V.- UNA FIESTA
JUNTO AL PACIFICO
Iván Ljubetic
Vargas, historiador del
Centro
de Extensión e Investigación
Luis
Emilio Recabarren, CEILER
Temprano, ese domingo del verano de 1953, por un camino lleno de baches, partió la alegre caravana. Doce carretas tiradas por bueyes, bellamente adornadas, en que iban las familias campesinas con abundante cocaví, guitarras y mucha alegría. Muchos montaban caballos y otros caminaban a pie. Guitarras y voces acallaban el chirriar de las ruedas de las carretas y los gritos que animaban a los bueyes.
Goyito y yo
íbamos en la carreta de la familia Navarro. Estábamos eufóricos. Jamás soñamos
con un éxito así. Prácticamente todos los campesinos del lugar participaban en
la fiesta en la playa.
Después de
recorrer algunos kilómetros, al paso cansino de los bueyes, llegamos a orillas
del mar. Ahí estaba Matanzas. Se buscó el sitio adecuado y nos instalamos.
Comenzó la
fiesta. Jugamos fútbol. Almorzamos, se comió y se bebió en abundancia. Cantamos
y hubo un descanso. Algunos durmieron una rápida siesta. Otros fueron a mojarse
los pies. Los niños correteaban incansables.
Eran las cuatro cuando se inició el acto artístico-político. Después de algunas canciones campesinas, me tocó hablar a mí. Entregué algunos antecedentes de la situación que se vivía en el país, de la importancia del Encuentro Mundial de Jóvenes Campesinos, del honor que constituía para Pupuya que uno de sus hijos viajara a Europa a esa importante reunión. Finalicé pidiendo el aporte de todos para que el viaje de Mario pudiera realizarse.
Terminé y nadie aplaudió. Esto me dejó helado. Estaba acostumbrado a recibir aplausos al hablar. Se produjo un silencio que fue para mí terrible. Se escuchaba el ruido del mar y el trinar de las gaviotas. Pensé que había errado con mi discurso.
Miré a Goyito y éste se encogió de hombros, en un gesto que no entendí. En cambió Mario me guiñó un ojo, como indicando que todo iba bien.
De pronto se paró un viejo
campesino (todos estaban sentados en la arena) y dijo:
- Bueno, yo estoy muy de acuerdo con lo dicho por el compañero. Por su boca ha hablado la verdad. Y la cosa es clara: hay que ponerse para que Mario viaje a esa reunión. Yo presto mi sombrero.
Se lo sacó, echó en él un puñado
de billetes y lo pasó a su vecino.
Comenzó a correr el sombrero entre las manos generosas de esos campesinos. Se llenó, lo vaciamos y siguió la ronda.
Contamos el dinero. Dimos a conocer la elevada suma reunida y estalló la alegría de todos, incluidos –naturalmente- nosotros: Goyito, Mario y yo.
El sol se inclinaba sobre el océano, cuando se inició el regreso. Carretas y canciones iban dejando sus huellas por el camino.
Fue ese domingo vivido junto al mar, una hermosa jornada plena de fraternidad, alegría, cuecas y canciones. También una viva demostración de la generosidad del pueblo con su Partido.
El lunes, aún cansados,
volvimos con Goyito a nuestras casas. No tuvimos mayores problemas, salvo los
hoyos de la ruta, los saltos de la micro y el polvo estival.
Ya en Llo-Lleo, nos
impusimos del revuelo que se había armado con Pupuya. Incluso en
Entonces comprendimos mejor la sabiduría de los compañeros de Pupuya al proponer la fiesta junto al mar.
Muchos días después, los ágiles policías seguían tratando de descubrir dónde se produciría el alzamiento armado ordenado desde Moscú.
Por entonces, Mario ya iba hacia Europa, en un viaje costeado por los trabajadores chilenos y para el cual los campesinos de Pupuya hicieron un significativo aporte.
Cuando Mario retornó de su
viaje, informó detalladamente del Congreso Mundial de Jóvenes Campesinos
realizado en Italia. Dio muchas charlas.
Nos contó las experiencias vividas y nos enseñó, en su idioma original, la hermosa canción de
los guerrilleros comunistas italianos: “Bella Ciao”.