes de estado. Hay que mirar la
experiencia de los demás, pero hay que partir de la evolución histórica propia
para iniciar el proceso".
La vigencia del programa
económico de la izquierda
-En su libro El Gobierno del Presidente Salvador Allende 1970-1973: Una
Evaluación, Gonzalo Martner sintetiza el proyecto económico de la Unidad
Popular en seis ideas fuerza. ¿Considera usted que, debidamente actualizadas,
esas seis ideas fuerza conservan su vigencia en el programa económico de la
izquierda para el período pos neoliberal? ¿Cómo visualiza usted las condiciones
políticas en que se va a desenvolver dicho proyecto?
“Efectivamente, esas ideas-fuerza, referidas a la estructura económica,
siguen siendo actuales: 1) La nacionalización del cobre y otras riquezas
naturales, contemplada en la Constitución del 80 fue desvirtuada por la
concesión plena y la apropiación transnacional de un 70% de la producción. Es
necesario recuperar esos yacimientos. 2) La reforma agraria fue desviada,
reconcentrando la propiedad de la tierra. Se requiere una nueva reforma para
devolver al campesinado el acceso a la tierra y al agua. 3) Los monopolios del
comercio, la industria y la banca deben ser contrarrestados por diversos
medios. 4) La redistribución del ingreso nacional continúa siendo
indispensable, pues las desigualdades son mayores a pesar de la riqueza
acumulada 5) Lograr un mayor desarrollo, agregando “sustentable”, y con
estabilidad, mediante producción de mayor valor agregado, es un objetivo
pendiente y 6) La ampliación de las relaciones económicas internacionales, más
que un asunto geográfico choca actualmente con tratados que perjudican nuestra
soberanía.
A más de 40 años de distancia de su formulación y por las transformaciones
dramáticas y profundas que han ocurrido en el mundo y en Chile, sin duda se
requieren actualizaciones y adecuaciones.
Para esto debemos tener en cuenta las condiciones orgánicas en que se
encuentran las fuerzas sociales y políticas llamadas a llevar a la práctica
esas ideas. Nuestras debilidades son mayores y nuestras fortalezas menores que
las que tenía la Unidad Popular en 1970. El derrumbe de los estados socialistas de Europa no sólo afectó a esos
países. También perjudicó a las fuerzas democráticas y socialistas de muchas
naciones europeas, africanas, asiáticas y de América Latina. Los partidos
agrupados en las internacionales, la socialdemócrata y la demócrata cristiana
se adaptaron a la ideología neoliberal capitalista y renunciaron a la
perspectiva socialista o a la sociedad comunitaria.
Aceptaron una hegemonía norteamericana en decadencia y guerras de agresión
que violan los derechos humanos y de las naciones. Los trabajadores perdieron
numerosas conquistas, el poder de la organización sindical y quedaron en la
indefensión ante la ofensiva del capital. No se puede desconocer que eso tuvo
consecuencias negativas en todas las fuerzas de izquierda y en la propia clase
obrera. Es un factor que pesa todavía, pero no tanto como para impedir la
recuperación. Es lo que ha ocurrido en la primera década de este siglo en
nuestro continente. Se desataron grandes movilizaciones contra la globalización
transnacional, nuevos movimientos contra los efectos de las crisis globales,
las políticas de austeridad, incluidos la defensa del medio ambiente, los
derechos de los pueblos originarios y de otras minorías, etc. La envergadura
del movimiento por la educación pública en varios países, vinculado a la crisis
económica y financiera internacional es otra prueba de la recuperación. Estamos
obligados a medir bien los pasos, en qué dirección y las alianzas necesarias y
posibles.
Tenemos la formulación de un Gobierno de Nuevo Tipo para el 2013-2017. No
se podía decir más en ese momento. Los resultados de las elecciones municipales
de octubre 2012 han confirmado las buenas perspectivas para la oposición a la
derecha en el gobierno, para las fuerzas democráticas unidas y para un giro
hacia reformas de fondo. Un giro a la izquierda y no a la derecha, tampoco para
mantener el sistema existente. No significa un gobierno de izquierda, solitario
y aislado, y con un centro y una derecha, en contra.
Es lo que buscará la oligarquía. Alianza del centro con la izquierda,
coalición de centro e izquierda, pero no para mantener los postulados
neoliberales. Se podrá precisar más en los meses venideros cuando se presenten,
discutan y acuerden los programas, la estrategia, las alianzas y se alineen las
fuerzas políticas. Lo que está claro es que ya no es posible un quinto gobierno
de la Concertación, igual a los anteriores.
