El Círculo Virtual de Estudios Histórico-Políticos rinde homenaje a los pampinos que, llevando a cabo una justa huelga, fueron masacrados por soldados del ejército y la marina de guerra, hace 105 años, un sábado 21 de diciembre de 1907.
Carlota Espina
Editora
21 Diciembre 1907, antes de la masacre en Iquique
A 105 AÑOS DE LA MASACRE DE LA ESCUELA SANTA MARÍA
Iván Ljubetic Vargas
EL MOVIMIENTO REIVINDICATIVO DE 1907
EL PLIEGO DE PETICIONES
Ante las terribles
condiciones de vida y de trabajo, los pampinos de Tarapacá confeccionaron un
pliego de peticiones, que fue publicado por el periódico “La Voz del Obrero”,
de Taltal, con fecha 21 de noviembre de 1907.
¿Qué pedían?
1.
La elevación de sus salarios de
acuerdo al alza del costo de la vida, salarios que un período de tres años
habían perdido la mitad o más de su capacidad de compra.
2.
Que las fichas con que se les
cancelaban el jornal, fuera cambiada a la par, sin recortarle el valor, como lo
hacía corrientemente los patrones.
3.
Exigían poner fin a los abusos de
los que eran víctimas en las pulperías. Para ello solicitaban la libertad de comercio, o sea que pudieran
ingresar a la oficina vendedores particulares. Por otro lado, pedían que se
colocara en la afuera de la pulpería una balanza y una vara, para comprobar que
no les robaban, como era habitual, en los pesos y medidas.
4.
Solicitaban que las chancadoras
(donde se trituraba el caliche) y los cachuchos (donde se hervía éste a altas
temperaturas) fueran rodeados con rejas de hierro para evitar –como acontecía
con frecuencia- que un obrero resbalara y cayese dentro de ellos encontrando
una horrible muerte.
5.
Solicitaban que los patrones
debían entregar en forma gratuita un local para que funcionara una escuela
nocturna.
Estas eran las principales peticiones de los
obreros salitreros de Tarapacá. Hubo conversaciones entre los obreros y los
administradores de las oficinas salitreras. Primero fueron tramitados, luego se
les comunicó que los dueños de ellas se negaban a aceptar ninguno de los puntos
planteados por los pampinos.
COMIENZA LA HUELGA
El martes 10 de diciembre de 1907, después de esperar pacientemente una
respuesta, se inició la huelga en la
oficina salitrera San Lorenzo. En los dos días siguientes el movimiento se
extendió por toda la pampa de Tarapacá.
El poeta proletario
Francisco Pezoa, en su “Canto a la Pampa”,
relata:
“Año tras año por los salares
del desolado Tamarugal
lentos cruzando van por millares
los tristes parias del capital.
Sudor amargo su sien
brotando
llantos en sus ojos, sangre en sus pies
los infelices van acopiando
montones de oro para el burgués.
de los más hondo
del corazón
por las callejas del campamento
vibró un acento de rebelión.
Eran los ayes de muchos pechos,
de muchas iras era el clamor,
la clarinada de los derechos
del pobre pueblo trabajador.”
VAMOS AL PUERTO, DIJERON VAMOS
Tres días después de comenzado el conflicto,
el viernes 13, iniciaron estos la marcha
hacia el Puerto de Iquique, donde esperaban solucionar el conflicto en
conversaciones con patrones y las autoridades del gobierno de Pedro Montt.
El Francisco Pezoa, canta así esa proeza:
“Vamos al puerto dijeron vamos
“Vamos al puerto dijeron vamos
en un resuelto y noble ademán
para pedirles a nuestros amos
otro pedazo no más de pan.
En la misérrima caravana
al par que al hombre marchar se ven
la esposa amante, la madre anciana
y al inocente niño también”.
De las 84 Oficinas salitreras existentes en
Tarapacá, en las que laboraban 43.440 obreros ,
pararon 76 Oficinas, con un total de 37.141 pampinos.
EL
GOBIERNO DE PARTE DE
LOS EMPRESARIOS
Era este un típico conflicto económico entre
los obreros y sus patrones, pero el gobierno de Pedro Montt no se mantuvo
neutral. Desde los inicios del movimiento se puso al lado de los patrones.
