Camarada:
Soy
lector del Boletín. Hoy leí lo escrito por Ivan Ljubetic sobre abril de 1957. Casualmente
tengo una nota escrita sobre esos hechos, cuando mis tiempos de estudiante de
la UTE, la que le adjunto, por si encuentran interesante publicarla. Saludos.
Ciro
Oyarzún
¡VIVA LA REVOLUCIÓN!
Viva la revolución era el
grito que voces anónimas exclamaban en la Alameda en la conjunción con San
Antonio. Todavía hoy cuando las recuerdo me suenan como voces de
ultratumba, emergiendo de la irrealidad.
Era el anochecer en Santiago. Los estudiantes, después de una asamblea
pluralista y multipartidista celebrada
en el local de la FECH, bajábamos por la
Alameda rumbo a La Moneda.
En las penumbras de la noche
cayendo sobre la capital todo era doblemente sombrío. Las farolas de la calle
habían sido derruidas. Delincuentes las derribaban. Las enlazaban con cordeles
y las tiraban al suelo
No son historias transmitidas
sino actos vistos con mis propios ojos. Se dijo entonces que el Gobierno de
Ibañez liberó de las cárceles a los delincuentes para que hicieran atrocidades
y desprestigiaran el movimiento nacido de los estudiantes y masificado por su
justeza.
En la esquina de Alameda con
San Antonio los estudiantes salimos a proteger los ventanales de las tiendas
asaltadas por las turbas, conscientes de que el gobierno nos culparía a
nosotros, que habíamos iniciado una protesta por el alza del pasaje en el
transporte público, de todos los desastres acaecidos.
La policía oficial había sido
sobrepasada el día anterior y el Gobierno sacó a las calles, además de los
delincuentes, al Ejército, y retiró a los carabineros.
Cuando avanzábamos hacia el
centro de la ciudad, entre las sombras del atardecer, por la Alameda, venían los tanques del
Ejército. Nosotros, un grupo de estudiantes indemnes hacíamos señales para que
no dispararan. Todo terminó en un enfrentamiento incruento entre seres humanos
y máquinas de guerra. Todo pudo ser peor.
En las manifestaciones contra
el alza de los pasajes de la locomoción colectiva, un disparo de la
policía mató a Alicia Ramírez, una joven
comunista. Puede haber sido en la zona de Miraflores con Alameda y un día posterior a lo antes
descrito. Con otros compañeros la levantamos, entre ellos Leo Fonseca. Nunca
olvidaré que al poner mi mano tras su espalda aquella se me llenó de sangre y
manché con ella mi traje gris. Paramos el primer auto que pasó y lo obligamos a
llevar a la herida a un hospital.
En medio del descalabro y las
confusiones apareció la compañera Elena Pedraza, angustiada ante la duda de que
la muchacha baleada hubiera sido su hija
Margarita según le habían informado.
Al día siguiente de la tragedia los dirigentes
estudiantiles nos reunimos en el Palacio de Bellas Artes entrando, en forma
oculta o, digamos que subrepticia, para organizar nuestras acciones ante la
represión guberna-mental. Todo era parte de nuestra ingenuidad frente a una
acción desbordada para todos, para nosotros y, principalmente, para el Gobierno.
Nunca he leído una explicación
histórica objetiva sobre lo ocurrido. Me parece recordar que todo terminó como
empezó, salvo los muertos y las destrucciones.
En medio de la vorágine de lo
vivido Luis Enrique Délano escribió una pequeña historia, una noveleta, La Base, de amplia divulgación. Valdría la pena rescatar esa obra que tiene la impronta del periodismo.
Era el 2 de abril de 1957.