Editorial
El Siglo:
El pueblo unido ¿“avanza sin partido”?
Una consigna suele oírse
repetidamente en algunas marchas y manifestaciones a lo largo del país: “El
pueblo unido avanza sin partido”. La corean, particularmente, algunos sectores
de la juventud.
Su inspiración literal es
obvia: “El pueblo unido jamás será vencido”.
¿Qué significaba esa consigna,
que aún hoy se escucha a lo largo del mundo cuando los pueblos se movilizan por
sus demandas? ¿Qué se entendía entonces y se entiende aún en nuestros días por
“el pueblo unido”, sino esa conjunción de organizaciones y voluntades que
concurrían desde las organizaciones sindicales de los trabajadores hasta sus
expresiones políticas –los partidos- pasando por esa amplia gama de estructuras
estudiantiles y culturales, vecinales y barriales, y la vastísima variedad de
lo que llamamos “pueblo”?
Una vieja aspiración de las
minorías privilegiadas es confinar a los sectores más activos de la población
explotada a la condición de masa indistinta, amorfa y sin programa. Tal es el
contenido profundo de las políticas neoliberales impulsadas por la extrema
derecha y algunos aliados y, por cierto, del omnipresente imperialismo
norteamericano y las potencias “centrales” que le hacen coro. Tal fue el
contenido y las tareas que se impuso la conjura de septiembre de 1973.
Destruir los partidos
populares, máxime si en sus idearios y programas está el avance hacia una
sociedad de justicia social y plena democracia.
Destruir o al menos debilitar
las orgánicas sindicales de los trabajadores. Desprestigiar a todos y cada uno
de los luchadores sociales que emerjan de las legítimas movilizaciones y luchas
populares.
Declarar ilegítima y “sin
sentido ni porvenir” cualquiera expresión que no se discipline en los marcos de
un Estado de derecho concebido más como camisa de fuerza para el pueblo que
como un espacio de libertades e “igualdad ante la ley”.
Califican, incluso –y ello
debiera llamar a sospechas- desde la derecha más recalcitrante algunas
iniciativas de cambios estructurales como meras “reformas”, oponiéndolas a la
pureza de cambios “de fondo”,
Reformar: “volver a formar,
rehacer”; “modificar algo, por lo general con la intención de mejorarlo”, ¿es
necesariamente lo opuesto a un cambio “revolucionario”?
Cualquier avance en las
condiciones de vida de los trabajadores, en sus derechos laborales y
sindicales, en su salud y educación, en su vivienda, ¿es algo tan perjudicial o
irrelevante como para descalificarlo en nombre de alguna “pureza ideológica”,
de al menos difuso domicilio?¿Es que se le puede pedir –menos aún, exigir- a las
organizaciones sindicales y políticas del pueblo una actitud de indiferencia
ante su propia suerte, esto es, ante las condiciones de vida de las grandes
masas que constituyen “el pueblo” y para cuya representación y servicio han
nacido? Esto, sin perjuicio de que, ciertamente, no baste el presentarse como
portaestandarte de los derechos y aspiraciones de las mayorías para que ello
constituya en sí una credencial libre de toda crítica.
Si el hombre es, al decir de
Marx, “la suma de sus relaciones sociales”, ¿no interesa a la causa de su
liberación el que estas “relaciones sociales” estén, primero, normadas por su
lugar objetivo en el proceso de producción social y, luego, enriquecidas por el
intercambio de experiencias y la formulación de programas, que incluyen la
lucha en conjunto con “los suyos”?
Los cambios profundos,
“revolucionarios”, los que cambian a fondo una sociedad, no son la obra de
masas paupérrimas sino de inmensos contingentes de trabajadores, de jóvenes, de
mujeres, que han hecho de su vida una escuela de lucha .Nada de esto se
encuentra en la consigna según la cual “el pueblo unido avanza sin partido”.