FOTOS: ALVAR HERRERA
FUENTE: CENTRO CULTURAL CORDILLERA
Entre el 15 y 19 de enero de 2013 se llevó a efecto la IX Escuela de Verano Waldo Mendoza del Comunal Ñuñoa del PC de
Chile. Junto con tratar los temas Política de Alianzas, Materialismo Dialéctico
e Histórico y Normas Orgánicas del Partido, el martes 15 de enero se inaguró
dicha Escuela con la presentación del libro Esbozo del surgimiento del capitalismo y de la clase obrera en Chile,
en su primera parte: El modo de producción fundado en la propiedad de la
tierra, obra de un grupo interdisciplinario de militantes comunistas, cuyo
editor es Alejandro Del Río.
Esta presentación se hizo en una acto especial, convocado por la Comisión
Comunal de Educación del PC de Ñuñoa y el Centro Cultural Cordillera, el que se
realizó en el Auditorium de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la
Universidad de Chile, en el Campus Gómez Millas, donde asistieron cerca de 60
personas. El día miércoles se realizó un taller, donde se discutieron los
principales tópicos de los contenidos del libro.
En el acto de lanzamiento, con la conducción de la psicóloga Erika
Marambio, presentó el libro el economista Patricio González, quién destacó la
metodología de esta obra y su importancia en cuanto a explicar el surgimiento
de la clase obrera chilena en el modo de producción fundado en la propiedad de
la tierra, para poder así examinar las clases en el modo capitalista de
producción. En su alocución, González señaló: “Con una alta rigurosidad
científica, acorde a la importancia del tema, y utilizando las categorías
marxistas, al transcurrir las páginas y capítulos del libro, van siendo
tratados diversos conceptos que caracterizan la economía chilena
precapitalista: los términos renta de la tierra, dinero, patrimonio-dinero,
capital, producción y circulación, valor, plusvalía, mercancía fuerza de
trabajo y muchos otros, van dando cuenta de los diversos fenómenos y sus
concatenaciones que van dando origen al surgimiento del proletariado en Chile.
Todo ello en correspondencia con la metamorfosis que va sufriendo la
producción y que se manifiesta en la producción de valor de uso y valor de
cambio y el surgimiento de la producción mercantil en nuestro país, las
condiciones del origen del capital y el surgimiento de las condiciones de la
reproducción ampliada del capital, todo lo cual lleva al nacimiento de la clase
obrera en el transcurso del siglo XIX.”
Posteriormente, el historiador Alejandro Del Río, editor del libro, se
refirió a éste. Junto con señalar el carácter colectivo e interdisciplinario de
esta obra, enfatizó también en la conmemoración, este año, de los 130 años de
la muerte de Marx, lo que motiva a estudiar y hacer análisis materialistas
orientados hacia la misma temática. Destacó, en relación a ello, dos textos
escritos en 1983, cuando se cumplía el centenario del fundador de la dialéctica
materialista. Ambos fueron publicados en el exilio: La transición al capitalismo en Chile. Problemas metodológicos e
históricos, de María Eugenia Horvitz, actual Vicedecana de la Facultad de
Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, publicado en Madrid por la Revista Araucaria de Chile, que dirigía
Volodia Teitelboim, y El más eminente
pensador de nuestro tiempo, escrito por Clodomiro Almeyda, canciller en el
Gobierno Popular, y consiste en su intervención en la Conferencia Internacional Marx y nuestra época, celebrada en Berlín en
abril de 1983.
En torno a ello, señaló Del Río “Un breve alcance a esos textos nos
permitirá someter a vuestro juicio algunas de las conclusiones a las que hemos
arribado en nuestro Esbozo.” Refiriéndose al artículo de María Eugenia Horwitz,
Del Río destacó lo que la autora señalara en el sentido que la elaboración
científica de las categorías expuestas por Marx han tendido una comprensión y
una aplicación de desarrollo discontinuo, toda vez que no ha sido fácil conocer
la totalidad de los escritos marxistas por ejemplo, con los Grundrisse,
conocido en América Latina recién a comienzo de los años setenta del siglo XX).
Del mismo modo, la no presencia del estudio de categorías marxistas en Liceos y
Universidades, hasta el día de hoy, atenta en contra ello. De allí lo
significativo de poder presentar este libro precisamente en la Facultad de
Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, que antaño cobijó a grandes
pensadores, como Hernán Ramírez Necochea, Julio César Jobet y Fernando Ortiz.
La investigación previa al golpe de estado comprendían preferentemente temas
acerca del imperialismo, la clase obrera y el movimiento sindical. Por su
parte, Liptschutz desarrolla temas sobre las culturas precolombinas.
Siguiendo con su exposición, Del Río señaló que el el libro se concentra,
precisamente considerando los planteamientos anteriores, adhiriendo a lo
señalado por Hortwitz: “En el análisis, en primer lugar, de la transición de
los modos de producción, se han suscitado problemas concernientes a la relación
entre categorías teóricas y el desarrollo de la investigación histórica”
(p.53-54 del Artículo publicado en Araucaria de Chile ya citado), señalando,
además, que “Una aproximación a este mismo problema la ofrecería Clodomiro
Almeyda ese mismo año, 1983, quien enfatizaba, en la mencionada conferencia de
Berlín, la íntima ligazón entre dialéctica materialista y praxis
revolucionaria” donde el pensamiento marxista “ha promovido siempre la unidad y
la convergencia en la lucha, de todos los revolucionarios y de todas las
fuerzas democráticas y progresistas en todas partes, con la mira a acumular
verdad y fuerza y así poder vencer a los enemigos de los pueblos. Todo ello, a
condición de que no se abandonen los principios fundamentales en que descansa
la teoría revolucionaria y que obligan a articular dialécticamente lo que es
general y permanente con lo que es particular y coyuntural, no olvidando nunca
que lo que es general se manifiesta siempre en lo particular y lo que es
permanente se refleja a su manera en lo coyuntural” (p. 219-220). A
continuación, expresó Del Río, en su presentación del libro: “Un antítesis de
este enfoque lo encontramos, en una fecha cercana al centenario de la muerte de
Marx, en el planteamiento de Gabriel Salazar, quien en 1985 en su libro
Labradores, Peones y Proletarios, anunciaba a la perspectiva o “percepción
introvertida y patética” (p.13) como la superación de la oposición entre
concepción burguesa y concepción marxista, entre idealismo y materialismo;
aludiendo a la idea de “patria” de la concepción idealista chilena. Al decir de
Del Río, Salazar afirmaba que: “Descartar este tipo de sujeto histórico
nacional no significa, por supuesto, que se asume maquiavélicamente la tesis
metafísica opuesta, del sujeto nacional dividido, o sea, el ‘principio’ de la
lucha de clases (…) la situación histórica señala la necesidad de descolgarse
de las bóvedas abstractas para sumergirse de lleno en los hechos cotidianos, o
en las relaciones de todos los días” (p. 14-15). Del Río señalaba a
continuación: “Reduciendo el problema de las categorías a la caricatura de una
bóveda y a la dialéctica materialista al rango de una metafísica, Salazar
invitaba a ubicar el estudio histórico por sobre las concepciones de clase e
incluso en nuestros días gusta de ser televisado convocándonos a deshacernos de
la conciencia de clase y de los partidos políticos, pretensión de la que
Almeyda ya daba cuenta en el centenario de Marx, sosteniendo que la negación
del partido político “conduce al liquidacionismo y a dejar a las masas obreras
bajo la hegemonía de la burguesía. Este punto de vista pretende fundamentarse
en la hipótesis de que las masas en sí, sin necesidad de una vanguardia
consciente que las dirija, pueden encontrar en sí mismas, en su pura
espontaneidad, en la inmediatez de su experiencia cotidiana, el rumbo adecuado
para triunfar” (p.220).