El viernes 13, llegaba a Iquique el crucero
‘Blanco Encalada’, enviado por las autoridades para quedar de estación en el
puerto.
El ministro del
Interior, Rafael Segundo Sotomayor, antiguo vecino de Iquique y conocido
abogado defensor de los intereses salitreros de Matías Granja, envió continuos
telegramas al Intendente subrogante de Tarapacá., abogado Julio Guzmán García.
El primero lo envió
el sábado 14 de diciembre, cuando los pampinos no llegaban aún a Iquique. En
este telegrama ordenaba:
“Si huelga originare desórdenes proceda sin
pérdida de tiempo contra los promotores o instigadores de la huelga; en todos
los casos, debe prestar amparo a personas y propiedades”.
Ese mismo día, la
Alcaldía de Iquique decretó la suspensión hasta nueva orden de los espectáculos
públicos y la clausura de las cantinas.
El domingo 15 llegó
temprano a la ciudad una numerosa cantidad de pampinos. Procedían del Cantón de
Alto San Antonio. Fueron alojados el Hipódromo.
El Directorio de la Unión Pampina, que llamó a
formar el Comité de Huelga con delegados de los gremios de Iquique, estaba
formado por:
Presidente, José Brig.;
Vicepresidente,
Luis Olea;
Secretario, Nicanor Rodríguez Plaza;
Prosecretario, Ladislao Córdova y
Tesorero, José Santos Morales.
SOLIDARIDAD CON LOS PAMPINOS
Ese domingo 15, se
realizó en Zapiga un importante mitin. Asistieron representantes de las
oficinas de los cantones del norte. Se acordó pedir al Presidente Pedro Montt
“que en vista de la situación calamitosa
creada para el trabajador con motivo de la depreciación del cambio, S.E.
despliegue todas las energías propias del primer magistrado de Chile... en
resguardo y beneficio del pueblo oprimido”.
Iquique tenía una
población de 40.171 habitantes y se vio con una sobrepoblación de 15.000
personas. Las sociedades obreras, los Veteranos del 79, la Gran Unión Marítima
y algunos propietarios de hoteles, ofrecieron alojamientos gratuitos. La carpa
de un circo también sirvió como albergue.
Hubo gran apoyo
solidario de los gremios de Iquique con los pampinos. Trece de esos gremios
participaban en el Comité Directivo de
la huelga. En la ciudad se produjeron
conflictos de los trabajadores marítimos, fábrica de calzados Fardella y de los
panificadores, todos exigiendo mejoras asalariales. En Antofagasta paró, en
solidaridad con el movimiento de Tarapacá, la Oficina Ausonia y se anunciaron
otras más.
TELEGRAMAS DEL MINISTRO DEL INTERIOR
El lunes 16,.
Sotomayor envió otros dos telegramas..
En uno decía:
“Para adoptar medidas
preventivas, proceda como en estado de sitio. Fuerza pública debe hacer
respetar orden cueste lo que cueste. Esmeralda va en camino y se alista más
tropa”.
En el otro
recomendaba:
“Suspenda censores en los
cables. Mantención censores obligaría a cables comunicar censura oficina
internacional Berna, lo que debe evitarse para no producir alarma en el
extranjero”.
Ese mismo lunes 16
de diciembre, como adhesión al movimiento de los trabajadores salitreros pararon sus
actividades varios sectores obreros de la ciudad, la cual quedó paralizada.
Patrullas militares circulaban por las
calles.
El martes 17 llegó
desde Arica el crucero ‘Blanco
Encalada’, con una fuerza del regimiento ‘Rancagua’.
A PESAR DEL ORDEN MÁS MEDIDAS REPRESIVAS
Los pampinos actuaban en absoluto orden. Las
autoridades los destinaron a la Escuela Santa María y a la plaza
Manuel Montt, que queda al frente. Allí quedaron.
El miércoles 18 de
diciembre, cuando el conflicto cumplía su octavo día, “El Tarapacá”, periódico de los patrones,
destacó “la actitud de absoluto orden adoptado
por los huelguistas”. Añadiendo que “sus manifestaciones se han reducido a
meetings, desfiles y discursos dentro del terreno de la moderación. Agregaba
que “en las numerosas oficinas que permanecen
paralizadas, el orden se mantiene inalterable.”
