Iniciamos una serie de artículos en
homenaje al 146 natalicio de Luis Emilio Recabarren Serrano. El de hoy es en relación a los primeros pasos de cla
clase obrera chilena.
Un abrazo,
Iván Ljubetic Vargas
En el 146 natalicio del líder obrero (I)
LOS
PRIMEROS PASOS DE
Iván Ljubetic Vargas,
historiador del
Centro de Extensión e Investigación
Luis Emilio Recabarren, CEILER
A partir
de los años 20 del siglo XIX, aparecieron los primeros destacamentos de la
clase obrera chilena, en lo que es hoy
Rota la
dependencia a España, Chile estuvo en condiciones de comerciar libremente.
Tenía abundantes riquezas mineras, en
especial, cobre y plata. En Europa, Inglaterra - que vivía un impetuoso proceso
de industrialización - necesita ese tipo de materias primas.
Nuestro
país exportó minerales a Inglaterra. Los recursos provenientes de ese comercio
fueron acumulados por los propietarios de las minas. Una parte, recaudada por el Estado, por concepto de
pagos de impuestos de exportación.
Había
posibilidades de aumentar esas ventas, Pero, para ello, era necesario ampliar las minas y construir o mejorar las vías de comunicación
y los medios de transporte hasta los puertos.
Significativos
porcentajes de las entradas provenientes de la exportación minera se
invirtieron en agrandar los minerales. En donde trabajaban unos pocos operarios; ahora lo hacían cientos y hasta miles. Lo mismo ocurrió con
la construcción y mejoramiento de caminos y puentes. Se tendieron líneas
férreas. No fue casualidad que el primer ferrocarril que corrió en Chile, lo
hiciera entre un centro minero – Copiapó - y un puerto de embarque – Caldera
-. Fue inaugurado el 25 de diciembre de
1851. Además, se mejoraron las instalaciones portuarias.
Esto
obligó a fabricar y reparar máquinas, carretas, vagones ferroviarios,
herramientas, etc. Surgieron así fundiciones, talleres, maestranzas, fábricas.
UN TRABAJADOR DE NUEVO TIPO
Los
operarios - que laboraban en los grandes minerales, que construían caminos,
vías férreas y puentes; que se ocupaban
en el transporte de los minerales, que cargaban y descargaban en los puertos
que laboraban en talleres, fundiciones, maestranzas y fábricas - eran distintos
a los artesanos, campesinos o peones que existían desde antes de
Constituían
un ente social nuevo. Formaban la clase obrera o proletariado. Habían surgido
como consecuencia del aparecimiento de formas
capitalistas de producción, cuyo eslabón inicial en Chile fue la minería.
Esto
sucedió en la primera mitad del siglo XIX.
CARACTERÍSTICAS DEL PROLETARIADO
La clase
obrera nació por la transformación en proletarios de campesinos y, en menor proporción,
de artesanos, que abandonaban tierras y talleres para ir a laborar en las
minas, obras públicas, puertos, ferrocarriles, talleres y fábricas.
Los
obreros son jurídicamente libres. Ninguna ley les obliga a trabajar a un patrón
determinado. Son libres de elegir entre morirse de hambre o ser explotado por un empresario. Ello,
porque no poseen medios de producción alguno. Su única forma de subsistir es
vender su fuerza de trabajo, por la que reciben un salario.
El obrero
labora en grupos, nunca solo. Ello le otorga una importante fuerza moral,
sicológica y social, que no tiene el solitario.
SITUACIÓN DEL OBRERO
Las
condiciones de vida y trabajo del proletariado en el siglo XIX eran terribles.
Un testimonio muy importante al respecto lo entrega el escritor y periodista,
José Joaquín Vallejo, también conocido por su seudónimo, Jotabeche, que había
tomado de las iniciales del nombre de un francés, Juan Bautista Chenau, que
conoció en Copiapó.