Posteriormente, Alejandro Del Río se refirió a diversos conceptos tratados
en el libro, que dan cuenta del devenir del desarrollo de las clase sociales en
los territorios que comprenden el Chile actual, realzando la importancia de su
análisis profundo que posibilitan entender su paso paulatino de un modo de
producción fundado en la propiedad de la tierra a uno fundado en la propiedad
del capital, citando para ello El Capital de Carlos Marx y otras obras y
autores. Entre los conceptos señalados estuvo la renta de la tierra, el
latifundio, el inquilinaje, la dinámica de la mediería en el campo, el trabajo
y plustrabajo, entre otros, con los cuales se explica este tránsito de un modo
de producción a otro. Finalmente, Alejandro Del Río respondió diversas
consultas y preguntas hechas por los asistentes a esta presentación.
EXPOSICION DE PATRICIO
GONZALEZ
Presentación del libro
Esbozo del surgimiento del capitalismo y de la clase obrera en Chile, en su
primera parte: El modo de producción fundado en la propiedad de la tierra, obra
de un grupo interdisciplinario de militantes comunistas, cuyo editor es Alejandro
Del Río, iniciativa de la Comisión Nacional de Cultura del PC.
Hoy en día, en los medios de comunicación de masas, ha desaparecido el
término clase social. Es un concepto tabú. Predominan categorías tales, como
“clase política”, “movilidad social”, emprendimiento, consumidores, etc., los
cuales ocultan lo fundamental de nuestra economía, como lo es la existencia
real y objetiva de clases sociales, cuyos intereses son contradictorios, y se
expresan en una lucha de clases.
La superestructura de una sociedad (partidos políticos, gobierno,
parlamento, tribunales, diversas instituciones estatales, etc.). está
determinada por la base material que sustenta una organización humana. Dicha
base material está compuesta por las relaciones objetivas que establecen los
hombres con el fin de crear la riqueza (economía) real que la civilización
requiere para su subsistencia, para su desarrollo. Por tanto, los medios de
producción, las fuerzas productivas están incorporadas en dicha base. Esas
relaciones que establecen los hombres están determinadas por su relación
respecto a la propiedad sobre los medios de producción y sobre el producto,
situación que se expresa en un antagonismo de clases. Evidentemente, aunque la
base determina la superestructura, ésta última tiene influencia en la primera,
Ya en El Manifiesto Comunista,
Marx y Engel señalan que “La historia de todas las sociedades hasta nuestros
días es la historia de la lucha de clases”, y donde el proletariado se entiende
como “la clase de los trabajadores asalariados modernos, que, privados de
medios de producción propios, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo
para poder existir”.1
Si analizamos, en general, el desarrollo de la civilización, veremos que
cada una de ellas se expresa en un Modo de Producción determinado. Esta
categoría básica de la Economía Política (Modo de Producción) expresa la
conjunción dialéctica de un determinado nivel de desarrollo de la Fuerzas
Productivas con una determinada caracterización de las Relaciones de
Producción. Por tanto, si viéramos estos modos de producción en su desarrollo
histórico, se puede determinar desde el modo de producción primitivo, pasando
por el esclavismo y feudalismo, para llegar al capitalismo, a lo menos
actualmente en la inmensa mayoría de los países.
Sin embargo, el tránsito de un modo de producción a otro no es un camino
rectilíneo y mucho menos “puro”. Es decir, si bien predomina una forma
específica de producción, con clases sociales determinadas o esenciales de
éste, aún subsisten formas anteriores de producción y germinan otras nuevas.
Dicho en otra forma, en cada formación social dada por un determinado modo
de producción, existen clases sociales que determinan la esencia del modo de
producción, pero también cohabitan restos de clases sociales ya superadas y
empiezan a formarse gérmenes de las nuevas. Esa ha sido la característica de la
sociedad dividida en clases.
Ahora bien. ¿Qué es una clase social?. Muchos autores (economistas,
sociólogos, filósofos, etc.) han expresado diversos conceptos al respecto.
Me permito la libertad de resaltar la definición establecida por Lenin,
quien señalaba: “Las clases son grandes
grupos de hombres que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un
sistema de producción social históricamente determinado, por las relaciones en
que se encuentran con respecto a los medios de producción (relaciones que las
leyes refrendan y formulan en gran parte), por el papel que desempeñan en la
organización social del trabajo, y, consiguientemente, por el modo y la proporción
en que perciben la parte de la riqueza social de que disponen. Las clases son
grupos humanos, uno de los cuales puede apropiarse el trabajo de otro por
ocupar puestos diferentes en un régimen determinado de economía social”2
En primer término, la citada definición establece que las clases no es
cualquier grupo de personas, sino que a) son grandes grupos y b) se diferencian
entre sí por el lugar que ocupan en un modo de producción históricamente
determinado.
En segundo lugar, se diferencia por su posición respecto a los medios de
producción (la propiedad de éstos) y, por ende, por su rol en la organización
del trabajo.
Finalmente, se señala que, debido a lo anterior, una clase social puede
apropiarse del trabajo de otra.
Más allá de que todos podamos compartir o no esta definición de clase
social, lo importante es analizar la realidad actual en nuestro país respecto a
este tema:
¿Qué clases sociales existen en Chile hoy en día?
¿Cómo se caracterizan?
¿Hay lucha de clases o puede darse una colaboración entre ellas?.
¿Existe la explotación de una clase por otra? Y otras cuántas
interrogantes.
Dilucidar estas preguntas, ir a la confrontación y lucha de ideas debe
permitir generar las condiciones necesarias para que otro mundo sea posible,
especialmente cuando la inmensa mayoría de los medios de comunicación de masas
hace ya tiempo que se han pronunciado al respecto, evidentemente con el fin de
dar por superada las clases sociales y, por ende, la lucha de clases.
Para entender esta problemática en la actualidad en nuestro país, se hace
necesario una visión retrospectiva, un análisis histórico, y es eso
precisamente lo que hace este libro Esbozo
del surgimiento del capitalismo y de la clase obrera en Chile, en su primera
parte: El modo de producción fundado en la propiedad de la tierra, obra de
un grupo interdisciplinario de militantes comunistas, cuyo editor es Alejandro
Del Río, iniciativa de la Comisión Nacional de Cultura del PC en el marco de su
Centenario.
Esta obra, en 194 páginas, ordenadas en 7 capítulos, estudia el desarrollo
de las clases sociales en el territorio, que hoy constituye nuestro país, desde
el siglo XVI hasta el siglo XIX. Se basa fundamentalmente en las obras de Marx
y Engel, especialmente las referidas a los fundamentos de la Economía Política,
pero también al aporte de varios autores nacionales, entre ellos, los de los
grandes historiadores Hernán Ramírez Necochea y Fernando Ortiz.
Utilizando la dialéctica como método científico de investigación, el libro
hace un profundo análisis de las formas de producción precapitalista en nuestro
país, particularmente las relacionadas con la tenencia de la tierra, y
demuestra fehacientemente cómo se inicia el surgimiento de la clase obrera
chilena en la medida que se van derivando nuevas formas de producción,
especialmente con el desarrollo de la producción agrícola y minera.
Con una alta rigurosidad científica, acorde a la importancia del tema, y
utilizando las categorías marxistas, al transcurrir las páginas y capítulos del
libro, van siendo tratados diversos conceptos que caracterizan la economía
chilena precapitalista: los términos renta de la tierra, dinero,
patrimonio-dinero, capital, producción y circulación, valor, plusvalía,
mercancía fuerza de trabajo y muchos otros, van dando cuenta de los diversos
fenómenos y sus concatenaciones que van dando origen al surgimiento del
proletariado en Chile.
Todo ello en correspondencia con la metamorfosis que va sufriendo la
producción y que se manifiesta en la producción de valor de uso y valor de
cambio y el surgiemiento de la producción mercantil en nuestro país, las
condiciones del origen del capital y el surgimiento de las condiciones de la
reproducción ampliada del capital, todo lo cual lleva al nacimiento de la clase
obrera en el transcurso del siglo XIX.
Pero la idea no es, por mi parte, hacer un análisis profundo del libro. Muy
por el contrario: en mi opinión, siendo un libro profundo, con densos
contenidos, es indispensable su lectura para poder entender de mejor manera el
proceso social en nuestro país, los cambios de forma y no esenciales que se han
ido dando en la clase obrera chilena: la generación de plusvalía sigue siendo
el leit motiv del capitalismo y lo característico de ello es la apropiación de
esa plusvalía por parte de la burguesía, independientemente de las formas en
que esta explotación tenga lugar.