Ese día ancló en la
bahía el crucero ‘Esmeralda’, que traía tropas del Regimiento de Artillería de
Costa, de Valparaíso.
Mientras tanto, seguían
llegando a la ciudad nuevas columnas obreras. La presencia pampina
iba en aumento.
Ese miércoles, ministro del Interior autorizaba al Intendente para aumentar la
policía, y en caso necesario, armar al cuerpo de bomberos para ayudar a la
seguridad de la ciudad.
TAMBIÉN MANOS EXTRANJERAS
Las oficinas salitreras
más importantes de Tarapacá eran propiedad de capitalistas ingleses y el
gobierno británico tampoco se mantuvo neutral.
La intervención del
imperialismo inglés en la masacre de la Escuela Santa María (como en otras
masacres perpetradas en la pampa) es un
aspecto que no ha sido suficientemente destacado. En el caso de la historia
oficial chilena, totalmente ocultado.
Apenas iniciado el
conflicto en Tarapacá, tanto en Iquique, Santiago y Londres, los empresarios
salitreros británicos presionaron para que el Gobierno de Pedro Montt aplicara
mano dura para aplastar el justo
movimiento reivindicativo de los pampinos.
El Cónsul inglés en
Iquique convocó al Cuerpo Consular de
ese puerto para que éste pidiera al Intendente que informara acerca de “si contaba con las tropas necesarias, que
tan urgentemente se necesitaban para garantizar las vidas y la propiedad de los
extranjeros”.
En Santiago, los
empresarios exigieron al Encargado de Negocios
de Gran Bretaña, Edward Rennie, que solicitara al Ministro del Interior
del Presidente Pedro Montt, el envío de refuerzos militares a la región de
Iquique. Después de entrevistarse con el Ministro, el diplomático inglés
informó a los empresarios salitreros sobre lo que el gobierno chileno había
realizado y lo que haría para reforzar a las fuerzas armadas frente al
movimiento huelguístico en desarrollo.
INTERVENCIÓN BRITÁNICA
En Londres,
personeros de la Casa Gibbs, uno de los principales consorcios involucrados en
la industria del salitre y del yodo,
presionaron al Ministerio de Relaciones Exteriores del Imperio para que enviara
buques de guerra al norte de Chile. En una carta enviada al ministro de esa
cartera, señalaron que “queremos recordarle que existe una numerosa colonia
británica en Iquique y que se ha invertido un capital británico de millones en
esa ciudad y en los distritos salitreros de los cuales Iquique es el puerto
principal”.
Fue así como el
Ministerio de Relaciones Exteriores y el Almirantazgo británico decidieron el envío de la nave de guerra
Sapho, a toda máquina con destino Iquique. Llegó atrasado. Recién el 7 de enero
de 1908 ancló en ese puerto.
El Cónsul británico
en Iquique, relató que el general Roberto Silva Renard, autor material de la masacre de la Escuela
Santa María, le había dicho que lamentaba “que
no hubiese siempre una nave de guerra inglesa en aguas chilenas, para recordar
a sus compatriotas quienes eran sus verdaderos amigos”.
El imperialismo
británico se había apoderado de los
mejores yacimientos salitreros durante
el desarrollo del Guerra del Salitre, llamada por “la historia oficial” Guerra
del Pacífico. Este conflicto se desarrolló
entre 1879 y 1883.
LA
MASACRE DE LA ESCUELA SANTA MARÍA
LA MATANZA FUE PREMEDITADA
Eran las dos de la
tarde del jueves 19 de diciembre de 2007, cuando un cuarto barco de guerra, el
crucero ‘Zenteno’, ancló en la rada del puerto de Iquique. En él venían el
Intendente titular de la Provincia de Tarapacá, Carlos Eastman, y el general
Roberto Silva Renard. También el
regimiento O’Higgins, con la misión de reforzar la guarnición local.
Los huelguistas,
que estaban en el noveno día del conflicto, llenaban los muelles. Aguardaban la
llegada del Intendente que venía de Santiago, plenos de una ingenua esperanza.