Se necesitará un gobierno de una nueva coalición política social, que incluya
a todos los partidos, corrientes y movimientos sociales dispuestos a luchar por
un programa de transformaciones políticas y sociales. Tendrá que ser un
gobierno de una mayoría ciudadana activa y participante, que se exprese no sólo
en el Ejecutivo, sino también en el nuevo Congreso. «Nuevo Tipo» significa un
gobierno, atento a escuchar y acoger las demandas de los movimientos. Nuevo
gobierno y nuevo Congreso con mayoría clara que ponga fin a los «consensos con la derecha», para no frustrar
los cambios impostergables.
De ahí para adelante, las condiciones políticas y su orientación van a
determinar hasta dónde podemos llegar. Sabemos que tenemos una camisa de
fuerza, que es la Constitución pinochetista y un sistema electoral que la
protege. Sin modificarla en sus disposiciones fundamentales no se puede avanzar
en la solución de una serie de problemas que están a la orden del día.
Ahí hay un nudo central que no existía antes. Con todos sus defectos y
anacronismos, la Constitución de 1925 era bastante más flexible que la actual. En
rigor, la Constitución de 1980 fue un retroceso de décadas, destinado a blindar
el poder de una oligarquía enriquecida
con la dictadura. Tuvieron el tiempo y la fuerza represiva para poner los
candados, a que se refería Volodia Teitelboim.
El problema político de cualquier programa para realizar las reformas en el
plano económico, es cómo abrir o romper esos candados.
Si hablamos de renacionalización de nuestro cobre, en el tiempo de Allende
se crearon todas las condiciones para una relativamente fácil reforma
constitucional, que significaba modificar dos o tres artículos. Ya se había
relativizado el principio del derecho de la propiedad privada de los medios de
producción que es un elemento central de las constituciones burguesas.
A raíz de la lucha por la reforma agraria, se estableció que el derecho de
propiedad está limitado por «la función social» que debe cumplir. Esa frase fue
clave y abrió el camino para la reforma agraria y más tarde para la
nacionalización de la gran minería. Pero la dictadura, mediante la Constitución
del 80 reforzó, remachó la propiedad capitalista.
Todos los cambios que necesitamos chocan con ese engendro. Las llamadas
leyes orgánicas, con sus quórum súper mayoritarios lo impiden. Si hablamos de
renacionalizar el cobre, el camino es una reformulación del capítulo
correspondiente, para eliminar la trampa que introdujo José Piñera. Ya sea que
el Tribunal Constitucional, a requerimiento del nuevo Gobierno, o del
Parlamento, se pronuncie y declare inconstitucional la enmienda Piñera de «la
concesión plena» por violar el principio de que los minerales son propiedad del
Estado y anule de un golpe todo lo pasado. O bien que mediante plebiscito
nacional se introduzca la derogación de dicho engendro. Puede haber otras
salidas.
Es interesante ver que este tipo de problemas se le presentó a Chávez desde
el primer minuto. Pero él decidió llamar a un plebiscito para preguntarle a la
ciudadanía si quería reformar la Constitución. Incluso eso no estaba permitido
según el Congreso con mayoría opositora que intentó impedirlo, pero fracasó. Chávez
ganó de manera muy clara y puso en marcha el mecanismo de la Asamblea
Constituyente. En Ecuador, el proceso fue más o menos parecido, pero resultó
más fácil por diversos motivos, lo mismo que en Bolivia, donde también hubo
Asamblea Constituyente para una nueva Constitución. También en Brasil se
reformó la Constitución de la dictadura militar. En Chile la Constitución no
puede reformarse porque la derecha, aunque esté en minoría en el Congreso,
puede impedirlo. La Asamblea Constituyente no es ningún “fumadero de opio”,
sino la más legítima expresión de la soberanía popular.
También podríamos empezar por una reforma drástica al sistema electoral,
que se aplique para las elecciones de 2013, sin tener que esperar cuatro años
más. Pero es difícil".
Dialéctica entre lo posible
y lo necesario
¿Cuáles reformas, cree usted, estarían al alcance del eventual primer
gobierno del pos neoliberalismo?
"Un cambio en la legislación laboral. Es una necesidad imperiosa. La
reforma de la legislación laboral, la reformulación del Código del Trabajo, la
recuperación de los derechos sindicales debe estar presente en el discurso
presidencial y el programa de la centroizquierda. La CUT y todo el movimiento
social deben involucrarse activamente. Los trabajadores asalariados deben
formar la columna vertebral del respaldo al gobierno de nuevo tipo.
También un cambio del sistema de previsión. Tenemos que llegar a una
reforma total, aunque no sea en un solo paso. Los ahorros previsionales están a
merced de las maniobras especulativas cada vez más inciertas y son vulnerables
a crisis de los mercados financieros.
