Para la Bancada del Partido Comunista de Chile y la Izquierda Ciudadana, el
homenaje que la Cámara de Diputados le rinde hoy a Salvador Allende Gossens es
importante no sólo porque no se puede hablar de la historia del siglo XX
chileno, del desarrollo y profundización de nuestra democracia, sin tocar la
figura del presidente Salvador Allende. También constituye una oportunidad para
reivindicar sus principios y, especialmente, sus enseñanzas, porque con el paso
del tiempo, la figura del Presidente resalta por su clarividencia y por su
perpetua e irrestricta defensa de la soberanía popular.
(breve pausa)
Es nuestro deber destacar el compromiso y la fidelidad permanente que tuvo,
hasta su muerte, con las causas sociales y políticas de los más pobres, de los
trabajadores y trabajadoras de nuestra patria. Allende, como nadie, supo
desarrollar una capacidad única para aglutinar fuerzas políticas diversas tras
un programa popular y asumir la responsabilidad de dirigir el movimiento que
permitió al pueblo, por primera vez en nuestra historia, gobernar el país.
Y es cierto, que como todo acontecimiento histórico, el Gobierno de la
Unidad Popular puede suscitar diversas interpretaciones, diversas lecturas
dependiendo del lugar desde el cual se mire; pero sin embargo, no se puede
desconocer que el Gobierno del Presidente Allende vino a representar las
aspiraciones de quienes se habían visto excluidos de los réditos del desarrollo
político y económico en Chile.
(pausa)
En este homenaje, queremos recuperar la memoria de un Presidente que hizo
de la ética un valor intransable, y que incluso en las horas más terribles, soportando
el bombardeo infame al Palacio de La Moneda, quiso educar al pueblo con la
verdad, castigando moralmente a todos los sediciosos y traidores, recalcando
que su lucha por un país soberano, que hiciera realidad los anhelos de justicia
social, fue una lucha honesta, negándose a renunciar y pagando con su vida la
lealtad al pueblo de Chile.
Este homenaje es una oportunidad para reivindicar la obra de la Unidad
Popular, cuyas conquistas han sido denigradas insistentemente por partícipes de
la dictadura y sus herederos políticos, sectores que han pretendido, a través
de la injuria, adulterar la historia. Porque, cuando la memoria ha sido
intervenida, la tarea que se impone es liberarla, recuperarla con el recuerdo
de los caminos por donde transitó nuestro pueblo.
Por eso, debemos recordar que durante el gobierno de la Unidad Popular se
nacionalizó un recurso natural estratégico como el cobre, para que fuese de
todas y todos los chilenos y no de unos pocos grupos sociales serviles a los
intereses extranjeros, que en la presidencia de Allende se dignificó a más de
70 mil familias campesinas con la profundización de la reforma agraria hacia
1972, que se creó el área social de la economía, que se destinó el 4% del PIB
en Salud, “el más alto en la historia de Chile”[1], y por supuesto, que se
defendió la educación pública y gratuita y se democratizó el acceso a la
educación para todos los chilenos donde las matrículas en las escuelas
crecieron un 17,4%, con un crecimiento anual de 6,54%, el mayor de la historia,
y un aumento del 89,2% de la matrícula en educación superior.
Muchas veces hemos leído y repasado los discursos y las reformas de
Allende, pero es justamente en estos días, en pleno desarrollo de la Reforma
Educacional, cuando logramos evidenciar la adelantada y acertada visión
política de Allende, quien el 25 de julio de 1971 enunció las siguientes
palabras, que bien describen los desafíos de nuestro presente:
“…Queremos igualdad para el desarrollo de las capacidades, igualdad de
posibilidades, repito, y hay que señalar que esto no ocurre en el sistema que
queremos transformar, porque nadie ignora, (…), que por desgracia esta
capacidad está ligada a las condiciones materiales de existencia. (…) Por ello,
nosotros señalamos que la lucha sin cuartel en que estamos empeñados es hacer
factible las posibilidades iguales, para que se desarrollen en condiciones
similares las capacidades de los niños, al margen de las contingencias de una
sociedad injusta, que abre todas las posibilidades a unos pocos y cierra las posibilidades
a la inmensa mayoría de nuestros niños.”