Elías Lafertte, uno
de los obreros del salitre que había marchado desde su oficina salitrera y
que fue testigo ocular de esos
acontecimientos, escribió:
“El Intendente era un viejo
delgado, enjuto, vestido de negro. Apenas desembarcó fue cogido en andas por
los entusiasmados pampinos y llevada de esa forma hasta la Intendencia. A los
requerimientos de las masas, se asomó a uno de los balcones y pronunció una
frase, una sola, que por ser de esperanza, llenó de júbilo el corazón de los
trabajadores.
Dijo: ‘No pensaba volver, pero
me habéis hecho desistir de ello. Traigo la palabra oficial del Gobierno para
arreglar el conflicto”
No pronunció ni
una sílaba más. Pero los ilusionados pampinos hicieron estremecer la Intendencia
con gritos de ¡Viva! y ¡Bravo!”.
“CON LOS CHILENOS
MORIMOS...”
A las 14,30 del
viernes 20 de diciembre, llegaron hasta la Escuela Santa María los Cónsules en
Iquique de Argentina, Bolivia y Perú. Se reunieron con sus connacionales. Les
instaron a abandonar el movimiento y dejar la escuela, advirtiéndoles que si no
lo hacían, los Cónsules no podrían responder por ellos. Les dijeron que la cosa
era grave, pues los militares tenían órdenes de disparar y que las balas no
discriminarían entre chilenos y extranjeros.
La respuesta fue inmediata.
Los obreros argentinos, peruanos y bolivianos se negaron a desertar. Los
trabajadores bolivianos respondieron a su Cónsul: “Con los chilenos vinimos,
con los chilenos morimos”.
¡Qué hermoso y
valiente gesto de esos pampinos!
Pero hay algo más.
Ese episodio de la visita de los Cónsules es una nueva prueba que la
matanza de Iquique fue un crimen con
premeditación y alevosía.
SE PREPARAN LAS CONDICIONES
Ese día viernes 20
de diciembre llegó una noticia alarmante. En la oficina salitre
Buenaventura una patrulla militar había disparado sobre una columna obrera para impedir que se
dirigiera a Iquique. Ocho obreros
cayeron asesinados; varios otros, heridos.
El sábado 21 de
diciembre, los trabajadores en huelga fueron sorprendidos por la noticia que el
Intendente había declarado el Estado de Sitio en la noche anterior. Las
calles del puerto se llenaron de soldados y marineros. Se prohibió la
circulación de todo grupo de más de dos personas.
A las 13,30 de ese
día el Intendente Eastman puso su firma al decreto que decía:
“En bien del orden y salubridad pública,
concéntrese a la gente venida de la pampa en el Club Sport (Hipódromo), en el
camino a Cavancha”.
Todo estaba listo
para la masacre fríamente preparada.
SE CONSUMA LA MASACRE
Eran las 15, 30 horas del sábado 21 de
diciembre de 1907. Bajo un sol abrasador la multitud en apretujaba en la Escuela Santa María de
Iquique y en sus alrededores.
Frente a ellos,
amenazantes, las negras bocas de fusiles y ametralladoras.
El general Roberto
Silva Renard era el encargado de mantener “el orden y la salubridad”.
Avanzó en un
caballo blanco –quizás sintiéndose Napoleón- y ordenó al corneta que lo
acompañaba, que lanzara unos sones de clarín. El escalofrío corrió por muchas
espaldas.
EL LLORIQUEO DE UN NIÑO
Se hizo un silencio
de muerte, que presagiaba algo terrible. Pero antes que el general lanzara su
orden de abandonar la escuela, se escuchó la voz llorosa de un pequeño niño:
-
Mamá, quiero hacer pichí...
La madre, Águeda
Muñoz, una curtida mujer proletaria, que había marchado con sus tres hijos
desde la oficina salitrera Alianza, intentó inútilmente callarlo.
-
Aguanta un poco, chiquillo de
moledera...
-
Es que no puedo más, por favor,
mamita...