Esos ahorros que pertenecen a los trabajadores son administrados a un costo
excesivo por grupos financieros privados. Hay que aprender de la experiencia de
los países que están volviendo a la previsión pública total o con una AFP
estatal predominante. Hay que asegurar que las pensiones no partan deterioradas
y tengan una relación justa con los sueldos en actividad. Puede ser la vuelta
al sistema de reparto, o también un sistema de capitalización colectiva,
cuyas reservas financieras se utilicen
en inversiones productivas rentables, seguras
y en nuevas industrias
prioritarias.
Una reforma tributaria. Es evidente su necesidad y urgencia. Los grandes
cambios requieren cuantiosos nuevos recursos fiscales. El estado necesita
fuertes aumentos en su financiamiento, tal como ocurre en otros países
similares para contrarrestar el predominio del libre mercado y los monopolios. Esos
recursos existen pero se acumulan en las cuentas de una minoría de
multimillonarios. En el Gobierno de la Unidad Popular no pudimos llevar a cabo
una reforma tributaria. La Derecha se opuso cerradamente y arrastró a la
Democracia Cristiana y a un sector radical. Sumados tenían la mayoría del
Congreso. Eso fue uno de los factores que nos creó dificultades, pues impidió
mantener los equilibrios financieros y fiscales. Por eso se requiere asegurar
una mayoría contundente en el Congreso y un firme compromiso de toda la
oposición para llevarla adelante".
Fortalezas y debilidades del
programa de la izquierda
¿Qué podría decir, en un análisis de
fortalezas y debilidades, de esta eventual coalición, para emprender el
proyecto de cambio?
"La principal característica del momento en que iniciamos este giro
político hacia un Gobierno de nuevo tipo, es el hecho que no contamos con la
cohesión programática que la izquierda
tuvo en esa época. Pero puede reconstituirse. No estamos ahora ante la
perspectiva de un gobierno como el de la Unidad Popular. El PS privilegia el
entendimiento con la DC antes que con el PC. Más allá del PC que avanza en la
recuperación de anterior alta influencia, tenemos la Izquierda Ciudadana que
comparte la idea de una oposición unida para ganar el nuevo gobierno. Pero,
además hay una serie de pequeños partidos inscritos que participaron en las
últimas elecciones municipales, como los humanistas, el PRI, el PRO de Enríquez
Ominami, el Partido de la Igualdad, el MAS de Navarro. Si todos ellos se
definen por integrar una nueva alianza de centro izquierda, serían un aporte
muy positivo. De otro lado, es evidente que hay sectores de la Concertación,
que no quieren romper lazos con la derecha y resisten las reformas de fondo. Pero
ahora prevalecen quienes aceptan una coalición con los comunistas y toda la
izquierda.
Tenemos que trabajar en otras condiciones con nuevas demandas sociales. La
«clase media» no es un todo homogéneo.
Está el C1 más identificado con las cúpulas económicas, el C2, propiamente al
medio y el C3, más cercano al numeroso
contingente de trabajadores empobrecidos del D y E.
Las capas medias en sus variados segmentos distintos, con problemas
específicos, no son tomadas en cuenta en los asuntos de gobierno, en la
elaboración de las leyes. Nuevas generaciones de profesionales y técnicos han
mejorado sus ingresos familiares, pero trabajando duramente ambos cónyuges, sin
descanso ni vida familiar adecuada. Han adquirido un auto a crédito, pero no
siempre pueden usarlo por los crecientes costos de mantenimiento; o cuentan con
una vivienda, pero hipotecada y susceptible de perder. En grandes sectores de
todas las capas medias, hasta en parte del segmento C1, hay malestar por la
vida acelerada a que los obliga la competencia desenfrenada.
Una vida llena de inseguridades ante las enfermedades, los accidentes, el
acceso a la educación, la delincuencia, la inestabilidad familiar, las crisis
medioambientales, la insuficiencia de las pensiones y el abandono de los
adultos mayores. Uno puede adquirir muchos bienes durables, pero de la noche a
la mañana puede quedar sin empleo, perder lo adquirido, como ya pasó con la
crisis asiática, que castigó duramente a sectores de ejecutivos medios, incluso
altos. Tuvieron que vender sus casas y salir de La Dehesa, sacar a sus hijos de los colegios caros para
ponerlos en liceos, estuvieron meses y meses cesantes, etc.
Son componentes importantes de la calidad de vida: la inseguridad y la
incertidumbre acerca del futuro, los miedos, de que habló Benedetti. Es la
precariedad, en que viven jóvenes y adultos mayores. Los críticos del modelo
neoliberal lo veníamos observando hace tiempo y ahora estamos viendo cómo
muchos, sobre todo los jóvenes de los barrios pobres se rebelan. Una
indignación, una rabia que en algunos grupos llega hasta la violencia
irracional, al vandalismo a un estado de
anarquía generalizada, lo cual podría terminar en una regresión conservadora,
represiva, en busca de seguridad y que nuevamente vuelva a apartar a los
sectores medios de la perspectiva del cambio político y social progresista.
