En el 155° aniversario de su nacimiento, recordamos a Rosa Luxemburgo, revolucionaria asesinada en el año 1919.
Hoy entregamos a las lectoras y
lectores del Boletín Rojo, un escrito del compañero historiador Iván Ljubetic
Vargas.
En el 155º aniversario de su nacimiento:
Iván
Ljubetic Vargas, historiador del
Centro
de Extensión e Investigación
Luis
Emilio Recabarren, CEILER
Nació en la ciudad de Zamosc, Polonia, el 5 de
marzo de 1870. Era muy pequeña cuando su
familia se trasladó desde la localidad
campesina de Zamosc hacia Varsovia. Allí
transcurrió su niñez. Rosa sufrió
una enfermedad de la cadera, mal diagnosticada, que la dejó convaleciente
durante un año y le produjo una leve cojera que duró toda su vida. Perteneciente
a una familia de comerciantes, siente en carne propia el peso de la
discriminación, como judía y polaca en la Polonia parte del imperio zarista.
JOVEN REVOLUCIONARIA
La actividad militante de Rosa
comienza a los 15 años, cuando se integra al movimiento socialista. Tenía esa
edad cuando varios dirigentes socialistas fueron condenados a morir en la
horca, algo que impactó profundamente en la joven estudiante. Cuando cursaba
su último año de escuela era ya conocida
como políticamente activa. Fue la alumna más sobresaliente en los exámenes
finales. Para entonces era
militante regular de las células
clandestinas del Partido Revolucionario del Proletariado.
Conocedora que la policía la tenía detectada, Rosa
salió clandestinamente hacia Zúrich, donde se convirtió en dirigente
del movimiento socialista polaco en el exilio. Allí conoció a Leo Jogiches,
quien será su amante y compañero personal durante muchos años, y su camarada
hasta al final de sus días.
BRILLANTE TEÓRICA MARXISTA
En
Zurich, Suiza, estudió economía y derecho. En Basilea contrajo
matrimonio con un exiliado socialista alemán y adquirió la nacionalidad
alemana. Brillante teórica marxista y polemista aguda, como agitadora de masas
lograba conmover a grandes auditorios obreros. Uno de sus lemas favoritos era
“primero, la acción”, estaba dotada de una fuerza de voluntad arrolladora. Una
mujer que rompió con todos los estereotipos que en la época se esperaban de
ella, vivió intensamente su vida personal y política.
Trabajó como periodista y continuó
con las actividades políticas. Sobresalió rápidamente por su inteligencia, sus
conocimientos y su capacidad. Hablaba once idiomas. Jugó un destacado papel como dirigente de la
socialdemocracia, como se denominaban entonces las organizaciones revolucionarias.
CONTRA EL REVISIONISMO DE
BERNSTEIN
Después de graduarse como Doctora
en Ciencias Políticas -algo inusual para una mujer en ese entonces-, finalmente
decidió trasladarse a Alemania para integrarse en el SPD, el centro político de
la Segunda Internacional. Allí conoció a Clara Zetkin, con quien selló una
amistad que dura toda la vida.
En Berlín desde 1898, Rosa se
propuso medir sus armas teóricas con uno de los integrantes de la vieja guardia
socialista, Eduard Bernstein, quien había comenzado una revisión profunda del
marxismo. Según él, el capitalismo había logrado superar sus crisis y la
socialdemocracia podía cosechar victorias en el marco de una democracia
parlamentaria que parecía ensancharse crecientemente, sin revoluciones ni lucha
de clases. El “debate Bernstein” sumó muchas plumas, sin embargo, fue Rosa
Luxemburgo quien desplegó la refutación más aguda en el folleto “Reforma o
Revolución”.
EL IMPACTO DE LA REVOLUCIÓN DE 1905
La revolución rusa de 1905, la
primera gran explosión social en Europa después de la derrota de la Comuna de
París fue sentida como una bocanada de aire fresco por Rosa Luxemburgo. Escribió artículos y recorrió
mítines como vocera de la experiencia rusa en Alemania, hasta que logra
introducirse de forma clandestina en Varsovia para participar de forma directa
en los acontecimientos. Es el “momento en que la evolución se transforma en
revolución”, escribe Rosa. “Estamos viendo la revolución rusa, y seríamos unos
asnos si no aprendiéramos de ella.”
