miércoles, 29 de septiembre de 2021

VÍCTOR JARA SIGUE COMBATIENDO


En su 89 natalicio:

 

                       

                                        Iván Ljubetic Vargas, historiador del

                                        Centro de Extensión e Investigación

                                        Luis Emilio Recabarren, CEILER

 

 

                                   


 

Nace  el 28 de septiembre de 1932 en Quiriquina, localidad ubicada cerca Chillán Viejo.  Su niñez transcurre  en el lugar campesino de Lonquén , cerca de la ciudad de Talagante, arrullado por el canto de su madre y laborando en las duras faenas campesinas, detrás del arado o en la trilla. Ayuda desde los seis años a su padre,  Manuel, que es un inquilino, que no sabe leer ni escribir.

de estatura baja y gordita, con una bella sonrisa. Son cuatro hermanos: María, Georgina, Eduardo y Víctor. Posteriormente nacería un quinto, Roberto. 

AMANDA

La madre, el pilar de la casa, se empeña y logra que sus hijos estudien en la escuela. Víctor se destaca como buen alumno. Posteriormente, la familia se traslada a la capital, a la Población Los Nogales, cerca de la Estación Central. Víctor y su hermano Eduardo concluyen sus estudios primarios en una escuela católica de la población.

La madre consigue un puesto como cocinera en un pequeño restaurante ubicado frente a la Estación Central. Trabajando muy duro algunos años, logra reunir lo suficiente para comprar un puesto en el mercado.

La familia se muda a una casita en la calle Jotabeche. Como está lejos del mercado la madre debe salir a las dos de la madrugada, pues los clientes comienzan a llegar a las cuatro. Manuel ya no vive con ellos.

Víctor con la idea de poder ayudar a su madre en el negocio, entra a estudiar  contabilidad en un instituto comercial.

En marzo de 1950, muere la madre de un ataque cardíaco. Para Víctor que, por entonces,  tiene 15 años de edad es un golpe muy duro. Entra al Seminario de la Orden de los Redentoristas en San Bernardo, abandonándolo en 1952. Hace el Servicio Militar en la Escuela de Infantería de San Bernardo. Terminado éste, vuelve en mayo de 1953 a la Población Los Nogales, después de tres años de ausencia. Lo acoge la familia Morgado y un grupo de amigos. Consigue un puesto de portero en el hospital local.

EN EL CORO UNIVERSITARIO

Por la prensa se impone del anuncio de una prueba para ingresar al  Coro Universitario para cantar en ‘Carmina Burana’. Postula. Es aceptado como tenor. Participa en la producción de Uthoff en el Teatro Municipal, vestido con un hábito marrón de monje.

En 1954 viaja al norte con un grupo de nuevos amigos del coro, para recoger e investigar la música popular de la zona. Al regresar a Santiago, presencia una función de un grupo de  pantomima  recién formado por  Enrique Noiswander. De inmediato habla con éste, quien lo invita a participar en una  prueba en el estudio donde ensaya el grupo. Víctor muestra su sentido de movimiento y  expresividad. Entonces le ofrecen la oportunidad de estudiar en el grupo de mimos. 

EL TEATRO

En 1955 se matricula en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. También se incorpora al Conjunto de Cantos y Danzas Folklóricas Cuncumén.

En 1957, Víctor cursa el segundo año en la escuela de teatro. Por entonces comienza  a frecuentar el café Sao Paulo, en el centro de Santiago, donde se reúnen a mediodía artistas e intelectuales. Ahí conoce a Violeta Parra, conocida sólo por un pequeño círculo de personas en Chile, pero que acababa de regresar  de su primera visita a Europa.

Violeta vive por esa época en La Reina en un pequeño bungalow. Víctor la visita con frecuencia. Allí conoce a Ángel Parra y se convierten en grandes amigos.   

JOVEN COMUNISTA

1958 es un año decisivo en la vida de Víctor Jara. Comienza a militar en las Juventudes Comunistas de Chile, ello en plena campaña presidencial, en la que el Frente de Acción Popular postula como candidato a Salvador Allende.

En 1959 vive su primera experiencia como director teatral, dirigiendo “Parecido a la Felicidad” de Alejandro Sieveking. Viaja con esa obra a Argentina, Uruguay, Venezuela y Cuba.

En 1961 realiza una gira a Europa como director artístico del Cuncumén. Ese mismo año compone “Paloma quiero contarte”, canción con que inicia su trabajo de creación musical y poética. La graba, junto a otra de sus composiciones, “La canción del minero”, en un LP del Cuncumén. 

