Iván Ljubetic Vargas,
historiador del
Centro de Extensión e
Investigación
Luis Emilio
Recabarren, CEILER
DESCUBRIENDO UN MUNDO NUEVO
Terminado el año
escolar me fui a Llo-Lleo. Estaba lleno de veraneantes. Estos y también nosotros,
los del lugar, cumplíamos el rito estival: ir en la mañana y después de
almuerzo a la playa; pasadas las 18 horas, a la plaza, a dar vueltas
incansablemente hasta las 20 horas, cuando todos íbamos por Inmaculada
Concepción a la estación ferroviaria a esperar el tren que venía de Santiago
(corría sólo dos veces al día, el otro llegaba cerca de las 11 horas, cuando
era tiempo de estar en la playa). La verdad es que la inmensa mayoría de los
que repletábamos la estación no iba a esperar a nadie. Una vez que el convoy
partía rumbo a Barrancas, San Antonio y Cartagena, regresábamos a la plaza.
Había música a través de `parlantes. Algunos bailaban en el centro de ella.
Otros se sentaban a conversar, pero la mayoría daba las tradicionales vueltas.
Todos admirábamos lo hermoso de la plaza: los jardines, un pino en forma de
casa, los prados, el árbol de la vida. El que cuidaba esa plaza era el
“maestro” Armando Vidal, que pololeaba con nuestra nana Carmen.
Aparentemente,
la vida transcurría idílicamente en Llo-Lleo y en todo Chile. Pero en esos
mismos momentos cientos de comunistas estaban en la cárcel o en Pisagua; miles
eran perseguidos, expulsados de su trabajo.
También en esos
días, miles de revolucionarios trabajaban en la clandestinidad.
Pero ni lo uno ni
lo otro lo sabía o le importaba a la mayoría de aquellos que iban a la playa,
daban vueltas en la plaza o recibían el tren de la noche.
Yo me encontraba
entre esos ignorantes y despreocupados chilenos que vivían en las nubes. Pero
algo maduraba en mí. Alguna huella había dejado el comprobar la forma en que se
calumniaba a los comunistas. Sentía simpatía, solidaridad hacia ellos, esto de
un punto meramente humanitario. Me sentía un buen samaritano, deseoso de ayudar
al hermano perseguido.
Supe que un
sastre de Llo-Lleo, llamado Ramón Urzúa,
estaba relegado en Pisagua. Conversé con sus vecinos. Todos
hablaron muy bien de él.
Observé que algunos comunistas, a los que
conocía de vista, se paseaban solos. La gente, inclusos sus amigos, temían que los vieran con ellos.
Ello me indignó.
Fue como un desafío para mí. Me dije que yo haría lo que otros no se atrevían a hacer. No tenía miedo.
Me sentía ingenuamente protegido. Pensaba que el hecho de ser dirigente de
MI PRIMER ENCUENTRO CON ARMANDO
Era fines de diciembre de 1947. Una noche
estando en la estación vi a un joven obrero de la construcción, conocido
comunista, Armando Alarcón, que se paseaba solo. Me acerqué a él y lo saludé.
Contestó con una naturalidad, que me
desconcertó un tanto, pues esperaba que mi actitud lo sorprendiera. Me conocía y sabía quién era.
Luego de hablar
sobre el tiempo, tema apropiado para iniciar una conversación, le hice varias
preguntas, que respondió ampliamente: ¿Qué eran los comunistas? ¿Por qué
luchaban? ¿Por qué los perseguían?
La conversación
de esa noche de verano comenzó a abrirme
las puertas hacia un mundo hasta entonces desconocido para mí, que me maravilló
desde el primer momento. Fue también el inicio de una gran amistad.
Nos juntábamos
todas las tardes. Armando me hablaba de Luis Emilio Recabarren, de una historia
muy distinta a la que había aprendido en el liceo, de Lenin, de
Me parecía
increíble que un obrero, que debió abandonar la escuela para entrar a trabajar
cuando aún era un niño, supiera tanto.
Ante una
pregunta, me respondió lleno de orgullo:
-El Partido me
ha educado. En sus filas he aprendido todo lo que sé.
