martes, 5 de julio de 2022

LOS PRIMEROS PASOS DE LA CLASE OBRERA CHILENA

 


Iniciamos una serie de artículos en homenaje al 146 natalicio de Luis Emilio Recabarren Serrano. El de hoy es en relación a los primeros pasos de cla clase obrera chilena. 

Un abrazo, 

Iván Ljubetic  Vargas

 


En el 146 natalicio del líder obrero  (I)

 

LOS  PRIMEROS  PASOS  DE  LA CLASE  OBRERA  CHILENA

 

 

                                                         Iván Ljubetic Vargas, historiador del

                                                          Centro de Extensión e Investigación

                                                          Luis Emilio Recabarren, CEILER

 

 

 


 

A partir de los años 20 del siglo XIX, aparecieron los primeros destacamentos de la clase obrera chilena, en  lo que es hoy la III Región. Ello, como resultado de importantes cambios económicos ocurridos en el país, una vez lograda  su independencia del colonialismo español en un proceso que se desarrolló entre 1810 y 1818.

Rota la dependencia a España, Chile estuvo en condiciones de comerciar libremente. Tenía  abundantes riquezas mineras, en especial, cobre y plata. En Europa, Inglaterra - que vivía un impetuoso proceso de industrialización - necesita ese tipo de materias primas.

 

LA MINERÍA MOTOR DE LOS CAMBIOS

Nuestro país exportó minerales a Inglaterra. Los recursos provenientes de ese comercio fueron acumulados por los propietarios de las minas. Una parte,  recaudada por el Estado, por concepto de pagos de impuestos de exportación.

Había posibilidades de aumentar esas ventas, Pero, para ello,  era necesario ampliar las minas y  construir o mejorar las vías de comunicación y los medios de transporte hasta los puertos.

Significativos porcentajes de las entradas provenientes de la exportación minera se invirtieron en agrandar los minerales. En donde trabajaban  unos pocos operarios; ahora lo hacían  cientos y hasta miles. Lo mismo ocurrió con la construcción y mejoramiento de caminos y puentes. Se tendieron líneas férreas. No fue casualidad que el primer ferrocarril que corrió en Chile, lo hiciera entre un centro minero – Copiapó - y un puerto de embarque – Caldera -.  Fue inaugurado el 25 de diciembre de 1851. Además, se mejoraron las instalaciones portuarias.

Esto obligó a fabricar y reparar máquinas, carretas, vagones ferroviarios, herramientas, etc. Surgieron así fundiciones, talleres, maestranzas, fábricas.

 

UN TRABAJADOR DE NUEVO TIPO

Los operarios - que laboraban en los grandes minerales, que construían caminos, vías férreas y puentes;  que se ocupaban en el transporte de los minerales, que cargaban y descargaban en los puertos que laboraban en talleres, fundiciones, maestranzas y fábricas - eran distintos a los artesanos, campesinos o peones que existían desde antes de la Independencia. Tenían maneras diferentes de laborar, de vivir y de actuar.

Constituían un ente social nuevo. Formaban la clase obrera o proletariado. Habían surgido como consecuencia del aparecimiento de formas  capitalistas de producción, cuyo eslabón inicial en  Chile fue la minería.

Esto sucedió en la primera mitad del siglo XIX.

 

CARACTERÍSTICAS DEL PROLETARIADO

La clase obrera nació por la transformación en proletarios de campesinos y, en menor proporción, de artesanos, que abandonaban tierras y talleres para ir a laborar en las minas, obras públicas, puertos, ferrocarriles, talleres y fábricas.

Los obreros son jurídicamente libres. Ninguna ley les obliga a trabajar a un patrón determinado. Son libres de elegir entre morirse de hambre   o ser explotado por un empresario. Ello, porque no poseen medios de producción alguno. Su única forma de subsistir es vender su fuerza de trabajo, por la que reciben un salario.

El obrero labora en grupos, nunca solo. Ello le otorga una importante fuerza moral, sicológica y social, que no tiene el solitario.

 

SITUACIÓN DEL OBRERO

Las condiciones de vida y trabajo del proletariado en el siglo XIX eran terribles. Un testimonio muy importante al respecto lo entrega el escritor y periodista, José Joaquín Vallejo, también conocido por su seudónimo, Jotabeche, que había tomado de las iniciales del nombre de un francés, Juan Bautista Chenau, que conoció en Copiapó.

