Editorial El Siglo: edición 1729 del 22
de agosto 2014
“La reforma, si profunda, más difícil”.
No iba a ser fácil, y todos lo sabíamos. Es que sin duda las apuestas son
muy grandes, a la medida de las exigencias que con cada vez mayor lucidez y
fuerza enarbolan millones de chilenos.
La experiencia se los dijo, a pesar de las apelaciones al “lápiz”: que la
voluntad de lucha y la organización de la rebeldía fueron los elementos
imprescindibles para poner fin a casi dos décadas de dictadura.
Y esa aprendida lección fue recitada en las calles de Chile desde las
memorables jornadas pingüinas de 2006 hasta las multitudinarias movilizaciones
de 2011. Mientras, de paso, el apoyo mayoritario se expresaba de múltiples
formas en torno a la urgencia de reformar la educación a la que se venía
condenando a los jóvenes.
Las murallas que se levantan, con pretextos a veces disimulados aunque en
su mayor parte “transparentes” hasta la desvergüenza, no hacen sino ratificar
las urgencias. Sí: intereses creados, conflictos de intereses, “indignado”
temor a perder una fuente de ingresos conformado por la necesidad de los
muchos, de una parte, y el abandono por el Estado de una de sus funciones
preferentes, de la otra.
Si alguien se sorprende, es porque no había medido la profundidad de su
propia demanda.
Si alguien se desalienta, es porque ha olvidado su propia fuerza cuando
ésta se incorpora a la inmensa mayoría.
La vieja y la nueva derecha, haciendo abuso de su prensa monopolizada hasta
el extremo, se empeña en movilizar a la minoría vistiéndola de mayoría. Para
eso están sus medios escritos, radiales y televisivos. Y para eso están también
los trucos, todo menos sutiles, de sus encuestas.
Divertido hasta la carcajada libre y espontánea sería el espectáculo de
tantos viejos enemigos de la educación pública y titulados difamadores de los
trabajadores de la educación, si no fuera más fuerte una reacción de rechazo
indignado ante tanta hipocresía y desprecio por la inteligencia de la gente.
No dejan arma sin utilizar, pasando sus trapos de limpieza sobre la
herrumbre de herramientas que ya la historia ha condenado al olvido. Dogmas y
temores, dignidades heridas y derechos supuestamente amenazados, son igualmente
movilizados en la nueva cruzada por los fueros del pasado. Para sacarle más
brillo, sólo les falta un mártir que enarbolar, lo que no podrán hallar porque
ellos –las víctimas, los “mártires”- están en su vereda del frente: son los
cientos de miles de niños y muchachas y muchachos sacrificados en el altar del
Dios Dinero, o el Dios Lucro.
Es evidente que las materias a tratar en la reforma educacional son, por su
mismo carácter, complejas y difíciles de exponer. No es ajeno a ello el
entramado de entidades involucradas, los niveles y grados de pertenencia,
fueros y prerrogativas, la abundancia de autoridades generales y sectoriales,
la aridez misma de ciertas zonas en que adquieren mayor evidencia los intereses
pecuniarios.
Y como es cierto que “a río revuelto, ganancia de pescadores”, todo ello
conspira contra un debate limpio y ordenado.
Por todo eso, los relojes de la historia indican la hora de la movilización
y la discusión abierta y sin complejos, para oponer el derecho y la razón a los
por lo menos discutibles fueros de la minoría.