jueves, 21 de enero de 2021

PUPUYA (IV)


 

IV.- PREPARANDO LA FIESTA

 

                                               Iván Ljubetic Vargas, historiador del

                                               Centro de Extensión e Investigación

                                               Luis Emilio Recabarren, CEILER

 

Pupuya, hacia 1952

 

De la reunión salió un plan bien concreto. Lo principal era conversar con los campesinos y ganarlos para que participaran en la fiesta. Nos distribuimos las tareas.

Los camaradas aprobaron la idea de que pasáramos el día en el pajar y que realizáramos las actividades de noche, pudiendo dormir incluso en casas de confianza.

-          Aquí los pacos se acuestan con las gallinas, afirmó un compañero.

 

El de Pupuya era un campesinado muy combativo. Muchos habían laborado en las minas de cobre,  del carbón o en las salitreras. La conciencia de clase adquirida en esos centros proletarios no la habían perdido.

Ello lo constatamos tanto en las reuniones, en los intercambios de opiniones personales, como en la manera en que cumplían las tareas asignadas.

Con Goyito estábamos muy contentos con los resultados de nuestra labor. En las conversaciones con los campesinos éste jugó un papel muy importante. De pocas palabras, su extracción campesina y las experiencias vividas en el campo durante su niñez, le permitían ubicarse muy bien y argumentar de una manera convincente.

Debo confesar que al iniciar mi viaje con Goyito, no me imaginé nunca el rol tan decisivo que jugaría en nuestra misión de “agitadores”.

Nos tenía harto aburridos  estar escondidos en el pajar. Se lo hicimos saber a Mario. Lo conversó con su familia.  Su hermana Adela tuvo la idea de disfrazarnos de campesinos para que pudiéramos  pasearnos por la aldea. Tomando todas las precauciones del caso, llegamos a casa de los Navarro un mediodía. Adela se esmeró en transformarnos en jóvenes campesinos. Nos prestaron ojotas, pantalones, camisas y sombreros apropiados. Mirándonos al espejo, aseguramos que ni nuestras madres nos reconocerían.

Salimos alrededor de las 5 de la tarde a dar nuestra primera vuelta. Recorrimos algunas calles de la aldea. Estábamos mirando la vitrina de un negocio, cuando se nos acercó un campesino que no conocíamos. Nos saludó, como acostumbraba toda la gente del lugar. Dudó unos minutos. Luego nos dijo:

- Oigan... Por ahí vienen unos pacos. Parecen que los buscan a ustedes. Córranse al tiro, mejor.

Agradecimos al desconocido amigo y nos fuimos a nuestro pajar.