A 37 años de su partida:
Iván Ljubetic Vargas, historiador
Centro de Extensión e Investigación
Luis
Emilio Recabarren, CEILER
Su verdadero nombre era Juan Nepomuceno Carlos Pérez Vizcaíno. Nació el 16 de mayo de 1917 en la ciudad de Sayula, Estado de Jalisco. La adopción del apellido Rulfo fue debido a una petición de la abuela María Rulfo, pues en su familia fueron siete hermanas y un solo varón que murió soltero y sin descendencia. Para evitar que se perdiera el apellido pidió a sus nietos que adoptaran el de Rulfo.
Juan Rulfo creció entre su localidad natal y el cercano pueblo de San Gabriel, villas rurales dominada por la superstición y el culto a los muertos, y sufrió allí las duras consecuencias de las luchas cristeras en su familia más cercana (su padre fue asesinado).
(
Este mundo en el que vivió su infancia le formó como un
niño retraído al que le gustaba jugar solo. Esos primeros años de su vida habrían
de conformar en parte el universo desolado que Juan Rulfo recreó en su breve
pero brillante obra.
Durante sus años en San Gabriel entró en contacto con la
biblioteca de un cura (básicamente literaria) depositada en la casa familiar, y
recordará siempre estas lecturas, esenciales en su formación literaria.
Intentó matricularse en
Se convirtió en un experto conocedor de la bibliografía
histórica, antropológica y geográfica de México.
Instalado en Ciudad
de México, su familia lo incitó a estudiar la carrera de leyes, pero falló en los exámenes. Entonces se dedicó a trabajar como agente viajero.
Descubrió una veta de experiencias en
los pueblos, la que será fundamental en su obra literaria.
Sus viajes por diversas zonas
de México le permitieron entrar en contacto con etnias apartadas que aún
resguardaban sus tradiciones. Durante buena parte de las décadas de 1930 y 1940
viajó extensamente por el país, trabajó en Guadalajara o en la ciudad de
México. Comenzó a publicar sus cuentos en dos revistas: América, de la capital,
y Pan, de Guadalajara. La primera de ellas significa su confirmación como
escritor, gracias al apoyo de su gran amigo Efrén Hernández.
En esos mismos años se inició
como fotógrafo, dedicándose de manera muy intensa a esta actividad, publicando
sus imágenes por primera vez en América en 1949.
A mediados de los cuarenta inició una relación amorosa con
Clara Aparicio. Se casaron en 1948 y los hijos comenzaron a aumentar su
familia poco a poco.
En 1952 obtuvo
la primera de las dos becas consecutivas que le otorgó el Centro
Mexicano de Escritores, fundado por la estadounidense Margaret Shedd, quien fue determinante para que Rulfo
publicase en 1953 “El Llano en llamas”,
obra en la que reúne siete cuentos ya publicados en revistas y otros nuevos, y,
en 1955, “Pedro Páramo”. Ambas obras
habían sido propuestas por Rulfo en sus dos períodos como becario del Centro
como proyectos.
Un solo libro de cuentos, El llano en llamas (1953), y una
única novela, Pedro Páramo (1955), bastaron para que Juan Rulfo fuese
reconocido como uno de los grandes maestros de la narrativa hispanoamericana
del siglo XX.
Su obra, tan breve como intensa, ocupa por su calidad un
puesto señero dentro del llamado Boom de la literatura hispanoamericana de los
años 60, fenómeno editorial que dio a conocer al mundo la talla de los nuevos
(y no tan nuevos, como en el caso de Rulfo) narradores del continente.
El protagonista de la novela, Juan Preciado, llega a la fantasmagórica aldea de Comala en busca de su padre, Pedro Páramo, al que no conoce. Las voces de los habitantes le hablan y reconstruyen el pasado del pueblo y de su cacique, el temible Pedro Páramo; Preciado tarda en advertir que en realidad todos los aldeanos han muerto, y muere él también, pero la novela sigue su curso, con nuevos monólogos y conversaciones entre difuntos, trazando el sobrecogedor retrato de un mundo arruinado por la miseria y la degradación moral.