Doña Águeda tomó a
sus niños y, abriéndose paso dificultosamente entre la compacta muchedumbre, se
dirigió a los baños de la escuela. Estaban allí cuando escucharon los gritos de
cientos de gargantas diciendo: “¡No, no saldremos de aquí hasta que se resuelva
el conflicto!”. Después los disparos que atronaron el aire. Silencio. Luego
nuevos gritos.
Pero ahora eran de
dolor y de ira.
Se había consumado
la matanza. Quizás por estar en los
baños escaparon de la muerte. Uno de los tres hijos de doña Águeda era Ángela
Henríquez Muñoz, que por entonces tenía tres años de edad. Ella sería, tiempo
después, la madre de esa imprescindible llamada Sola Sierra Henríquez.
EL PARTE DE GUERRA DE UN GENERAL
El general
Silva Renard, el autor material de la matanza, escribió su informe
oficial dirigido al Intendente de Tarapacá, con fecha domingo 22 de diciembre
de 1907. Allí señaló:
“En la plaza rebosaba una
turba de huelguistas que no cabían en el interior de la escuela. Adentro había
cinco mil individuos afuera dos mil. Como Su Señoría comprende los oradores no hacían otra
cosa que repetir aquellas frases comunes
de guerra contra el capital y el orden social existente. Comisioné al coronel
Ledesma para que cercase (textual) al Comité que presidía el movimiento les
comunicase la orden de Vuestra Señoría de evacuar la escuela y la plaza y que
se dirigieran al Club Hípico con la gente.
A los cinco minutos volvió el
coronel diciéndome que el Comité se negaba a cumplir esa orden. Hice avanzar
dos ametralladoras del crucero Esmeralda y las coloqué frente a la escuela con
puntería fija a la azotea donde estaba reunido el Comité directivo de los
huelguistas.
Ordené a las 5,45 pasado
meridiano una descarga por un piquete del Regimiento O’Higgins hacia la azotea
ya mencionada y por un piquete de
marinería situado en la calle Latorre hacia la puerta de salida de la escuela,
en donde estaban los huelguistas más rebeldes.
MIENTE EL GENERAL
A esta descarga se respondió
con tiros de revólver y aún de rifles que hirieron a tres soldados y dos
marineros, matando dos caballos de los granaderos. Entonces ordené dos
descargas más y fuego a las ametralladoras. Hechas las descargas y ante el
fuego de las ametralladoras, que no duraría sino treinta segundos, la
muchedumbre se rindió.
Concluye el general diciendo:
“Ésta es la relación exacta de los luctuosos sucesos
ocurridos ayer, en los cuales han perdido la vida y salido heridos cerca de
ciento cuarenta ciudadanos”.
Este
fue el mentiroso parte de guerra, de un
general que se manchó las manos y con la
sangre de obreros, mujeres y niños.
EL
TESTIMONIO DE LAFERTTE
Elías Lafertte, testigo ocular de ese
sangriento episodio, escribió:
“El general Silva Renard fríamente dio la orden de fuego.
El ruido de los disparos fue ensordecedor. Los fusiles disparaban contra la
azotea, mientras las ametralladoras tres veces lanzaron sus cargas de muerte
contra el grueso de los pampinos, tres ráfagas, bastantes para llenar la
escuela de cadáveres”.
Más adelante,
el entonces obrero del salitre, agregó:
“Por las calles empezaron a pasar carretones de la basura
que venían de la Escuela Santa María cargados de muertos y heridos. Toda la
noche desfilaron las carretas para poder trasladar y hacer desaparecer los dos
mil muertos, víctimas de Silva Renard”.
OTROS TESTIMONIOS
El Cónsul de Estados Unidos en Iquique informó
a su gobierno que
“la escena después
fue indescriptible. En la puerta de la escuela los cadáveres estaban amontonados
y la plaza cubierta de cuerpos”
Muchos heridos fallecieron en el Hospital de
Beneficiencia.
Venegas Arroyo dio la cifra de 2.000 muertos,
corroborada por Armando Jobet, padre del
historiador Julio César Jober, que a la
fecha era suboficial del regimiento ‘Carampangue’, afirma que “en el primer turno de entrega de
cadáveres a él encomendado, contó novecientos”. (Ver Hugo Barraza Jofré: obra citada)
El
doctor Nicolás Palacios, relata:
“Los soldados
hicieron fuego sobre el Directorio Central de la huelga. De pie, serenos,
recibieron la descarga. Como heridos del rayo cayeron todos y sobre ellos se
desplomó una gran bandera”.
