Iván Ljubetic Vargas, historiador del
Centro de Extensión e Investigación
Luis Emilio Recabarren, CEILER
EL HISTÓRICO MOVIMIENTO DE 1886
A fines del siglo XIX, Estados
Unidos vivía el amanecer de la revolución industrial. Los trabajadores eran
ferozmente explotados. Debían laborar
jornadas de 14 y 16 horas diarias. Vivían en forma miserable.
El Congreso de Sindicatos, reunido
en Chicago en 1884, exigió el cumplimiento de la ley de las 8 horas. Acordó como punto de partida de sus acciones
el 1º de mayo de 1886. Comunicaron a los patrones que harían cumplir su
resolución y que no transarían.
Reaccionaron los patrones. El
“Chicago Times”, periódico de los capitalistas,
escribió textualmente: “La prisión y los trabajos forzados son la única
solución posible a la cuestión social. Hay que esperar que su uso se
generalice”.
En las bases proletarias se
creaban condiciones para cumplir el acuerdo del paro nacional fijado
para el 1º de Mayo de 1886.
Pero, la Noble Orden de los Caballeros del
Trabajo, la principal organización de los obreros del país, envió una circular
a todas las organizaciones pertenecientes a ella, donde manifestaba:
“Ningún trabajador adherido a esta
central debe hacer huelga el 1º de mayo ya que no hemos dado ninguna orden al
respecto”.
Este comunicado fue rechazado de
plano por los proletarios de Estados Unidos y de Canadá, quienes repudiaron a
los dirigentes de la Noble Orden por traidores al movimiento obrero.
Fue así como el 1º de Mayo de 1886 se iniciaron en Estados
Unidos cinco mil huelgas. En ellas
participaron más de 340 mil trabajadores.
¿Qué exigían los huelguistas? Los tres ocho: ocho horas de trabajo, ocho
horas de reposo y ocho horas de
educación. Sí, leyeron bien: ocho horas de educación. Y ello ocurría, hace más de un siglo atrás.
LA MASACRE DEL 3 DE MAYO
En Chicago, importante centro
industrial, la inmensa mayoría de los obreros adhirieron al paro.
Una industria de maquinarias
agrícolas, la Cyrus Mac Cormick, despidió a todos sus operarios y contrató
rompehuelgas.
El 3 de mayo de
LOS SUCESOS EN LA PLAZA HAYMARKET
El 4 de mayo se convocó a un mitin
de protesta contra la masacre del día anterior, en la Plaza Haymarket de
Chicago. Se estaba reuniendo una impresionante cantidad de trabajadores, cuando
la policía procedió a dispersarlos
violentamente. Estalló una bomba en medio de los agentes, muriendo ocho de
ellos. La fuerza represiva abrió fuego: cayeron 50 obreros.
Se decretó el Estado de Sitio.
Fueron detenidos 31 dirigentes y periodistas proletarios. Se les responsabilizó
del lanzamiento de la bomba.
UN MONSTRUOSO JUICIO
El 21 de junio de 1886 comenzó un
proceso contra 31 trabajadores, cuyo número se redujo a ocho: August Spies (alemán, de 31 años de
edad y profesión periodista), Albert Parsons (estadounidense, 39 años,
periodista), Adolf Fischer (alemán, 30 años, periodista), Louis Lingg (alemán,
27 años, carpintero), Samuel Fielden (inglés, 34 años, pastor metodista y
obrero textil), Oscar Neebe (estadounidense, 36 años, vendedor), Michael Schwab (alemán, 30 años, tipógrafo) y Georg
Engel (alemán, 50 años, tipógrafo)
En el desarrollo del juicio los acusados se transformaron en acusadores del injusto y cruel régimen
capitalista.
Por ejemplo, August Spies dijo: “Honorable juez, mi defensa es su
propia acusación, mis pretendidos crímenes son su historia... Puede
sentenciarme, pero al menos que se sepa que en el estado de Illinois ocho
hombres fueron sentenciados por no perder la fe en el último triunfo de la
libertad y la justicia”.
UNA MEXICANA LLAMADA LUCY PARSONS
Dos mujeres fueron protagonistas
conmovedoras de la campaña por salvar la vida de los sentenciados.
Una de ellas fue Lucy Parsons. Su
nombre de soltera era Lucía Eldine González. Había nacido en Texas en 1853,
pocos años antes que Estados Unidos arrebatara ese y otros estados a
México. Conoció al obrero Albert
Parsons. Se casaron en 1871. Tuvieron dos hijos. Se fueron a vivir a Chicago en
1873. Allí ella abrió una pequeña tienda de ropa y él laboraba en un taller de
impresión.
Lucy Parsons estudió. Compartía
los ideales libertarios de su esposo. Se transformó en una luchadora social.
Ayudó a formar la Unión de Mujeres de Chicago. Escribía artículos en los
periódicos obreros. Participó en las acciones del 1º de mayo de 1886.
Cuando su compañero fue detenido,
recorrió todos los sindicatos obreros de la ciudad impulsando a los
trabajadores a salir a la calle a presionar a las autoridades, a gritar su
protesta. Consiguió que la siguieran hasta las puertas de la cárcel a exigir la
libertad de los líderes obreros.
Después del crimen de
Chicago, continuó luchando por la causa
proletaria hasta su muerte.
