Iván Ljubetic Vargas,
historiador del
Centro de Extensión e
Investigación
Luis Emilio Recabarren, CEILER
La sociedad capitalista es un régimen en que existen dos clases
antagónicas: la burguesía, dueña de los medios de producción, y los
trabajadores que, para poder subsistir, deben vender su fuerza de trabajo a los
poseedores de los medios de producción.
Como en toda sociedad dividida en clases antagónicas, en el capitalismo
existe un Estado, que es un instrumento de dominación de la minoría (los
capitalistas) sobre la mayoría (los trabajadores).
En todo régimen con clases antagónicas, existen las luchas de clases. A veces oculta, subterránea, otras abierta. Para los trabajadores esta lucha contra la burguesía tiene tres aspectos: lucha económica, lucha ideológica y lucha política.
La burguesía ejerce su dictadura sobre la mayoría de la población en la forma más sutil posible. La clase dominante cubre su dictadura con una capa cosmética de democracia. Se celebran elecciones. Se realizan cambios siempre que no perjudican los intereses de la burguesía. Cambios a lo gatopardo.
Pero cuando los trabajadores llevan adelante la lucha económica, exigiendo reivindicaciones socioeconómicas, como, por ejemplo, aumento de salarios, y esas luchas adquieren fuerza, entonces las clases dominantes convierten esas luchas económicas en conflictos políticos. Intervienen los gobiernos burgueses a favor de los patrones, emplean la violencia reaccionaria utilizando militares y policías. Masacran. Ello ocurrió alrededor de 50 veces en el Chile del siglo XX.
Y cuando los trabajadores, utilizando los mismos medios de la burguesía,
logran ganar parte del poder, el Ejecutivo, y desde ahí realizan cambios revolucionarios
en dirección al socialismo y, si a eso se agrega, un poderoso movimiento
obrero, un Partido Comunista con doscientos mil militantes, fuertes
organizaciones sindicales, trabajadores con firme conciencia de clase y con un
irrestricto apoyo a su gobierno, entonces
la burguesía, que ve peligrar su poder,
lanza por la borda todo el aparataje democrático, que ya no le sirve, y echa
manos al fascismo, la forma más violenta y cruel de sus métodos de dominación.