Iván
Ljubetic Vargas, historiador del
Centro
de Extensión e Investigación
Luis
Emilio Recabarren, CEILER
JORGE MUÑOZ POUTAYS: UN TESTIMONIO DE MARTA FRITZ
Marta Fritz narra: “Conocí a
Jorge, a través de Gladys, mi amiga, compañera y hermana. Me contó que se había
enamorado del joven ingeniero, que conoció en la población La Victoria, al
comienzo de los 60. Como era su costumbre hacer chistes, me dijo "lo único
malo, que es cojo”, "no importa le dije, más importante es que es un
hombre inteligente”.
Yo visitaba a Gladys en su casa, por supuesto que allí me topaba con Jorge, observaba que él, a diferencia de Gladys era más reservado, más serio, gustaba de la buena música, de la poesía, al comienzo yo le guardaba mucho respeto porque él era del Partido.
Varios años hicimos vacaciones juntos, un grupo de la jota, con sus hijos, nosotros lo llamábamos "comandante", él era muy disciplinado, muy querendón de sus hijos y protector de Gladys. Ella siempre me declaró que, con él, ella siempre se sintió segura.
Juntos estuvimos en San Fabián, en
Lonquimay, en dos ocasiones. Estas salidas y vivencias de conjunto estrecharon
nuestra amistad. Él siempre me aclaraba
la situación política, me precisaba las razones de fondo de cada suceso,
con mucha paciencia.
Tras el golpe militar, me debí contactar con Gladys, con sus hijos y también con él.
Ya en nuestros primeros
encuentros, tanto, directos, como a través de enlaces, él fue enfático, en
aclararme que tomara como primera tarea a sus hijos y los padres de él, la
señora Juanita y a don Onofre. Por supuesto que también tenía vínculos con Gladys en su clandestinidad
inicial y luego en su asilo en la embajada de Holanda. Así por mi intermedio se
enviaban las cartas, los recados, los mensajes en diversas formas
Pasado un tiempo, a pesar de lo delicado de la situación, nos hicimos el propósito del encuentro con sus hijos, Álvaro y Rodrigo, en especial, cuando Gladys logra salir al exilio.
Ambos ya me habían dicho firmemente que se oponían a que sus hijos salieran del país, pues aspiraban que se pudieran criar en el ambiente familiar constituido por la familia de Jorge y la de Gladys. Ellos, por sus responsabilidades y la trágica situación del país tenían claro lo difícil que sería para ellos hacerlo en la clandestinidad o fuera del país. Gladys, por su agitada vida en el exterior y su reingreso clandestino a Chile en 1978 era imposible, que pudiera ofrecer un hogar mediamente normal a sus hijos. Esta resolución, no siempre fue entendida por algunas personas. Yo me mantuve firme y se cumplió lo que ellos me indicaron.
Con todos los cuidados del caso,
con la ayuda de queridos compañeros, comenzamos a vernos con los niños. Un gran
rol cumplió ex compañeros de la Universidad de Jorge, Ricardo su cuñado, junto
a Silvia, la hermana de Gladys. Todos se esmeraron en que sus hijos pudieran
tener una vida normal –dentro de la anormalidad dictatorial. Logramos tener
fines de semana juntos, comiendo como familia, donde Silvia se esmeraba en
cocinar platos ricos.
Jorge – asumiendo muchas medidas de seguridad – buscaba con apoyo de Ricardo armar formas de encuentro con los niños. Armaban partidos de futbol, caminatas u otros juegos. También Jorge les enseñaba diversas cosas, controlaba indirectamente sus estudios. Cada vez que nos lográbamos encontrar, conversábamos lo que podríamos hacer más tarde, otros posibles encuentros, lugares, apoyos para ello.
Con Jorge también realizaba
labores de enlace con otros compañeros. Él
me entregaba tareas. Recuerdo una de ellas, en que debía traerle un teléfono. No
debía anotarlo. No lo encontré difícil. Pero, no hice más que llegar a la casa
de encuentro con Jorge, él me pide el número. Lo había olvidado. Él me dice
comienza a recordarlo, porque no te puedes ir, sin entregármelo. Escribe, me
dice, ¿pero ¿qué voy a escribir, le respondo, sino me acuerdo? Escribe números.
Nerviosa ponía números, los combinaba. El esperaba, pasaba el rato. Yo repetía,
no me acuerdo. El insistía ¡escribe! y así seguí. De repente, salió un número,
éste, éste, indiqué. Con toda su calma me dijo: espera. Lo anotó, salió,
volvió. Ese era el número, nos abrazamos. Ahora sonreía.
Él era muy estricto con la hora. Creo que nosotros - los que trabajamos en clandestinidad -logramos entender lo importante que es la puntualidad. Los chilenos por naturaleza no somos puntuales. Así fue, como en una ocasión me llamó fuertemente la atención, por atrasarme unos minutos.
Al comienzo yo le preguntaba: ¿cuánto tiempo durará esta situación?- un par de años, era su respuesta. Fuimos ilusos al comienzo en ello.
En el 75, por su orden salí a reunirme con Gladys a
Colombia donde residía su madre, Adriana Millie, una gran mujer, maestra,
directora, madre de cuatro hijas. De ella heredó Gladys su inteligencia y
consecuencia.
Él me dio un verdadero decálogo de
instrucciones: reserva, observar la naturalidad al actuar, que no trajera nada
conmigo. Todo guardado en la cabeza y la advertencia, si me detenían, “debes aguantarte mínimo dos días”,
así alcanzamos a mover la dirección interior. Sólo dos días, me repetía.
Felizmente, todo salió bien, estuvimos un mes juntas con Gladys, inolvidable.
Así continuamos juntos en diversas tareas, hasta el fatídico 4 de Mayo del 76, cuando detienen a Jorge. Fue horrible. Llegó la compañera que era enlace. Él le había dicho: “si no llego las 17 horas, tú avisas a Marta”.
Ella, con fiebre, una fuerte
bronquitis, llegó deshecha. Para mí fue un golpe terrible. Me acompañó a avisar
al compañero con el que me contactaba. El insistía en tranquilizarme. Yo digo, presentemos un recurso de amparo, él me dice
no todavía no. Aviso a su hermano, Mario, con quien también tenía contacto. No
dormí esa noche. Al día siguiente camino al liceo donde hacía clases en
Recoleta, me topé de casualidad, con Isolina – la compañera de Mario Zamorano
- nos abrazamos, a ella también le
habían dicho lo mismo, “esperar”. No había nada que esperar los hechos estaban
consumados.
Mil acciones realizamos por saber algo, sobre su paradero. Viví el sufrimiento de sus padres, ya ancianos, de los niños, que buscaban no exteriorizar mucho sus sentimientos. Fue un golpe a toda la familia de Jorge y la de Gladys. Acudimos a todos los medios posibles, pensando conseguir algún dato, nada, un calvario. Cuando Gladys ingresa clandestina, siempre mirábamos a las personas que pedían limosnas, a enfermos, pensando “a lo mejor lo torturaron y lo tiraron a la calle”.
El golpe final, fue cuando se logra saber que había estado en el Cuartel Simón Bolívar, a cuarenta y tantas cuadras de la casa de sus padres hacia el oriente.
Honor y gloria, a Jorge, mi amigo
y compañero. Marta”.
(Marta Fritz: Testimonio escrito. Santiago, 26 de septiembre de 2017)