Estimado Diputado Guillermo
Teiller
Adjunto mensaje de despedida del cro Francisco
Herreros a su hija Beatriz, quien .a petición de varios de los que concurrimos
al funeral accedió hacer publica su profundo, valiente, dolorosa y sentida
reflexión en la despedida y funeral de su hija menor Beatriz,
Fue tal el impacto de sus palabras y sentimientos, que nuestros
rostros se inundaron de lagrimas de emoción, a la mayoría de las mas de 300
personas que participamos en la ceremonia de responso en el Colegio Chiloe.
Con especial saludo
Juan Manuel Rivera Mardones
Estimado Juan Manuel:
Varias solicitudes en el
mismo sentido, me hicieron cambiar de opinión acerca de mi inicial negativa a
publicar el mensaje de despedida a mi hija Beatriz. Por tanto, te lo envío con
debida autorización para que lo publiques, distribuyas o difundas de la manera
que estimes conveniente.
Adios a una Princesa Encantada
Preparé estas
insuficientes y toscas palabras para despedir a mi pequeña hija, y compartir
con ustedes una pesadumbre que me acompañará hasta el último de mis días.
Cuando Beatriz era chiquita,
disfrutábamos una particular afinidad.
Recuerdo que le gustaba cantar
conmigo El Curanto. Con su voz cantarina de pajarito gorjeante, ella
pronunciaba "el culanto".
También recuerdo que le gustaba
especialmente un juego creado por los dos, que consistía en que yo inventaba
una historia sobre un personaje llamado ratón mojado, y ella lo representaba
con mímica, ante una regocijada concurrencia.
Es que como hija menor, Beatriz
creció en un ambiente donde era el centro de la atención, más aún cuando era
bella como una princesita encantada, papel que invariablemente desempeñó en las
representaciones artísticas de su colegio.
En síntesis, estoy en condiciones de
afirmar que en su infancia, Beatriz fue una niña feliz.
Desde mi perspectiva, eso empezó a
cambiar desde que salió del colegio Chiloé, un ambiente protegido donde ella
ocupaba el centro del escenario, y entró a la escuela anexa del Liceo, donde
enfrentó un mundo mucho más competitivo y salvaje.
En lo personal, débase a los típicos
cambios asociados a la pubertad, a ciertos rasgos de mi carácter, y tal vez a
otros factores que no viene al caso consignar, el hecho es que nos sobrevino un
progresivo distanciamiento.
En rigor, no demasiado extremo, ni
tan extraño, ni muy distinto al que yo experimenté con mis propios padres, en
la época de mi ya lejana adolescencia.
En este punto quiero ser brutalmente
franco. Si bien creo que en su niñez Beatriz fue feliz, estoy seguro que vivó
su adolescencia como una travesía por un desierto oscuro y hostil.
En lo personal, soy impotente
testigo, por no poder haber hecho nada para remediarlo, de numerosas jornadas
de cruel sufrimiento, ocasionado por una abrumadora sensación de abandono,
aislamiento y soledad, debida en parte a la exclusión que le dispensó el medio
externo, pero también, sin duda, a dificultades propias para relacionarse, que
se reflejaban en su característica tartamudez.
Honradamente, pienso que a ella le
costó asumir que de un momento para otro, los días de la princesita encantada
habían quedado irremediablemente en el pasado.
Pero los que conocieron a Beatriz
saben de su temple y determinación
También estoy en condiciones de
atestiguar que jamás se rindió en su batalla contra el fantasma de la soledad,
ni dejó un solo día de luchar con todas sus fuerzas para derrotarla.
Al final ganó la guerra, pero al
precio atroz de buscar un lugar en la vida lejos de su Ancud natal. Sin embargo
hoy, al ver a tantos de ustedes, me doy cuenta de que Beatriz también ganó el
segundo tiempo en el partido que jugaba de local.
Volviendo a nuestra relación
personal, debo admitir ante ustedes que a ese alejamiento por el que
atravesábamos no le concedí la debida importancia, ni adopté las medidas
oportunas para conjurarlo, en la creencia de que en esta vida el tiempo es el
mecanismo de que disponemos para desatar nudos, reanudar lazos y reestablecer
conexiones, como por lo demás me sucedió con mi propio padre.
Debo decir que tampoco nos acompañó
la distancia. Yo trabajo en Santiago y Beatriz estudiaba en Buenos Aires, de
forma que en los últimos tres años apenas compartimos unos pocos días, cuando
coincidíamos en Ancud en sus vacaciones de invierno o de verano.
Hoy, cuando nos inclinamos ante la
tragedia irremediable, comprendo que dejar al arbitrio del tiempo asuntos de
semejante naturaleza, constituye un profundo error.
Con mi padre, el tiempo nos alcanzó,
al punto que cuando lo acompañé al momento de exhalar su último suspiro, sentí
que estábamos en paz, y plenamente reconciliados.
Pero con esta pobre hija mía, el
tiempo se nos terminó de golpe.
Tenía sólo 22 años...
Y estaba tan hermosa...
Hace dos días, bajo el impacto
brutal de encontrarla sumergida en el fondo de una zanja, caí en cuenta de que
el tiempo se nos había agotado y que no habíamos logrado, ni jamás podremos
hacerlo, recuperar esa cómplice intimidad que alguna vez nos fue propia.
Y eso es algo que no podré
perdonarme mientras me quede un hálito de vida. .
Hoy, cuando nos sobrecoge este dolor
monstruoso, incomprensible y absurdo, encuentro apenas un módico motivo de
consuelo.
Hoy sabemos que su muerte fue casi
instantánea.
Eso significa que donde sea que haya
partido, cualquiera sea el lugar donde se encuentre, mi pequeña niña llegó sin
pagar el peaje de dolor y sufrimiento.
Hoy solo espero que su madre
encuentre valor y fuerza para soportarlo.
Conociéndola, no me cabe duda de que
en cada una de las noches que le restan escudriñará cuidadosamente cada una de
las estrellas del firmamento, en la certeza de que en cualquiera de ellas puede
estar su princesita encantada, entregada a la tarea de domesticar a una hermosa
pero arisca y arrogante rosa colorada.
Adios, mi pequeña niña querida. Sólo
puedo anhelar con toda mi fuerza, que en la estrella donde te encuentres, estés
disfrutando la paz.
Gracias y saludos.
Francisco Herreros
Director Diario REDigital