Editorial de El Siglo, edición 1756 del 27 de febrero de 2015
Vivimos, y esto no es de ayer, un clima político al menos enrarecido. Uno
de sus síntomas es la imposición mediática de la categoría “clase política”.
Derivada de una terminología acuñada e impuesta en Europa hace algunas décadas,
fue adoptada con indisimulada satisfacción por algunos de nuestros “criollos”.
Pero, ¿qué significa?, ¿qué pretende instalar?
En primer lugar, que más allá de la innegable división en clases sociales
que caracteriza a países como el nuestro, habría una especie de “súper clase”,
ajena a las realidades sociales, que por
consiguiente planearía sobre ellas y constituiría algo así como un club o
masonería establecida a partir de altas capacidades y modos compartidos.
Lo curioso, y de graves consecuencias, es que tal espejismo ha penetrado
fuertemente en gran parte de nuestra población, y muchos hablan de “la clase
política” como de una realidad incuestionable, lo que significa no sólo darle
un certificado de existencia sino, lo que es más negativo, aceptar que ella,
“esa “clase”, detentaría el monopolio de “lo político”, siendo todos los demás,
por lógica implícita, personas políticamente “asexuadas” que hubieran declinado
en ella sus derechos a pensamiento, opinión y crítica y, lo que es de mayores alcances, iniciativa
y accionar.
Una de las consecuencias de ese espejismo impuesto como realidad a los
ciudadanos de este país es que todos los males, los “gate”, que se destapan
diariamente en estos últimos tiempos, se atribuyen en exclusiva a esa “clase
política”, sin advertir que algunos de sus integrantes suelen jugar un papel de
encubridores o escudo de lo que subyace en el fondo de las irregularidades,
conflictos de intereses, cohecho, delitos tributarios, entre otras delicias de
nuestra lamentable realidad.
Se disimula, así, o se encubre, el verdadero rostro de una crisis que más
que moral –sin perjuicio de que también lo sea- reside en capas más profundas
de nuestra sociedad. Es como atribuir los daños ocasionados por un sismo de
grado 8, no a él mismo sino a una presunta “debilidad” de puertas y ventanas o
a una deficiente disposición de nuestros enseres hogareños.
Es que si “la clase política” es culpable, el modelo neoliberal, con todos
sus elementos y aditamentos, es inocente… Y he allí “la madre del cordero”.
Entonces, a pasar la esponja sobre la porfiada continuidad de muchos
componentes de la institucionalidad pinochetista.
Dirán como respuestas: ¿Estado subsidiario?, na` que ver… ¿”Economía social de mercado”?, en absoluto… ¿Plan
Laboral?, imposible… ¿Sistema tributario?, harina de otro costal…
¿Privatización de las empresas del Estado y su impune vigencia a 35 años del
“fin” de la dictadura?, ¡cómo se le ocurre!... ¿Destrucción de la industria
nacional y nefasto modelo exportador?, ignorancia pura…
Y entonces, quedémonos en “la clase política”, y puesto que ella existe y
predomina y es omniabarcadora, y etc., abominemos de “la política”, no hagamos
uso de nuestra capacidad crítica y dejémosle la cancha abierta para que se
hundan solos…
Pero, cabe la pregunta, ¿se hundirán “solos”? ¿O habrá que darles un
empujoncito consistente, por ejemplo, en asumir las propias responsabilidades
políticas, de “política” en un sentido a la vez amplio por lo inclusivo y
unitario, y profundo por su programa de acción, en que sean los trabajadores,
los jóvenes estudiantes, las mujeres, los medioambientalistas, los adversarios
de toda discriminación, los que copen la cancha?
Alguien, en algún lugar de nuestro planeta, acuñó la consigna “que se vayan
todos”.
Cabe preguntarse adónde conduciría esa “salida”, y si en el fondo no se
puede vislumbrar, junto al legítimo rechazo a esos “todos”, una concesión a
quienes -y no pocas veces de buena fe- preconizan o facilitan una
despolitización de masas, que es, precisamente, una de las cartas de triunfo
del modelo neoliberal.
¿No sería mejor avanzar en cambiar nuestra realidad lo más a fondo posible,
aun a costa de las inevitables gradualidades que sólo se irán venciendo por la
efectividad de los propósitos ampliamente mayoritarios de denunciar y derrotar
el verdadero motor de las inequidades, las desigualdades y la persistencia de
prácticas inmorales y delictuales? Y ese
motor y sustento de todos los “gate” habidos y por venir, no es otro que el modelo
económico, político, ideológico y social impuesto por la dictadura y que
todavía funciona en beneficio de una cada vez más estrecha y corrupta minoría.