Editorial de El Siglo, edición Nº 1648 del 1º de febrero 2013
Otra
América Latina y el Caribe son posibles
Lo ocurrido en los días recientes en la Cumbre de la Celac (Comunidad de
Estados Latinoamericanos y Caribeños) es una señal esperanzadora, a la vez que
un desafío que pondrá a prueba los sentimientos y reales intereses de los
actores que se mueven en el ancho espacio de América Latina y el Caribe.
Unidad en la diversidad, podría ser el corolario de esta jornada. La
pregunta es cuán consolidada está la unidad, y hasta dónde la diversidad se
diferencia de la desigualdad y, aun, de la hostilidad entre algunos de su
treintena de miembros cuya población se empina casi a los 600 millones de
habitantes.
Se encargan algunos, comenzando por el mandatario dueño de casa, de
“aclarar” que esta Celac no invalida la vigencia de la vieja OEA. Sin embargo
de lo cual, queda claro que se trata de una entidad totalmente distinta, nueva
y prometedora, que se constituye como un escenario que no tolera hegemonías ni
tutelajes.
Así, pues, el “gran vecino” brilló por su ausencia y la Celac pudo, en las
primeras jornadas de Santiago, dialogar sin intermediarios con las naciones del
Viejo Mundo, constituido en Comunidad Europea.
Las diferencias entre los países integrantes de la Celac saltan a la vista,
y no excluyen conflictos como los que han enfrentado a varios de ellos en
diversos litigios: Argentina versus Uruguay, Colombia versus Nicaragua, Costa
Rica versus Nicaragua, Perú versus Chile, Bolivia versus Chile.
Y, también, conflictos más localizados, particularmente en torno a
inversiones privadas de nacionales de un país en otro.
¿Qué une a los países de este nuevo bloque al año de su establecimiento?
Una respuesta podría hallarse en las contradicciones que los enfrentan a las
grandes corporaciones transnacionales cuyas sedes se ubican preferentemente en
la Vieja Europa así como en el “país excluido”: Estados Unidos de Norteamérica.
Pero también los une la evidencia de un subdesarrollo resultante, entre
otras causas, precisamente en esa antigua dependencia y sometimiento a las
metrópolis. Una simple mirada a nuestros territorios latinoamericano y caribeño
basta para reafirmar la urgencia de un plan de desarrollo regional basado en la
integración, y en el que la prioridad sea la superación de la pobreza y la
extrema pobreza. Ello exige, desde luego y como precondición inexcusable, la
voluntad de romper el círculo de hierro del neoliberalismo y sus políticas de
mercado extremo, desigual y reproductor de las desigualdades y negadoras así de
la diversidad como de los derechos de las mayorías.
Un elemento esencial para alcanzar los altos propósitos enunciados en
cumbres como esta que tuvo lugar en nuestro país, es el respeto y adhesión
sinceros a los valores democráticos. Pero ello, más allá de los formalismos y
las declaraciones ampulosas, sino basados en una nueva institucionalidad que
libere a las poblaciones sometidas del yugo de la represión y las cortapisas a
la libre expresión de su realidad y sus exigencias.
Esperanzador y ejemplar el traspaso de la presidencia pro témpore desde
Chile a Cuba. Señal de autonomía y de auto respeto. Signo de realismo que
dignifica a quienes lo protagonizaron. Ello no obsta al reconocimiento de las
evidentes y tal vez necesarias diferencias, más bien es un incentivo para
identificar lo que nos une en medio de ellas.
Sí: una señal de identidad y de esperanza, cuya preservación y cultivo es
tarea colectiva de la que nadie debería sustraerse.
EL DIRECTOR