Esta afirmación
me conmovió. Pensé: un Partido que forma esta clase de jóvenes no puede ser
malo.
CUANDO ARMANDO ME ABRIÓ LAS PUERTAS
Recuerdo que un
día, cuando se acercaba la mitad de enero, Armando, así de frentón, siempre con
su característica sonrisa, me propuso que me hiciera comunista y que le ayudara
a reorganizar las Juventudes Comunistas de
Llo-Lleo, desaparecidas a causa de la represión del traidor. Me contó
que quedaban sólo dos: él y otro joven de la construcción de apellido
Huala, y que para constituir
Me pilló de
sorpresa. Yo simpatizaba a esas alturas totalmente con los comunistas, pero no
había pensado siquiera en la posibilidad de incorporarme a la lucha. No me
encontraba con pasta de revolucionario.
Dos sentimientos
experimenté ante la proposición de Armando. Felicidad por la confianza
depositaba en mí por él (que después supe que detrás de ella estaba la opinión
positiva del Partido). Por otro lado, miedo. No a la represión, porque ni pensaba
en ello, sino a no poder cumplir y defraudar a los compañeros.
Respondí: podría
intentarlo con tu ayuda y si me es
permitido poner tres condiciones: que me
permitan seguir creyendo en Dios, que no se me obligue a ser dirigente ni a
hablar en público.
Armando,
inteligente y sin sectarismo alguno, me
explicó que no había problema alguno. Que esas tres cosas las debía decidir yo
personalmente.
Acepté. El
compañero me abrazó emocionado.
UNA TARDE DE VERANO CERCA DEL MAR
15 de enero de
1948. Nos juntamos en una esquina de la plaza. Eran las 18 horas y la gente
comenzaba a cumplir con el ritual de las
vueltas. Armando llegó con el compañero
Fernando Huala. Caminamos por avenida Providencia en dirección a Tejas Verdes.
Armando había
propuesto reunirnos al aire libre, pues era más seguro. Parecíamos tres amigos
dando un inocente paseo. Pero se trataba de una sesión solemne y de profundo contenido revolucionario.
Armando explicó que se acostumbraba en las reuniones
de
Armando abordó
asuntos internacionales, la situación en Chile y las tareas que debíamos
efectuar en Llo-Lleo. Era el informe político.
Varias cosas no
entendí y sobre las cuales pregunté más adelante.
Se aprobó mi
ingreso a las Juventudes Comunistas y se eligió
el secretariado de la base. A la cabeza, como secretario político, quedó
Armando. Fernando fue designado encargado de organización.
EL PRIMER DÍA SUPERÉ UNA DE MIS CONDICIONES
Entonces,
Armando me dijo:
-Compañero Iván
(en adelante me llamaría José Soto,
nombre de batalla que elegí)
necesitamos alguien que se encargue de cobrar las cotizaciones mensuales
y controle los carnés (éste era una tarjeta doblada en dos. En su portada se
leía en color azul: “Club Deportivo Camilo Henríquez”, en el interior doce
cuadritos, uno para cada mes del año, donde se debía colocar la estampilla
correspondiente. En la contraportada, se indicaban los tres deberes
fundamentales de un “socio”: asistir a reuniones, pagar mensualmente las cuotas
y cumplir las tareas asignadas.
De acuerdo,
dije, sin darme cuenta que desde el primer día ocupaba un puesto de dirigente, pues había aceptado ser el encargado de finanzas de la base, pasando yo
mismo por encima de una de las tres condiciones que había puesto para ingresar
a
EL DÍA MÁS IMPORTANTE DE MI EXISTENCIA
Ese 15 de enero
de 1948 se constituyó en el día más importante de mi vida. Esa tarde de verano,
cerca del mar, me hice miembro de la gran familia comunista.
En ese día se
iniciaba, también, un nuevo capítulo en la historia de
Esa noche, antes
de dormir, me hice una promesa. Me dije: tal vez no tenga pasta para ser un
verdadero comunista, pero a lo menos en tres cosas estoy seguro que jamás
fallaré: fidelidad al Partido y a
En ese mismo año
de 1948 ingresé al Instituto Pedagógico de