La revolución de 1905 abrió
importantes debates que dividieron a la socialdemocracia. En esta cuestión,
Rosa Luxemburgo coincidía con Lenin, frente a los mencheviques, defendiendo que
la clase trabajadora tenía que jugar un papel protagónico en la futura
revolución rusa, enfrentada a la burguesía liberal.
CONTRA LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
Fue una decida opositora a la
Primera Mundial. Planteaba, a diferencia de los dirigentes de la Segunda
Internacional, que los obreros no debían participar en una guerra llevada a
cabo por los gobiernos oligárquicos capitalistas, porque la verdadera lucha
estaba entre el capitalismo y el proletariado.
EL GRUPO SPARTAKUS
Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo,
Clara Zetkin y otros revolucionarios fundaron hacia 1916 el movimiento
Spartakus. Este grupo, durante la Revolución de
1918 realizó enorme actividad intentando conducir ese movimiento en
forma similar a la revolución bolchevique de Rusia. Para ello hizo circular
publicaciones marxistas.
En diciembre de 1918, la Liga
decidió adherirse a la Internacional Comunista y adoptó el nombre de Partido
Comunista de Alemania (KPD, Kommunistische Partei Deutschlands)
FRENTE A LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE
La revolución rusa de 1917
encontró en Rosa Luxemburgo una firme defensora. Sin dejar de plantear sus
diferencias y críticas, sobre el derecho a la autodeterminación o acerca de la
relación entre la asamblea constituyente y los mecanismos de la democracia obrera
-sobre esta última cuestión cambia de posición después de salir de la cárcel en
1918-, Rosa Luxemburgo escribe que “los bolcheviques representaron todo el
honor y la capacidad revolucionaria de que carecía la socialdemocracia
occidental. Su Insurrección de Octubre no sólo salvó realmente la Revolución
Rusa; también salvó el honor del socialismo internacional.”
Cuando la sacudida de la
revolución rusa impacta directamente en Alemania en 1918 con el surgimiento de
consejos obreros, la caída del káiser y la proclamación de la República, Rosa
aguarda impaciente la posibilidad de participar directamente de ese gran
momento de la historia.
COBARDAMENTE ASESINADOS
La noche del 15 de enero de 1919
en Berlín, fue detenida Rosa Luxemburgo: una mujer indefensa con cabellos
grises, demacrada y exhausta. Una mujer mayor, que aparentaba mucho más de los
48 años que tenía. Uno de los soldados que la rodeaban, le obligó a seguir a
empujones, y la multitud burlona y llena de odio que se agolpaba en el
vestíbulo del Hotel Edén, la recibió con insultos. Ella alzó su frente ante la
multitud y miró a los soldados y a los huéspedes del hotel que se mofaban de
ella con sus ojos negros y orgullosos. Y aquellos hombres en sus uniformes
desiguales, soldados de la nueva unidad de las tropas de asalto, se sintieron
ofendidos por la mirada desdeñosa y casi compasiva de Rosa Luxemburgo.
La insultaron: "Rosita, ahí
viene la vieja puta". Ellos odiaban todo lo que esta mujer había
representado en Alemania durante dos décadas: la firme creencia en la idea del
socialismo, el feminismo, el antimilitarismo y la oposición a la guerra, que
ellos habían perdido en noviembre de 1918. En los días previos los soldados
habían aplastado el levantamiento de trabajadores en Berlín. Ahora ellos eran
los amos. Y Rosa les había desafiado en su último artículo:
«¡El orden reina en Berlín! ¡Ah!
¡Estúpidos e insensatos verdugos! No os dais cuenta de que vuestro orden está
levantado sobre arena. La revolución se erguirá mañana con su victoria y el
terror asomará en vuestros rostros al oírle anunciar con todas sus trompetas:
¡Yo fui, yo soy, yo seré!».