Vallejo,  había nacido precisamente en Copiapó, el principal centro minero de la primera mitad de ese siglo. Nos ha dejado un dramático relato de la labor que realizaban los operarios del mineral de plata de Chañarcillo.  Con fecha 5 de febrero de 1842, escribió en “El Mercurio”, de Valparaíso, un artículo que tituló “El mineral de Chañarcillo”, donde señalaba:

“A la vista de un hombre semi-desnudo que aparece en la bocamina, cargando a la espalda 8, 10 y 12 arrobas de piedras (una arroba equivale a 11,5 kilos. Nota del autor), después de subir con tan enorme peso por aquella larga sucesión de galerías, de piques y frontones; al oír el alarido penoso que lanza cuando llega a respirar el aire libre, nos figuramos que el minero pertenece a una raza más maldita que la del hombre, nos parece un habitante que sale de otro mundo menos feliz que el nuestro, y que el suspiro tan profundo que arroja es una reconvención amarga dirigida al cielo por haberlo excluido de la especie humana. El espacio que media entre la bocamina y la cancha, donde deposita el minero los metales, lo baña con el sudor copioso que brota por todos sus poros; cada uno de sus acompasados pasos va acompañado de un violento quejido; su cuerpo encorvado, su marcha difícil, su respiración apresurada, todo, en fin, demuestra lo mucho que sufre” (Este artículo es citado por el historiador Domingo Amunátegui en su obra “Historia Social de Chile”, páginas  151- 152, editada en Santiago en 1932)

 

MÁS AÚN

A lo narrado por Vallejo, hay que agregar las largas jornadas de trabajo, los bajos salarios, la total carencia de seguridad industrial, la pésima alimentación, las malas habitaciones, incluso los castigos físicos. Y no pocos casos en que se les daba muerte. A propósito de esto último, el periódico “El Copiapino”, de Copiapó, denuncia en su edición del 26 de enero de 1856: 

“Es horrible como se les castiga a los operarios. No ha muchos días tuvimos un ejemplo de ello en la pena del garrote dada por las propias manos de un administrador a un infeliz barretero”. Esta consistía en ahorcar a una persona, utilizando un lazo de cuero, que se apretaba en el cuello por medio de un garrote que trenzaba el lazo en la nuca de la víctima.

  

LA CLASE OBRERA NACE COMBATIENDO

La primera reacción del trabajador ante la cruel explotación fue individual. En las minas de plata llevaba a cabo la “cangalla”, el robo del mineral, empleando las formas más audaces, incluso escondiendo trozos de metal en el  ano.

Pero pronto surgieron las protestas colectivas. La primera huelga obrera tuvo lugar en 1834 en el mineral de plata de Chañarcillo, cerca de Copiapó, que había iniciado sus actividades sólo en 1832. Se produjo tres años después del primer movimiento obrero del mundo, ocurrido en Lyon, Francia, en 1831.

El investigador Roberto Hernández en su libro “Juan Godoy o el descubrimiento de Chañarcillo,” editado en Valparaíso en 1932, , escribió : “El alzamiento de peones de 1834 se repitió más tarde, causando con ello una enorme intranquilidad en Copiapó mismo, en donde la población llamada de La Placilla era como una amenaza constante”.

Ramírez Necochea en un artículo publicado por “El Siglo” con fecha 30 de abril de 1954 escribió:

“En 1846 un periódico de Copiapó informaba lo que sigue:  ...Algunas asonadas, en varias épocas consternaron a los habitantes pacíficos del mineral (Chañarcillo) por las amenazas de destruirlo todo y por el saqueo de algunas tiendas y faenas... Los mineros (empresarios) claman por una protección, por un arreglo y por medidas que aseguren sus propiedades, pongan en deber a los trabajadores, enfrenten a los díscolos y persigan la ociosidad”.

Entre 1834 y 1879 se contabilizan, a lo menos, 20 grandes huelgas obreras.

 

UNA CLASE EN SÍ

Estas acciones se produjeron  en una etapa del desarrollo del proletariado que Carlos Marx definió como el de “una clase en sí”, en la cual los obreros carecen de conciencia de clase y de organizaciones propias.

Esta condición caracterizó  al proletariado chileno hasta comienzos del siglo XX. Entonces, importantes sectores de él adquirirán conciencia de su rol histórico y se dará las organizaciones políticas y sindicales para llevarlo a la práctica. En ese momento habrá alcanzado la calidad de “una clase para sí”.

 

LAS MUTUALES

Durante el siglo XIX, sectores de trabajadores participaban en colectividades que no eran propiamente clasistas. Se trataba de las Sociedades de Socorros Mutuos o Mutuales, cuyo objetivo no era combatir contra la explotación que sufrían los asalariados, sino mitigar en parte la penosa existencia que arrastraban. Con ese fin se organizaron, pagaban cuotas que formaban un fondo social, destinado a ayudar al socio enfermo o a la familia de éste en caso de fallecimiento.

A pesar de sus limitaciones, las mutuales jugaron un rol muy positivo. Educaban a los trabajadores que participaban en ellas en la importancia de la unidad y de estar organizados. Contribuyeron a elevar su nivel cultural a través de charlas y escuelas nocturnas. Realizaban campañas contra el alcoholismo.

Algunas evolucionaron hasta transformarse en organismos de la clase trabajadora. Conocemos, a lo menos, el caso de una que en un manifiesto público citaba a Carlos Marx.

La primera mutual surgió en Santiago el 18 de septiembre de 1853. Fue la Sociedad Tipográfica, fundada por el obrero peruano exiliado en Chile, Victorino Laynez.

En 1870 existen en el país 13 sociedades de socorros mutuos; en 1880, 39; a fines del siglo XIX, 240.