martes, 25 de febrero de 2025

Corre corre la huaraca.

 

Comentario radial y escrito

 

  

 


 

Si le sigo el hilo al teléfono que tengo, voy a caer a funerales miserables, de una humanidad que le cuesta el aprendizaje.

Lo mismo sucede si le sigo el hilo a la pimienta, al cacao, al ébano o a la haya africana.

Se puede ver hoy en día, juventud y niñez, casi a “poto pelao”, haciendo hoyos para encontrar piedras raras y vendérselas al pilastrero de turno.

Y tanto es el hilo, que puedo llegar a Guanahani.

Es un crimen, una vergüenza, que todavía puedan colonizar, eso sí, de una manera diferente, pero siguen avasallando África, otros continentes, porque las necesidades de la infamia es otra.

Cuando se llega a una edad como la mía, se empieza a comprender el porqué de un montón de funerales, de abandonos, de invasiones, de explotación y miserias.

Varios años atrás, pude volver, después de 20 años, a mi patria.

Y como soy tan inteligente, se me ocurrió ir al campamento minero, ya abandonado, en el cual había nacido.

Mire usted que pillo.

Santiago, La Serena, Vallenar, Copiapó, Chañaral, Barquito, Pueblo Hundido, El Salvador, al fin, por allá arriba, a 2.900 metros de altura, sobre el nivel del mar.

¡Potrerillos!

Que soledad más re grande, que abandono.

Yo esperaba, que esos terrones, esas latas, esos fierros, esos cartones, me dijeran algo, me saludaran.

Hasta los recuerdos se esfumaron.

Me llamo la atención esas casas desnudas, ultrajadas, solas; las ventanas y puertas eran huecos sin dientes, sin madera, sin marcos.

Claro, la madera que encuadraba los agujeros era de roble americano. Madera de muy buena calidad, muy depredadora.

Todos los huecos vacíos.

El árbol, él roble, es invasor; necesita tanto para vivir, que les roba los nutrientes a otras especies, dando comienzo en el reino vegetal, a un “sálvese quien pueda”.

Se parece al eucalipto de mi paisito.

Hay una relación extraña de estos invasores vegetales, con ciertos ejemplares humanoides.

Llegar a esas alturas, me costó vivir el cordón umbilical.

Quien llevo, quien condujo, a esos miles y miles, millones de muchedumbre, a vivir en esos vértigos tan tuyos, y tan ajenos.

Las coronas de los cerros me tenían la piel de gallina, y, fueron de niño, mis coronas, mi respirar; la Mina Vieja, Potrerillos, El Salvador, Pueblo Hundido, Chañaral, Barquitos, Copiapó, fueron el molde de mi cuajar.

Esta cuestión de seguir el hilo me da escalofríos de no sé qué.

Escalofríos, el saber la verdad, tan miserable vestida.

Trump vapulea a Zelenky de dictador y lo culpa de ser el causante de la guerra. Sin embargo, sin tapujos, le ofrece ayuda a cambio de algunos baldecitos de arena.

Eso sí, sin la bandera de la OTAN, se puede enojar Putin.

Las elecciones generales de ayer en Alemania nos enrostran, con su no aprendizaje de la vida, de la historia.

La memoria se fue, no sé pá onde.

El partido de extrema derecha es la segunda fuerza política más votada, la izquierda, es flor de otoño.

Tengo un primo hermano, más hermano que primo viviendo en Australia, tenemos juntos más cuentos que Juan Salvador Gaviota, de Bach.

Esta semana, el me escribió esto:

“Cuando yo era niño, me hubiera gustado entender mejor la vida, no era muy feliz, por ser de familia pobre y por andar pateando tarros por las calles; sin darme cuenta, que en esos años lo tenía todo.

El rio, que en esos años traía agua, era mío, con sapos y peces incluidos, mi barrio, el de mi primo y todos los otros barrios, también eran míos.

A todos lados podía ir a jugar, sin ningún peligro.

La calle era mía y de los pocos autos que la transitaban.

La calle era pá jugar a las bolitas, a la pelota y a las guerrillas con hondas y cocos de higuerillas, con mis amigos, todos en patota, que, sin saberlo, eran también dueños de todo como yo.

Los damascos del vecino, las peras, las ciruelas, cuando el dormía, también eran mías.

Así, sin tener nada, tenia de todo.”

Que escrito tan de ahora. Tan de mi edad.

La inmigración no tiene nada que ver con la delincuencia generalizada.

Más bien, es el costo, de no saber o no poder gobernar.

¿Por cual ramal, partimos pal otro lado?

En una de esas, el ramal no tiene la culpa.

Este decir, es de “mala actitud”.

En mis ramales de cobre, los durmientes donde van clavados los rieles, los clavos, el material, los puso el riquerio gringo, pero, el andamiaje y pá los cielos, los puso el obrero y las mulas. 

Este decir, algo nos tiene que haber enseñado.

Levantar rieles para que un tren se deslizara hasta Potrerillos, fue cosa de gigantes.

Para costear los hoyos y campamentos en la precordillera, casas, hornos, gente, el botín, él yacimiento, tiene que haber sido muy inmenso, inmenso fue.

Pero también fue y es una cuestión calcada, copiada, de los aconteceres en Ucrania, en Gaza, en Yemen, Afganistán.

Por ahí se matan, como 4 pájaros de un tiro.

Se trata de acumular geografías.

Más de 108 años atrás, Potrerillos nacía.

El presidente de Chile era Juan Luis Sanfuente, el cobre, la plata y el salitre, eran en esos tiempos como lo son ahora, las tierras raras, el litio, el agua.

Todo estaba calculado.

Lo bueno de ese tiempo fue, que se promulgo la ley de educación primaria obligatoria y gratis.

En la práctica, esta ley sufría de tijerales.

Las familias ya no iban a carcomer plata ni salitre, era el cobre la lampara de Aladino.

Hoy, el enredo es grande, presidentes, sus gobiernos, hacen moneda, capitales que no se ven, las criptomonedas.

En el norte de Chile, en el salitre, había fichas, cuestión más falsa que el dólar, con esos metales se les pagaba al obrero.

Esos tiempos fueron crueles, tan crueles como los de hoy, ellos fueron inmortalizados con 3.600 obreros acribillados.

Al ver Gaza de hoy, mi alma cojea, se cae. Donde esta los pueblos del mundo que no protegen con rondas de Gabriela, esos muros devorados por el fascismo.

En Ucrania, pobre Ucrania, pobre pueblo mancillado, encapuchado, manipulado por medios occidentales.

Vivo un tiempo que me obliga a pellizcarme, morderme la lengua, para asegurarme, me urge saber que soy yo.

El capitalismo está en un andén brutal, muy poco riquerio y una inmensa miseria azota, mata, denigra a los más desprotegidos.

Yo mirare siempre al pueblo de la Unión Soviética como la esperanza real para soñar y seguir haciendo un mundo diferente.

Ese pueblo ruso, ese pueblo común de 50 años para arriba, que sentirá al ver en sus actos nacionales, patrióticos, la hoz y el martillo ondeando al viento.

Pensara que abandono la esperanza de millones de proletarios.

En la Federación Rusa, no hay una semana, en que no es detenido un comunista ruso.

El potencial que tiene hoy, la Federación, me susurra, que la Unión Soviética, fue sorprendida mirándose a un espejo occidental y se olvidó del cuervo.

Alejandro Fischer Alquinta.

Estocolmo 20250222