miércoles, 1 de mayo de 2024

EL DÍA INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES (II)

 

 

 

                                                                     Iván Ljubetic Vargas, historiador del

                                                                     Centro de Extensión e Investigación

                                                                      Luis Emilio Recabarren,  CEILER

 

 

 

EL HISTÓRICO MOVIMIENTO DE 1886

A fines del siglo XIX, Estados Unidos vivía el amanecer de la revolución industrial. Los trabajadores eran ferozmente explotados.  Debían laborar jornadas de 14 y 16 horas diarias. Vivían en forma miserable.

 

 


El Congreso de Sindicatos, reunido en Chicago en 1884, exigió el cumplimiento de la ley de las 8 horas.  Acordó como punto de partida de sus acciones el 1º de mayo de 1886. Comunicaron a los patrones que harían cumplir su resolución y que no transarían.

Reaccionaron los patrones. El “Chicago Times”, periódico de los capitalistas,  escribió textualmente: “La prisión y los trabajos forzados son la única solución posible a la cuestión social. Hay que esperar que su uso se generalice”.

En las bases proletarias se creaban condiciones para cumplir el acuerdo del paro nacional  fijado  para el  1º de Mayo de 1886.

 Pero, la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo, la principal organización de los obreros del país, envió una circular a todas las organizaciones pertenecientes a ella, donde manifestaba:

“Ningún trabajador adherido a esta central debe hacer huelga el 1º de mayo ya que no hemos dado ninguna orden al respecto”.

Este comunicado fue rechazado de plano por los proletarios de Estados Unidos y de Canadá, quienes repudiaron a los dirigentes de la Noble Orden por traidores al movimiento obrero.

Fue así como el 1º  de Mayo de 1886 se iniciaron en Estados Unidos cinco mil huelgas. En ellas  participaron más de 340 mil trabajadores.

¿Qué exigían los huelguistas?  Los tres ocho: ocho horas de trabajo, ocho horas  de reposo y ocho horas de educación. Sí, leyeron bien: ocho horas de educación. Y ello ocurría,  hace más de un siglo atrás.

 

LA MASACRE DEL 3 DE MAYO

En Chicago, importante centro industrial, la inmensa mayoría de los obreros adhirieron al paro.

Una industria de maquinarias agrícolas, la Cyrus Mac Cormick, despidió a todos sus operarios y contrató rompehuelgas.

El 3 de  mayo de 1886, miles de trabajadores se instalaron ante   las puertas de esa industria, con el fin de repudiar a los esquiroles. Estaban tranquilamente allí, cuando irrumpió la policía disparando a quemarropa. Seis obreros cayeron asesinados. Otros cincuenta quedaron heridos.

 

                        


LOS SUCESOS EN LA PLAZA HAYMARKET

El 4 de mayo se convocó a un mitin de protesta contra la masacre del día anterior, en la Plaza Haymarket de Chicago. Se estaba reuniendo una impresionante cantidad de trabajadores, cuando la policía procedió  a dispersarlos violentamente. Estalló una bomba en medio de los agentes, muriendo ocho de ellos. La fuerza represiva abrió fuego: cayeron 50 obreros.

Se decretó el Estado de Sitio. Fueron detenidos 31 dirigentes y periodistas proletarios. Se les responsabilizó del lanzamiento de la bomba.

 

       

 

 


UN MONSTRUOSO JUICIO

El 21 de junio de 1886 comenzó un proceso contra 31 trabajadores, cuyo número se redujo a  ocho: August Spies (alemán, de 31 años de edad y profesión periodista), Albert Parsons (estadounidense, 39 años, periodista), Adolf Fischer (alemán, 30 años, periodista), Louis Lingg (alemán, 27 años, carpintero), Samuel Fielden (inglés, 34 años, pastor metodista y obrero textil), Oscar Neebe (estadounidense, 36 años, vendedor), Michael  Schwab (alemán, 30 años, tipógrafo) y Georg Engel (alemán, 50 años, tipógrafo)

 

 

 


En el desarrollo del juicio  los acusados se transformaron   en acusadores del injusto y cruel régimen capitalista.

Por ejemplo, August  Spies dijo: “Honorable juez, mi defensa es su propia acusación, mis pretendidos crímenes son su historia... Puede sentenciarme, pero al menos que se sepa que en el estado de Illinois ocho hombres fueron sentenciados por no perder la fe en el último triunfo de la libertad y la justicia”.

 

UNA MEXICANA LLAMADA LUCY PARSONS

Dos mujeres fueron protagonistas conmovedoras de la campaña por salvar la vida de los sentenciados.

Una de ellas fue Lucy Parsons. Su nombre de soltera era Lucía Eldine González. Había nacido en Texas en 1853, pocos años antes que Estados Unidos arrebatara ese y otros estados a México.  Conoció al obrero Albert Parsons. Se casaron en 1871. Tuvieron dos hijos. Se fueron a vivir a Chicago en 1873. Allí ella abrió una pequeña tienda de ropa y él laboraba en un taller de impresión.

 

Lucy Parsons

 

Lucy Parsons estudió. Compartía los ideales libertarios de su esposo. Se transformó en una luchadora social. Ayudó a formar la Unión de Mujeres de Chicago. Escribía artículos en los periódicos obreros. Participó en las acciones del 1º de mayo de 1886.

Cuando su compañero fue detenido, recorrió todos los sindicatos obreros de la ciudad impulsando a los trabajadores a salir a la calle a presionar a las autoridades, a gritar su protesta. Consiguió que la siguieran hasta las puertas de la cárcel a exigir la libertad de los líderes obreros.