- A propósito de lo mismo ¿qué análisis de clase le sugiere el actual cuadro
político?
"Hay que hacer un ejercicio permanente sobre eso, porque es
fundamental. Las contradicciones de clases mueven la historia. La clase obrera
-comprendiendo a obreros manuales y empleados asalariados- está debilitada, eso
está claro. Pero en Chile y en otros países han aparecido nuevas formas de lucha de los asalariados,
artesanos, campesinos, indígenas, a las cuales han llegado por necesidad,
porque los cambios en la estructura económica y en las empresas transnacionales
han debilitado el tipo de sindicalismo «corporativo», reducido al contrato
indefinido que es minoría que se centra fundamentalmente en mejorar los
convenios colectivos alrededor del salario, los bonos y de unas cuantas cosas
más. Una gran parte de los trabajadores no acceden a estos convenios con el
capital, por sus contratos o trabajos temporales. Aquí no hay sindicatos ni
derechos sindicales. Hoy las huelgas y
las nuevas formas de lucha se concentran en el sector del subcontrato, en
servicios claves o ramas básicas, como la minería, la forestación, el cultivo
del salmón, el transporte, comunicaciones, salud, puertos, etc. Causan más
conmoción social. Están también las acciones conjuntas territoriales,
multigremiales que han demostrado su fuerza. Son, un enfrentamiento directo con
la autoridad política, y a veces, cara a cara con las fuerzas policiales que
las reprimen. Están los movimientos regionales, donde los obreros son parte
importante, pero no la única.
Vuelven viejos métodos como las tomas de fábricas, escuelas, o el cerco de
plantas; nuevos métodos, como los cortes de rutas, atochamiento de autopistas,
puentes y de caminos, ejercidos por pequeños y medianos empresarios en lucha. Lo
practicaron los piqueteros argentinos y contribuyeron a poner fin al
neoliberalismo en Argentina. Y ahora lo están haciendo en Europa. En Francia
han surgido otras formas, como el secuestro de ejecutivos. Toman al gerente, lo
encierran 24 o 48 horas; no le hacen nada, pero los obligan a oír sus reivindicaciones. Consiguen
algunos objetivos.
Hay que valorar estas nuevas manifestaciones de la resistencia al modelo
actual y procurar ejercerlas con flexibilidad y encauzarlas adecuadamente. Los
mismos estudiantes están buscando nuevas formas de lucha que no se repitan, que
no se desgasten. Hoy la clase asalariada está más diversificada, hay obreros
manuales y administrativos, simples operarios y especializados, técnicos y
profesionales. Aumenta la presencia de la mujer trabajadora con sus demandas
específicas y en la dirección de las organizaciones. Eso no contradice para
nada las leyes fundamentales de las contradicciones de clase. Antes, la huelga
económica tenía una urgencia porque con la inflación el salario se
desvalorizaba con rapidez. Hoy se ha logrado controlar en parte la inflación,
en no pocos convenios rigen reajustes automáticos periódicos. Pero, de todos
modos, el salario ha perdido participación en la repartición de los ingresos, a
favor de las ganancias, las rentas y los intereses del capital.
En suma, hay fortalezas que hoy pueden jugar un papel importante en el
cambio del modelo. Una fortaleza es el conocimiento y la experiencia de los
fallos cometidos. Por ejemplo, en el Gobierno de la Unidad Popular cometimos un
error en el programa: se decía que cada cinco por ciento de inflación habría
reajuste de salarios. Eso era arriesgado, cuando la inflación se disparó.
Hubimos de enfrentar la desestabilización, el sabotaje y el acaparamiento y una
inflación creciente, sin poder controlar todos los mercados, sin facultades
legales ni nuevos recursos. La necesidad de cuidar los equilibrios
macroeconómicos es una lección que aprendimos en la práctica. Felizmente los
nuevos gobiernos progresistas del continente también han aprendido. Entre
ellos, llama la atención el buen manejo financiero que ha conseguido Bolivia.
Así han logrado controlar la inflación, evitar la desestabilización y crear
reservas para tiempos difíciles. Hoy cualquier programa de un futuro Gobierno
tiene que tener en cuenta esos equilibrios. No sólo por razones económicas,
sino que políticamente, los desequilibrios incontrolados pueden llegar a ser un
factor explosivo. Uno puede controlar las variables económicas internas y
contrarrestar las crisis de origen externo.
