Iván
Ljubetic Vargas, historiador del
Centro
de Extensión e Investigación
Luis
Emilio Recabarren, CEILER
La detención y asesinato de Víctor Díaz,
Mario Zamorano, Jorge Muñoz y Uldarico Donaire, miembros de la primera
dirección clandestina del Partido Comunista fue un golpe muy duro y doloroso.
Pero no detuvo la lucha antifascista.
En el año 2001, cuando acumulaba antecedentes
para escribir mi libro “Fernando Ortiz Letelier. Lecciones de clase”, tuve la suerte de entrevistar a los
dos héroes que, arriesgando su vida, lograron construir una nueva dirección del
Partido Comunista, permitiendo que éste siguiera la lucha contra la dictadura.
Con esos dos camaradas, Inés Cornejo y Víctor Cantero, habíamos estado entre
los alumnos de una Escuela de capacitación político-ideológica en Moscú en los
años sesenta.
Víctor Cantero, con esa modestia de los verdaderos héroes me
relató:
“(La detención de los cuatro miembros a comienzos de
mayo de 1976) significó que quedamos
sólo dos de la Dirección, la compañera Inés Cornejo (que hacía poco había sido
relevada de esa responsabilidad) y yo. Obviamente, ninguno de los dos podíamos
quedar a la cabeza del Partido en el interior. Estábamos ‘contaminados’ por
nuestros vínculos con los camaradas detenidos.
Pero, al mismo tiempo, teníamos la responsabilidad de buscar a los
compañeros que seguirían dirigiendo. Después de darles muchas vueltas al asunto
y realizar varias consultas, llegamos a una conclusión: a la cabeza del Partido
debía quedar el compañero Fernando Ortiz.
Durante meses logré eludir la persecución de los
agentes de la dictadura, pero ellos secuestraron a mi hija Clara y a mi hermano
Eduardo, el 23 de julio de
Por su parte la
compañera Inés Cornejo me explicó: “Con Víctor intentamos constituir un equipo
provisorio con Pedro Henríquez. A mí correspondió contactarme con él. Acordamos
un punto de encuentro. Tomé un micro. Iba nerviosa por no llegar atrasada,
mirando repetidamente el reloj. Parece que hizo sospechar a un individuo que
iba en el último asiento, al que sorprendí observándome detenidamente.
Entonces, me bajé mucho antes de llegar al punto acordado. Él también descendió
y me enfrentó. Primero me preguntó la hora. Se la dije. Después, me dice: ¿Va a
la reunión? Haciéndome la sorprendida, respondo: ¿De qué reunión me habla, usted? La tercera pregunta: ¿Usted vive por estos
lados? Yo no recuerdo que contesté. Pero al parecer fui convincente, porque me
dejó ir. No tuve dudas de que se trataba de un agente. Tomé el primer
micro que pasó, luego un taxi... Era
mayo de 1976. Lo concreto fue que por ese incidente perdimos el contacto con el
compañero Henríquez. Tuvimos que decidir solos con Víctor. Yo conversaba
también, por separado por razones de seguridad, con la compañera Virginia
González, que había formado parte del equipo de Cuadros del compañero Cortés
(Uldarico Donaire). Descartamos a todo compañero que hubiera tenido vínculos
con los detenidos. Llegamos a la conclusión que el que reunía todas las
condiciones para estar a la cabeza del Partido en la clandestinidad era
Fernando Ortiz. A mí me correspondió conversar con él. Lo hice en junio del
“Fernando –recuerda Inés Cornejo- aceptó de inmediato.
Intercambiamos ideas con él, Víctor y Virginia, siempre por separado, para ver
quienes más integrarían el nuevo secretariado. Todos estuvimos de acuerdo en
dos nombres: Waldo Ulises Pizarro y Eliana Ahumada. Ellos tres conformaron el
primer equipo de Dirección clandestina después del terrible mes de mayo.
“Fernando –añade Inés- me dijo: Mi primera resolución
es que usted, compañera, cumpla el acuerdo adoptado por la anterior Dirección
de ‘descolgarse’ (Efectivamente, poco antes de las detenciones de calle
Conferencia, el compañero Jorge Muñoz me había reemplazado en la Dirección. Y
la reunión en que fue detenido era la
primera en que participaba en esa calidad). Lo mismo debe hacer- agregó
Fernando- el compañero Víctor.
“Cumpliendo otra resolución –relata Inés Cornejo-
debimos salir del país. A fines de octubre del 76 nos logramos asilar en la
Embajada de Italia y a los pocos días salíamos hacia Roma. De ahí de inmediato
a Moscú, ciudad en donde pude presenciar la celebración del 7 de noviembre de
En muy difíciles momentos debe iniciar su accionar la
nueva Dirección. Las detenciones de mayo han producido un bajón en muchos
militantes. Por otro lado, las
delaciones del ‘Fanta’ y otros jotosos, que no resisten las torturas y no sólo
entregan antecedentes a los organismos represivos de la dictadura, sino que
entran a colaborar con ellos, van estrechando el cerco policial en torno a los
combatientes antifascistas.
En un relato de un miembro del Equipo de Dirección
clandestina del Partido Comunista, que reemplazó a la encabezada por Fernando
Ortiz, y publicada en ‘El Siglo’ bajo el título de ‘Meses de Zozobra’, se dice:
“Fernando Ortiz corrió conscientemente los inmensos peligros de su misión, con
gran decisión y coraje. Sabía de la persecución desatada en su contra, de su
posible secuestro, e incluso de su asesinato. Me lo contó a mediados del 76 al
atender a uno de sus equipos de trabajo. Caminábamos conversando cuadras y
cuadras. Pero la persecución no podía detener su actividad, al contrario, la
intensificaba” (‘El Siglo’, 2 al 8 de junio de 1991, página 18)
No sólo eso. Se puede asegurar que toma esa tarea con
alegría.
“Hacia junio de 76 –relata María Luisa Azócar- tuve un
breve encuentro con Fernando. En un momento me dijo que estaba muy contento porque
tenía grandes responsabilidades en el Partido.
No le pregunté cuáles. No quise hacerlo. Él tampoco me lo dijo. Pero
supuse que estaba la frente de la Dirección clandestina del Partido. Me pareció
tan lógico y estuve muy satisfecha que
haya estado feliz por ello. Creo que para él representaba una cosa muy
reparadora que el Partido lo colocara en esa responsabilidad, ya que en un
momento se fue tan injusto con él a propósito del asunto de Reinoso y todo eso.
Me di cuenta que para él era algo muy bueno. Y pensé que también era bueno para
el Partido, nunca dudé de sus cualidades como dirigente” (María Luisa Azócar.
Conversación con el autor. Santiago, lunes 25 de junio de 2001)