martes, 28 de diciembre de 2021

CONSTRUYENDO UN CAMINO EN PUERTO SAAVEDRA

 




PÍLDORAS CONTRA EL ANTICOMUNISMO





                                                         Iván Ljubetic Vargas, historiador del

                                                         Centro de Extensión e Investigación

                                                         Luis Emilio Recabarren,  CEILER







 

Un viernes de julio de 1960, aprovechando que teníamos vacaciones de invierno, viajé a Puerto Saavedra, pueblo de Cautín, que en mayo había sufrido los embates de un terrible maremoto, que lo destruyó totalmente, y a partir de ese momento,  soportó la insensibilidad  de las autoridades.

El invierno era inclemente. Torrenciales lluvias caían desde hacía días. La micro en que viajaba apenas podía avanzar por esos caminos de tierra,  transformados en barrizales, inundados en grandes extensiones.

Llegamos a Puerto Saavedra. Era de noche, hacía frío y llovía. En el paradero me esperaba Esterlino Pérez, secretario de la base de las Juventudes Comunistas, junto a otros compañeros. Estaban empapados.  Recibieron muy fraternalmente y con mucha alegría al  dirigente del  Comité Regional.

Nos dirigimos a  casa de Esterlino, en donde después comer algo y sobre todo tomar una taza de té muy calientito, realizamos una conversación con parte de los militantes de la única base existente en ese lugar. Elaboramos un plan de trabajo para los días en que permanecería en ese lugar.

Algunos pobladores  -cuyas viviendas podían arreglarse- entre ellos la del camarada Pérez-  seguían residiendo en  donde estuvo el pueblo antes del maremoto.

Pero otros, la gran  mayoría,  donde sus casas las  había llevado el mar, estaban en  la llamada “Población de Emergencia”.  Hacia ella nos dirigimos  con Esterlino el sábado en la  mañana.  No había camino. Nos enterrábamos en un  barro pegajoso. Sólo  gracias a unos palos que nos servían para afirmarnos, podíamos mantenernos en pie.  Las ráfagas de viento nos golpeaban el rostro y nos impedían avanzar más rápido. Íbamos estilando. Demoramos mucho en recorrer esa distancia, que no era muy grande. A pesar de todas las precauciones, nos caímos dos o tres veces, quedando hartos embarrados.

Llegamos  a la población de emergencia.  Eran mediaguas, sin las más mínimas comodidades.

El objetivo de nuestra visita era conocer en el terreno las condiciones que vivían las víctimas del maremoto y de la política del Gobierno derechista. Y, al mismo tiempo, conversar con los jóvenes comunistas  que residían en esa población y citarlos para una reunión de la base que tendríamos esa tarde.

Asistieron todos. En nombre del Comité Regional entregué un informe sobre algunos aspectos  de la situación internacional, sobre la realidad nacional y planteé las principales tareas que teníamos los jóvenes comunistas. Hubo preguntas, comentarios, cambios de opiniones. Luego de un informe entregado por Esterlino sobre los problemas que golpeaban a Puerto Saavedra, nos dedicamos a analizarlos y a determinar cuál era la necesidad más urgente de los habitantes de la localidad a la que nosotros podíamos contribuir a solucionar, mostrando en la práctica que los comunistas estábamos por la solución de los problemas y no nos quedábamos sólo en las críticas, muy justas por lo demás, a las autoridades incapaces.

Un compañero dio en el clavo: un camino.  Construir un camino, hacer transitable el tramo entre el antiguo Puerto Saavedra y la población de emergencia.

Hubo aprobación inmediata y comenzaron a brotar las proposiciones concretas. Era necesario conseguir el apoyo de los vecinos, para acarrear piedras y ripio, contar con palas, carretas y que le pusieran el hombro junto con nosotros. Hablar con el Alcalde para ver si la Municipalidad aportaba con algo...

Nos distribuimos las tareas y salimos a cumplirlas bajo la lluvia y el viento que no daban tregua. Yo acompañé a dos camaradas para conversar con algunos vecinos. Algunos recibieron la iniciativa con entusiasmo. Otros, con dudas iniciales, pero al final, se cuadraron. Todos aceptaron iniciar los trabajos al día siguiente, en la mañana del domingo.