Si bien el libro, como lo dije recientemente es un gran aporte, nos
quedamos con la sensación sabor a poco, de que falta algo importante todavía,
como lo es la segunda parte de este libro: el modo de producción fundado en la
propiedad de los medios de producción, la cual esperamos ansiosos tenerla
pronto a disposición.
Como se señala en el mismo libro, cito página 176 “Tanto la minería como la
agricultura son producciones que en su inicio colonial se basaban en la
propiedad de la tierra, por lo cual el desarrollo de la renta de la tierra
muestra las condiciones de origen y reproducción del capital en nuestro país,
por tanto, los caracteres particulares del nacimiento de la clase obrera
chilena”.3
Desde el punto de visto metodológico, los mismos autores señalan, en la
página anterior a la recientemente citada, que el estudio del capital debe
considerar dos aspectos: el conceptual (qué es el capital) y el histórico (el
tránsito de la no existencia a la existencia del capital). Cito: “Esta
distinción metodológica es decisiva porque si bien el concepto de capital no
puede explicar su devenir, solo teniendo el concepto se puede comenzar su
investigación histórica”.4
Pero ya he hablado demasiado. Solo falta volver a recomendar la compra del
libro, felicitar a sus autores, especialmente a su Editor, y escuchar a
Alejandro, quién nos ilustrará de mucho mejor forma acerca de esta temática.
Gracias
1Marx y Engel, Manifiesto Comunista, Ediciones Delta, pág. 41
2 Lenin, Una gran iniciativa, en Marx, Engels, marxismo, Editorial
Progreso, Moscú, pág. 479
3Del Rio Alejandro (Editor) Esbozo del surgimiento del capitalismo y de la
clase obrera en Chile, Santiago, 2012, pág 176
4Idem. Pág.175
EXPOSICION ALEJANDRO DEL RIO
Presentación del Esbozo del
Surgimiento del Capitalismo y de la Clase Obrera en Chile
El libro que presentamos, Esbozo del Surgimiento del Capitalismo y de la
Clase Obrera en Chile, es producto de un trabajo realizado por un grupo
interdisciplinario de militantes comunistas; ha sido concebido como un esbozo
de las categorías fundamentales de la Economía Política de Marx y una
introducción, a partir de dichas categorías, a un análisis del proceso de
clases en nuestro país.La conmemoración, este 2013, de los 130 años de la
muerte de Marx nos proporciona la ocasión de indagar en estudios de vocación
materialista que se han aproximado al mismo problema. En tal búsqueda hemos
encontrado dos textos de 1983 cuando se cumplía el centenario del fundador de
la dialéctica materialista y que nos parece oportuno destacar. Ambos textos
fueron publicados en el exilio, uno de ellos lleva por título La transición al
capitalismo en Chile. Problemas metodológicos e históricos,de María Eugenia
Horvitz, publicado en Madrid por Revista Araucaria de Chile, que dirigía
Volodia Teitelboim; el otro texto se titula El más eminente pensador de nuestro
tiempo de Clodomiro Almeyda y consiste en su intervención en la Conferencia
Internacional Marx y nuestra época, celebrada en Berlín en abril de 1983. Un
breve alcance a esos textos nos permitirá someter a vuestro juicio algunas de
las conclusiones a las que hemos arribado en nuestro Esbozo.
En su artículo María Eugenia Horvitz señala que "Las categorías
expuestas por Marx en torno al origen de la sociedad moderna han tenidoal nivel
de la elaboración científica una comprensión y una aplicación de desarrollo
discontinuo" (p.53). Limitándonos a lo que ese desarrollo discontinuo
comporta para Chile, la historiadora señala caracteres que han determinado el
estudio de las categorías marxista como supuestos de análisis histórico, entre
las que destacamos, de una parte, la "dificultad de conocer la totalidad
de la obra de Marx" (Íd.), la cual es constatable en lo tardío del
conocimiento que muchos latinoamericanos tuvimos de Grundrisse o el Capítulo
Inédito de El Capital, publicados recién a comienzos de la década de los
sesenta; de otra parte, la historiado pone de manifiesto que "las
condiciones políticas impuestas por la guerra fría serán la causa de que los
estudios teóricos , así como la historia y la economía marxistas, estén
excluidos de las universidades” (Íd.), acotando que “en Chile, sólo a partir de
los años sesenta se logrará que en la enseñanza superior se consideren los
estudios marxistas" (Íd.) En relación al lugar que ostenta el conocimiento
de las categorías marxistas en el concierto de la investigación histórica
chilena, MEH concluía en la siguiente proposición: “Postulamos que es en ruptura
con la conceptualización de la historiografía tradicional chilena que se
desarrollan las reflexiones sobre el origen y el carácter de la formación
económico-social en Chile. En este sentido, la producción histórica es
reciente: los trabajos más interesantes se publicarán desde mediados de los
años cincuenta hasta 1973 (...) Las primeras investigaciones serán el resultado
de un trabajo individual que sólo alcanzará desarrollo colectivo a fines de los
años sesenta (…) Los primeros rompimientos teórico-científicos con esta
tradición, los producen historiadores marxistas: Hernán Ramírez Necochea y
Julio César Jobet. Los temas privilegiados son el problema del imperialismo y
su articulación con la sociedad chilena; el origen de la clase obrera y sus
organizaciones políticas y sindicales. En el campo de la antropología, el
profesor Lipschutz desarrolla la investigación sobre cultural precolombinas
(...) En los años sesenta, Góngora y luego Carmagnani problematizan el
nacimiento y carácter de las relaciones sociales y de los mecanismo generales
de la estructura económico-social colonial" (p.56-58).
Consideramos que este conjunto de antecedentes permiten avizorar algunos
aspectos principales del itinerario que en Chile ha experimentado este
problema, en el cual se concreta el Esbozo que hoy presentamos, problema que en
el artículo de MEH está expresado en los siguientes términos, a los que
suscribimos: “En el análisis, en primer lugar, de la transición de los modos de
producción, se han suscitado problemas concernientes a la relación entre
categorías teóricas y el desarrollo de la investigación histórica” (p.53-54).
Una aproximación a este mismo problema la ofrecería Clodomiro Almeyda ese
mismo año, 1983, quien enfatizaba, en la mencionada conferencia de Berlín, la
íntima ligazón entre dialéctica materialista y praxis revolucionaria, indicando
que el pensamiento marxista “ha promovido siempre la unidad y la convergencia
en la lucha, de todos los revolucionarios y de todas las fuerzas democráticas y
progresistas en todas partes, con la mira a acumular verdad y fuerza y así
poder vencer a los enemigos de los pueblos. Todo ello, a condición de que no se
abandonen los principios fundamentales en que descansa la teoría revolucionaria
y que obligan a articular dialécticamente lo que es general y permanente con lo
que es particular y coyuntural, no olvidando nunca que lo que es general se
manifiesta siempre en lo particular y lo que es permanente se refleja a su
manera en lo coyuntural” (p. 219-220). Un antítesis de este enfoque lo
encontramos, en una fecha cercana al centenario de la muerte de Marx, en el
planteamiento de Gabriel Salazar, quien en 1985 en su libro Labradores, Peones
y Proletarios, anunciaba a la perspectiva o “percepción introvertida y
patética” (p.13) como la superación de la oposición entre concepción burguesa y
concepción marxista, entre idealismo y materialismo; aludiendo a la idea de
“patria” de la concepción idealista chilena, Salazar afirmaba que: “Descartar
este tipo de sujeto histórico nacional no significa, por supuesto, que se asume
maquiavélicamente la tesis metafísica opuesta, del sujeto nacional dividido, o
sea, el ‘principio’ de la lucha de clases (…) la situación histórica señala la
necesidad de descolgarse de las bóvedas abstractas para sumergirse de lleno en
los hechos cotidianos, o en las relaciones de todos los días” (p. 14-15).
