domingo, 16 de septiembre de 2012

La pregunta por Allende













La pregunta por Allende

Editorial: "El Siglo" del 14 al 20 septiembre 2012





Miles de calles, plazas, escuelas, aulas universitarias, recintos hospitalarios llevan su nombre en centenares de países de todos los continentes. Sus “últimas palabras” se reproducen en diarios, afiches y libros y sirven de texto a canciones en múltiples idiomas. Su rostro es conocido a través del mundo.

Y a pesar de las campañas calumniosas de todas las derechas, y el afán por hacerlo olvidar y que su vida no alcance a arribar a la conciencia de las nuevas generaciones, su historia es repetida cada año, especialmente el día de su muerte en La Moneda.

¿Quién fue este hombre que así despierta, a casi 40 años de su sacrificio, tanta pasión e interés? Es lo que nos permitimos llamar “la pregunta por Allende”.

Dirigente estudiantil, médico, fundador del Partido Socialista de Chile, ministro del gobierno del Frente Popular, parlamentario, presidente de la república de Chile…

Todo eso y más: orador de verbo arrebatador, junto a Recabarren se lo ha llamado “el mayor educador de masas” de nuestra historia.

Político revolucionario, consecuente internacionalista, llevó a muchos lugares de la Tierra, incluyendo su memorable discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas, que lo ovacionó de pie, las razones de “la revolución chilena”, un proceso que postuló como profundamente arraigado en las tradiciones de su pueblo.

De allí, quizás, junto a su originalidad y legitimidad, también sus debilidades.

Profundo conocedor de la historia nuestra y de la humanidad, sabía las barreras que debía vencer, las feroces resistencias que había que enfrentar para superar lo que siempre llamó “democracia formal”.

Llamaba a las cosas por su nombre, “al pan, pan” y a la oligarquía y sus expresiones políticas “colegios de clase”, así como “yegua madrina” para referirse a la prensa de extrema derecha. Y al imperialismo, también por su nombre.

Conocía íntimamente los riesgos que conllevaban su accionar y su proyecto de transformaciones de fondo. También conocía a su pueblo, y sentía por él –trabajadores, campesinos, niños, jóvenes, mujeres- así como un afecto sincero y una gran preocupación, un respeto también auténtico por la soberanía de su conciencia y la dignidad de sus organizaciones.

Nunca se quiso “héroe”, aunque lo fuera en el más alto y riguroso sentido del término.

Y es que nadie se prepara para ser un héroe, a menos de convertirse en una cumplida caricatura.

Salvador Allende, “colocado en un tránsito histórico”, repitió con sencillez “pagaré con mi vida la lealtad del pueblo”.

El “tránsito histórico” era el choque violento de las esperanzas más altas y generosas con la realidad de los instintos más bajos y egoístas. Y se impusieron estos últimos, y el gobernante solícito, el político experimentado, le recomendó “El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse”.

Y agregó: “Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza”.

¿Quién, al oír en las calles de todo Chile las voces reivindicativas de millones de personas, encabezadas por la juventud, no recuerda con admiración esas sabias palabras? ¿Fue Salvador Allende, como pretenden ciertas caricaturas que apenas esconden sus intereses de clase, nada más que el conductor de una utopía sin destino? ¿Un “político profesional” que se allegara al pueblo para satisfacer afanes de poder y de prestigio? ¿Fue su adhesión al socialismo nada más que una pose, y no la profunda convicción que buscaba transmitir en cada una de sus palabras? Son, todas ellas, parte de lo que llamamos “la pregunta por Allende”.

Y a esa pregunta se sigue respondiendo, en las calles de Chile y de todo el mundo. “¡Venceremos!”, exclaman en todas las latitudes los cientos de miles y millones que resisten al capitalismo feroz y reclaman los cambios profundos por los que luchó Salvador Allende.

“El pueblo unido jamás será vencido”, sostienen en sus imponentes marchas los que comparten la certeza de que “la historia es nuestra y la hacen los pueblos”.

Y esas manifestaciones son también una respuesta a esta “pregunta por Allende”, que nos hacemos justamente el 11 de septiembre, cuando el hombre que no buscó ser héroe lo fue desde ese día y lo será para siempre.