PÍLDORAS CONTRA EL ANTICOMUNISMO
Iván Ljubetic Vargas, historiador del
Centro
de Extensión e Investigación
Luis
Emilio Recabarren, CEILER
Un viernes de julio de 1960,
aprovechando que teníamos vacaciones de invierno, viajé a Puerto Saavedra,
pueblo de Cautín, que en mayo había sufrido los embates de un terrible
maremoto, que lo destruyó totalmente, y a partir de ese momento, soportó la insensibilidad de las autoridades.
El invierno era inclemente.
Torrenciales lluvias caían desde hacía días. La micro en que viajaba apenas
podía avanzar por esos caminos de tierra,
transformados en barrizales, inundados en grandes extensiones.
Llegamos a Puerto Saavedra. Era
de noche, hacía frío y llovía. En el paradero me esperaba Esterlino Pérez,
secretario de la base de las Juventudes Comunistas, junto a otros compañeros.
Estaban empapados. Recibieron muy fraternalmente
y con mucha alegría al dirigente
del Comité Regional.
Nos dirigimos a casa de Esterlino, en donde después comer
algo y sobre todo tomar una taza de té muy calientito, realizamos una
conversación con parte de los militantes de la única base existente en ese
lugar. Elaboramos un plan de trabajo para los días en que permanecería en ese
lugar.
Algunos pobladores -cuyas viviendas podían arreglarse- entre
ellos la del camarada Pérez- seguían
residiendo en donde estuvo el pueblo
antes del maremoto.
Pero otros, la gran mayoría, donde sus casas las había llevado el mar, estaban en la llamada “Población de Emergencia”. Hacia ella nos dirigimos con Esterlino el sábado en la mañana.
No había camino. Nos enterrábamos en un
barro pegajoso. Sólo gracias a
unos palos que nos servían para afirmarnos, podíamos mantenernos en pie. Las ráfagas de viento nos golpeaban el rostro
y nos impedían avanzar más rápido. Íbamos estilando. Demoramos mucho en
recorrer esa distancia, que no era muy grande. A pesar de todas las
precauciones, nos caímos dos o tres veces, quedando hartos embarrados.
Llegamos a la población de emergencia. Eran mediaguas, sin las más mínimas
comodidades.
El objetivo de nuestra visita
era conocer en el terreno las condiciones que vivían las víctimas del maremoto
y de la política del Gobierno derechista. Y, al mismo tiempo, conversar con los
jóvenes comunistas que residían en esa
población y citarlos para una reunión de la base que tendríamos esa tarde.
Asistieron todos. En nombre del
Comité Regional entregué un informe sobre algunos aspectos de la situación internacional, sobre la
realidad nacional y planteé las principales tareas que teníamos los jóvenes
comunistas. Hubo preguntas, comentarios, cambios de opiniones. Luego de un
informe entregado por Esterlino sobre los problemas que golpeaban a Puerto
Saavedra, nos dedicamos a analizarlos y a determinar cuál era la necesidad más
urgente de los habitantes de la localidad a la que nosotros podíamos contribuir
a solucionar, mostrando en la práctica que los comunistas estábamos por la
solución de los problemas y no nos quedábamos sólo en las críticas, muy justas
por lo demás, a las autoridades incapaces.
Un compañero dio en el clavo:
un camino. Construir un camino, hacer
transitable el tramo entre el antiguo Puerto Saavedra y la población de
emergencia.
Hubo aprobación inmediata y
comenzaron a brotar las proposiciones concretas. Era necesario conseguir el
apoyo de los vecinos, para acarrear piedras y ripio, contar con palas, carretas
y que le pusieran el hombro junto con nosotros. Hablar con el Alcalde para ver
si
Nos distribuimos las tareas y
salimos a cumplirlas bajo la lluvia y el viento que no daban tregua. Yo
acompañé a dos camaradas para conversar con algunos vecinos. Algunos recibieron
la iniciativa con entusiasmo. Otros, con dudas iniciales, pero al final, se
cuadraron. Todos aceptaron iniciar los trabajos al día siguiente, en la mañana
del domingo.