Reduciendo el problema de las categorías a la caricatura de una bóveda y a la
dialéctica materialista al rango de una metafísica, Salazar invitaba a ubicar
el estudio histórico por sobre las concepciones de clase e incluso en nuestros
días gusta de ser televisado convocándonos a deshacernos de la conciencia de
clase y de los partidos políticos, pretensión de la que Almeyda ya daba cuenta
en el centenario de Marx, sosteniendo que la negación del partido político
“conduce al liquidacionismo y a dejar a las masas obreras bajo la hegemonía de
la burguesía. Este punto de vista pretende fundamentarse en la hipótesis de que
las masas en sí, sin necesidad de una vanguardia conciente que las dirija,
pueden encontrar en sí mismas, en su pura espontaneidad, en la inmediatez de su
experiencia cotidiana, el rumbo adecuado para triunfar” (p.220).
Naturalmente no podemos abundar en una examen de las teorías que han
sepultado y vuelvo a sepultar la dialéctica materialista en nuestro país,
quienes, no obstante, han debido desempeñar el papel de un Sísifo ante la
montaña que representa nuestro pueblo. Tomemos una contradicción histórica
concreta que pone en tensión a las categorías y que pone de manifiesto MEH, nos
referimos al surgimiento del inquilinaje, contradicción que bien pudiese ser
asumida como una “involución”, en palabras de la historiadora, quien plantea a
"las relaciones sociales de producción que se constituyen en torno a la
tierra y el carácter de la renta de la tierra" (p.60) como uno de los
esenciales aspectos, junto a la minería, de la constitución de las formas
sociales que anteceden el nacimiento de las relaciones capitalistas. A fin de
tener a la vista los términos de esta problemática, citamos en extenso el
planteamiento aludido:
"A mediados del siglo XVIII, el inquilinaje es la forma de relación
dominante en el campo, la que se ha venido estableciendo desde fines del siglo
anterior (...) El proceso de consolidación de esta relación requiere especial
interés. Las primeras instituciones coloniales basadas en la explotación de la
población indígena, como la Mita y la Encomienda, se han desintegrado a fines
del siglo anterior. Concomitante a este proceso, ha habido un aumento de la
población y ha surgido al lado de la población indígena (la que ha disminuido
en cantidad) un grupo de españoles pobres, sin tierra, y de mestizos que
constituyen un mercado de mano de obra, en la época en que se abre para los
terratenientes de la Capitanía General el mercado de trigo que constituye Perú.
La propiedad agrícola se ha consolidado y no hay un mercado en el sentido
capitalista que permita a estos sectores acceder a la tierra. De ahí que se
utilice como sistema "el préstamo de tierras" en los lindes de los
grandes fundos. En los documentos de la época se menciona a estos arrendatarios
como "amigos o familiares", los cuales deben pagar una renta en
especies o en dinero. A mediados del siglo XVIII, el sistema se ha extendido y
estos arrendatarios son calificados de peones o inquilinos. El historiador
Mario Góngora explica que este cambio se une a un proceso de conmutación de la
renta en dinero o en especie por la prestación en trabajo (...) Se comparamos
el proceso de origen y consolidación del inquilinaje, con lo ocurrido en
Inglaterra en relación con la introducción del arrendamiento de tierras y la
aparición de la renta en dinero, podemos pensar que en Chile se ha producido
una "involución". De la renta en dinero se llega a la consolidación de
la prestación de trabajo que coloca al trabajador en una situación parecida a
la del siervo feudal. Esta forma contradictoria con la del desarrollo del
capitalismo, está necesariamente articulada con el poder que adquiere la
oligarquía terrateniente y el sistema coercitivo impuesto por España".
(pp. 60-61)
Antes de discutir la tesis de Góngora del “préstamo de tierra” como origen
del inquilinaje, en base al estudio de las categorías que hemos intentado
sistematizar en nuestro Esbozo, subrayemos sucintamente el problema a cuya
reflexión nos incita la historiadora. Considerándolas en abstracto, Marx
dispone, en el libro tercero de El Capital, las distintas formas de renta
pre-capitalista de acuerdo al siguiente orden: renta en trabajo, renta en
producto o especie y renta en dinero. En todas ellas la relación de producción
estriba en un productor directo que carece de la propiedad y que ocupa un
terreno cuyo propietario, el terrateniente, recibe de parte del trabajador un
pago por esa ocupación o disfrute, pago que denominamos renta. Lo común a estas
tres formas de renta es que el trabajador no está separado de los medios de
producción, como un asalariado, por el contrario, el trabajador que paga renta
de la tierra no es un trabajador libre por el hecho que tanto el terreno y los
instrumentos que ocupa son de propiedad del terrateniente así como la fuerza de
trabajo del productor directo, por ende, de toda la fuerza de trabajo y de los
valores que esa fuerza representa. Tal situación es la que comparten el trabajador
indígena encomendado y el inquilino, quienes no venden fuerza de trabajo pues
ésta se reputa incluida entre medios de producción de propiedad del
terrateniente. Con ello se nos muestra la diferencia específica entre una
producción pre-capitalista y una capitalista, en la primera el trabajo y los
medios de producción representan una unidad bajo la forma de la propiedad del
terrateniente mientras que en una producción capitalista tal unidad no existe,
el propietario de los medios de producción, o sea, el propietario del capital,
no dispone del trabajo sino adquiriéndolo en el mercado y solo por determinados
lapsos de tiempo. Los trabajadores que son libres, según el libro primero de El
Capital, lo son “en el doble sentido de que no figuran directamente entre los
medios de producción, como los esclavos, los siervos, etc., ni cuentan tampoco
con medios de producción propios” (p.608). Tal trabajador libre no corresponde
a un trabajador que posee tierras, como el encomendero y el inquilino, pues el
trabajador libre carece del uso para sí mismo de cualquier medio de producción,
por lo cual no le adeuda al propietario de esos medios pago alguno.
Si admitimos que la renta de la tierra es el plustrabajo o trabajo
excedente, o sea la cantidad por sobre el trabajo necesario para su
subsistencia y reproducción, se derivan a los menos dos conclusiones básicas:
la primera es que toda la producción del terrateniente es una acumulación del
trabajado explotado, en el caso chileno en la forma de una relación de servidumbre,
sin perjuicio de que en esa producción se presenten fenómenos que no tienen su
origen en el trabajo que directamente explota el terrateniente, como el
crédito, ciertas ventajas impositivas o de política fiscal que le proporciona
el Estado o los mismos atributos naturales de la tierra. Esto que pudiese ser
una obviedad no lo es si la investigación parte de premisas idealistas, como lo
apuntaremos al examinar la tesis de Góngora en cuya perspectiva el trabajo
explotado no es explicitado como tal en su intención de demostrar que el
inquilinaje no es una relación de servidumbre o que no tiene su origen en la
patente servidumbre que representa la encomienda.
La segunda conclusión que se desprende de la categoría de renta como
plustrabajo es que la diferencia entre los tipos de renta corresponde a una
diferencia de la forma que adopta el plustrabajo al ser pagado por el
trabajador al terrateniente. En la renta en trabajo, o prestación personal
directa, el pago es en días de trabajo, realizado en las tierras que el
trabajador no ocupa; en la renta en producto o especie, esos días no son
tributados al terrateniente directamente pues lo que el trabajador entrega son
cantidades de producto correspondientes a esos días; finalmente, en la renta en
dinero, el trabajador traspasa al terrateniente no el producto sino el valor
del producto en dinero, por lo que encontramos a la renta como precio.
Acotando que en este breve repaso estamos omitiendo múltiples implicancias
no menos pertinentes, podemos, sin embargo, observar una sucesión: desde un
trabajador que realiza una prestación personal sometida derechamente a coacción
directa hasta un trabajador que realiza sus productos como mercancías para
pagar la renta en dinero, que se comporta como un sujeto del mercado que vende
su plustrabajo y para el cual la coacción se presenta bajo una forma monetaria.
Si consideramos esta sucesión, postulada por Marx, con el desarrollo de la
renta en el proceso de clases de nuestro país, pudiese advertirse que, en Marx,
el tránsito de la renta va desde la prestación personal al pago en dinero,
mientras que en Chile, como señala MEH, “De la renta en dinero se llega a la
consolidación de la prestación de trabajo que coloca al trabajador en una
situación parecida a la del siervo feudal”.