VOZ DE METRALLA
El poeta proletario Francisco Pezoa cantó así:
“Benditas víctimas que bajaron
desde la pampa llenas de fe
y a su llegada lo que
escucharon
voz de metralla tan solo fue.
Baldón eterno para las fieras
masacradoras sin compasión
queden manchadas con sangre obrera
como un estigma de maldición”
LOS ASESINOS
El escritor Tancredo Pinochet relató:
“Un profesor primario
me mostró el patio de los caídos. Esta tierra es nueva, me dijo, la pusimos
nosotros con los alumnos. La otra, empapada con sangre, quemó todas las plantas
y las flores. Hubo que sacar casi medio metro de tierra y cambiarla para lo que
plantáramos allí volviese a florecer”.
¿Quiénes fueron los autores intelectuales de
la masacre? Pedro Montt, Presidente de la República; Rafael Sotomayor, Ministro
del Interior; Carlos Eastman, Intendente de la provincia de Tarapacá.
¿Quién fue el autor material? El general
Roberto Silva Renard.
No les bastó con la matanza. Los
sobrevivientes fueron sacados de la Escuela y trasladados por cientos de
soldados, como un piño de animales, hacia el Hipódromo.
En la escuela encontraron el “arsenal” de las
víctimas: veinte cuchillos de trabajo y cuatro revólveres.
OBJETIVOS DE LA MASACRE
Por una parte aplastar un pacífico conflicto
reivindicativo de los obreros del salitre. Por otra y, talvez sea el motivo
principal, destruir un potente movimiento sindical, que amenazaba los intereses
de la burguesía. En el año 1900 habían nacido las Mancomunales de Obreros, que
hacia 1907 existían en numerosas ciudades del país, desde el norte salitrero
hasta el lluvioso sur de Chile.
Y ambos objetivos fueron cumplidos. Con la
masacre fue ahogada en sangre una huelga de los trabajadores de la pampa y, al
mismo tiempo, el terror desatado, significó que en el mes de diciembre de 1907
desaparecieron las Mancomunales y se abrió un período de reflujo en el
movimiento sindical chileno.
Después del cruento acontecimiento, muchos
obreros bajaron desde la pampa al puerto
de Iquique con sus familiares para dirigirse al sur. Comenzó también la
emigración de trabajadores peruanos, bolivianos y argentinos.
JUSTIFICANDO LA MATANZA
La masacre de la Escuela Santa María existió.
Fue un hecho objetivo. Pero las interpretaciones sobre ella, son subjetivas.
Depende de la clase social que representa, consciente o inconscientemente,
quien la interprete.
Habían transcurrido algo más de dos años de
perpetrada la matanza de Iquique, cuando el escritor Francisco Valdés
Vergara -representante de la ideología
burguesa, de los intereses de los
patrones- dictó una conferencia en el
Centro Conservador de Santiago el 1º de Mayo de 1910.
Refiriéndose
a los sucesos del 21 de diciembre de
1907 afirmó:
”No puedo recordar sin tristeza aquella tragedia de Iquique que ahogó en un charco de sangre el levantamiento sedicioso de algunos miles de obreros. Esta muchedumbre se levantó amenazante contra el orden, contra los bienes y las personas, se negó a todo advenimiento inspirado por la justicia y hubo de ser sometida, para evitar mayores males, con el empleo severo de las armas”.
”No puedo recordar sin tristeza aquella tragedia de Iquique que ahogó en un charco de sangre el levantamiento sedicioso de algunos miles de obreros. Esta muchedumbre se levantó amenazante contra el orden, contra los bienes y las personas, se negó a todo advenimiento inspirado por la justicia y hubo de ser sometida, para evitar mayores males, con el empleo severo de las armas”.