En el cuadro de globalización en que estamos, la crisis europea del euro,
continuación de la gran recesión, está afectando a China que había sobrepasado
bien las anteriores. También nosotros estamos sintiendo los primeros efectos,
podemos resultar contagiados en los próximos años y hacer más difícil cumplir
los compromisos programáticos. Por tanto, los reajustes, los aumentos de sueldo
y los gastos sociales tienen que estar bien calculados y financiados. De ahí la
importancia de hacer una efectiva reforma tributaria y las medidas respecto al
cobre para aprovechar bien los nuevos recursos que puedan lograrse.
Para completar el análisis, diría que hoy tenemos un cuadro social e
ideológico muy distinto a los años sesenta, en el que la juventud estaba más
politizada y tomaba partido por una u otra ideología. Ahora tenemos un gran
sector de la población que se decidió por una abstención sin precedentes en las
elecciones municipales, que no toma partido por ninguna de las posiciones en
pugna. Una parte sí participa y está
dispuesta a luchar por causas concretas y específicas que les parezcan justas. De
allí que ahora el programa de gobierno debe ser lo más concreto y específico
posible. Existe un segmento de jóvenes que se inclinan más a la izquierda que a
la derecha, pero más por instinto que por razonamiento. Mediante un diálogo
sistemático y permanente, basado en hechos y evidencias, sin ocultar o negar
errores y en una relación de respeto mutuo, es posible ganar a esa juventud,
ahora escéptica para la propuesta del cambio".
Salida a la crisis
neoliberal
- Si la actual crisis del modelo neoliberal se profundiza y deviene en
crisis sistémica, ¿cuál de las salidas siguientes considera más probable entre
una regresión autoritaria, un régimen de compromiso, que deje las cosas más o
menos donde mismo, y salida avanzada, con perspectiva socialista?
"Son tres alternativas. Pero yo agregaría una cuarta como muy probable
en el futuro inmediato: Una salida progresista del modelo neoliberal actual. La
estructura que vaya surgiendo mediante las reformas que están a la orden del
día, será distinta de la actual. El capitalismo ya no será el mismo, tendrá sus
limitaciones, los monopolios estarán constreñidos, entretanto se construye, a
través del estado y la base social, un nuevo régimen. El tiempo y la ciudadanía
dirán cuándo y cómo se avanzará en la perspectiva
socialista".
- Supongamos que se impone esa salida progresista. ¿Considera vigente la
propuesta económica estratégica del programa de la Unidad Popular de las tres
áreas de la economía?
“Sí, creo que ese es un modelo válido para el primer momento de la
transición, y por un largo período, mientras no se consoliden otras relaciones
sociales de producción. Pero en la actual etapa, todo pasa por un papel más
activo del Estado, mucho más que en una simple regulación; es decir, que
prohíba esto o limite esto otro, o que ponga precios, cosas que no las negamos,
ni mucho menos, pero que están ligadas con la cuestión del burocratismo, que
quita eficacia. En cambio, si aprendemos a manejarnos mejor en un nuevo sistema
económico, con gente leal y de confianza, y no que se vaya a corromper, que se
puedan manejar en empresas mixtas, y otros que aprendan a manejar las empresas
del Estado con todas las técnicas modernas que hoy existen, es fundamental. En
ese sentido, tenemos una buena experiencia histórica, desde la época del Frente
Popular, desde la creación de la CORFO para adelante. Como sabemos, la CORFO
creó todas las grandes empresas del país. Más allá de lo que digan los
supuestos especialistas, esas empresas se manejaron bien. ENDESA, ENAP, CAP
eran tremendamente eficientes”.
- Ese mismo Gobierno progresista ¿debería renacionalizar los recursos
naturales y reestatizar las empresas de los sectores estratégicos y servicios
básicos?
Sí, es absolutamente necesario. Para tener palancas de manejo, y poder
dirigir la economía, se necesitan ciertas fuerzas y recursos. Lo voy a
ejemplificar con un dato que es clave en la economía. En la época de Frei, que
estaba influenciada por los movimientos e ideas progresistas, el gobierno
terminó su período con una relación entre inversión pública y privada,
aproximadamente de 50 a 50%. De cien pesos que invertía el país, 50 eran
financiados por el Estado, de alguna u otra manera, y los otros 50 eran
financiados por el capital privado, nacional o extranjero. Si bien nadie lo ha
calculado con exactitud, mi apreciación es que esa proporción es hoy de 80 a
20. Ochenta por ciento privado y veinte estatal. Ningún Gobierno que quiera
hacer cambios profundos con perspectiva al socialismo, puede avanzar con esa
proporción de recursos, porque si se produce lo que en literatura económica se
denomina huelga de capitales, y el Estado no lo suple, la economía del país se
nos viene abajo. Eso lo vivimos durante la Unidad Popular, y puede volver a
aparecer: una oposición de derecha encabezada por los empresarios. También
sabemos que el lock out patronal se combate con la participación de los
trabajadores, pero desde el punto de vista financiero, en cuanto a las
inversiones, hay que llenar esa brecha de la manera más rápida posible, y pasar
de ese 20 o 30% que tenemos hoy, por lo menos a 50%, y de ahí un poco más. Para
eso no es necesario estatizar todo, ni mucho menos. Son las grandes empresas
las que juegan el papel fundamental. En el programa de la Unidad Popular, el
área de propiedad social era un número acotado de empresas. Sucedió que la
presión social, por la dinámica que se produjo, sobrepasó el programa, y se
tomaron muchas empresas, la mayor parte de ellas sin ninguna importancia para
la economía nacional. Ese error no podemos volver a cometerlo.
