La elección de la CUT y el desafío de los comunistas.
Por Marcos Barraza, Director ICAL y
Pedro Aravena, Investigador ICAL
La
presentación de la lista a la CUT del Partido Comunista encabezada por Bárbara
Figueroa, constituyó una acertada solución a las circunstancias del todo
inesperadas y desacostumbradas de cómo el Partido Comunista había venido
resolviendo esta misma cuestión en anteriores elecciones de la Central.
Frente a la ofensiva mediática y de operaciones destinadas a fragmentar la posición y acción de los comunistas enla Central, se instala un nuevo punto de vista para la construcción del movimiento sindical y se provee de una potente señal acorde a las expectativas del demandante y creciente movimiento social en constante reconfiguración, y que se orienta a superar el inmovilismo y la escasa convocatoria que se venía dando en el último tiempo.
Se trata de una postulación que expresa adecuadamente nuestro anhelo de unidad de los trabajadores, practicada desde Recabarren con la creación de Foch, la primera Central obrera del país, y de vitalidad para las necesarias rupturas democráticas.
Sin embargo, dicha formulación no ha sido suficiente para enfrentar y resolver las situaciones problemáticas que afectan actualmente nuestra política sindical, toda vez que ellas han vuelto a salir a flote y de modo más ofensivo. Lo anterior, en el entendido de que lo que haga o deje de hacer el Partido Comunista no es un mero incidente, sino que decisivo para el devenir del movimiento sindical.
En buena parte del ya extenso período en que se han venido imponiendo las políticas de corte neoliberal, tanto por los gobiernos de la Concertación y ahora último y de forma aún más agresiva por parte de la derecha, se ha abordado el proceso de construcción de un sindicalismo que sea el actor principal de la Revolución Democrática y de la constitución de un Gobierno de Nuevo Tipo. Y hemos atribuido los obstáculos que, ora impiden ora lentifican la consecución tal objetivo, a un conjunto de causas institucionales.
Esto es, la existencia de un orden económico, legal y político que no sólo no permite la vigencia efectiva de la libertad de sindicalización y que restringe la autonomía del movimiento sindical, sino que se orienta al extremo de reprimir la expresión política de los trabajadores organizados, aunque más sofisticadamente pero de modo muy similar a los primeros años del siglo pasado.
Como consecuencia de lo anterior, el sindicalismo chileno se caracteriza por una baja tasa de afiliación, débiles organizaciones que expresan una insuficiente conciencia asociativa de parte los trabajadores pertenecientes a las nuevas ramas de la producción y de los servicios que han surgido en las últimas décadas. También por altos rangos de divisionismo, paralelismo y corporativismo organizativo en aquellos sectores con mayores niveles de afiliación de trabajadores y que muchas veces se refugian en un incoherente apoliticismo que termina volviéndose en contra de sus intereses más vitales.
Ese cuadro se origina, sin embargo, en un hecho histórico poco analizado, aunque mencionado tangencialmente por algunos estudios. Nos referimos a que el proyecto de transnacionalización capitalista de la economía tuvo como orientación estratégica el romper previamente el circuito de desarrollo del avance de la clase trabajadora a través de sus organizaciones sociales y políticas, que culmina con el gobierno de Salvador Allende, como su máxima expresión. En el modelo de capitalismo de Estado y de industrialización por sustitución de exportaciones, los trabajadores mediante sus sindicatos y partidos intermediaban con los poderes estatales e influían, en mayor o menor medida, en la definición de las políticas económicas y sociales.
Dicho esquema de participación política de la clase trabajadora ya no existe. Es más, está simplemente proscrito incluso constitucionalmente. Y en lo que respecta a los comunistas y su inclusión sindical, el ataque del fascismo fue más allá en el sentido de buscar el aislamiento del Partido de su base social de reproducción de su política, lo que explica, en gran medida, el alto grado violencia y radicalidad con que la dictadura combatió a los comunistas y a las organizaciones sindicales de orientación clasista.