Este tipo de contradicciones, a los que aboca el libro que hoy presentamos,
es un claro ejemplo de la unidad entre la dialéctica materialista y el estudio
concreto de la lucha de clases, muestra la exigencia a la que debemos responder
quienes sostenemos la transformación de la sociedad de clases toda vez que esa
transformación es al mismo tiempo comprensión de la sociedad de clases. La
hegemonía ideológica de la clase capitalista chilena en el ámbito intelectual
ha promovido la obsolescencia de la unidad entre método y estudio concreto,
pretendiendo convencer, por citar una caso, al historiador de que su tarea es
histórica y no filosófica o al sociólogo de que su labor ninguna relación
guarda con las categorías económicas. La especialización se ha asentado así como
el paraíso del orden burgués ante el cual no sería posible un espejo que lo
refleje de cuerpo entero y mucho menos el cuerpo entero de su formación
histórica, paraíso que el lucro en la educación ha ido ensanchando estos
últimos veinte años y que a través de los medios de financiamiento de la
investigación ha conspirado en contra de los espacios públicos de conocimiento,
como las universidades estatales cuyo rol en la democratización del saber será
siempre oportuno reivindicar. La contradicción que hemos indicado, ciertamente,
tiene en la propia categoría de trabajo su sustancia y es puntualmente el
trabajo lo que las teorías que gozan del beneplácito hegemónico no quieren
asumir como fundamento del análisis. En este sentido nuestro Esbozo destaca que
problemas tan gravitantes para la comprensión de la historia chilena, como el
que a continuación escrutaremos, no sólo se imponen como una demanda
insoslayable para los constructores de un Chile libre de neoliberalismo sino
también “acusan, en el campo delpensamiento burgués, la concepción económica
que albergan las teorías historiográficas y laconcepción de la historia
presupuesta en las teorías económicas, nociones que al plantearse porseparado
esconden, bajo la apariencia de disputas entre tendencias o de diferencias
disciplinarias,el carácter de clase de tales teorías y lo común que hay en
ellas” (p.6).
Abordemos el problema preguntándonos: ¿por qué la sucesión de las rentas
planteada por Marx pareciera ser inversa a la sucesión de las rentas que exhibe
la historia chilena? La respuesta elemental es que la sucesión indicada por
Marx es una sucesión de categorías de renta, ordenadas desde lo simple a lo
complejo, mientras que la historia chilena nos muestra una sucesión de
relaciones reales y efectivas cuyo orden obedece al desarrollo concreto de la
sociedad chilena. La sucesión de renta en trabajo o prestación personal, renta
en producto y renta en dinero ubica en primer lugar a la renta en trabajo o
prestación personal, porque ella consiste en la relación más simple por la cual
es el trabajo vivo aquello de lo cual directamente se apropia el terrateniente;
ante esta prestación personal la renta en especie es más compleja pues supone
la materialización del trabajo en el producto, vale decir, el trabajo ya no
aparece en su pura simplicidad sino bajo una forma compleja, la del trabajo
materializado o trabajo pasado; consiguientemente, ante esta renta en especie,
la renta en dinero se presenta más compleja aun, pues el trabajo pasado ahora
no figura como tal sino como dinero, conteniendo la transformación del trabajo
vivo en trabajo pasado y la transformación de este trabajo pasado en
valor-dinero.
Por tanto, lo que Marx nos ofrece es una sucesión de categorías que van de
lo simple a lo complejo, en este caso, de la renta en trabajo o prestación
personal a la renta en dinero. Ahora bien, ¿por qué el proceso de clases en
Chile no se atiene a este orden develando incluso una sucesión inversa, desde
la renta en dinero a prestación personal? Evidentemente debido a que los
procesos históricos no se desarrollan de acuerdo a una pura sucesión que va
desde lo simple hacia lo complejo, sucesión que es resultado del pensamiento,
de acuerdo a sus instrumentos, como la simplicidad y la complejidad que sólo
existen en la esfera que les da vida; fuera del pensamiento y con independencia
de él, las relaciones efectivas que la historia pone a nuestra vista son
resultados del proceso real, no del proceso del pensamiento, son productos de
todos los fenómenos que conforman el desarrollo de la existencia material, en
la cual, por cierto, interviene la conciencia, pero de ninguna manera es la
conciencia la que crea la realidad y su desenvolvimiento. La realidad no le
debe su existencia, por así decirlo, a lo que nos representamos espiritualmente
de ella, por ende, la sucesión de relaciones reales no necesariamente
corresponderá al orden de las categorías, salvo que se admitiera que las
categorías detentan, ante lo real, un imperativo o un “deber ser”, o salvo que
se aceptara que la existencia, sus desarrollos y contradicciones, está sometida
a la conciencia. Ahondemos un poco más en este aspecto.
La categoría simple, la renta en trabajo o prestación personal, precede o
se ubica antes que la categoría compleja, la renta en dinero. Existen
desarrollos históricos en donde encontramos este orden así como otras
sociedades en las cuales no lo verificaremos, pero el hecho de que la sucesión
categorial coincida con la sucesión histórica dependerá de la sociedad misma
que se analice, no del orden de las categorías del análisis. Estimar que esa
coincidencia tendría que presentarse en todas las sociedades nos enfrentaría al
siguiente contrasentido: si la categoría simple antecede lógicamente a la
categoría compleja, la categoría simple tendría que anteceder históricamente a
la categoría compleja, es decir, le estaríamos exigiendo al desarrollo
histórico que se ordene con arreglo a la precedencia lógica con que nos
representamos el desarrollo histórico; lo que es anterior en el pensamiento, la
categoría simple, sería lo que existió cronológicamente antes y lo que es
posterior en el pensamiento, la categoría compleja, sería lo que existió
cronológicamente después. Si nos sujetásemos a esta perspectiva la categoría
simple, la renta en trabajo o prestación personal, tendría que pertenecer a una
sociedad menos desarrollada que precede a la sociedad más desarrollada en donde
verificamos a la categoría compleja, la renta en dinero. A la sociedad menos
desarrollada, históricamente anterior, le correspondería la categoría simple,
la prestación personal, y a la sociedad más desarrollada, históricamente
posterior, le correspondería la categoría compleja, el pago en dinero. Si esta
coincidencia es corroborada en una determinada sociedad, como puede ser el caso
de Inglaterra, ello no significa que Marx nos indique que elevemos esa
coincidencia a un principio universal, válido para todas las sociedades del
orbe. Por el contrario, lo frecuente es que esa coincidencia no se presentará,
planteando Marx en el tomo I de los Grundrisse que “aunque la categoría más
simple haya podido existir históricamente antes que la más concreta, en su
pleno desarrollo intensivo y extensivo ella puede pertenecer solo a una forma
social compleja, mientras que la categoría más concreta se hallaba plenamente
desarrollada en una forma social menos desarrollada” (p.24)
En nuestro caso, la renta en dinero puede haber tenido un mayor dominio
sobre la sociedad antes que la prestación personal, asumiendo tal hipótesis,
pero ello no significa que por el solo hecho de que existe la renta en dinero
la sociedad se haya desarrollado al punto de permitir que de la renta en dinero
surja la relación categorialmente posterior a ella, la renta capitalista; si,
por el contrario, lo que se comprueba es que de lo posterior a la renta en
dinero fue la prestación personal es porque ésta no se había desarrollado para
posibilitar su disolución. Un aspecto de la producción no expresa por sí mismo
a la totalidad de la producción, por tanto, una categoría simple puede figurar
como dominante o bien como dominada frente a las relaciones que expresan las
categorías complejas, así Marx lo pone de relieve: “puede afirmarse que la
categoría más simple puede expresar las relaciones dominantes de un todo no
desarrollado o las relaciones subordinadas de un todo más desarrollado,
relaciones que ya existían históricamente antes que el todo se desarrollara en
el sentido expresado por una categoría más concreta. Solo entonces el camino
del pensamiento abstracto, que se eleva de lo simple a lo complejo, podría
corresponder al proceso histórico real” (Grundrisse, tomo 1, p.23). Teniendo en
cuenta estos elementos medulares de la dialéctica materialista, la formulación
de las categorías ha de disponerse desde lo simple a lo complejo, puesto que,
en palabras de Marx, “sería impracticable y erróneo alinear las categorías
económicas en el orden en que fueron históricamente determinantes” (Íd., p.28)
y es en este orden en que las encontramos en El Capital, el cual, por este
motivo, como sugiere MEH en su estudio, “no puede ser considerado libro de
consulta enciclopédica” (p. 56).