En términos programáticos, no es mucho más lo que podemos avanzar, porque
como ha salido varias veces en la conversación, el cuadro es muy difuso y no
tenemos claridad sobre lo que realmente se va a poder hacer. Con todo, soy
optimista en cuanto a que están maduras las condiciones en una serie de
aspectos para empezar por lo menos y resolver el nudo, es decir, reventar los
candados.
Hay un tema que no sale mucho en los pronunciamientos, porque tiene un
carácter más técnico y es más difuso de entender, que es la estructura
económica a la que aspiramos. Hace pocos días puso el dedo en la llaga un
economista venezolano de apellido Hausmann, amigo de Carlos Ominami, y en ese
tiempo, como él, pro mirista. Hoy apoya al candidato opositor a Chávez.
Sin embargo, en una exposición que hizo en Chile, formuló una crítica
fundamental al modelo chileno, que es su incapacidad de crear bases sólidas
para una nueva estructura, de país desarrollado, o hacia el desarrollo. Habló
de la poca diversidad productiva y exportadora de Chile, lo cual hemos dicho
muchas veces. Yo creo que los más inteligentes entre los neoliberales, se dan
cuenta de esto, pero como no pueden hacer nada al respecto, se dedican a
repetir consignas”.
Socialismo y mercado
- Avancemos un paso, en el plano teórico, y supongamos que ya superamos la
etapa de transición de un gobierno progresista a uno de perspectiva socialista
¿qué hacemos con el mercado?
“Es un tema que se discute mucho, y cada cual tiene su opinión. Mi opinión
es que por un largo período el mercado puede ser un instrumento para construir
el socialismo., y base para lo que será el comunismo. Hay que reconocer que la
estructura de una sociedad comunista está muy poco desarrollada, y no puede ser
de otra manera. Va a seguir siéndolo hasta que entremos a esa etapa; si es que
llegamos, porque está de por medio la crisis ecológica. Entonces, realmente no
hay respuesta científica para eso; y en eso Marx era muy tajante: esa es una
tarea para la gente que viva en esa época. Ahora, tenemos la experiencia de los
70 años de la Unión Soviética, y los 50 de los otros países de la Europa
oriental; tenemos la experiencia de China, que es muy importante, y la
experiencia de Cuba. Yo diría que el mercado puede ser utilizado y regulado
para beneficio de la sociedad, perfectamente; sobre todo en la medida en que se
aplique a los países de menor desarrollo relativo. Es decir, para desarrollar
las fuerzas productivas, hay que aprovechar el capitalismo. Incluso Lenin, en
su última etapa preveía, en determinadas condiciones, un largo desarrollo de un
Estado dirigido por los comunistas, donde la fuerza principal no es el mercado,
sino la clase obrera, dirigida por el partido o alguna otra forma, en una
dirección determinada, en el fondo, la coordinación de las distintas fuerzas
sociales y las distintas especialidades, estos es, de la división del trabajo. La
división del trabajo es una ley económica que se ha cumplido a lo largo de la
historia, y que todavía se sigue desarrollando, en la medida en que unos hacen
una cosa, y otros hacen otra, pero que de alguna forma se coordinan, y la
coordinación en el capitalismo se hace a través del mercado, aún cuando detrás
de eso están las fuerzas que lo determinan, como los monopolios y las
transnacionales. De ahí partió la concepción de Lenin, de utilizar el
capitalismo de Estado, porque el había visto la experiencia de la primera
guerra mundial, de los alemanes, especialmente, que hicieron una demostración
de dominio férreo del mercado, incluso sometiendo los monopolios a las
necesidades militares, con una planificación muy estricta. Algo parecido
hicieron Estados Unidos e Inglaterra en la segunda guerra mundial. En suma, el
mercado no es estrictamente indispensable, pero sí lo es la necesidad de medir
los costos, o para decirlo en términos marxistas, hay que tener en cuenta el
valor de lo que cuesta producir, que se mide por la cantidad de trabajo
socialmente necesario, tanto vivo como acumulado a través de los medios de
producción. Eso hay que medirlo, porque como decían los economistas clásicos,
no hay bienes libres. Todo cuesta. Incluso la naturaleza nos pasa la cuenta.