No obstante aquello, en diferentes momentos de estas casi cuatro décadas de hegemonía y violencia antisindical por parte del capital financiero transnacional, los comunistas hemos sido uno de los principales impulsores de grandes e importantes luchas de masas en el campo laboral, bajo las condiciones represivas de la dictadura y desde principios de los 90 hasta la actualidad, con las jornadas de protestas y los primeros paros nacionales de la salud, de la educación, del sector público, empresas del Estado, contratistas de la minería y forestales, acciones de masas que han tenido grandes repercusiones. Igualmente, nuestra defensa, sin vacilaciones de ninguna especie, de la unidad del sindicalismo en torno a la CUT, de la transformación de esta Central en representante natural de los trabajadores para la conformación de la unidad social y política, contra la exclusión del binominal.
Pero, a la par de lo expuesto se han venido presentando síntomas que en su reciente acumulación afectan negativamente las perspectivas de nuestra política sindical de manera progresiva. En efecto, la acentuada disminución de la representatividad de organizaciones sindicales donde históricamente los comunistas fuimos altamente influyentes, tales como la Confederación Minera, la Confederación de la Construcción, la Confederación Campesina Ranquil (ex Surco), la Confederación Textil, las organizaciones de los Portuarios, entre otras. Y si bien en gran medida esos procesos obedecen a factores estructurales, lo problemático es que no se ha tenido la capacidad en todos estos años, de problematizar asertivamente y superar dichas condicionantes, al punto de que hemos terminado por aceptarlas pasivamente o no las hemos sabido enfrentar con suficiente sentido estratégico.
Agreguemos dentro de las insuficiencias, la reiterada atomización de la Confenats, el no haber leído de forma correcta el desafío de haber asumido la presidencia de la CUT durante la década de los 90, y el desarrollo y permanencia de una quinta columna de ex militantes del Partido en el gremio docente, quienes mostraron una pasividad pasmosa y buscaron su asimilación frente a las políticas de educación de corte neoliberal. Además, el desplazamiento de nuestros dirigentes de la organización histórica de los empleados particulares, la reducción de lo que originalmente fue un movimiento social que involucraba a trabajadores subcontratados de diversas ramas de la economía en una Confederación más, la dispersión de nuestra influencia en el sector metalúrgico, la extinción de la organización nacional de trabajadores eventuales, el quiebre del principal sindicato del subcontrato de El Teniente (Siteco), la pérdida de la presidencia del principal sindicato de trabajadores de CODELCO de la División de El Teniente.
Se añade que ha resultado infructuosa la táctica de fortalecer el sindicalismo antineoliberal mediante la creación de organizaciones en sectores de poca o escasa relevancia económica, política y social, no obstante el gran empuje que se hizo a partir del esfuerzo que denominamos como nuestra política del viraje, que en otros frentes generó avances, pero en este espacio de la lucha social no fructificó con igual intensidad.
Sean o no totalmente efectivos en su negatividad los casos precedentes -y lo más seguro es que no sean los únicos-, también podríamos seguir otra línea de análisis tomando en cuenta las crisis individuales, como en los casos de los dirigentes que han abandonado el Partido o renunciado a su papel de liderazgo consecuente y que reflejan las debilidades en la formación de nuestros cuadros. Es evidente que se viene gestando un escenario de más retrocesos que avances desde hace ya bastante tiempo atrás, siendo su último signo inequívoco el proceso de deterioro y/o fragmentación de nuestro accionar en el campo sindical. No otra cosa significa la pérdida de la unidad de acción y la existencia de más de una orientación de nuestro accionar en el mundo de los trabajadores, lo que nos obliga a destinar crecientes esfuerzos a lógicas internistas y disminuyendo nuestra atención en la emergencia y abordaje de conflictos sociales en curso.
De lo anterior, se aprecia una correlación directa entre el grado de conflictividad social que se instala y crece en el conjunto de la sociedad y una tendencia del movimiento sindical a fragmentarse en base a una interiorización de su práctica política. En otras palabras, las cuestiones que hoy nos interpelan no son de índole objetiva exclusivamente, sino que hay un gran componente subjetivo, constatándose la no aplicabilidad de un axioma del ejercicio de la política de clases, que los problemas no se resuelven solos y que, por el contrario, necesariamente deben ser abordados francamente.