En conclusión, la contradicción entre relaciones sociales y fuerzas
productivas adoptará en el amplio espectro de zonas geográficas una
multiplicidad de formas concretas y concretos desarrollos. La consideración del
proceso inglés de clases, expuesto en el capítulo 24 del tomo 1 de El Capital,
pudiese inducirnos a la expectativa de hallar en el proceso chileno
transiciones similares o idénticas y ciertamente el paso histórico desde la
renta en dinero a la renta en trabajo o prestación personal pareciera denotar
una anomalía o incluso, como lo han planteado algunas investigaciones que
parten de otras concepciones, una insuficiencia de las categorías marxistas.
En Inglaterra, según sostiene Marx, la conversión de la renta en dinero da
paso a la renta capitalista, para ello la renta en dinero se supone
consolidada, es decir, que el trabajo existe globalmente como valor de cambio y
que las rentas en trabajo y en especie se hallan absorbidas en la forma de
valor que adquirió el trabajo; por tanto, los latifundistas ingleses expulsan a
sus siervos que les pagaban renta en dinero para arrendar a capitalistas,
quienes le pagarán una renta determinada directamente por la tasa media de
ganancia, al igual que cualquier inversión de capital. El latifundista inglés
renuncia a seguir cultivando a través del empleo de siervos, pues, entre otra
cosas, la renta que éstos le pagan es inferior a la que le entregará el
capitalista.
En Chile, el latifundista del siglo 17 no puede renunciar al cultivo ya por
el hecho elemental de que grandes extensiones no se encuentran produciendo.
Hasta cierto punto, la exportación de trigo al Perú creará la necesidad de
poner en funcionamiento esas extensiones. ¿Qué forma de trabajo es la que hará
producir la tierra? Aquella en la cual reposa el modo de producción que prima
en ese entonces, el modo de producción fundado en la propiedad de la tierra, y
de acuerdo al grado de desarrollo de las fuerzas productivas, de las cuales las
tierras sin cultivar son un indicio básico. Esa forma de trabajo es la del
poseedor que paga renta al terrateniente, el cual no es libre pues su trabajo
se encuentra incluido entre los medios de producción de propiedad del latifundista.
Subrayemos en este plano que las formas de renta en trabajo o prestación
personal, en especie y en dinero son todas ellas rentas pre-capitalistas, por
ende, la transición de la prestación personal a la renta en dinero o de ésta a
la prestación personal corresponden a transiciones entre formas
pre-capitalistas. La monetización de la renta que paga un poseedor en ningún
sentido equivale a la capitalización de la renta que paga un arrendatario
capitalista. Bien es cierto que ciertos fenómenos pueden aparecer en ambas
rentas, como el empleo de asalariados que pueden efectuarlo los arrendatarios
capitalistas o los poseedores, para quienes, señala Marx en el libro tercero de
El Capital, “poco a poco aumentan sus posibilidades de amasar cierta fortuna y
de convertirse en futuros capitalistas. Entre los antiguos poseedores de la
tierra se crea así un semillero de arrendatarios capitalistas” (p.781). Pero
tal conclusión Marx la esgrime en lo relativo al paso del feudalismo al
capitalista en Europa, en el Chile del siglo 17 no encontramos a esa renta en
dinero como una renta capitalista en ciernes, por el contrario, el pago en
especies se mantendrá en los siglos 18 y 19, incluso como una forma del pago
salarial. La forma de la renta no expresa de una manera directa el concreto
régimen económico que le sustenta. La relación entre el poseedor y el
latifundista es la misma en las distintas formas de renta. Asevera Marx, de una
parte, “La conversión de la renta-trabajo en renta-producto no modifica, desde
el punto de vista económico, la esencia misma de la renta de la tierra” (p778),
de otra parte, plantea “por renta en dinero entendemos la renta del suelo que
tiene como origen un simple cambio de forma de la renta-producto” (p.780). En
conclusión, la forma que adopta el pago de la renta no tendría que ocultarnos
la esencia de la esta relación pre-capitalista, cual es la apropiación, por
parte del latifundista, del plustrabajo del productor directo, cuya capacidad
de trabajo está a disposición del latifundista como un medio más de producción.
Por este motivo es errónea la distinción entre préstamo de tierra con
obligaciones y préstamo sin obligaciones que sugiere en su libro “Origen de los
´Inquilinos´ de Chile Central” Mario Góngora, uno de los historiadores más
acuciosos en esta materia que, no obstante, intenta establecer una tajante
disociación entre encomienda e inquilinaje. La tesis cardinal de Góngora sobre
la posesión de tierra, que él entiende preferentemente como préstamo o
tenencia, consiente diferenciarla en dos momentos según la existencia o
inexistencia de obligaciones para el prestatario. El préstamo sin obligaciones
en un inicio sólo sería concedido a personas con las cuales el propietario
tiene relaciones familiares, de confianza o patrocinio; en sus palabras: “Se
trata aquí (…) de asignaciones de pedazos medianos o ínfimos a familiares, tal
vez hijos naturales, en virtud de vinculaciones personalísimas de proximidad y
patrocinio” (p. 35). Luego se extendería a personas “humildes” o “de rango
inferior”,momento en el cual, según el historiador, “El rasgo familiar o
personal de cada caso queda subsumido en una forma general” (p. 37), personas
que recibirían tierra por parte del latifundista, prefigurándose el
inquilinaje: “Al aplicarse el préstamo a gentes de rango social humilde
comienza a cobrar otra modalidad. Se derivan de él deberes tocantes al cuidado
de los linderos y los ganados de la estancia, lo cual preludia un proceso de
dependencia mayor” (p. 45-46).
El préstamo, que Góngora avizora como “esencialmente ligado al escaso valor
del suelo”, sería “una institución que sigue a la época de las mercedes de
tierra, y que antecede al proceso de creciente valorización del cultivo. Las
mercedes (…) disminuyen netamente en el Centro, hacia mediados del siglo XVII.
El cultivo cerealista adquirirá ímpetu desde comienzos del siglo siguiente y
progresará a lo largo de él y del XIX” (p. 46). Los caracteres del siglo 17 que
originan el préstamo de tierra, según Góngora serían falta de mano de obra, el
asentamiento disperso de la población o despoblamiento en determinadas zonas,
lo que se encuentra ligado con el asentamiento disperso pastoril, las tierras
sin cultivar y grandes terrenos que no son explotados en toda su extensión y la
necesidad de custodiarlos. En el primer momento se presentaría un préstamo sin
obligaciones para el trabajador poseedor, quien pagaría una renta bajo la
designación de “reconocimiento”, que Góngora cataloga de “simbólico” por su
ínfima cantidad; posteriormente surgiría un préstamo con obligaciones, en donde
la renta puede o no expresarse en el “reconocimiento”, pues ella ya está dada
por las obligaciones.
Puesto que el autor no observa clases ni lucha de clases el objeto no de
estudio es el trabajo ni la apropiación del trabajo ajeno, sino la tierra. Así,
la posesión de tierra, la esencia de esta forma de explotación, es estipulada
por el autor como “préstamo”, lo que es válido en la medida en que expresa los
términos que aparecen en las fuentes directas; de esta manera el trabajador
figura en su análisis como “beneficiario” o “prestatario”, el propietario como
“benefactor” o “prestador” y la misma relación de producción como
“institución”, o “forma jurídica singularmente flexible, capaz de aplicarse a
varias capas sociales y circunstancias económicas” (p. 44). En el plano de las
relaciones familiares es innegable que si hay préstamo la cuestión puede ser
resuelta con la explicación que ofrece Góngora. El problema que queda
irresuelto es que si este préstamo representa una relación de producción que
sostiene progresivamente la economía nacional ya no se le puede explicar como
un simple contrato homólogo al que existe entre familiares o personas de mutua
confianza que se prestan inmuebles. Por ende, en tanto la sociedad produce a
escala ampliada de acuerdo a esta “institución”, no se trata de un vínculo
común a “varias capas sociales” sino de una relación entre clases, una que no
tiene propiedad y otra propietaria. Las “circunstancias económicas” son las que
deben determinarse y en este plano es inadmisible plantear que es la misma
relación la que liga al propietario con un sobrino, por ejemplo, y la que
supedita al poseedor con ese propietario, reduciendo al sobrino y al explotado
a la categoría de “beneficiario”.