Pero no sólo hizo alusión a cómo evitar que las condiciones materiales de
existencia, tales como el capital cultural de la familia, o la capacidad de
pago en esta sociedad de mercado sean una limitante en el desarrollo de las
capacidades y oportunidades de los niños y niñas, sino el cómo deben ser estas
metas impulsadas y alcanzadas por el pueblo:
“…Indiscutiblemente, hay que destacar la importancia que tendrá la escuela
y el maestro, sobre todo, frente a las dificultades que tendremos, porque hacer
cambios es herir intereses y en el camino nuestro es el más duro, ya que
tendremos que realizarlo dentro de los marcos de una legalidad democrático y
burguesa, con el respeto integral a la personalidad humana y a los derechos
sociales, frente a sectores que no trepidan en crear toda clase de dificultades
a este Gobierno, pero que serán vencidas por la unidad, por la entereza, por la
decisión y por la voluntad revolucionaria del pueblo…”
(pausa)
Lamentablemente el guión golpista no demoró en ejecutarse y el odio se
impuso. Porque es cierto que hoy las condenas a las violaciones de los derechos
humanos son variadas, y por supuesto son bienvenidas, pero estas condenas
omiten una realidad que a muchos les gustaría invisibilizar u olvidar, pero que
quizás, en la situación política actual es necesario recordar.
La dictadura cívico militar –aunque suene obvio– fue una dictadura de
civiles y militares de derecha. Ellos incurrieron en un conjunto de estrategias
terroristas para justificar su accionar y de las cuales aún hoy no se hacen
responsables. Creo que ahora estamos en condiciones de recordar el libreto que
siguieron tales personeros.
La historia demostró que la conjura que el 11 de septiembre de 1973 se
concretó, comenzó a hilvanarse incluso antes que Allende ganara la elección
presidencial. Empresarios nacionales e internacionales, militares, agentes de
la CIA, todos ellos se complotaron para derrocar el legítimo y constitucional
Gobierno Popular. Por eso, el 04 de diciembre de 1972 y ante las Naciones
Unidas, el Presidente denunció con escalofriante acierto el rumbo que el mundo
estaba tomando, pues comprendió que lo de Chile no era un caso aislado:
“Estamos ante un verdadero conflicto frontal entre las grandes corporaciones
y los Estados. Éstos parecen interferidos en sus decisiones fundamentales
-políticas, económicas, militares- por organizaciones globales que no dependen
de ningún Estado y que en la suma de sus actividades no responden ni están
fiscalizadas por ningún parlamento, por ninguna institución representativa del
interés colectivo. En una palabra, es toda la estructura política del mundo la
que está siendo socavada.”
(breve pausa)
Posterior al triunfo legítimo y democrático de la Unidad Popular, el día 6
de septiembre de 1970, la directiva del Partido Nacional articuló una reunión
de la cual se definió la creación de Patria y Libertad y el Frente Republicano
Independiente (FRI), con el objetivo de generar las condiciones necesarias para
un golpe de Estado. Tal como calculaba fríamente la derecha de ese entonces:
“para que este pudiera producirse era necesario un clima propicio, esto es, de
crisis económica, social y política”[1]. Clima de inestabilidad que será
propiciado a través de crímenes y acciones terroristas por parte de civiles de
derecha que integraban dichos grupúsculos.
Es de público conocimiento que el rol de los civiles en el golpe “se
remitía a dos tareas fundamentales: la generación del clima de caos y el
secuestro de Schneider”[2]. Si enumeramos las acciones criminales de estos
civiles, encontramos que entre el 18 de septiembre y el 11 de octubre de 1970,
se produjeron catorce atentados dinamiteros, luego el secuestro y detestable
crimen del general Scheneider, la internación de armas en plena democracia, por
personeros de Patria y Libertad. En caso de que este libreto se preste a dudas,
el 8 de junio de 1971 fue asesinado Edmundo Perez-Zujovic, destacado militante
de la DC, Ministro del Interior de Eduardo Frei Montalva, que, tal como lo
demostraron las investigaciones posteriores, fue llevado a cabo por un supuesto
grupo ultraizquierdista: el VOP (Vanguardia Organizada del Pueblo), cuya cabeza
era el recordado “Guatón” Osvaldo Romo, quien más tarde sería sindicado como
uno de los sanguinarios torturadores de la DINA.
Todos estos hechos se llevaron a cabo en un supuesto clima de recesión
económica y escasez de alimentos, desencadenados por estos mismos personajes,
como es de público conocimiento.
