EBOLA.
Dr.med. J.C.Concha.
Los trabajadores del aseo de los
aeropuertos de Nueva York que, desde
hace 10 años se reclutan entre inmigrantes en calidad de sub contratados, se
han organizado en sindicatos para exigir mejores condiciones de trabajo, de
capacitación y medios de protección sanitaria frente a los riesgos del virus
Ébola, tal como las que obtienen sus
colegas que laboran en condiciones normales de trabajo. Su representante señala ante las cámaras de
CNN (Atlanta) que en las condiciones actuales del desarrollo de la economía
estadounidense, las empresas prefieren ahorrarse los costos en recursos
humanos, mediante estas formas de subcontratación que eluden las normas de previsión y
seguridad del trabajo.
En España, cientos de
trabajadores de la salud protestan en las afueras del hospital en el que permanece muy grave una enfermera
contagiada por este virus.
En África, 4000
defunciones por esta enfermedad no han
logrado despertar en los medios de comunicación la misma preocupación que por una enfermera en España y de algunos
centenares de trabajadores de Nueva York.
En nuestro país,
el Ministerio de Salud se apresta a organizar las medidas de protección de los
chilenos para la eventualidad de la presencia del Ébola, en medio de una
campaña odiosa de desprestigio a la salud pública. Una campaña dirigida por el
oculto estado mayor del neoliberalismo en la salud, que se expresa a través de
casi todo el horizonte informativo, vociferando bondades inexistentes del
sistema privado de la atención de la enfermedad según capacidad de pago.
El único sistema
capaz de enfrentar exitosamente una catástrofe sanitaria es el vilipendiado
sistema público de salud. En 1957, el
Servicio Nacional de Salud fue reconocido mundialmente, como uno de los
sistemas de salud que tuvo el mayor éxito para reducir las muertes previsibles
por la pandemia de influenza que azotó a Chile en el invierno de ese año. Se reconoció que este logro se alcanzó
gracias a su estructura nacional, al acceso universal, garantizado a sus
establecimientos y a las medidas sencillas, eficientes y factibles que se
enseñaron a la población a través de la red nacional de establecimientos
Cinco años más
tarde, el SNS fue capaz de decapitar la epidemia de poliomielitis con la
campaña masiva de vacunación, en la actual Región Metropolitana. Fue un mérito asociado a la cobertura
territorial de sus consultorios maternoinfantiles y a su doctrina de protección
de la salud al cien por ciento de la población, garantía incorporada al primer
artículo del cuerpo legal que le dio origen en 1952.
La tercera
prueba fue la presencia del cólera en 1990, poco más de 100 años después de la última constancia epidemiológica de
esta enfermedad. En tanto que en Perú se
contabilizaron más de 50 mil casos y en Argentina alrededor de 5000, en Chile
no sobrepasaron los 190.
La ventaja
sanitaria comparativa chilena radicó en la
estrecha relación de mutua confianza entre la ciudadanía y el Ministerio
de Salud, establecida en medio siglo de interacción continua. Por una parte, la población confirmaba en la
vida cotidiana que la acción integrada de la promoción, de la prevención, de
las acciones curativas, de la rehabilitación, rendía sus frutos. En tanto en
1952, la mitad de la población había muerto antes de cumplir 50 añs, hoy la
mitad de los chilenos sobrevive hasta los 80 años. Por otra, la participación
organizada de la población en la protección de su propia salud y la
educación sanitaria recibida, durante en 50 años de ejercicio, había instalado
en la población la confianza en la
autoridad de salud y la disciplina sanitaria consciente. Esta es la base del
éxito de las campañas de los medios de comunicación social en el caso del
cólera. El resultado era nuevamente un éxito de proyección internacional, éxito
que el sistema privado es incapaz de emular.
Hoy el sistema
público está dispuesto a salvar al país de otra catástrofe sanitaria. Como en el caso del cólera, influenza y
parálisis infantil, lo primero es la creación de un grupo de competente para
ajustar protocolos y normas a la situación nacional, seguido de su difusión y
de la capacitación en los equipos de salud, para culminar en una campaña
educativa de la población. Esta preparación ya había madurado cuando apareció
el primer caso de cólera, en la Clínica Alemana.