De la quincena de casos recogidos por Góngora veamos sólo dos, uno en donde
no habría obligaciones y otro en donde sí. El primero muestra la relación entre
Jusepe Vásquez (propietario) y Andrés Núñez (prestatario), en Viña del Mar,
1670. Este es un caso de préstamo o tenencia “de limosna” sin obligaciones,
según Góngora, la cual “significa su completa gratuidad” (p. 40). Tomemos la
relación tal cual el historiador la exhibe: el trabajador nada le paga al
propietario y éste nada le paga al trabajador. ¿La gratuidad supone un producto
cuyo valor no se ha pagado o la carencia de valor del producto? Bajo la idea de
gratuidad el historiador está omitiendo la relación de producción y, por tanto,
de clase, que aquí se expone, cuanto más significativa si se repara en que las
tierras se encontraban sin producir y que su productividad surge a partir de la
transformación de un trabajador libre en trabajador poseedor; es más, Góngora
está mostrando una relación entre sujetos igualados en la gratuidad. El
poseedor, Núñez, debería pagar renta, desde este punto de vista la renta le
sería gratis si no hay pago. ¿Qué debería pagar el propietario? Un jornal o
salario, o bien hacer lo propio del modo de producción fundado en la propiedad
de la tierra, esto es, permitir que el trabajador posea tierra para que éste
realice trabajo necesario y subsista con el consumo de los productos que
cultive. Lo que el trabajador está produciendo es la misma habitación del
terreno. No puede afirmarse, como lo hace Góngora, que este trabajo necesario
es gratis para el trabajador, por el contrario, está pagando con trabajo su
subsistencia, es decir, está creando un valor que equivale al consumo necesario
para la vida de él y su familia. Su sola permanencia en el terreno no la paga
al propietario puesto que, en rigor, no se la debe, lo que le debe es la
cantidad de producto por sobre aquella que representa su subsistencia. Para
habitar la tierra del propietario, el trabajador poseedor antes de pagar la
renta, o sea antes de entregar el trabajo excedente o de producir para el
propietario, tiene que existir, y el aseguramiento de su existencia corre por
su cuenta, no por cuenta del propietario. En contraposición a ello, el
asalariado, por ejemplo, paga efectivamente una renta por el lugar donde habita
a costa de su salario (trabajo necesario), pero ello implica que le han pagado
un salario, una inversión de capital variable, que aquí el propietario de
tierra no desembolsará, pues se trata de otra relación de producción. En
conclusión sería un puro formulismo identificar trabajo necesario con pago o
gratuidad del valor que ese trabajo representa, se estaría presumiendo que el
trabajador se adeuda a sí mismo el valor del tiempo de fuerza de trabajo que
realiza para sobrevivir, que debería pagar en trabajo su trabajo. En este caso
particular, trabajar para el trabajador no es gratis, pero para el propietario
es gratis el que le trabajen, lo único que debe hacer es autorizar al
trabajador a que se instale en el terreno, el cual, por lo demás, estaba
improductivo. Por cierto que esa autorización es otorgada por el propietario
con la finalidad que le produzcan, que le paguen renta, o sea, el excedente del
trabajo necesario, pero es sofístico desprender de ello que si el poseedor no
realiza trabajo excedente o no lo entrega en su integridad es porque vive
gratis. La correspondencia entre trabajo necesario y renta de la tierra es
incluso más imperiosa para el estudio en este caso donde Góngora pone como
características del siglo 17 la escasez de mano de obra y la existencia de
terrenos sin cultivar. El trabajo necesario del poseedor tiene en sí y de por
sí una significación económica para el propietario, dada no sólo porque el
trabajador ocupa la tierra sino porque el propietario necesita que alguien
ocupe la tierra, “para asegurarse su derecho sobre un paraje”, dice Góngora,
incluso si prescindimos de considerar la apropiación del trabajo excedente. En
este sentido, cuando el trabajador poseedor, que no paga renta y que únicamente
trabaja para sí, está produciendo la ocupación o habitación de la tierra, su
custodia. Es apresurado, por ende, derivar en que no existen obligaciones para
el trabajador poseedor por el solo hecho de no paga renta o que no existe
dependencia.
El segundo caso correspondería a un préstamo con obligaciones, así
entendido por Góngora. Manuel de Carvajal (propietario) y Joseph Delgado
(prestatario), en Viña del Mar, 1670. “Carvajal (…) le dio autorización para
sembrar a la orilla del río, o donde mejor eligiese, con cargo de repuntarle
sus ganados, de reunírselos, de modo que no pasaran más allá del linde de su
estancia por los Hornillos, y de avisarle si entraba gente a hacer ranchos o a
extraer el pangue, una yerba útil para la curtiembre” (p. 41). A la par de
revisar un caso de la estancia de Campinche (1718), concluye Góngora que el
préstamo se configura “no ya sólo como señal de posesión del estanciero, sino
con una tarea determinada e importante dentro de ella, la de custodiar sus
límites y cuidar de que los ganados vacunos y caballares, que andaban grandes
distancia sin pastor, no se extraviasen. La obligación del futuro inquilino de
asistir a los rodeos está en germen en estas faenas de los poseedores por
limosna o préstamo (término cuyo uso alterna aquí con ‘arriendos’), de fines
del siglo XVIII” (p. 42). Las obligaciones de este trabajador serían
manifiestamente la custodia de la tierra y la custodia del ganado, estas faenas
representarían el germen de la relación de producción que llamamos
“inquilinaje”. Examinando más detenidamente este planteamiento se evidencia que
Góngora intenta demostrar que el carácter social de este trabajo está dado por
esas obligaciones constatadas en las fuentes, sugiriendo que no se trataría de
un trabajo siervo, pero la pregunta elemental que se suscita a partir de Marx
es: ¿ese trabajo está incluido entre las medios de producción de propiedad del
latifundista? La respuesta es que sí, el latifundista no se ha apropiado del
trabajo que solo representan esas obligaciones explícitas sino de toda la
fuerza de trabajo, por tanto, se trata un trabajo que no es libre y del cual el
propietario dispone las 24 horas del día, tanto cuando se realiza el trabajo
necesario como el excedente o plustrabajo.
Góngora ha desprendido la existencia de obligaciones cuando las encuentra
explicitadas en los documentos, cuando no las encuentra de esa forma deduce la
inexistencia de obligaciones. Y puesto que las obligaciones representan el
plustrabajo, o más correctamente la apropiación de plustrabajo, el método de
Góngora representa la misma pretensión de descubrir la plusvalía explicitada en
los actuales contratos entre capitalistas y asalariados. Al renunciar a un
análisis acabado, que develaría una forma particular de apropiación de trabajo
ajeno y de lucha de clases, Góngora se asombra ante un documento (1684, Paylimo,
Colcolchagua) en donde el trabajador poseedor “le asiste en sus diligencias” al
propietario: “Es interesante la amplitud de la expresión” (p. 43), sentencia el
historiador ante lo que muestra la esencia de una relación de servidumbre.
