martes, 19 de enero de 2021

PUPUYA (II)

 


II.- A GALOPE TENDIDO

 

                                               Iván Ljubetic Vargas, historiador del

                                               Centro de Extensión e Investigación

                                               Luis Emilio Recabarren, CEILER

 


                     

El final de la campaña por el viaje de Mario debía culminar con una acción en Pupuya, donde vivía la familia de éste. Para cumplirla fuimos designados Goyito y yo, además del propio Mario, que ya se encontraba en ese lugar.

Pupuya es una localidad campesina ubicada al sur de San Antonio, en la Comuna de Navidad.

Nos fuimos en una micro del recorrido Llo-Lleo – Navidad.

Goyito era un joven obrero de la construcción de extracción campesina. Hacía poco se había incorporado a la Jota. Tenía gran espíritu de sacrificio y era muy responsable.

El viaje de ida fue ya una primera prueba de nuestra firmeza revolucionaria. El camino era de tierra y con abundantes hoyos. El vehículo daba grandes saltos y el polvo invadía la micro, cubriendo rostros, ropa y equipajes. A eso se agregaba el calor de esa tarde de enero de 1953. Apenas se podía respirar en ese bus lleno de gente, paquetes, gallinas y tierra.

Faltaba poco para llegar a Navidad, cuando se detuvo la micro. Se subió un campesino que habló con el chofer. Este se levantó y dirigiéndose a los pasajeros preguntó:

-          ¿Viaja aquí el señor José Soto y un amigo de éste?

     

Nos miramos con Goyito. No conocíamos a ese campesino, pero este conocía mi nombre de  batalla. ¿Sería compañero o … ?

No podía perder tiempo en cavilaciones. Me decidí y dije:

-          Sí, señor, aquí vamos.

-          Se tienen que bajar, dijo el chofer.

 

No podíamos echarnos para atrás. Tomamos nuestros equipajes y descendimos. El campesino nos saludó y dijo:

-      Compañeros, el camarada Navarro me encargó que los viniera a buscar aquí  y los llevara a caballo hasta Pupuya, porque en Navidad los pacos los están esperando a ustedes.

 

Dentro de mis planes no entraba tal prueba. Montar a caballo. Es el más mansito, explicó, el compañero. Me costó un mundo hacerlo. No sabía ni el lado por donde subirme. Era primera vez que vivía esa experiencia. Antes sólo había estado sobre el caballo de un carrusel.

Goyito, como buen campesino, lo hizo con toda elegancia.

Los otros dos, expertos jinetes se hicieron cargo de mi equipaje y yo quedé con la difícil misión de no caerme de la cabalgadura. 

El compañero de Pupuya nos explicó que teníamos que apurarnos. Nos pusimos a galopar. Pocas veces en mi vida he tenido más miedo que entonces. Me agarraba de la montura y dejaba que la bestia hiciera lo que quisiera, pues no tenía posibilidad alguna de dirigirla. Esta imitaba lo que hacían los otros caballos.

No sé cuántos kilómetros recorrimos. A mí me parecieron miles. No me caí de la cabalgadura. Llegué a la casa de los Navarro, vivo pero muy machucado. Sentía el cuerpo hecho pedazos. Me dolían las piernas, las asentaderas, los hombros. Todito.

La madre y otros familiares de Mario hicieron todo por aliviar mi adolorida humanidad. Me dieron un Mejoral, me llenaron cataplasmas y de tallas. Aguanté el dolor y las bromas con gran heroísmo. Esa noche me senté de lado y dormí boca abajo.