Vallejo, había nacido precisamente en Copiapó, el
principal centro minero de la primera mitad de ese siglo. Nos ha dejado un
dramático relato de la labor que realizaban los operarios del mineral de plata
de Chañarcillo. Con fecha 5 de febrero
de 1842, escribió en “El Mercurio”, de Valparaíso, un artículo que tituló “El
mineral de Chañarcillo”, donde señalaba:
“A la
vista de un hombre semi-desnudo que aparece en la bocamina, cargando a la
espalda 8, 10 y 12 arrobas de piedras (una arroba equivale a 11,5 kilos. Nota
del autor), después de subir con tan enorme peso por aquella larga sucesión de
galerías, de piques y frontones; al oír el alarido penoso que lanza cuando
llega a respirar el aire libre, nos figuramos que el minero pertenece a una
raza más maldita que la del hombre, nos parece un habitante que sale de otro
mundo menos feliz que el nuestro, y que el suspiro tan profundo que arroja es
una reconvención amarga dirigida al cielo por haberlo excluido de la especie
humana. El espacio que media entre la bocamina y la cancha, donde deposita el
minero los metales, lo baña con el sudor copioso que brota por todos sus poros;
cada uno de sus acompasados pasos va acompañado de un violento quejido; su
cuerpo encorvado, su marcha difícil, su respiración apresurada, todo, en fin,
demuestra lo mucho que sufre” (Este artículo es citado por el historiador
Domingo Amunátegui en su obra “Historia Social de Chile”, páginas 151- 152, editada en Santiago en 1932)
MÁS AÚN
A lo
narrado por Vallejo, hay que agregar las largas jornadas de trabajo, los bajos
salarios, la total carencia de seguridad industrial, la pésima alimentación,
las malas habitaciones, incluso los castigos físicos. Y no pocos casos en que
se les daba muerte. A propósito de esto último, el periódico “El Copiapino”, de
Copiapó, denuncia en su edición del 26 de enero de 1856:
“Es
horrible como se les castiga a los operarios. No ha muchos días tuvimos un
ejemplo de ello en la pena del garrote dada por las propias manos de un
administrador a un infeliz barretero”. Esta consistía en ahorcar a una persona,
utilizando un lazo de cuero, que se apretaba en el cuello por medio de un
garrote que trenzaba el lazo en la nuca de la víctima.
La primera
reacción del trabajador ante la cruel explotación fue individual. En las minas
de plata llevaba a cabo la “cangalla”, el robo del mineral, empleando las
formas más audaces, incluso escondiendo trozos de metal en el ano.
Pero
pronto surgieron las protestas colectivas. La primera huelga obrera tuvo lugar
en 1834 en el mineral de plata de Chañarcillo, cerca de Copiapó, que había
iniciado sus actividades sólo en 1832. Se produjo tres años después del primer
movimiento obrero del mundo, ocurrido en Lyon, Francia, en 1831.
El
investigador Roberto Hernández en su libro “Juan Godoy o el descubrimiento de
Chañarcillo,” editado en Valparaíso en 1932, , escribió : “El alzamiento de
peones de 1834 se repitió más tarde, causando con ello una enorme
intranquilidad en Copiapó mismo, en donde la población llamada de
Ramírez
Necochea en un artículo publicado por “El Siglo” con fecha 30 de abril de 1954
escribió:
“En 1846
un periódico de Copiapó informaba lo que sigue:
...Algunas asonadas, en varias épocas consternaron a los habitantes
pacíficos del mineral (Chañarcillo) por las amenazas de destruirlo todo y por
el saqueo de algunas tiendas y faenas... Los mineros (empresarios) claman por
una protección, por un arreglo y por medidas que aseguren sus propiedades,
pongan en deber a los trabajadores, enfrenten a los díscolos y persigan la
ociosidad”.
Entre 1834
y 1879 se contabilizan, a lo menos, 20 grandes huelgas obreras.
UNA CLASE EN SÍ
Estas
acciones se produjeron en una etapa del
desarrollo del proletariado que Carlos Marx definió como el de “una clase en
sí”, en la cual los obreros carecen de conciencia de clase y de organizaciones
propias.
Esta condición caracterizó al proletariado chileno hasta comienzos del siglo XX. Entonces, importantes sectores de él adquirirán conciencia de su rol histórico y se dará las organizaciones políticas y sindicales para llevarlo a la práctica. En ese momento habrá alcanzado la calidad de “una clase para sí”.
LAS MUTUALES
Durante el
siglo XIX, sectores de trabajadores participaban en colectividades que no eran
propiamente clasistas. Se trataba de las Sociedades de Socorros Mutuos o
Mutuales, cuyo objetivo no era combatir contra la explotación que sufrían los
asalariados, sino mitigar en parte la penosa existencia que arrastraban. Con
ese fin se organizaron, pagaban cuotas que formaban un fondo social, destinado
a ayudar al socio enfermo o a la familia de éste en caso de fallecimiento.
A pesar de
sus limitaciones, las mutuales jugaron un rol muy positivo. Educaban a los
trabajadores que participaban en ellas en la importancia de la unidad y de
estar organizados. Contribuyeron a elevar su nivel cultural a través de charlas
y escuelas nocturnas. Realizaban campañas contra el alcoholismo.
Algunas
evolucionaron hasta transformarse en organismos de la clase trabajadora.
Conocemos, a lo menos, el caso de una que en un manifiesto público citaba a
Carlos Marx.
La primera
mutual surgió en Santiago el 18 de septiembre de 1853. Fue
En 1870
existen en el país 13 sociedades de socorros mutuos; en 1880, 39; a fines del
siglo XIX, 240.