EN MEDIO DE LA LUCHA DE CLASES, SURGE EL AMOR
Durante el juicio, en medio de
tantas falsas acusaciones y de la intrépida defensa de los dirigentes, floreció
también el amor.
Una adinerada y hermosa joven de la alta sociedad, llamada Nina van Zandt,
concurrió a las sesiones, que eran públicas, movida por la curiosidad de ver a
aquellos terroristas acusados de tantos crímenes. Los escuchó sorprendida,
primero; admirada, después. Había tanta verdad en sus argumentos, tanta pasión,
tanta elocuencia, tanta honestidad e inteligencia, que se sintió atraída por esos dirigentes
obreros. Especialmente la cautivó uno: August Spies. Lograron conversar. Se
enamoraron. Y decidieron casarse en la cárcel, al pie del patíbulo.
El matrimonio se efectuó en el
interior de la cárcel con dos familiares y cuatro gendarmes por testigos. Nina
fue a suplicar de rodillas clemencia al gobernador para su amado. Intentó
hablar con el Presidente de la
República. Todo fue inútil. Spies fue ejecutado junto a sus compañeros.
A partir de entonces la bella Nina
se convirtió en una revolucionaria. Su pasión por la libertad, su odio a los
explotadores, su adhesión a los trabajadores no la abandonaron hasta el fin de
sus días.
El fiscal de la causa no logró presentar pruebas
concretas que vincularan a los acusados con
el lanzamiento de la bomba. Ello
no fue impedimento para que, con fecha 30 de agosto de 1886, el Tribunal de
Chicago condenara a los ocho a morir en la horca.
SOLIDARIDAD INTERNACIONAL Y EL PATÍBULO
Al conocerse la noticia, los sectores progresistas de la tierra levantaron una ola de indignación. Desde
muchos lugares del mundo se demandó el respeto del derecho a la vida de los 8
dirigentes.
Y la solidaridad internacional,
cuya importancia los chilenos comprobamos en los oscuros días de la dictadura,
salvó la vida a tres dirigentes. A
Michael Schwab y Samuel Fielden, se les
conmutó la pena de muerte por cadena perpetua; a Oscar Neebe, por 15 años de cárcel.
EN LA VÍSPERA
Se fijó como día para cumplir la
condena de los otros cinco, el 11 de noviembre de 1887. Pero en la víspera, en
la noche del 10 de noviembre, Louis Lingg, el más joven de los dirigentes, se
suicidó haciendo estallar un cartucho de dinamita en la boca.
EN EL PATÍBULO
El 11 de noviembre de 1887
llevaron al patíbulo a: Augusto Spies, George Engel, Alberto Parson y Adolfo
Fischer. Los cuatro enfrentaron la muerte valiente y serenamente. Sabían que
eran inocentes y que se les ahorcaba como una forma de atemorizar a los obreros estadounidenses.
Cada uno pronunció unas palabras antes de ser colgado. Por ejemplo, Augusto Spies proclamó: “Salud tiempo, en que nuestro
silencio será más poderoso que nuestras voces hoy sofocadas por la muerte”.
EL TESTIMONIO DE JOSÉ MARTÍ
El patriota y poeta cubano José
Martí fue testigo presencial de lo acontecido ese 11 de noviembre de 1886 en
Chicago. En un reportaje enviado al periódico “La Nación”, de Buenos Aires,
escribió:
“... Salen de sus celdas. Se dan
las manos, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda
con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen
una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la
concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un
teatro... Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en
el de Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha... Les bajan las
capuchas, luego una señal, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y
se balancean en una danza espantable...”
Más adelante añade José Martí: “En
procesión solemne, cubiertos los féretros de flores, acaban de ser llevados a
la tumba los cuatro anarquistas que sentenció Chicago a la horca, y el que por
no morir en ella hizo estallar en su propio cuerpo una bomba de dinamita que
llevaba oculta en los rizos espesos de su cabello de joven, su selvoso cabello
castaño”.
EL DÍA INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES
En julio de 1889 tuvo lugar en
París un Congreso de la II Internacional. En éste se resolvió conmemorar cada
1º de Mayo el Día Internacional de los Trabajadores homenaje a los Mártires de
Chicago.
El 1º de Mayo de 1890 se
organizaron en varios países de Europa y América manifestaciones de masas,
huelgas y mítines obreros reivindicando la jornada de 8 horas y el cumplimiento
de otros acuerdos del Congreso.
A partir de entonces los
trabajadores de todos los países conmemoran anualmente el 1º de Mayo como
jornada combativa de las fuerzas
revolucionarias y de solidaridad internacional del proletariado.
LA TARDÍA REIVINDICACIÓN
En 1893, el fiscal que había
llevado la causa contra los 8 dirigentes, confesó, en su lecho de muerte, que
fueron falsos todos los cargos contra
ellos. Entonces la “justicia” burguesa sin sentir vergüenza alguna,
decretó la libertad de los tres detenidos y “reivindicó públicamente” a los
otros cinco.
El crimen de Chicago no sólo costó
la vida de esos cinco. Fueron asesinados y heridos cientos de trabajadores.
También otros miles perdieron sus puestos de trabajo, sufrieron arresto,
encarcelamiento, torturas. La mayoría eran inmigrantes: alemanes, italianos,
españoles, rusos irlandeses, judíos, polacos...
Ninguno de ellos fue reivindicado.