Eso ya está claro. Hay gente que niega eso, y sostiene que el valor de cambio
se aplica sólo en el capitalismo. Personalmente creo que se necesita calcular y
ajustar la relación de cambio de unos bienes con otros, en función del costo de
los productos, independientemente de las variaciones de la demanda, que hoy se
modifica por manipulación, la publicidad, los monopolios y muchas otras cosas. En
el socialismo eso no va a existir, pero la demanda se tiene que expresar de
alguna forma, directamente por los consumidores y la población, hay que tenerla
en cuenta. La experiencia del socialismo
soviético entre otras cosas decía que había que tomarlas en cuenta, pero
no las tomaba en cuenta. No hacía lo que la población estaba pidiendo. En ese
sentido, los estados y los gobiernos tienen que actuar, no en función de lo que
decida un comité de planificación, sino teniendo en cuenta a la población,
creando los mecanismos para que la población exprese lo que quiere, y su vez
aprenda. Es un grado de democracia económica mucho más elevado, con más
conocimiento de la gente de lo que quiere o no quiere, lo que le sirve y lo que
no, lo que se puede y lo que no, etc.
Control social en el socialismo
- ¿Considera usted el control democrático y social como el concepto que
debe regular a la empresa pública en un régimen socialista?
“Ese es el camino, entendiendo por control social una variedad de
mecanismos. En primer lugar, la medición; eso me parece básico. Si no sabemos
cuánto cuesta producir algo, tampoco podemos medir la eficiencia, cuestión que
se descuidó en el sistema soviético; y cuando se quiso cambiar el sistema de
planificación, hacia el final, se hizo sobre la base de metas de producción
física. El disparate era tan grande que los de afuera nosotros, no podríamos
haber hecho algo parecido. O sea, el que produce bienes más pesados, es el que
mejor cumple. El aumento de producción de cualquier cosa pesada vale más que
una cosa liviana. Qué, entonces debe reemplazar a eso. Lo que yo veo, es que en
un sistema de planificación la eficiencia tiene que medirse en sus resultados; por
un lado por el costo comparativo de distintas empresas que en cierta forma
compiten, de forma que unas lo hacen mejor que otras, y por el valor que tiene
en el mercado el producto que se esté ofreciendo. Eso debe ser sometido a
formas de control social, partiendo de la idea de estas asociaciones de
competidores que han surgido, y que varios autores marxistas han tratado de
desarrollar. No sólo se trata de protestar porque un medicamento se está
vendiendo a un precio loco, sino que tengan los medios para conocer los
procesos de producción, y por tanto, darse cuenta si se están recargando costos
artificialmente, y si están o no cobrando más de lo que deben cobrar, sobre la
base de sobrevalorar la plusvalía. La plusvalía es un elemento necesario;
incluso inevitable, se puede decir, porque si no, no habría desarrollo. El
problema es quién se apropia de la plusvalía. Si con el cambio de sistema
conseguimos que la plusvalía sea distribuida, conforme criterios que el propio
Marx esbozó en la Crítica del Programa de Gotha, por más que fueran criterios
muy básicos, acerca de cómo se debe distribuir antes de que llegue al bolsillo
del trabajador. La remuneración que le corresponde, como se debe distribuir
para cumplir una serie de necesidades sociales. Esto debe hacerse bajo control
social, lo cual implica no sólo a los consumidores, los productores, los
trabajadores de las empresas, sino además de algún tipo de organismo que
represente al público en general, sin que, ojalá, se trate de burócratas o
funcionarios que van a ir a revisar la contabilidad, sino de que los datos
estén en manos de la gente. Con el desarrollo de la informática, los sistemas
de información automatizados y una serie de aplicaciones tecnológicas, hoy es
mucho más fácil”.
Reflexiones sobre la utopía
y regreso a la crisis
- El fenomenal aumento de la productividad que ha traído aparejado el
acelerado desarrollo de las fuerzas productivas propio del capitalismo
¿modifica, en algún sentido, la teoría del valor?
