Editorial de El
Siglo, edición 1617 del 29 de junio de 2012
Hablemos de ropa sucia…
“De estas cosas
se habla dentro del país”, fueron –más o
menos- las palabras con que el presidente “del país”, Sebastián Piñera, rechazó
abruptamente la pregunta de un periodista que en conferencia de prensa de la BBC
de Londres le inquiría su opinión sobre el homenaje rendido recientemente en
Santiago de Chile al dictador Augusto Pinochet. Al que, digámoslo de paso,
Sebastián Piñera le concede, contra toda legitimidad, el título de “presidente”
(“el presidente Pinochet”).
Cierto es que
minutos u horas antes, el mismo celoso cuidador de la confidencialidad y
privacidad nacionales había calificado el movimiento estudiantil como
“manejado” o “dirigido” por el Partido Comunista de Chile. Esto, en
declaraciones emitidas también fuera de nuestras fronteras. (¿Se trataría de un
involuntario reconocimiento de “la limpieza” de la causa de los estudiantes
chilenos? Algo así como un “acto fallido” del presidente Piñera…).
Pero, para ser
justos, hay que recordar que este celo nacionalista lo desplegó furiosa y
apasionadamente el entonces aún no presidente de Chile cuando, al ser detenido
su “presidente” en Londres, pronunció un encendido discurso sosteniendo que
Pinochet sólo podía ser juzgado en Chile y que ningún país -menos aun algunos
como… allí nombró a más una de una nación africana- podía “arrojarse” (por
“arrogarse”) el derecho a enjuiciarlo.
Y es que el jefe
de estado que nos tocó en suerte –diga cada cual si buena o mala- conoce al
dedillo el habla y la sabiduría populares y se sabe de memoria aquello de que
“la ropa sucia se lava en casa”.
Una lúcida
periodista –Patricia Politzer- al intervenir en un debate televisivo se
preguntaba si lo de fondo en ese debate tenía que ver con “la libertad de
expresión” –alegada por los adoradores de la dictadura criminal- o, más bien,
con los crímenes contra la humanidad cometidos bajo la batuta de quien sostenía
“en este país no se mueve una hoja sin que yo lo sepa”. Hojas, ¿será necesario
recordarlo?, que se llaman, por ejemplo, los asesinatos de Carlos Prats y
Orlando Letelier, y el atentado a Bernardo Leighton, la Operación Cóndor
–cierto es que éstos encargados “a domicilio extranjero”- o los más criollos
casos de la Caravana de la Muerte, los Hornos de Lonquén, los “degollados”, Carlos
Lorca, Exequiel Ponce, Víctor Díaz, Fernando Ortiz, Carlos Contreras Maluje,
Tucapel Jiménez, Marta Ugarte, así como el extenso listado de sacerdotes,
dirigentes sociales y políticos, campesinos, estudiantes, dirigentes
poblacionales, etc., etc.
Pero, la ropa
sucia se lava en casa… Con tribunales que no hace mucho recobraron su dignidad…
¿Se acuerdan, ustedes, de aquel presidente de la Corte Suprema de “Justicia”
que exclamó una vez –“en cámara”, para decirlo en lenguaje televisivo- que los
desaparecidos lo tenían “curcuncho”?
Bueno, hablemos
de “ropa sucia”. Y la pregunta es necesaria, insoslayable: ¿tenemos ropa sucia?
Requisito éste, el de la pregunta, para determinar si hay o no hay motivo para
“lavarla”.
Si concluye el
señor presidente que no hay ropa sucia, pues dicte –si puede- las amnistías y
atienda con ternura los reclamos y siga los consejos que le llegan desde Punta
Peuco, de los internos y los externos…
Pero si su
conclusión es que sí hay ropa sucia… Para lo cual es aconsejable leer los
testimonios del Comité de Cooperación para la Paz en Chile, en donde jugó tan
honroso papel el recordado obispo luterano Helmut Frenz; los archivos de la
Vicaría de la Solidaridad de la Iglesia Católica y posteriormente el Informe
Rettig y las conclusiones de la Comisión Valech; los informes internacionales,
como los de Naciones Unidas, sin olvidar los fallos de los propios tribunales
chilenos.
Pero si su
conclusión es que sí hay ropa sucia… Entonces, señor presidente, encabece usted
una gran cruzada de Verdad y Justicia ¡y lavémosla!
Sólo así podrá en
adelante, si le dan otra oportunidad, decir que “eso” se ve y discute en su
país y, haciendo un gesto pleno de honor invitar al impertinente periodista a
que venga a nosotros para comprobar y certificar el imperio de la Verdad y la
Justicia.
Entretanto…
EL DIRECTOR