domingo, 10 de julio de 2022

LA HISTORIA DEL VIEJO CONTADOR

 



En el 146 natalicio del líder obrero (VIII)

 

 

                                                                       Iván Ljubetic Vargas, historiador del

                                                                       Centro de Extensión e Investigación

                                                                       Luis Emilio Recabarren, CEILER

 

Hacia 1949 estudiaba en el Pedagógico. Vivía en una pensión en la calle Arturo Prat.  Era una típica pensión para estudiantes universitarios y  gente sin muchos recursos.

Entre los pensionados había un viejo jubilado de apellido Arredondo que, en una ocasión me invitó a conversar, pues -según me dijo- conocía cosas que me podían interesar.

Una noche, después de comida, fui a su pieza. De entrada me dijo:

-Yo conocí a Recabarren. Sé que usted es compañero, por eso creo que le pueden interesar algunas cosas que viví”.

De los muchos hechos que me relató, hubo uno que me impresionó especialmente. Es el siguiente:

 

“Debió ser por el año 1919, hace treinta años. Yo era aún joven y trabajaba en una salitrera cerca de Iquique. Era el contador y secretario, hombre de confianza de los gringos dueños de esa y otras salitreras. Un día se supo que se reunirían los obreros para escuchar a un dirigente de apellido Recabarren. Debo decirle que esa empresa era más “democrática” que otras, pues permitía la entrada, naturalmente con comunicación previa, algunos dirigentes obreros.

 

Cuando faltaba una semana para la visita de Recabarren, me llamó el administrador y me dijo:

-Usted en un hombre leído e inteligente. Queremos pedirle que vaya a esa reunión y ponga en ridículo a ese perturbador del orden y le reste así toda autoridad ante los obreros. Así evitaremos problemas futuros.

 

Tomé la tarea con responsabilidad. Estaba un poco nervioso, pero me sentía contento de poder mostrar mis conocimientos y mi facilidad de palabra. Me prepararé bien. Leí algunas cosas y esbocé mi discurso.

Llegó el día. Cuando entré al salón, que estaba repleto de trabajadores, estos me recibieron con sorpresa y no disimulado repudio.

Algunos silbaron. Otros hicieron gestos poco amistosos.  Se levantó un  murmullo. Entonces un hombre que estaba sentado en la mesa se puso de pie e hizo un gesto pidiendo tranquilidad. De inmediato cesaron las manifestaciones hostiles. Ese hombre -que yo adiviné de inmediato era Recabarren- peguntó algo al dirigente que tenía a su lado y luego me dijo:

 

-Adelante señor Arredondo. Tome siento, por favor. Y me indicó un lugar en la primera fila.

 

Pronto comenzó la reunión. Habló brevemente el dirigente obrero de la salitrera y luego le ofreció la palabra a Recabarren. Mientras tanto yo  me había preparado para tomar notas y demoler al agitador.

Recabarren, contra lo que yo esperaba, no habló con palabras encendidas, ni despotricó contra nadie; no fue un discurso el que pronunció. Fue una conversación tranquila, pero llena de ideas.

Yo comencé a escribir. Pero pronto dejé de hacerlo. Ese hombre empezó a ganarme en tal forma, que no quería perderme ninguna palabra. Nunca en mi vida he escuchado a alguien más convincente.

Cuando Recabarren terminó de hablar no pude resistirme: me puse de pie y lo aplaudí entusiastamente. Al verme, los trabajadores  se sorprendieron en un primer momento, luego me miraban sonriendo amistosamente. Aplaudimos largo rato. Luego Recabarren se acercó a saludarme. Yo lo abracé diciendo:

-Señor Recabarren, yo vine aquí a demoler sus argumentos. Pero usted me ganó con ellos.

 

Vi en sus ojos la emoción y la alegría. Me dijo:

-Gracias, compañero Arredondo.

 

Al día siguiente me despidieron del trabajo. Perdí la pega por conocer a Recabarren, pero gané la felicidad de saber hacia dónde camina la historia”. 

Todo eso me lo contó un viejo contador jubilado, el compañero Arredondo, de canos cabellos, pero siempre  fiel camarada de Luis Emilio Recabarren. Por entonces yo tenía algo más de un año en las filas de las Juventudes Comunistas de Chile.