La distinción de la posesión de un trabajador sometido a relaciones de
servidumbre de acuerdo a la existencia o inexistencia de obligaciones no se
sustenta más que en las categorías económicas que Góngora ha desprendido de
categorías jurídicas. Sin embargo ello no anula la diferencia que el autor ha
puesto de manifiesto en el siglo 17 entre un momento embrionario y un momento
desarrollado de lo que él concibe como “préstamo de tierras”. Las relaciones de
servidumbre en sí mismas son el primer carácter a considerar, pues muestran que
quienes carecen de propiedad no pueden vender tiempo de fuerza de trabajo pues
no existen compradores de esa mercancía. De lo que disponen los latifundistas
es de tierra y es con la tierra a través de la cual cogen la fuerza de trabajo
de trabajadores sin propiedad, sometiéndola a esa forma de trabajo como
propiedad del latifundista y cuya ampliación en la globalidad de la sociedad
coincide, hasta cierto punto, con el incremento de la producción desde la
segunda mitad del siglo 17, es decir, con el nacimiento de la productividad en
tierras que estaban sin cultivar. Éste es el antecedente fundamental. Si no
existe un mercado para el trabajo libre es porque no existe una producción que
requiera comprar tiempo de fuerza de trabajo.
Si ello es constatado, la pregunta que tendríamos que plantearnos es qué
relaciones se establecen entonces para producir, pregunta que a Góngora le es
indiferente, así como a otras historiografías. El incremento de la producción
se sostiene, por tanto, una porción de productos que ya no son creados para el
consumo individual del trabajador poseedor ni del propietario.
Podemos formular algunas proposiciones en base a lo estudiado y que hemos
también delineado en nuestro libro, Esbozo del Surgimiento del Capitalismo y de
la Clase Obrera en Chile. El incremento de la producción general entre los
siglo 17 y 18 ha supuesto que una significativa masa de indígenas libres,
mestizos libres y españoles libres, como los ex-soldados, ha transitado del
trabajo libre al trabajo siervo, o en otros términos, desde una forma de
trabajo que no estaba incluido en la propiedad del latifundista a un trabajo
que ahora es parte de esa propiedad. En este sentido sería equívoco presuponer
que el trabajo siervo es una forma que sólo corresponde a la que encontramos en
la Edad Media, por el contrario, el proceso chileno, y no sólo él en América,
muestra que el trabajo siervo aparece consolidándose cuando la producción
mercantil se encuentra en vías a afianzarse, como condición de ese
afianzamiento.
Por esta razón la sucesión de las categorías de renta de la tierra no
coincidirá con la sucesión de la rentas reales, pues en los siglos 17 y 18 el
trabajo libre no puede existir como valor sino integrándose a la propiedad del
latifundista. En el tomo 2 de Grundrisse Marx es enfático ante este problema:
“Con el trabajo libre aún no está puesto totalmente el trabajo asalariado”
(p.265). En el desarrollo histórico del que tratamos, en tanto más terrenos
producen valores de cambio, más propietarios requieren trabajo, necesidad que
satisfacen no comprando tiempo de fuerza de trabajo, sino instalando en sus
terrenos a poseedores que pagan renta. La expansión del valor de cambio
trascurre a la par de la expansión de las relaciones de servidumbre, por lo que
al incluirse el trabajo a los medios de producción del latifundista en tal
marco se desarrolla la forma de valor del trabajo así como la forma de valor de
los productos que se apropia el latifundista. Muchos aspectos de este
desenvolvimiento contradictorio ya se encuentran en la renta que paga el
trabajador indígena encomendado y de una manera más transparente en los
indígenas explotados en la minería que produce exclusivamente para el mercado.
En consecuencia no existe un muro entre la encomienda y el inquilinaje, como lo
estima Góngora, quien intenta probar que la ferocidad incontestable de la
encomienda ha sido superada por el inquilinaje en virtud del cual trabajadores
libres han concurrido libremente ante su patrón, el que prácticamente lo
favorecería prestándole tierras. Basta con reparar en ello para observar la
teleología de la libertad progresiva que intenta construir Góngora, la que iría
desde la encomienda al inquilinaje y de éste a la moderna clase trabajadora,
más libre aun, consignándose así al capitalismo como una conquista que la
patria toda ha alcanzado. Al margen de esta metafísica, que no nos impide
reconocer en este historiador su aportación al estudio de la lucha de clases,
lo que podemos señalar es que la producción mercantil, y por tanto, la producción
capitalista que se anida en ella, tiene en el poseedor de tierra, el inquilino,
una de las bases reales de su desarrollo. Por ello no debería sorprendernos
encontrar un significativo margen de trabajo no libre ni asalariado en la
agricultura de los siglo 19 y 20, cuando la maquinaria cobra relevancia
innegable; en el texto citado, el tomo 2 de Grundrisse, Marx establece: “De que
la maquinaria sea la forma más adecuada del valor de uso propio del capital
fijo, no se desprende en modo alguno, que la subsunción en la relación social
del capital sea la más adecuada y mejor relación social de producción para el
empleo de la maquinaria” (p. 222).
En consecuencia, la sucesión de las categorías, por lo general, no
coincidirá con la sucesión de las relaciones reales que se dan en las distintas
sociedades, pues en toda economía se presentará la contradicción entre el
desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, tal
contradicción que las relaciones que nos representamos en las categorías en sí
mismas son antitéticas y que las categorías no pueden significar una
armonización de ese carácter contradictorio. “Setenta eminencias como Marx no
bastarían para abarcar la suma de esas modificaciones –plantea Lenin, en torno
a un problema de este cuño, en Empiriocriticismo y Materialismo Histórico- Todo
lo más que se ha podido hacer es descubrir las leyes de estas modificaciones y
demostrar en lo principal y fundamental la lógica objetiva de estas
modificaciones y de su desarrollo histórico”.El paso del trabajo libre al
trabajo siervo, o el tránsito de la renta en dinero a la prestación personal,
no invalida el desarrollo de las relaciones capitalistas en nuestro país, por
el contrario, determinan las particularidades de su origen y despliegue histórico,
y en este sentido las categorías marxistas permiten explicar esas
particularidades en su ligazón con la marcha general del proceso de clases.
“Con todo, y a pesar de las limitaciones derivadas de sus características,
-propone Hernán Ramírez Necochea- el capitalismo chileno poseyó vigor y
capacidad de expansión, lo que situó a Chile en una posición de avanzada desde
los puntos de vista económico-social, político y cultural entre los países
latino-americanos. Fue, además, lo suficientemente fuerte para producir la
vertebración económico-social de las diversas secciones del país -incluido el
antiguo territorio araucano- y aun para impulsar una suerte de expansión
interna que, por sus limitaciones, contribuyó a generar problemas limítrofes
(…) De un modo un tanto confuso e informe, como es propio de una sociedad que
comienza su evolución capitalista, emergía una burguesía compuesta de mineros,
comerciantes, banqueros, algunos industriales y agricultores” (p.24).
Precisamente ese modo “confuso e informe” es el que nos posibilita desentrañar
el estudio de las categorías y proyectar la senda que Ramírez Necochea abrió en
la conciencia de la clase obrera chilena y para esa conciencia.
Textos citados
Almeyda, Clodomiro. El más eminente pensador de nuestro tiempo.
(Intervención en la Conferencia Científica Internacional “Marx y nuestro
tiempo”, Berlín, abril de 1983),en: Pensando a Chile, Ed. Terranova, Chile,
1986
Horvitz, María Eugenia. La transición al capitalismo en Chile. Problemas
metodológicos e históricos, en: Revista Araucaria de Chile, n° 24, Madrid, 1983
Lenin, Vladimir Ilich Ulianov. “El Empiriocriticismo y el Materialismo
Histórico”, en: Obras Completas, tomo 18, Ed. Progreso, Moscú, 1983
Marx, Karl. El Capital. Crítica de la Economía Política, trad. Wenceslao
Roces, Fondo de Cultura Económica, México, Libro Primero (1971)
--------------; El Capital. Crítica de la Economía Política, trad. Floreal
Mazía, Editorial Cartago, Argentina, Libro Segundo (1973)
--------------; Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía
Política (Grundrisse) 1857-1858, Edición de José Aricó, Miguel Murmis y Pedro
Scarón, trad. Pedro Scarón, Siglo XXI Editores, México. Tomo I (2007), Tomo II
(2005)
Ramírez Necochea, Hernán. Origen y formación del Partido Comunista de
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Salazar, Gabriel. Labradores, peones y proletarios. Formación y crisis de
la sociedad popular chilena en el siglo XIX, Ediciones Sur, Chile, 1989