Iván
Ljubetic Vargas, historiador del
Centro
de Extensión e Investigación
Luis
Emilio Recabarren, CEILER
También conocido como Motín de Urriola, fue un conato
revolucionario llevado a cabo el 20 de abril de 1851 por opositores al régimen
autoritario del general Manuel Bulnes.
Éste llevaba adelante una campaña represiva contra los sectores progresistas.
Había prohibido
A medianoche del 19 de abril de 1851, el coronel Pedro
Urriola Balbontín se dirigió al cuartel Valdivia (lugar donde se encuentra hoy
el antiguo edificio del Congreso Nacional en Santiago). Lo apoyaban José Miguel
Carrera Fontecilla, hijo del padre de la patria; Francisco Bilbao, Manuel
Recabarren Rencoret, Benjamín Vicuña Mackenna y quince miembros de
El coronel Urriola
ordenó al teniente Luis Herrera que, al mando del destacamento Valdivia, se dirigiera a tomar el cuartel de
los cívicos. Apenas Herrera dejó la plaza, un sargento le disparó y tomando el
mando de la tropa se fue a
Benjamín Vicuña Mackenna
escribió en “Historia de la jornada de abril de 1851. Una batalla en las calles
de Santiago”, publicada en 1878, lo siguiente:
«Los civiles revolucionarios,
apenas llegados a
Al amanecer del 20 de abril, el coronel Urriola se dio cuenta que estaba en una
posición muy desfavorable, pues no contaba con fuerzas ni con las municiones
necesarias. A pesar de ello, a las 7 de la mañana dispuso el ataque al cuartel
de artillería. Este ataque fue rechazado varias veces.
En medio del combate el coronel Urriola murió, alcanzado
por una bala. A las 11 de la mañana el
motín estaba sofocado.
EL MOTIN EN “MARTÍN RIVAS”
Alberto Blest Gana , escribió la novela histórica “Martín
Rivas” en la cual se refiere al motín
del coronel Urriola. Transcribimos un trozo de ella:
“A las once de la noche, entró
San Luis en el cuarto.
-Todo marcha perfectamente -le
dijo a Martín-, y aquí traigo nuestros arreos de batalla.
Diciendo esto, sacó dos cintos
con un par de pistolas cada uno y dos espadas que traía ocultas bajo una capa.
-Aquí tienes -prosiguió,
pasando a Rivas un cinto y una espada-: te armo defensor de la patria, en cuyo
nombre te entrego estas armas para que combatas por ella.
Los dos jóvenes revisaron las armas, se distribuyeron los cartuchos preparados para las pistolas y se ciñeron las espadas, ocultándose su mutua preocupación bajo un exterior risueño y palabras chistosas sobre su improvisada situación de guerreros.
Después de esto, Rafael
explicó a Martín lo que sabía del plan de ataque y de los elementos con que
contaban para el triunfo. Durante esta conversación, que se prolongó hasta las
dos de la mañana, alarmábanse con cada ruido que oían en la calle,
permaneciendo a veces largos intervalos en silencio, como si hubiesen querido
percibir, en medio de la quietud de la noche, cualquier movimiento de la
dormida población.
-La hora de ir a nuestro puesto se acerca -dijo Rafael
mirando el reloj, que apuntaba las tres-; ¿tienes ahí tu carta?
-Sí -contestó Martín.
-He pagado un peso al criado de don Dámaso para que me
espere -añadió San Luis-, prometiéndole ocho al entregarle tu carta.
Salió de la pieza al decir eso y volvió al cabo de pocos
momentos su rostro estaba pálido y conmovido.
-¡Pobre tía! -dijo al entrar-, duerme tranquila.
Arrojó una mirada a los
muebles, testigos de sus alegrías y pesares, y, como el que quiere sustraerse al
peso de los recuerdos, exclamó:
-Vámonos luego, tal vez
volveremos victoriosos.
Salieron a la calle, ocultando
las armas bajo las capas con que se habían cubierto, y caminaron silenciosos
hasta
-Espérame aquí.
Y llegó a la puerta de calle, que golpeó suavemente. El
criado abrió al instante.
-Entregarás esta carta a la señorita Leonor -le dijo,
dándole la carta de Martín-. Es necesario que se la des apenas se
levante y en sus propias manos. Aquí tienes tu plata -añadió, renovando su encargo y
haciendo prometer al criado que lo cumpliría fielmente.
Llamó en seguida a Rivas y caminaron juntos hasta el
tajamar. Allí se dirigió Rafael a una casa vieja, cuya puerta abrió con
facilidad, e hizo entrar a Rivas en un patio oscuro, juntando tras él la puerta
de calle.
Pocos instantes después empezaron a llegar grupos de dos y
tres hombres, armados con pistolas que ocultaban bajo las mantas o las
chaquetas, y a medida que los minutos transcurrían, la puerta daba paso a
nuevos grupos que fueron llenando el patio.
San Luis los juntó y los distribuyó en dos grupos, a los que dio, lo mejor que pudo, una
formación militar, y confió el mando de uno de esos grupos a Martín y a otro
joven del otro, reservándose el mando en jefe para sí. Algunos otros jóvenes
del club a que Rivas y San Luis asistían fueron colocados por éste en puestos
subalternos, y, formada en batalla toda su gente, hízoles Rafael una ligera
arenga, apelando al valor chileno. Después de esto dio a uno de sus oficiales
la orden de ir a la plaza y venir a avisar la llegada de la fuerza de línea que
allí debía reunirse. El emisario volvió al cabo de diez minutos, anunciando que
el batallón Valdivia iba llegando.
Dio entonces San Luis la señal de la marcha, y todos en el
mejor orden se dirigieron al punto designado, al que llegaron pocos momentos
después que el batallón Valdivia, que tan importante papel debía desempeñar en
la jornada del 20 de abril…”