Después del crimen de Chicago,  continuó luchando por la causa proletaria hasta su muerte.

 

EN MEDIO DE LA LUCHA DE CLASES, SURGE EL AMOR

Durante el juicio, en medio de tantas falsas acusaciones y de la intrépida defensa de los dirigentes, floreció también el amor.

Una adinerada  y hermosa joven  de la alta sociedad, llamada Nina van Zandt, concurrió a las sesiones, que eran públicas, movida por la curiosidad de ver a aquellos terroristas acusados de tantos crímenes. Los escuchó sorprendida, primero; admirada, después. Había tanta verdad en sus argumentos, tanta pasión, tanta elocuencia, tanta honestidad e inteligencia,  que se sintió atraída por esos dirigentes obreros. Especialmente la cautivó uno: August Spies. Lograron conversar. Se enamoraron. Y decidieron casarse en la cárcel, al pie del patíbulo.

 

Nina van Zandt

 

El matrimonio se efectuó en el interior de la cárcel con dos familiares y cuatro gendarmes por testigos. Nina fue a suplicar de rodillas clemencia al gobernador para su amado. Intentó hablar con el  Presidente de la República. Todo fue inútil. Spies fue ejecutado junto a sus compañeros.

A partir de entonces la bella Nina se convirtió en una revolucionaria. Su pasión por la libertad, su odio a los explotadores, su adhesión a los trabajadores no la abandonaron hasta el fin de sus días.

El fiscal  de la causa no logró presentar pruebas concretas que vincularan a los acusados con  el lanzamiento de la bomba.    Ello no fue impedimento para que, con fecha 30 de agosto de 1886, el Tribunal de Chicago condenara a los ocho a morir en la horca.

 

                           


 

SOLIDARIDAD INTERNACIONAL Y EL PATÍBULO

Al conocerse la noticia,   los sectores progresistas de la tierra  levantaron una ola de indignación. Desde muchos lugares del mundo se demandó el respeto del derecho a la vida de los 8 dirigentes.

Y la solidaridad internacional, cuya importancia los chilenos comprobamos en los oscuros días de la dictadura, salvó  la vida a tres dirigentes. A Michael Schwab y  Samuel Fielden, se les conmutó la pena de muerte por cadena perpetua; a  Oscar Neebe, por 15 años de cárcel.

 

EN LA VÍSPERA

Se fijó como día para cumplir la condena de los otros cinco, el 11 de noviembre de 1887. Pero en la víspera, en la noche del 10 de noviembre, Louis Lingg, el más joven de los dirigentes, se suicidó haciendo estallar un cartucho de dinamita en la boca.

                

EN EL PATÍBULO

El 11 de noviembre de 1887 llevaron al patíbulo a: Augusto Spies, George Engel, Alberto Parson y Adolfo Fischer. Los cuatro enfrentaron la muerte valiente y serenamente. Sabían que eran inocentes y que se les ahorcaba como una forma  de atemorizar a los obreros estadounidenses. Cada uno pronunció unas palabras antes de ser colgado.   Por ejemplo, Augusto Spies   proclamó: “Salud tiempo, en que nuestro silencio será más poderoso que nuestras voces hoy sofocadas por la muerte”.

 

EL TESTIMONIO DE JOSÉ MARTÍ

 


José  Martí

 


El patriota y poeta cubano José Martí fue testigo presencial de lo acontecido ese 11 de noviembre de 1886 en Chicago. En un reportaje enviado al periódico “La Nación”, de Buenos Aires, escribió:

 

“... Salen de sus celdas. Se dan las manos, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro... Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el de Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha... Les bajan las capuchas, luego una señal, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable...”

 

               

 


Más adelante añade José Martí: “En procesión solemne, cubiertos los féretros de flores, acaban de ser llevados a la tumba los cuatro anarquistas que sentenció Chicago a la horca, y el que por no morir en ella hizo estallar en su propio cuerpo una bomba de dinamita que llevaba oculta en los rizos espesos de su cabello de joven, su selvoso cabello castaño”.

 

EL DÍA INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES

En julio de 1889 tuvo lugar en París un Congreso de la II Internacional. En éste se resolvió conmemorar cada 1º de Mayo el Día Internacional de los Trabajadores homenaje a los Mártires de Chicago.

 

 



El 1º de Mayo de 1890 se organizaron en varios países de Europa y América manifestaciones de masas, huelgas y mítines obreros reivindicando la jornada de 8 horas y el cumplimiento de otros acuerdos del Congreso.

A partir de entonces los trabajadores de todos los países conmemoran anualmente el 1º de Mayo como jornada  combativa de las fuerzas revolucionarias y de solidaridad internacional del proletariado.

 

LA TARDÍA REIVINDICACIÓN

En 1893, el fiscal que había llevado la causa contra los 8 dirigentes, confesó, en su lecho de muerte, que fueron falsos todos los cargos contra  ellos. Entonces la “justicia” burguesa sin sentir vergüenza alguna, decretó la libertad de los tres detenidos y “reivindicó públicamente” a los otros cinco.

El crimen de Chicago no sólo costó la vida de esos cinco. Fueron asesinados y heridos cientos de trabajadores. También otros miles perdieron sus puestos de trabajo, sufrieron arresto, encarcelamiento, torturas. La mayoría eran inmigrantes: alemanes, italianos, españoles, rusos irlandeses, judíos, polacos...

Ninguno de ellos fue reivindicado.