La empujaron y golpearon. Rosa se
levantó. Para entonces casi habían alcanzado la puerta trasera del hotel. Afuera
esperaba un coche lleno de soldados, quienes, según le habían comunicado, la
conducirían a la prisión. Uno de los soldados se fue hacia ella levantando su
arma y le golpeó en la cabeza con la culata. Ella cayó al suelo. El soldado le
propinó un segundo golpe en la sien. El hombre se llamaba Runge.
El rostro de Rosa Luxemburgo
chorreaba sangre. Runge obedecía órdenes cuando golpeó a Rosa Luxemburgo. Poco
antes él había derribado a Karl Liebknecht con la culata de su fusil. También a
él lo habían arrastrado por el vestíbulo del Hotel Edén.
Los soldados levantaron el cuerpo
de Rosa. La sangre brotaba de su boca y nariz. La llevaron al vehículo.
Sentaron a Rosa entre los dos soldados en el asiento de atrás. Hacía poco que
el coche había arrancado cuando le dispararon un tiro a quemarropa.
La noche del 15 de enero de 1919
los hombres del cuerpo de asalto asesinaron a Rosa Luxemburgo. Arrojaron su
cadáver desde un puente al canal. Al día siguiente todo Berlín sabía ya que la
mujer que en los últimos veinte años había desafiado a los poderosos y que
había cautivado a los asistentes de innumerables asambleas, estaba muerta.
Meses después, el 31 de mayo de
1919, se encontró el cuerpo de una mujer junto a una esclusa del canal. Se podía
reconocer los guantes de Rosa Luxemburgo, parte de su vestido, un pendiente de
oro. Pero la cara era irreconocible, ya que el cuerpo hacía tiempo que estaba
podrido. Fue identificada y se le enterró el 13 de junio de 1919.
EL PROFUNDO OPTIMISMO DE UNA REVOLUCIONARIA
Un año antes, en una carta desde
la prisión dirigida a Sophie Liebknecht, en la víspera del 24 de diciembre de
1917, Rosa escribía con un profundo optimismo sobre la vida: "Es mi
tercera navidad tras las rejas, pero no lo tome a tragedia. Yo estoy tan
tranquila y serena como siempre. (…) Ahí estoy yo acostada, quieta y sola,
envuelta en estos múltiples paños negros de las tinieblas, del aburrimiento,
del cautiverio en invierno (...) y en ese momento late mi corazón con una
felicidad interna indefinible y desconocida. (…) Yo creo que el secreto no es
otra cosa más que la vida misma: la profunda penumbra de la noche es tan bella
y suave como el terciopelo, si una sabe mirarla.”
ASÍ LA RECORDABA CLARA ZETKIN
Clara Zetkin, tal vez quien más la
conocía, escribió sobre su gran amiga y camarada Rosa Luxemburgo, compartiendo
ese optimismo después de su muerte:
“En el espíritu de Rosa Luxemburgo
el ideal socialista era una pasión avasalladora que todo lo arrollaba; una
pasión, a la par, del cerebro y del corazón, que la devoraba y la acuciaba a
crear. La única ambición grande y pura de esta mujer sin par, la obra de toda
su vida fue la de preparar la revolución que había de dejar el paso franco al
socialismo. El poder vivir la revolución y tomar parte en sus batallas, era
para ella la suprema dicha (…) Rosa puso al servicio del socialismo todo lo que
era, todo lo que valía, su persona y su vida. La ofrenda de su vida, a la idea,
no la hizo tan sólo el día de su muerte; se la había dado ya trozo a trozo, en
cada minuto de su existencia de lucha y de trabajo. Por esto podía
legítimamente exigir también de los demás que lo entregaran todo, su vida
incluso, en aras del socialismo. Rosa Luxemburgo simboliza la espada y la llama
de la revolución, y su nombre quedará grabado en los siglos como el de una de
las más grandiosas e insignes figuras del socialismo internacional.”