El Ébola es un
agente infeccioso más difícil de manejar que el cólera. Pertenece a las
denominadas “Enfermedades emergentes” aparecidas en los últimos decenios, que
se asocian a la penetración de los asentamientos humanos a territorios
vírgenes, donde pueden existir formas de
vida que no tuvieron contacto antes con seres humanos y que pueden afectar
severamente su salud y su vida. Esto es, el primer encuentro con gérmenes con los que la especie humana todavía no ha
desarrollado defensas heredables y, por tanto, se encuentra inerme a los
efectos desfavorables del contacto físico con ellas.
En el caso del
Ébola, el riesgo de adquirir el virus
está en el contacto directo con líquidos corporales del paciente, (lágrimas, descarga nasal, esputos,
sudor, fluidos genitales, desechos fecales, orina) que contaminan piel, ropa y
utensilios o, eventualmente, superficies del entorno habitual. La manipulación
de pacientes es relativamente simple si se toman las medidas pertinentes.
El problema está
en la identificación del primer caso,
cuya sospecha está definida técnicamente. Pero la principal indicación
es la zona de procedencia. Esta es una tarea de la llamada “vigilancia
epidemiológica” que no sólo está en manos de equipos e salud especializados y
de quienes reciban viajeros; también descansa en la colaboración internacional
y en los avisos de alerta sanitaria y de movimiento de personas desde las zonas
afectadas, que dirige la Orgamizacion Mundial de la Salud.
Si bien es
cierto que estamos potencialmente preparados, es indispensable que los sectores
de la población en mayor riesgo estén alertas. Los trabajadores de la salud,
así como los trabajadores del transporte internacional de puertos y aeropuertos
deben exigir la capacitación y los elementos para su protección, como lo han
hecho los trabajadores del aseo de los aeropuertos de Nueva York o los trabajadores de la salud españoles.
Alguien podría
preguntar y “¿Hasta cuándo tendremos que sufrir todas estas pestes?”
La respuesta es “Hasta siempre”.
Es preciso decir que somos seres precarios. Para vivir, dependemos o del
aire, del agua, de la tierra y de lo que contienen. Y en ellas viven otros
seres animados, se encuentran sustancias
químicas o la atraviesan radiaciones que aseguran la existencia o la amenazan.
El riesgo de encontrarnos con agentes que nos producen enfermedad es
permanente. El riesgo nació con la
aparición del ser humano, nos ha acompañado en nuestro desarrollo y nos
acompañará hasta la extinción de la especie.
Hemos aprendido a sobrevivir en la incertidumbre y
cómo controlar los riesgos mediante la experiencia, la reflexión y la
toma de medidas prácticas desde hace decenas de miles de años.Si no hubiera
sido así, no estaríamos en esta tierra. Por lo tanto, controlar la presencia
del Ébola en nuestro país, también depende de nuestra cooperación y
participación, con disciplina sanitaria.
La
humanidad demoró siglos en conocer y
poner remedio a las pestes como la tuberculosis o el cólera. Decenios en
conocer el manejo de las enfermedades infantiles. Menos de 10 años en lo que
respecta la VIH Sida; algunos meses en
conocer y aprender a controlar el SARS hace algunos años. Conocemos bien el Ébola; incluso aparecen los
anuncios de vacunas. El progreso técnico de la medicina y las disciplinas de
la salud es creciente y acelerado por la
cooperación internacional. Pero otra vez
se demuestra que, como lo señalara Virchow con el tifus exantemático en Alta
Silesia en 1842, el control de la enfermedad no es sólo cuestión de la medicina
sino de medidas sociales, económicas culturales y, finalmente, políticas.
Falta solamente
que los medios de comunicación se coloquen disposición de esta tarea nacional,
sustituyendo su práctica habitual de la entretención noticiosa por la
información educativa, como en el
pasado, orientación que contribuyera poderosamente a reforzar la competencia
técnica de los equipos de salud y la disciplina sanitaria de la
ciudadanía. Ambos son frutos de una
alianza que se expresa en la confianza mutua entre población y autoridad de
salud, lograda a través de decenios de interacción, hasta constituir una
verdadera institución social, donde no media la capacidad de pago por la
enfermedad, sino el cuidado del individuo sano.
Como señalara el
Dr. Abraham Horwitz, conductor del
Servicio Nacional de Salud, en 1957:
“...El
cuidado del individuo sano produce magníficas compensaciones...sus resultados
se obtienen a largo plazo y tarda, a veces, una generación entera para percibir
sus beneficios.”
Este es
logro actual del sistema público de salud: la exitosa protección de la salud de
los chilenos, sin discriminación de origen social o étnico, posición
ideológica, sexo u orientación sexual y menos, de su capacidad de pago.
Santiago,
11 de octubre de 2014