Por eso, no es irresponsable políticamente el señalar que la salida frente a la situación de la conformación de la lista comunista y sus aliados ante las próximas elecciones de la CUT es correcta pero insuficiente. No se puede seguir eludiendo el abordaje de los problemas que entraban en lo sindical. Su irresolución no sólo se pone en riesgo el carácter del posible Gobierno de Nuevo Tipo, en cuyo interior fácilmente puede darse una hegemonía que inhiba la democratización profunda que requiere el país, sino que, además, se produzca una variación en el carácter esencial del Partido, en que se deje de ser efectivamente un Partido de la clase y se reduzca su incidencia y peso específico a una organización política con cierta influencia entre los trabajadores.
La construcción de sindicalismo de clase requiere de un esfuerzo mucho mayor que en la anterior etapa del capitalismo vigente hasta 1973, tanto en voluntades humanas y en esfuerzos materiales, como de una sólida y continua orientación en materia de táctica y estrategia sindical. Ella en base a una adecuada caracterización del trabajo y del peso de la institucionalidad en los trabajadores, toda vez, que la agresividad de clase dirigente del actual modelo es mucho más letal para los proyectos de construcción del movimiento popular.
Se trata pues de que el método de trabajo que se adopte deje atrás la deformación inmediatista que prioriza los resultados y desatiende los procesos, debiendo ser todo lo contrario. Es decir, una política sindical que en su perspectiva contribuya al fortalecimiento de una cultura organizacional que valide a la clase trabajadora, su modo de vida y se sitúe como una alternativa deseable socialmente desde donde articular las luchas sociales.
En la misma dirección. No puede, al menos en este periodo histórico, existir un sindicalismo que sea opción de fuerza popular transformadora si está desprovisto de un claro y consistente enfoque hacia la juventud en los centros de trabajo. A una nueva unidad de trabajadores y estudiantes, y de una labor de seguimiento permanente de los jóvenes profesionales y técnicos que se incorporan al mundo laboral. Ellos como un frente cada vez más relevante de lo sindical, en el entendido que en dichos espacios la conciencia sobre la creciente precariedad del empleo y ausencia de trabajo digno se alcanza con mayor rapidez.
Por tanto, una revisión del quehacer sindicalista y del rol de los comunistas implica modificar su centro de preocupaciones y orientarse decididamente hacia las organizaciones de trabajadores de mayor conciencia asociativa y de influencia en la vida nacional. Esto es, promover organización en función de nítidos espacios de lucha, como condición o requisito para avanzar hasta los sectores de menor capacidad organizativa y conciencia clasista.
Si bien es cierto que en aquellos sectores donde existe mayor conciencia sobre la amenaza neoliberal a sus condiciones laborales persiste aún mucho corporativismo, no es menos cierto que son las próximas víctimas de las políticas laborales del neoliberalismo, y en esos eventos han demostrado gran capacidad de lucha.
Sin embargo, el sindicalismo de este tiempo no puede fijar como su factor de dinamismo y crecimiento la sola articulación de sus propias fuerzas y debe necesariamente actuar como sistema abierto que le permita una interacción con un mundo social cada vez más complejo, crítico e incidente. Ello supone necesariamente un esfuerzo programático y de demandas que más allá de la retórica, aborde la totalidad de la problemática nacional; que en el fondo asuma con perspectiva estratégica un potente cuestionamiento a la institucionalidad imperante, a la calidad y al modo de vida de los trabajadores y que, como consecuencia de ello, incremente su densidad e influencia social y cultural.
Vista así la influencia de los comunistas en el movimiento sindical, aparece como prioritario -y es condición- la edificación de un proyecto sindical con menos incertidumbre y con gran sentido estratégico. Son condiciones que limitan, o al menos atenúan, la emergencia de caudillismo y quiebres ideológicos.
En síntesis, la CUT cuenta con potencial de desarrollo como ninguna otra organización social del país, pero su incidencia no está asegurada y pesan sobre ella amenazas que pueden ser inhibidoras en su capacidad de conducción de la clase trabajadora.
Que cada uno asuma sus responsabilidades en estos momentos, en lo que se haga y deje de hacer, para la construcción de unidad de la clase trabajadora y la conformación de una conducción de la Central realmente movilizadora. Que el aporte sea en función de la unidad de todo el pueblo, requerida para poner término a la dictadura del capital financiero transnacional, y abrir paso a un gobierno de Nuevo Tipo que lleve a cabo las transformaciones democráticas hasta ahora postergadas.
Fuente: ICAL