EN ÑUÑOA

En 1963, Gregorio de la Fuente,  director  de la Casa de la Cultura de Ñuñoa, le propone fundar una Escuela de Folklore. Con ayuda de Maruja Espinoza, una componente del Cuncumén, Víctor  organiza los cursos y enseña las danzas folklóricas que más le gustaban; Maruja se concentró en la enseñanza de la guitarra. En un par de años  un grupo numeroso y entusiasta  de alumnos  hizo posible la  formación de un conjunto, del que posteriormente, surgieron varios solistas. Víctor trabaja en Ñuñoa hasta 1968.  Desde 1963 a 1970 forma parte del equipo estable de directores del Instituto de Teatro de la Universidad de Chile,  ITUCH.

Realiza múltiples actividades artísticas, sin olvidar sus tareas políticas. En 1969 es figura principal en el Mitin Mundial de Jóvenes por Vietnam, realizado en Helsinki, Finlandia. Ese año obtiene el principal premio en el Primer Festival  de la Nueva Canción Chilena con “Plegaria a un labrador” 

DURANTE EL GOBIERNO POPULAR

En 1970 se dedica de lleno a la campaña presidencial de la Unidad Popular,

Durante el Gobierno de Salvador Allende labora en el Departamento de Comunicaciones de la Universidad Técnica del Estado, UTE. En 1971 viaja a distintos países como embajador cultural de Chile. Se edita ese año su LP “La Población”.

Entre 1972 y 1973 compone la música de continuidad de Televisión Nacional. Viaja a la Unión Soviética y Cuba. Participa en trabajos voluntarios y en la campaña parlamentaria que culmina el 4 de marzo de 1973.

El martes 11 de septiembre de 1973 Víctor está en la UTE. Debe participar en un acto en que el Presidente de la República se dirigirá a todo el país comunicando su decisión de llamar a un plebiscito para salir de la crisis política provocada por la oposición. Se produce el golpe fascista. Soldados del ejército rodean la Universidad. Al día siguiente invaden el recinto universitario. Toman prisioneros a  los profesores, funcionarios y alumnos que se encontraban ahí. Son conducidos al Estadio Chile: Víctor va entre ellos. 

LOS FASCISTAS SE ENSAÑAN CON VÍCTOR

Boris Navia, prisionero en el Estadio Chile y testigo presencial de los hechos, en un dramático testimonio relata las últimas horas del joven comunista. Las torturas las comienza a sufrir  el jueves 13 de septiembre:

“¡A ese hijo de puta me lo traen para acá!¡ Repitió iracundo el oficial…. A ese huevón!...  ¡A ese! El soldado lo empuja sacándolo de la fila.

¡No me lo traten como señorita, carajo!  Ante la orden, el soldado levanta su fusil y le da un feroz culatazo en la espalda de Víctor.   Víctor cae de bruces, casi a los pies del Oficial.

¡Ch’é tu madre! ... Vos soy el Víctor Jara huevón. El cantor marxista, ¡El cantor de pura mierda!       

Y, entonces, su bota se descarga furibunda una, dos, tres, diez veces en el cuerpo, en el rostro de Víctor, quien trata de protegerse la cara con sus manos, -ese rostro que cada vez que lo levanta esboza esa sonrisa, que nunca lo abandonó hasta su muerte-. Esa misma sonrisa grande con que cantó desde siempre al amor y a  la revolución... 

TORTURADO

Víctor, herido, ensangrentado, permanece bajo custodia en uno de los pasillos del Estadio Chile. Sentado en el suelo de cemento, con prohibición de moverse. Desde ese lugar, contempla el horror del fascismo.

Allí es obligado a permanecer la noche del Miércoles 12 y parte del Jueves 13, sin ingerir alimento alguno, ni siquiera agua. Víctor tiene varias costillas rotas, uno de sus ojos casi reventado, su cabeza y rostro ensangrentados y hematomas en todo su cuerpo.  Y estando allí, es exhibido como trofeo por el Oficial superior y por “el Príncipe” ante las delegaciones de oficiales de las otras ramas castrenses y cada uno de ellos hace escarnio del cantor...

El Viernes 14 estamos listos para partir al Nacional. Los fascistas parecen haberse olvidado de Víctor. Nos hacen formar para subir a unos buses, manos en alto y saltando. Y las bayonetas clavándonos. En el último minuto, una balacera nos vuelve a las graderías. 