“La solución que vislumbró Marx en varias partes de El Capital, es que a
medida en que aumenta la productividad, menos gente se necesita para un mismo
proceso productivo. Y más que menos gente, menos horas. Es decir, la tendencia
sería a trabajar menos. Marx vislumbró la posibilidad de la automatización
completa, cosa que está ocurriendo a pasos agigantados. Ahora, se están creando
estos problemas que todos conocemos, sobretodo con esta crisis, precisamente
por la contradicción que tiene el capitalismo, que necesita extraer el máximo
de plusvalía de los trabajadores, pero mientras menos puedan comprar los
trabajadores, menos venden los capitalistas, y ahí están atrapados. Eso se está
viendo en esta crisis de una manera muy clara y muy dramática. Una parte de la
solución es la tendencia a la disminución de la jornada de trabajo. La jornada
de trabajo se estableció como consigna en la Primera Internacional, a fines del
siglo XIX, en la forma de ocho, ocho y ocho. Hoy la cosa es más compleja. Los
sindicatos más poderosos de Europa han conseguido la jornada anual, de manera
que las vacaciones se vayan extendiendo a costa de la empresa. Aparte de eso,
la jornada diaria y semanal también se ha reducido en varios países de Europa,
por debajo de las cuarenta horas. Hay una cantidad de autores que intentan
demostrar que con mucho menos horas, se reduce el desempleo; es decir, entra a
trabajar más gente, pero cada persona trabaja menos, en horas de trabajo y en
intensidad, porque el sistema de automatización computarizado es infernal, como
se ha demostrado. Los japoneses tienen una muerte por agotamiento. Entonces, la
disminución de la jornada de trabajo en todos los planos, diaria, semanal y
anual, es una de las formas de compatibilizar el aumento de la productividad en
un régimen que no esté basado sólo en la ganancia, como el capitalismo. Aparte
de eso, hay que tener en cuenta que hay una diferencia. La concepción de Marx
estaba influenciada por la época del ideal de la sociedad de la abundancia. Se
pensaba que se iba a llegar a que con una hora de trabajo, por así decirlo,
íbamos a tener de todo. Esa concepción hay que modificarla a raíz de la crisis
ecológica. Podrá retomarse si entramos a un rumbo que garantice la seguridad
del planeta. Los tipos más inteligentes, dentro del capitalismo, se dan cuenta de
que hay que hacer algo, pero por lo general, el capitalista cree que no le va a
pasar nada, que de alguna u otra forma se van a inventar cosas que los va a
aislar del resto, por cierto, una lesera. Pero ahí hay un problema realmente
grave, serio; tanto más grave cuanto que los capitalistas se niegan a
reconocerlo, y quieren hacerle pagar los costos a las poblaciones más pobres,
pero de no corregirse el rumbo, nadie se va a salvar. Cualquier visión de largo
plazo, incluso el comunismo, no corresponde a la realidad si no toma en cuenta
este problema. Habría que buscar otro planeta, no sé”.
- Parafraseando a Lenin, que decía socialismo más electrificación es igual
a comunismo ¿podríamos decir hoy que esa hiperproductividad más distribución
crea condiciones favorables para lo que Marx concebía como comunismo?
“Claro, la crisis ecológica obliga a eso. Pero tampoco olvidemos que el
capitalismo tiene una gran capacidad de renovación El propio Marx decía en el
Manifiesto Comunista que la burguesía no puede vivir sin revolucionar las
formas reproducción. Se le va la vida, si acaso no lo hace. Y que puede
hacerlo, la prueba es que todos los días está inventando cosas nuevas. En otras
palabras, yo no sería tan absoluto. Lo que debemos hacer, creo, es trasladar
todo el problema del cambio a la acción humana, a las mayorías. La acción
política es la clave de todo. Y tan gravitante como la presión ecológica es la
necesidad de la coordinación internacional. La globalización ha avanzado, y
harto. Esta crisis, a diferencia de las anteriores, muestra los complejos lazos
que se han urdido entre los países y las economías. No hay solución que no pase
por acuerdos internacionales, por alguna forma de gobierno internacional. En el
caso de Europa, no se trata de salirse del euro; esa no es solución. El
problema es cambiar el control político del euro. Detrás del euro está el Banco
Central Europeo, y éste está manejado por las grandes potencias, especialmente
Alemania. Detrás de los gobiernos está el sector de los grandes capitales, los
banqueros, etc. Durante cierto tiempo, los partidos comunistas de Francia,
Italia y España cayeron en una idealización del proceso de unión europea. Luego
se empezaron a dar cuenta hacia dónde iba. Y ahora, es simplemente descarado. Lo
que están pidiendo los gobiernos y la derecha es prácticamente una dictadura:
someter a todos los países bajo su mando. Los países periféricos, Grecia,
Irlanda, España, pasan a ser colonias. Para allá va la cosa. Si no hay una
resistencia más activa y una consciencia mayor, no sé lo que va a pasar. Yo
creo que la crisis, en Europa sobretodo, es muy profunda, y muy difícil de
solucionar, porque las fuerzas políticas están sumamente desconcertadas”.