Conseguimos palas, varias carretas, incluso un camión y muchos voluntarios. Con el Alcalde, un democratacristiano, nos fue mal. Tramitó. Dijo que primero debía convocar al Municipio y ver en que podían ayudar...  Esterlino, que era duro de mechas, le respondió que, menos mal que para el día del maremoto no hubo necesidad de reunir a la Ilustrísima Municipalidad primero,  para salir arrancando a los cerros...

Era hermoso y emocionante contemplar trabajando a  cientos de personas  bajo la lluvia esa mañana de domingo. Unos, pala en mano; otros, manejando las carretas y  el camión.  Un grupo estaba en el lugar desde donde se traían las piedras y el ripio, cargando los vehículos.

Nos sorprendió ver llegar un tractor con un acoplado, con palas, enviado por la Municipalidad. Un vecino nos explicó el “milagro”: cuando se corrió la noticia de la respuesta del Alcalde, un grupo de sus camaradas fue a encararlo. Les dijeron que era una vergüenza que cuando los jóvenes comunistas tomaban una iniciativa que debió ser de él, se negara siquiera a colaborar. Que esto no lo olvidarían para las próximas elecciones municipales... (Y no lo olvidaron Esterlino Pérez fue elegido en esos comicios como regidor por la Comuna de Saavedra).

En el lugar de las faenas colocamos una bandera chilena y una de las Juventudes Comunistas.

Yo también le puse el hombro con la pala. Pronto me dolían manos y brazos, pero no podía flaquear. Miraba con orgullo a mis camaradas,  en la primera línea, organizando y dándole duro a la pala.

A mi lado se afanaba un hombre ya viejo. En un descanso, en que varias mujeres, encabezadas por muchachas comunistas, nos traían algo para beber y comer, se me acercó y me dijo:

- Sabe usted, señor, a mí  no me gustan los comunistas, pero pucha la idea güena que tuvieron. Y están trabajando en serio. Ayer, cuando conversaron conmigo, les dije que lo pensaría. Tenía mis dudas. Hoy vine a  echar una mirá primero. Luego fui a buscar la pala y aquí me tiene...

Continuamos la faena. Estábamos empapados, tanto por la lluvia, que caía menuda y mojadora, como por  la traspiración.

En la pausa de medio día, mientras almorzaba en casa de Esterlino me informaron que Puerto Saavedra estaba aislado. Todos los caminos cortados. No pueden pasar los vehículos y esto durará a lo menos diez días.

Tomé las cosas por el lado positivo. La obligada prolongación de mi permanencia en Puerto Saavedra, la aprovecharía en continuar colaborando en la construcción del camino y contribuir al fortalecimiento de la Jota. En este aspecto les entregué un cursillo sobre el Partido que realizábamos en las mañanas antes de tomar las palas.

En cinco días terminamos el camino. Las últimas jornadas, afortunadamente,  sin compañía de la lluvia.

El viernes en la tarde, efectuamos un sencillo acto. Hubo números  artísticos y discursos. Esterlino Pérez hizo entrega oficial del camino a la comunidad de Puerto Saavedra. Varios vecinos tomaron la palabra para agradecer a los comunistas.

Hablé al final.  Dije que la idea del camino había sido buena, pero que ella se hizo realidad cuando fue tomada como suya por cientos de vecinos.

Enfaticé en que el camino construido era todo un símbolo, de que puede hacer un pueblo cuando se une.

Todos estábamos felices, los jóvenes y muchachas comunistas  en primer lugar. Habían hecho algo en Puerto Saavedra que perduraría, como un hermoso ejemplo.

Las lluvias habían cesado, sin embargo las aguas no bajaban. Puerto Saavedra estaba aislado y me aseguraban que durante varios días no correrían micros.

Dos compañeros que necesitaban urgente viajar a Carahue, me propusiéramos que hiciéramos a pie ese trayecto de unos 40 kilómetros. Tendríamos que caminar por arriba de los cerros. Aseguraron que no nos perderíamos,  que ellos habían hecho antes ese  recorrido.

Los jóvenes comunistas  de Puerto Saavedra me despidieron con  enorme fraternidad. Muy agradecidos por mi ayuda.

Les dije que era yo que debía agradecerles por la lección de responsabilidad y de pasión revolucionaria que  habían dado.

El trayecto entre Puerto Saavedra y Carahue fue difícil. Llegué muy cansado, pero feliz, a esta última ciudad. Allí tomé el micro que me condujo hasta Temuco, pues ese camino estaba transitable.