Iván Ljubetic Vargas, historiador del
Centro
de Extensión e Investigación
Luis
Emilio Recabarren, CEILER
Se llama Chile colonial
al período de nuestra historia que abarca desde la batalla de Curalaba
y el inicio del proceso emancipador con la primera junta de gobierno del
18 de septiembre de 1810.
La batalla de Curalaba
ocurrida el 23 de diciembre de 1598, fue
una de las principales acciones
bélicas de
En 1793 ocurrió una
curiosa historia. El 28 de octubre de ese año, el obispo Francisco José de
Marán, salió desde Concepción en gira apostólica. Internada su comitiva en la
cordillera de Nahuelbuta, fue sorprendida el 28 de noviembre por los mapuches.
En vano intentó esconderse el obispo en las riberas del río Tirúa. Lo atraparon en una cuesta tupida de coligües y quilas.
Tuvo fortuna el asustado siervo de dios, pues estaba por esos lados su amigo el cacique Curimilla, quien obtuvo de los captores que se decidiera la suerte del prisionero y acompañantes en un partido de chueca o palín.
Este deporte clásico de los mapuches se jugaba en una cancha más larga que ancha, que estaba delimitada por ramos verdes. Se formaban dos equipos de igual número por lado, podían ser 15 o 20 mocetones. Sus uniformes eran: estar desnudos unos, los otros tapándose el bajo vientre. Cada uno con un madero, corvo en su extremo. Se colocaba una bola al medio, que había que echar al lado contrario.
El evento, jugado a fines de la primavera de 1793, tenía
un trofeo especial: la vida de un obispo y sus acólitos.
Uno de los equipos estaba encabezado por el cacique Huentutelemu; el otro, por el cacique Martín Curimilla, de cuyo triunfo dependía la suerte del obispo Francisco de Marán.
Luego de una ardorosa lucha, en ese primer día la victoria quedó indecisa. Debía definirse en la mañana siguiente.
El dramático final lo describió así un cronista: “La victoria pareció en fin declararse por Huentutelemu, pero en ese momento Martín Curimilla, fiel cacique araucano amigo del obispo, se colocó frente a Huentutelemu y descargando su chueca sobre la de su contrario con tal furia que ésta saltó en astillas, como una lanza hecha trizas de un bote, sin perder tiempo, descargó otro sobre la bola, que, no encontrando resistencia, corrió por la llanura y las personas del equipo, casi sin oposición, arrastrando la bola hasta la raya que le servía de meta”.
El testigo no entregaba antecedentes sobre las reacciones de los participantes ni de los espectadores. Los mapuches cumplieron su palabra. Dejaron libre al obispo y sus acompañantes. Así actuaban aquellos “salvajes”.
Al conocer esta historia, el Intendente de Concepción, Ambrosio O’Higgins, montó en cólera, no por la imprudencia de Francisco de Marán, sino por el vejamen de haber sido jugado a la chueca. Su primer impulso fue enviar una expedición a la zona del Tirúa para vengar la afrenta.
Lo pensó mejor. No lo hizo. No tenía las fuerzas suficientes para
derrotar a quienes luchaban por su tierra.