Iván Ljubetic Vargas, historiador
Centro de
Extensión e Investigación
Luis Emilio Recabarren, CEILER
Salvador Allende designó a Pablo Neruda, Embajador en
Francia. Estando en París, el 21 de octubre de 1971, el poeta comunista recibió
la noticia que
ANTICOMUNISMO
Como el anticomunismo es cosa viva y de enorme utilidad
para los poderosos, en el Mostrador del
jueves 21 de octubre de 2021 una periodista (Soledad Falabella) se
atrevió a escribir:
“Hoy en día, estamos frente a un escenario muy distinto al
del Chile patriarcal de los 60 y 70. Después del mayo feminista, el estallido
social, y la crisis del sistema de partidos políticos -no olvidemos que Pablo
Neruda era militante del partido comunista, fue senador y candidato a la
presidencia
Si la tal periodista conociera la obra de Neruda y
entendiera lo que hoy sucede en Chile y
en toda
NERUDA RECIBE EL
PREMIO NOBEL
Pablo Neruda viajó a Estocolmo a recibirlo el 10 de
diciembre de 1971. En sus Memorias el poeta recuerda: “El anciano monarca nos
daba la mano a cada uno; nos entregaba el diploma, la medalla y el
cheque... Se dice que el rey estuvo más tiempo conmigo que con
los otros laureados, que me apretó la mano con evidente simpatía. Tal vez haya
sido una reminiscencia de la antigua gentileza palaciega hacia los juglares”.
Neruda recibió una sorpresa. Fue la presencia en el acto
de varios escritores famosos que lo admiraban por sus obras y además por su
vida ejemplar. Entre ellos estaba
Gabriel García Márquez. Éste lo había calificado como “el más grande
poeta del siglo XX en cualquier idioma”.
PABLO NERUDA DIJO EN
SU DISCURSO:
“Extendiendo estos deberes del poeta, en la verdad o en el
error, hasta sus últimas consecuencias, decidí que mi actitud dentro de la
sociedad y ante la vida debía ser también humildemente partidaria. Lo decidí
viendo gloriosos fracasos, solitarias victorias, derrotas deslumbrantes.
Comprendí, metido en el escenario de las luchas de
América, que mi misión humana no era otra sino agregarme a la extensa fuerza
del pueblo organizado, agregarme con sangre y alma, con pasión y esperanza,
porque sólo de esa henchida torrentera pueden nacer los cambios necesarios a
los escritores y a los pueblos. Y aunque mi posición levantara o levante
objeciones amargas o amables, lo cierto es que no hallo otro camino para el
escritor de nuestros anchos y crueles países, si queremos que florezca la
oscuridad, si pretendemos que los millones de hombres que aún no han aprendido
a leernos ni a leer, que todavía no saben escribir ni escribirnos, se
establezcan en el terreno de la dignidad sin la cual no es posible ser hombres
integrales.
Heredamos la vida lacerada de los pueblos que arrastran un
castigo de siglos, pueblos los más edénicos, los más puros, los que
construyeron con piedras y metales torres milagrosas, alhajas de fulgor
deslumbrante: pueblos que de pronto fueron arrasados y enmudecidos por las
épocas terribles del colonialismo que aún existe.
Nuestras estrellas primordiales son la lucha y la
esperanza. Pero no hay lucha ni esperanza solitarias. En todo
hombre se juntan las épocas remotas, la inercia, los errores, las pasiones, las
urgencias de nuestro tiempo, la velocidad de la historia. Pero, qué sería de mí si yo, por
ejemplo, hubiera contribuido en cualquiera forma al pasado feudal del gran
continente americano? Cómo podría yo levantar la frente, iluminada por el honor
que Suecia me ha otorgado, si no me sintiera orgulloso de haber tomado una
mínima parte en la transformación actual de mi país? Hay que mirar el mapa de
América, enfrentarse a la grandiosa diversidad, a la generosidad cósmica del
espacio que nos rodea, para entender que muchos escritores se niegan a
compartir el pasado de oprobio y de saqueo que oscuros dioses destinaron a los
pueblos americanos.
Yo escogí el difícil camino de una responsabilidad
compartida y, antes de reiterar la adoración hacia el individuo como sol
central del sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un
considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero que camina sin
descanso y avanza cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos recalcitrantes
como a los infatuados impacientes. Porque creo que mis deberes de poeta no sólo
me indicaban la fraternidad con la rosa y la simetría, con el exaltado amor y
con la nostalgia infinita, sino también con las ásperas tareas humanas que
incorporé a mi poesía.
Hace hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el
más atroz de los desesperados, escribió esta profecía: A l’aurore, armés d’une
ardente patience, nous entrerons aux splendides Villes. (Al amanecer, armados
de una ardiente paciencia entraremos en las espléndidas ciudades.)
Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Yo vengo
de una oscura provincia, de un país separado de todos los otros por la tajante
geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional,
dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás
la esperanza. Por eso tal vez he llegado hasta aquí con mi poesía, y también
con mi bandera.
En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad,
a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esa
frase de Rimbaud: solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida
ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.
Así la poesía no habrá cantado en vano”.
Preferí entregar con
humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede
equivocarse, pero que camina sin descanso y avanza cada día enfrentándose tanto
a los anacrónicos recalcitrantes como a los infatuados impacientes.