Como el Macondo de Cien Años de Soledad, de Gabriel García
Márquez, o
Entre los admiradores de Juan Rulfo se cuentan Carlos Fuentes, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Günter Grass, Susan Sontag, Elías Caretti, Enrique Vila-Matas y muchos más.
Rulfo escribió también guiones cinematográficos como
Paloma herida (1963) y otra excelente novela corta, El gallo de oro (1963). En
1970 recibió el Premio Nacional de Literatura de México, y en 1983, el Príncipe
de Asturias de
Juan Rulfo falleció en la
ciudad de México el 7 de enero de 1986.
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ SOBRE
JUAN RULFO
“…Yo tenía treinta y dos años,
había hecho en Colombia una carrera periodística efímera, acababa de pasar tres
años muy útiles y duros en París, y ocho meses en Nueva York, y quería hacer
guiones de cine en México. El mundo de los escritores mexicanos de aquella
época era similar al de Colombia, y me encontraba muy bien entre ellos. Seis
años antes había publicado mi primera novela,
…Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los
siete pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más
pequeño y corto, y me dijo muerto de risa:
– ¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda!
Era Pedro Páramo.
Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la
segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí La metamorfosis de
Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá –casi diez años atrás–
había sufrido una conmoción semejante. Al día siguiente leí El Llano en Llamas,
y el asombro permaneció intacto. Mucho después, en la antesala de un
consultorio, encontré una revista médica con otra obra maestra desbalagada: “La
herencia de Matilde Arcángel”. El resto de aquel año no pude leer a ningún otro
autor, porque todos me parecían menores.
No había acabado de escapar al deslumbramiento, cuando
alguien le dijo a Carlos Velo que yo era capaz de recitar de memoria párrafos
completos de Pedro Páramo. La verdad iba más lejos: podía recitar el libro
completo, al derecho y al revés, sin una falla apreciable, y podía decir en qué
página de mi edición se encontraba cada episodio, y no había un solo rasgo del
carácter de un personaje que no conociera a fondo.
Carlos Velo me encomendó la adaptación para el cine de
otro relato de Juan Rulfo, que era el único que yo no conocía en aquel momento:
El Gallo de Oro. Eran 16 páginas muy apretadas, en un papel de seda que
estaba a punto de convertirse en polvo, y escritas con tres máquinas distintas.
Aunque no me hubiera
dicho de quién era, lo habría sabido de inmediato. El lenguaje no era tan
minucioso como el del resto de la obra de Juan Rulfo, y había muy pocos
recursos técnicos de los suyos, pero su ángel personal volaba por todo el
ámbito de la escritura. Más tarde, Carlos Verlo y Carlos Fuentes me invitaron a
hacer una revisión crítica de la primera adaptación de Pedro Páramo para el
cine.
Menciono estos dos trabajos cuyo resultado final estuvo
muy lejos de ser bueno porque ellos me obligaron a profundizar todavía más en
una obra que sin duda ya conocía mejor que el propio autor. A quien, por
cierto, no conocí en persona sino varios años después.
Carlos Velo había hecho algo sorprendente: había recortado
los fragmentos temporales de Pedro Páramo, y había vuelto a armar el drama en
un orden cronológico riguroso. Como simple recurso de trabajo me pareció
legítimo, aunque el resultado era un libro distinto: plano y descosido. Pero me
fue muy útil para una comprensión mejor de la carpintería secreta de Juan
Rulfo, y muy revelador de su insólita sabiduría.
Había dos problemas esenciales
en la adaptación de Pedro Páramo. El primero era el de los nombres. Por
subjetivo que se crea, todo nombre se parece de algún modo a quien lo lleva, y
eso es mucho más notable en la ficción que en la vida real. Juan Rulfo ha
dicho, o se lo han hecho decir, que compone los nombres de sus personajes
leyendo lápidas de tumbas en los cementerios de Jalisco…” (Gabriel García Márquez en
homenaje a Juan Rulfo, 1980)