RECABARREN REIVINDICA LA VERDAD
Luis Emilio
Recabarren en su obra “La huelga de Iquique en diciembre de 1907. La teoría de
la Igualdad”, respondió a Francisco Valdés
Vergara al escribir:
“Nosotros conocemos
íntimamente la historia de ese movimiento y hemos reconocido que jamás hubo en
Chile una acción más hermosamente ordenada y tranquila, donde la justicia de
esa acción se destacaba. ¿Qué pedían los obreros en huelga? ¿Pedían acaso una
monstruosidad? ¿Iban en pos de alguna cosa injusta? ¿Acaso pedían una
exageración?
¡No, mis queridos hermanos!
Los obreros del salitre reclamaban estrictamente una cosa justa hasta la
evidencia. Los obreros hicieron ver a sus patrones que el salario de 1907, en
billetes chilenos, había bajado casi a la mitad en el breve espacio de tres
años, y aún mucho más de la mitad tomando en cuenta la elevación del precio de
la vida”.
Fue ese justo
movimiento reivindicativo de los obreros del salitre, que el escritor Valdés
Vergara llama “levantamiento sedicioso”,
que señala como una amenaza “contra el
orden, contra los bienes y las personas”.
LA VIOLENCIA REACCIONARIA
La terrible matanza
para aplastar esa tranquila acción reivindicativa de los trabajadores, incluso
alabada por la prensa patronal, es justificada por el escritor conservador,
cuando sostiene que “hubo de ser
sometida, para evitar mayores males, con el empleo severo de las armas”.
¿Por qué el
Gobierno de Pedro Montt empleó la violencia extrema para resolver una pacífica
huelga obrera?
Luis Emilio Recabarren
en un artículo publicado en Buenos Aires y reproducido por “La Voz Obrera”, de
Taltal, el 13 de enero de 1908, escribió
respondiendo esa pregunta:
“Uno de los factores que ha
impulsado a la burguesía a proceder tan cruelmente en la destrucción de este
movimiento obrero que pedía justicia, es el gran temor de ver extenderse una
agitación obrera, en estos instantes en que carece de fuerzas suficientes a
causa del fracaso de las leyes militares. Emplear la crueldad extrema, infundir
el terror en el menor tiempo posible, desbaratar toda organización que pueda
resistir, he ahí el plan de los burgueses chilenos”.
EL PRONTUARIO DE SILVA RENARD
La impunidad fue
total para los autores intelectuales (el Presidente Pedro Montt; el Ministro
del Interior, Rafael Sotomayor; el Intendente de Tarapacá, Carlos Eastman) y el
autor material (Roberto Silva Renard) de la masacre de 1907.
En el prontuario de
este último encontramos: Nació en
Santiago en 1855. Sirvió 39 años en el Ejército. A poco de iniciarse la
contrarrevolución de 1891 para derrocar
al Presidente José Manuel Balmaceda, siendo miembro del Estado Mayor de la
guarnición militar de Santiago, Silva Renard se embarcó secretamente hacia el
norte en marzo de ese año, y se pasó al ejército contrarrevolucionario que, en esa zona,
organizaba el prusiano Körner. Traicionó así al gobierno constitucional. Su
participación en el bando reaccionario durante la guerra civil, le valió el
ascenso a coronel.
En 1903 actuó como
fiscal en el proceso por la masacre perpetrada en ese año por efectivos del
Ejército contra los obreros portuarios de Valparaíso. Concluyó que los responsables de ella habían
sido las víctimas.
El 17 de septiembre
de 1904 encabezó las tropas que masacraron a los huelguistas de la oficina
salitrera Chile. El saldo fue de 13 muertos y 32 heridos.
Comandó a los
soldados del Ejército que el 24 de octubre de 1905 asesinaron a 70
manifestantes que, en Santiago, exigían el fin de un impuesto a la carne
argentina. Además ese día quedaron 300 heridos y 530 detenidos.
Pero su acción más
“brillante” tuvo lugar en Iquique el 21
de diciembre de 1907.
Todos estos méritos
le valieron que fuera nombrado Director de la Fábrica de Cartuchos del
Ejército, posteriormente llamada FAMAE.