Tras este tipo de hechos surge la legítima pregunta del ¿por qué?, ¿por qué
interrumpieron este proceso mediante la fuerza?, ¿por qué impusieron el
terrorismo de Estado y violaron sistemáticamente los derechos humanos?, ¿por
qué pretendieron acabar con el legado de Allende?.
Creo que la respuesta tiene que ver con que no fueron capaces de tolerar la
consecuencia, la voluntad decidida de cumplir a cabalidad con el Programa de
Gobierno acordado con la gente, con los más necesitados. La vehemencia con que
se rechazó cualquier tentativa a beneficiar a esa minoría recalcitrante y
antidemocrática que en base a la instauración del imaginario del terror a
través de los medios de comunicación; imaginario que borraba las separaciones
entre el delirio y la verdad; entre los mitos y la realidad, se aprestó a
ejercer el terrorismo, se aprestó a asesinar cobardemente a generales y a
presidentes, a torturar y a violar a su propio pueblo.
En definitiva, lo que le molestó a la derecha golpista fue la democracia,
la unidad de las fuerzas democráticas del país, que las mayorías puedan tomar
sus propias decisiones y orientar a nuestra sociedad. Estos mismos sujetos que
hoy, haciéndose llamar populares, son los que no se arrepienten ni asumen
ninguna culpa, aquellos que aparentemente desprecian una dictadura de la cual
son responsables, son aquellos que van y vienen de la iglesia al mismo tiempo
que sostienen un pacto de silencio inhumano que impide la justicia para 3.065
víctimas, entre ejecutados y detenidos desaparecidos.
Evidentemente, el 11 de septiembre de 1973 tiene dos caras, porque no sólo
representa esa valentía y lealtad del Presidente Allende, sino también
representa un acto cobarde de aquellos que impusieron el terrorismo de Estado,
a través de la desaparición y la muerte, destruyendo sin tapujos el país y la
democracia que ya no les era útil, la democracia que tanto les molestaba.
Es indiscutible que en el Gobierno de la Unidad Popular se cometieron
errores, pero ninguno de ellos puede admitirse como justificación de los
crímenes que civiles y militares perpetraron. Jamás se podrán admitir los
argumentos que confunden a las víctimas con sus verdugos, pues nunca el error
de la víctima exculpará el crimen que contra ella se comete.
La enseñanza que nos deja el pasado en este día es la misma sentencia que
alguna vez sostuvo un pensador Alemán, sentencia que dicta que la historia pasa
como quien dijera dos veces: una como tragedia y la otra como comedia. Esperemos
que nadie en Chile venga a hacer en la actualidad de la tragedia una gran
comedia[4]. Esperemos que ningún irresponsable en Chile venga a erosionar
nuevamente nuestra democracia.
(pausa)
Pero fuera de las lecciones que dejó el horror, y que debiesen ser
honestamente recogidas por quienes fueron autores y cómplices de las
brutalidades de la dictadura, hoy, homenajear a Salvador Allende tiene fuerza,
sentido y vigencia, porque más allá de los acuerdos y desacuerdos, la validez
de su pensamiento está fundada en el estrecho compromiso con la causa popular,
que entendió la democracia como una forma política construida para atender a
los cambios y a las necesidades sociales. Esa fue la dignidad democrática que
defendió el Presidente, la dignidad que su Gobierno comprometió para hacer
posible una concepción amplia de la democracia, de soberanía económica,
política y cultural del pueblo, estableciendo la igualdad de derechos y
oportunidades para hombres, mujeres, jóvenes, niños y ancianos, sin distinción
alguna.
Allende vivió la democracia intransigentemente, pues, cuando lo único que
parecía quedar del Gobierno de la Unidad Popular era su vida, decidió defender
con ella la historia democrática del país, enseñándole a todas las generaciones
posteriores que la democracia no debe ser menos que un compromiso vital.
Por todo esto y mucho mucho más, Salvador Allende Gossens fue, es y será “El Compañero Presidente”.
Muchas gracias.
Hoy la vigencia de su pensamiento es un homenaje perpetuo que le hacen las
trabajadoras y trabajadores a su legado de justicia, que está y seguirá grabada
en la memoria histórica de los chilenos como el Compañero Presidente
[1] BCN. (2008). Salvador Allende: Vida política y parlamentaria
1908 – 1973. Biblioteca del Congreso Nacional, pp. 181.