Conseguimos palas, varias
carretas, incluso un camión y muchos voluntarios. Con el Alcalde, un
democratacristiano, nos fue mal. Tramitó. Dijo que primero debía convocar al
Municipio y ver en que podían ayudar...
Esterlino, que era duro de mechas, le respondió que, menos mal que para
el día del maremoto no hubo necesidad de reunir a
Era hermoso y emocionante
contemplar trabajando a cientos de
personas bajo la lluvia esa mañana de
domingo. Unos, pala en mano; otros, manejando las carretas y el camión.
Un grupo estaba en el lugar desde donde se traían las piedras y el
ripio, cargando los vehículos.
Nos sorprendió ver llegar un
tractor con un acoplado, con palas, enviado por
En el lugar de las faenas
colocamos una bandera chilena y una de las Juventudes Comunistas.
Yo también le puse el hombro
con la pala. Pronto me dolían manos y brazos, pero no podía flaquear. Miraba
con orgullo a mis camaradas, en la
primera línea, organizando y dándole duro a la pala.
A mi lado se afanaba un hombre
ya viejo. En un descanso, en que varias mujeres, encabezadas por muchachas
comunistas, nos traían algo para beber y comer, se me acercó y me dijo:
- Sabe usted, señor, a mí no me gustan los comunistas, pero pucha la
idea güena que tuvieron. Y están trabajando en serio. Ayer, cuando conversaron
conmigo, les dije que lo pensaría. Tenía mis dudas. Hoy vine a echar una mirá primero. Luego fui a buscar la
pala y aquí me tiene...
Continuamos la faena. Estábamos
empapados, tanto por la lluvia, que caía menuda y mojadora, como por la traspiración.
En la pausa de medio día,
mientras almorzaba en casa de Esterlino me informaron que Puerto Saavedra
estaba aislado. Todos los caminos cortados. No pueden pasar los vehículos y
esto durará a lo menos diez días.
Tomé las cosas por el lado
positivo. La obligada prolongación de mi permanencia en Puerto Saavedra, la
aprovecharía en continuar colaborando en la construcción del camino y
contribuir al fortalecimiento de
En cinco días terminamos el
camino. Las últimas jornadas, afortunadamente,
sin compañía de la lluvia.
El viernes en la tarde,
efectuamos un sencillo acto. Hubo números
artísticos y discursos. Esterlino Pérez hizo entrega oficial del camino
a la comunidad de Puerto Saavedra. Varios vecinos tomaron la palabra para
agradecer a los comunistas.
Hablé al final. Dije que la idea del camino había sido buena,
pero que ella se hizo realidad cuando fue tomada como suya por cientos de
vecinos.
Enfaticé en que el camino
construido era todo un símbolo, de que puede hacer un pueblo cuando se une.
Todos estábamos felices, los jóvenes
y muchachas comunistas en primer lugar.
Habían hecho algo en Puerto Saavedra que perduraría, como un hermoso ejemplo.
Las lluvias habían cesado, sin
embargo las aguas no bajaban. Puerto Saavedra estaba aislado y me aseguraban que
durante varios días no correrían micros.
Dos compañeros que necesitaban
urgente viajar a Carahue, me propusiéramos que hiciéramos a pie ese trayecto de
unos 40 kilómetros. Tendríamos que caminar por arriba de los cerros. Aseguraron
que no nos perderíamos, que ellos habían
hecho antes ese recorrido.
Los jóvenes comunistas de Puerto Saavedra me despidieron con enorme fraternidad. Muy agradecidos por mi
ayuda.
Les dije que era yo que debía
agradecerles por la lección de responsabilidad y de pasión revolucionaria
que habían dado.
El trayecto entre Puerto
Saavedra y Carahue fue difícil. Llegué muy cansado, pero feliz, a esta última
ciudad. Allí tomé el micro que me condujo hasta Temuco, pues ese camino estaba
transitable.