EL DÍA QUE LO ASESINARON

Y llegamos al fatídico sábado 15 de septiembre de 1973.  Cerca del mediodía tenemos noticias que saldrán en libertad algunos compañeros de la UTE. Frenéticos empezamos a escribirles a nuestras esposas, a nuestras madres, diciéndoles solamente que estábamos vivos.  Víctor sentado entre nosotros me pide lápiz y papel. Yo le alcanzo una libreta, cuyas tapas aún conservo. Y Víctor comienza a escribir, pensamos en una carta a Joan su compañera. Y escribe, escribe, con el apremio del presentimiento. De improviso, dos soldados lo toman y lo arrastran violentamente hasta un sector alto del Estadio, donde su ubica un palco, gradería norte. El oficial llamado el Príncipe tenía visitas, oficiales de la Marina. Y desde lejos vemos como uno de ellos comienza a insultar a Víctor, le grita histérico y le da golpes de puño. La tranquilidad que emana de los ojos de Víctor descompone a sus cancerberos.- Los soldados reciben orden de golpearlo y comienzan con furia a descargar las culatas de sus fusiles en el cuerpo de Víctor. Dos veces alcanza a levantarse Víctor, herido, ensangrentado. Luego no vuelve a levantarse. Es la última vez que vemos con vida a nuestro querido trovador... 

SU ÚLTIMO POEMA

Esa misma noche, ya en el Nacional, lleno de prisioneros, al buscar una hoja para escribir, me encontré en mi Libreta, que Víctor me lanzó al ser arrastrado por los soldados, no con una carta, sino con los últimos versos de Víctor, con su último canto, que escribió unas horas antes de morir y que el mismo tituló “Estadio Chile”, conteniendo todo el horror y el espanto de aquellas horas. Inmediatamente acordamos guardar este poema. Un zapatero abrió la suela de mi zapato y allí escondimos las dos hojas originales del poema. Antes, yo hice dos copias de él, y junto al ex senador Ernesto Araneda, también preso, se las  entregamos a un estudiante y a un médico que saldrían en libertad.

Sin embargo, el joven es chequeado por los militares en la puerta de salida y le descubren los versos de Víctor. Lo regresan y bajo tortura obtienen el origen del poema. Llegan a mí y me llevan al Velódromo, transformado en recinto de torturas e interrogatorio.

Me entregan a la FACH y tan pronto me arrojan de un culatazo a la pieza de tortura, el oficial me ordena sacarme el zapato donde oculto los versos.

Pero, quedaba otra copia con los versos de Víctor, que esa noche debía salir del estadio.  

Entonces, se trataba de aguantar el dolor de la tortura. De la sangre. Yo sabía que cada minuto que soportara las flagelaciones en mi cuerpo, era el tiempo necesario para que el poema de Víctor atravesara las barreras del fascismo. Y, con orgullo debo decir que los torturadores no lograron lo que querían. Y una de las copias atravesó las alambradas y voló a la libertad y aquí están

Los versos de Víctor, de su último poema, “ESTADIO CHILE:

Somos cinco mil

En esta pequeña parte de la ciudad.

Somos cinco mil

¿Cuántos seremos en total

en las ciudades y en todo el país?

¡Cuánta humanidad

hambre, frío, pánico, dolor,

presión moral, terror y locura!

Somos diez mil manos menos

que no producen!

¿Cuántos somos en toda la Patria?

La sangre del compañero Presidente

golpea más fuerte que bombas y metrallas

Así golpeará nuestro puño nuevamente

Canto que mal me sales

cuando tengo que cantar espanto

espanto como el que vivo

como el que muero, espanto”. (Hasta aquí partes del valioso testimonio  de Boris Navia)

 

UN JOVEN COMUNISTA  LLAMADO HÉCTOR

Joan Jara, la compañera de Víctor, (que este año recibió el Premio Nacional de Artes de la Representación y Audiovisuales)  relata en “Víctor Jara un Canto Truncado”:

“Martes 18 de septiembre. Aproximadamente una hora después de levantarse el toque de queda, oigo el ruido del portón, como si alguien intentara entrar. Todavía está cerrado con llave. Me asomo a la ventana del cuarto de baño y veo a un joven afuera. Parece inofensivo y me decido a abrirle. Me dice con voz baja:

-Estoy buscando a la compañera de Víctor Jara. ¿Vive aquí? Por favor, confíe en mí. Soy un amigo –me muestra su carné-, ¿Puedo entrar un minuto? Tengo que hablar con usted –parece nervioso y preocupado. Me dice en un susurro-: Soy miembro de las Juventudes Comunistas.

Abro la puerta para que entre y nos sentamos en la sala.

