viernes, 29 de marzo de 2013

¡VIVA LA REVOLUCIÓN!





Camarada:

Soy lector del Boletín. Hoy leí lo escrito por Ivan Ljubetic sobre abril de 1957. Casualmente tengo una nota escrita sobre esos hechos, cuando mis tiempos de estudiante de la UTE, la que le adjunto, por si encuentran interesante publicarla. Saludos.

Ciro Oyarzún





¡VIVA LA REVOLUCIÓN!


Viva la revolución era el grito que voces anónimas exclamaban en la Alameda en la conjunción con San Antonio. Todavía hoy cuando las recuerdo me suenan como voces de ultratumba,  emergiendo de la irrealidad. Era el anochecer en Santiago. Los estudiantes, después de una asamblea pluralista  y multipartidista celebrada en el local de la FECH, bajábamos  por la Alameda rumbo a La Moneda.

En las penumbras de la noche cayendo sobre la capital todo era doblemente sombrío. Las farolas de la calle habían sido derruidas. Delincuentes las derribaban. Las enlazaban con cordeles y las tiraban al suelo

No son historias transmitidas sino actos vistos con mis propios ojos. Se dijo entonces que el Gobierno de Ibañez liberó de las cárceles a los delincuentes para que hicieran atrocidades y desprestigiaran el movimiento nacido de los estudiantes y masificado por su justeza.

En la esquina de Alameda con San Antonio los estudiantes salimos a proteger los ventanales de las tiendas asaltadas por las turbas, conscientes de que el gobierno nos culparía a nosotros, que habíamos iniciado una protesta por el alza del pasaje en el transporte público, de todos los desastres acaecidos.

La policía oficial había sido sobrepasada el día anterior y el Gobierno sacó a las calles, además de los delincuentes, al Ejército, y retiró a los carabineros.

Cuando avanzábamos hacia el centro de la ciudad, entre las sombras del atardecer,  por la Alameda, venían los tanques del Ejército. Nosotros, un grupo de estudiantes indemnes hacíamos señales para que no dispararan. Todo terminó en un enfrentamiento incruento entre seres humanos y máquinas de guerra. Todo pudo ser peor.
En las manifestaciones contra el alza de los pasajes de la locomoción colectiva, un disparo de la policía  mató a Alicia Ramírez, una joven comunista. Puede haber sido en la zona de Miraflores con  Alameda y un día posterior a lo antes descrito. Con otros compañeros la levantamos, entre ellos Leo Fonseca. Nunca olvidaré que al poner mi mano tras su espalda aquella se me llenó de sangre y manché con ella mi traje gris. Paramos el primer auto que pasó y lo obligamos a llevar a la herida a un hospital.

En medio del descalabro y las confusiones apareció la compañera Elena Pedraza, angustiada ante la duda de que la muchacha baleada hubiera sido  su hija Margarita según le habían informado.

Al  día siguiente de la tragedia los dirigentes estudiantiles nos reunimos en el Palacio de Bellas Artes entrando, en forma oculta o, digamos que subrepticia, para organizar nuestras acciones ante la represión guberna-mental. Todo era parte de nuestra ingenuidad frente a una acción desbordada para todos, para nosotros y, principalmente,  para el Gobierno.

Nunca he leído una explicación histórica objetiva sobre lo ocurrido. Me parece recordar que todo terminó como empezó, salvo los muertos y las destrucciones.

En medio de la vorágine de lo vivido Luis Enrique Délano escribió una pequeña historia, una noveleta, La Base, de amplia divulgación. Valdría la pena rescatar esa obra  que tiene la impronta del periodismo.

Era el 2 de abril de 1957.