ANTE LA IMPUNIDAD, JUSTICIA POR MANO PROPIA
El 14 de diciembre
de 1914, el general Roberto Silva Renard caminaba tranquilamente por la calle
Viel en dirección a su despacho en la mencionada fábrica. Eran alrededor de las
10,15 de la mañana, cuando sintió un golpe seco en su espalda. Al intentar
girar para ver el origen de su dolor, recibió un segundo golpe de la daga, a la
altura de la oreja izquierda.
El valiente soldado
comenzó a lanzar desesperados gritos de auxilio. Acudieron vecinos. El autor,
un obrero español llamado Antonio Ramón Ramón, huyó. En la calle Rondizzoni un
guardián de la Penitenciaría lo detuvo, encañonándolo con su revólver. Lo
entregó a soldados, que golpearon
salvajemente al trabajador. Un capitán le dio sablazos en la cabeza, a pesar de
que el detenido iba sujeto por los brazos y no ofrecía resistencia alguna.
Luego de un largo
juicio, la justicia, esa misma justicia que ni siquiera procesó a los asesinos
de la Escuela Santa María, condenó a Antonio Ramón Ramón a cinco años de
prisión, acusado de agresiones graves a un general.
QUIEN ERA ANTONIO RAMÓN
Era un obrero español. Había nacido en 1879
en el pueblo de Molvidar, Granada, España. A la edad de 23 años se dirigió al
África en busca de trabajo. Por causalidad, conoció en Orán a su medio hermano
Manuel Vaca. Ambos se embarcaron rumbo a
Sudamérica. Antonio se quedó en Brasil,
pero Manuel continuó hacia Buenos Aires y poco después se dirigió a Chile,
estableciéndose en Tarapacá. Meses después Manuel se trasladó a Buenos Aires.
Los hermanos mantenían una constante correspondencia. Pero hacia fines de
diciembre de 1907 las cartas de Manuel cesaron bruscamente. Antonio conoció por la prensa de la matanza
de la Escuela santa María. Preocupado por la suerte de su hermano, en junio de 1908,
cruzó la cordillera y se dirigió a Iquique. Después de muchas indagaciones, se
enteró que Manuel Vaca era uno de los asesinados en la matanza. Abrumado por la
pena, se internó en la pampa. Recorrió muchos lugares del norte salitrero, de
Chile central y de la pampa argentina. Trabajó en diferentes oficios intentando
mitigar su profundo dolor. No lo logró.
JUSTO ODIO ANTE LA INJUSTICIA
En su pecho la pena se fue transformando en
ira, en odio. La impotencia ante la impunidad que gozaban los responsables de
la muerte de su hermano, se convirtió en deseos de venganza. Se trasladó a
Santiago. Observó la costumbre del principal autor material del crimen, el
general Roberto Silva Renard. Armado de una daga lo atacó el 14 de diciembre de
1914.
Al comprobar que la justicia chilena nada
había hecho en siete años de ocurrido ese crimen, se decidió a hacer justicia
por su propia mano.
Gracias a su
valiente acción, el general Roberto Silva Renard fue el único de los
culpables de la masacre de la Escuela
Santa María, que recibió un castigo, un leve castigo, pero castigo al fin y al
cabo.
Para vergüenza de
Chile democrático, nunca hubo reparación
alguna para las víctimas. Peor aún:
existen en el país varias avenidas que llevan el nombre del Presidente Pedro Montt. Y el Regimiento Nº 3 de
Artillería de Concepción se denomina
Silva Renard.
SEGUIMOS EXIGIENDO JUSTICIA
A 105 años de la matanza de Iquique decimos
con el poeta proletario:
“Pido venganza para
el valiente
que la metralla
pulverizó
pido venganza para
el doliente
huérfano y triste
que allí quedó.
Pido venganza por
el que vino
de los obreros el
pecho a abrir
pido venganza por
el pampino
que allá en Iquique
supo morir”.
NO CAYERON EN VANO
Y proclamamos con Pablo Neruda:
“Pueblo, del
sufrimiento nació el orden.
Del orden tu bandera de victoria ha nacido.
Levántala con todas
las manos que cayeron.
Defiéndela con
todas las manos que se juntan:
Y que avance a la
lucha final, hacia la estrella
la unidad de tus
rostros invencibles.”