-Lo siento, tenía que encontrarla... Lamento decirle que Víctor ha muerto... Encontramos su cuerpo en la morgue. Un compañero que trabaja allí lo reconoció. Le ruego que sea valiente y que me acompañe para identificarle. ¿Llevaba calzoncillos azul oscuro? Tiene que venir, porque su cadáver lleva allí más de cuarenta y ocho horas y, si nadie lo reclama, se lo llevarán y lo enterrarán en una fosa común.

CIENTOS  DE CADÁVERES

Media hora más tarde me encuentro conduciendo como un autómata a través de las calles de Santiago con el joven desconocido a mi lado. Héctor –así se llamaba- había estado trabajando en la morgue, el depósito de cadáveres municipal durante la última semana, tratando de identificar cuerpos anónimos que llegaban diariamente. Era un muchacho amable y sensible y había corrido un gran riesgo yendo a buscarme. En su condición de empleado tenía una tarjeta especial y, después de mostrarla en la entrada, me introdujo por una pequeña puerta lateral del edificio, a pocos metros de los portales del Cementerio General... Bajamos un oscuro pasadizo y entramos en una enorme sala. Mi nuevo amigo me apoya la mano en el codo para sostenerme mientras contemplo las filas y filas de cuerpos desnudos que cubren el suelo, apilados en montones, en su mayoría con heridas abiertas, algunos con las manos todavía atadas a la espalda. Hay jóvenes y viejos... cientos de cadáveres... en su mayoría parecen trabajadores... cientos de cadáveres que son seleccionados... 

AÚN MUERTO MIRABA DESAFIANTE...

Nos envían a la planta superior. El depósito está tan repleto que los cadáveres llenan todo el edificio, incluyendo las oficinas. Un largo pasillo, hileras de puertas y, en el suelo, una larga fila de cadáveres, estos vestidos, algunos con aspectos de estudiantes, diez, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta... y en la mitad de la fila descubro a Víctor.

Era Víctor, aunque le vi delgado y demacrado. ¿Qué te han hecho para consumirte así en una semana? Tenía los ojos abiertos y parecía mirar al frente con intensidad y desafiante, a pesar de una herida en la cabeza y terribles moratones en la mejilla. Tenía la ropa hecha jirones, los pantalones alrededor de los tobillos, el jersey arrollado bajo las axilas, los calzoncillos azules, harapos alrededor de las caderas, como si hubieran sido cortados por una navaja o una bayoneta... el pecho acribillado y una herida abierta en el abdomen... las manos parecían colgarle de los brazos en extraño ángulo, como si tuviera rotas las muñecas... pero era Víctor, mi marido, mi amor”. 

LOS FUNERALES

En otra parte de su libro, Joan Jara, relata: “Ahora era necesario reclamar legalmente el cadáver de Víctor. La única forma posible era llevarlo inmediatamente desde el depósito hasta el cementerio y enterrarle..., tales eran las órdenes...

El papeleo, el cumplimiento de todos los trámites, llevó horas... Por fin todo estuvo dispuesto. Con el ataúd sobre un carrito de ruedas, estamos listos para cruzar hasta el cementerio. Al llegar a la puerta nos encontramos ante un vehículo militar que entraba con más cadáveres. Alguien tenía que ceder el paso... el conductor tocó la bocina y nos hizo ademanes airados, pero permanecimos inmóviles y en silencio hasta que retrocedió para dar paso al ataúd de Víctor.  La caminata hasta el lugar del cementerio donde Víctor sería enterrado debió llevarnos entre veinte y treinta minutos. El carrito chirriaba y rechinaba sobre el pavimento irregular. Caminamos y caminamos... mi nuevo amigo Héctor a un lado, mi viejo amigo Héctor al otro. Sólo cuando el ataúd de Víctor desapareció en el nicho que nos habían asignado estuve al punto de desplomarme. Pero estaba vacía de sentimientos o sensaciones y sólo se mantenía viva la idea que Manuela y Amanda esperaban en casa, preguntándose qué ocurría, dónde estaba yo. 

UN HOMENAJE CLANDESTINO

Al día siguiente el diario La Segunda publicó un breve párrafo en el que informaba de la muerte de Víctor como si hubiera fallecido plácidamente en la cama: “El funeral fue de carácter privado y sólo asistieron los familiares”.

Después todos los medios de difusión recibieron la orden de no volver a mencionar a Víctor. Pero en la televisión  alguien arriesgó su vida insertando unos pocos compases de “La Plegaria” sobre la banda sonora de una película norteamericana”. 

SIGUE COMBATIENDO

Las masas   alzadas en rebelión popular contra el neoliberalismo  desde el  18 de octubre de 2019 cantan “El Derecho a vivir en paz”.