Mañana 11 de marzo, se cumplen 59 años de la Masacre de El Salvador. Una vez más fueron masacrados los trabajadores y sus familiares. Una vez más, soldados del ejército chileno asesinando a su pueblo, y esta vez, bajo las órdenes del gobierno democratacristiano de, Eduardo Frei Montalva.
Recordamos este hecho, entregandoles a nuestras lectoras y lectores del
Boletín Rojo, un escrito del historiador Iván Ljubetic Vargas.
Hace 59 años:
Iván Ljubetic Vargas, historiador del
Centro de Extensión e Investigación
Luis Emilio Recabarren, CEILER
Los
obreros de El Salvador conducen por el desierto a sus compañeros caídos.
El 1º de enero de 1966, los
mineros de El Teniente declararon una huelga exigiendo aumento de sus
remuneraciones. La Braden Mining Cooper,
filial de la Kennecott, explotadora de ese mineral, rechazó las peticiones de
los obreros. El movimiento se prolongaba. No se vislumbraba una solución. Entonces, a comienzos de marzo, la
Confederación de Trabajadores del Cobre, CTC, convocó a un paro solidario. Los mineros de Chuquicamata desoyeron el
llamado. Sólo paralizaron sus labores
los de El Salvador. El gobierno
reaccionó declarando zonas de emergencia las provincias de O’Higgins y Atacama
y entregando el control de los centros mineros en huelga a las fuerzas
armadas. En El Salvador se designó jefe
de plaza al Coronel Manuel Pinochet Sepúlveda.
PARO SOLIDARIO
En el mineral de El Salvador el paro fue total. Los trabajadores actuaron con disciplina y responsabilidad. Un Comando de Huelga dirigía las
actividades. Diversas comisiones tenían
a su cargo tareas concretas: la olla común para los huelguistas y familiares,
competencias deportivas, actos artísticos - culturales, cuidado de los niños,
disciplina, etc. El centro de todas
estas acciones era la sede del Sindicato.
El entonces ministro de Defensa de
Eduardo Frei Montalva, Juan de Dios Carmona, ordenó la ocupación militar de El
Salvador. No había razón alguna para
ello: allí reinaba la tranquilidad y el
orden. El operativo tuvo lugar el 11 de marzo de 1966. Fue realizado por
efectivos del Ejército.
TODO ESTABA TRANQUILO
Eran alrededor de las 14 horas. En la sede social, trabajadores, mujeres y
niños habían almorzado recién. Algunos
jugaban a las cartas, otros leían o conversaban. También hubo quienes dormitaban. Una comisión lavaba platos y servicios; otra,
ordenaba mesas y bancas. Los niños,
incansables, correteaban alegremente.
PROVOCACIÓN
De pronto alguien dio la voz de
alarma: soldados habían rodeado el local.
Los pequeños, asustados, corrieron a donde estaban sus padres. Hombres y mujeres se inquietaron.
El oficial a cargo de la tropa,
prepotente y altanero, ordenó desalojar la sede. La gente se negó. No había motivo para ello: estaban en su
local y no molestaban a nadie. Los trabajadores intentaron dialogar. La respuesta fue brutal. Los uniformados rompieron los vidrios de las
ventanas y arrojaron bombas lacrimógenas al interior. El aire se hizo irrespirable. Gritos de desesperación y de ira.
CON BALAS DE GUERRA
Todos salieron corriendo. Unas mujeres se envolvieron con banderas
chilenas, como buscando en el pabellón patrio una protección.
El capitán Alejandro Alvarado
Gamboa dio una orden. Y el estrépito de
una descarga se elevó por encima de los gritos y el ruido de las carreras.
Los soldados dispararon contra la
gente indefensa. Cayeron algunos. Otros siguieron corriendo. Una nueva descarga. Gritos y quejidos.
Para Iván Ardiles, un
sobreviviente que en ese entonces tenía 7 años, esta es una escena que no
olvidará. “Yo me acuerdo de que el sindicato estaba lleno de humo y lloraba
mucho porque eran bombas lacrimógenas las que caían y no se veía nada. Yo le
decía a mi mamá que prendiera la luz porque me dolían los ojos y ella me decía
que no se podía mientras me mantenía escondido debajo de un escritorio
metálico. Más tarde, cuando salimos de allí - ya que los trabajadores habían
abierto las latas de las paredes del sindicato para escapar - a mi mamá le pasó
una bala”.
DOS MUJERES ASESINADAS
Una mujer, que llevaba una bandera
chilena fue asesinada. Se llamaba
Leopoldina Chaparro Castillo. Tenía 36
años y estaba en avanzado estado de embarazo.
Cerca de ella cayó otra: Marta Egurrola de Miles, madre de tres hijos y
otro por nacer.
Estas dos mujeres proletarias eran
igual a esa que utilizó la propaganda
democratacristiana en la Campaña de 1964: una mujer embarazada en un bello y
costoso afiche azul, con la leyenda “Por mi hijo, votaré por Frei”.
Y SEIS OBREROS
También cayeron asesinados seis
obreros. Entre ellos dos
comunistas: Ramón Santos Contreras y
Raúl Monardes.
Ramón Santos Contreras había llegado al mineral de El Salvador
cuando aún no cumplía los 19 años. Era militante de las Juventudes Comunistas. Se
incorporó a la base Camilo Cienfuegos. Conoció y se hizo inseparable amigo del obrero Raúl Monardes,
dirigente del Partido Comunista. Ambos realizaron una incansable labor de
revolucionarios. Ello, a pesar de laborar
en una empresa imperialista estadounidense, la Anaconda Copper Company. Ramón
activaba tanto en el mineral como en Pueblo Hundido. Fue elegido secretario
político del Comité Local de la Juventud, que tenía como sede esa localidad (Actualmente se llama
Diego de Almagro, de la Provincia de Chañaral, Región de Atacama)
Ocho muertos y cuarenta heridos
fue el saldo de la masacre. Y, como
siempre, después de una matanza se pretendió culpar a las víctimas.
UNA VEZ MÁS AL CRIMEN SE UNE LA MENTIRA
El gobierno de Frei Montalva, a
través de un comunicado oficial, suscrito por el Ministro de Defensa Carmona y
el Subsecretario del Interior, Juan Hamilton, sostuvo que:
“Elementos especialmente
adiestrados, a las 14 horas de hoy, realizaron un ataque masivo con armas de
fuego y otros medios de agresión en contra de la fuerza pública”.
Esta falsedad fue desmentida por
el propio oficial a cargo del operativo, el capitán de ejército Alejandro
Alvarado Gamboa. Este declaró haber
dicho al coronel Pinochet:
“Si usted quiere que yo cumpla la
orden que usted me dio de tomarme el Sindicato, tengo que disparar a matar y
ahí va a quedar la carnicería...”
CON PREMEDITACIÓN
Por lo demás, la masacre del 11 de
marzo de 1966 fue la culminación de una serie de provocaciones llevadas a cabo
por el coronel Pinochet. Días antes,
había prohibido la entrada al mineral de comerciantes ambulantes. A los establecidos, les ordenó no otorgar
créditos a los huelguistas amenazándoles que, si desobedecían lo dispuesto,
serían detenidos, cancelados sus permisos y expulsados del campamento. Su plan era cercar por el hambre a los
trabajadores y sus familias. Cuando
comprobó que esas maniobras no surtían efecto, ordenó la detención y traslado
de dirigentes y algunos obreros. Aisló el Mineral y luego vino la
masacre.