Queridos compañeros:
Les adjunto mis recuerdos de hace 42 años.
Ruego acusar recibo.
Con saludos
antifascistas,
Iván Ljubetic Vargas
Iván Ljubetic Vargas, historiador del
Centro
de Extensión e Investigación
Luis
Emilio Recabarren, CEILER
I.- ESE MARTES SE INICIA TRANQUILO EN TEMUCO
Martes 11 de septiembre de 1973. En Temuco, capital de Cautín, la mañana
se presentaba fría, pero con sol. Ya se advertía la cercanía de la primavera.
Era un bello espectáculo matutino. El cerro Ñielol, con sus faldeos colmados de
árboles y vegetación, parecía un majestuoso centinela resguardando la ciudad
que despertaba. Hacia el poniente corría el río Cautín. Era un nuevo amanecer
de pueblo laborioso y sufrido.
Un día corriente de semana. La vida se deslizaba tranquilamente.
Trabajadores y estudiantes repletaban las micros de la locomoción colectiva.
Muchos otros iban a pie a sus labores.
Hoy se celebraría el Día del Maestro. En los establecimientos escolares
tendrían lugar actos en homenaje a aquellos que han dedicado su existencia a la
difícil pero hermosa misión de educar a
la nueva generación.
Los martillos ya iniciaban su
cantar en las construcciones. En la
Fábrica de Aceite de Padre Las Casas, ya estaba laborando el
primer turno. Tecleaban máquinas de escribir en las oficinas. En las iglesias,
creyentes oían servicios religiosos. En hospitales y clínicas se escuchaba el
primer grito de los recién nacidos. En las escuelas, los niños comenzaban sus
lecciones. En las tres universidades bullía la actividad juvenil. En los
campos, hacía rato que el hombre de la tierra sembraba el trigo de primavera.
La gente vivía, trabajaba, comía,
educaba, estudiaba, amaba, rezaba,
compraba, discutía, se enojaba y se reconciliaba, cantaba, prometía, sembraba,
producía. Vivía. Simplemente vivía. Su existencia tenía un hermoso motivo:
forjar un Chile mejor.
II.- LLEGAN MALAS NOTICIAS
De pronto
todo eso se rompió. Cambió súbitamente el ritmo del corazón del pueblo chileno.
Un latigazo eléctrico recorrió la
Cordillera de los Andes. Desde Santiago llegaban siniestras
noticias. Las bestias fascistas habían sacado sus garras.
Pero de
todo esto estaba yo ignorante. Desde hace días una fuerte gripe me tenía
postrado en cama. Eran las nueve de la mañana. Hacía ya rato que mi compañera
se había ido al Liceo de Niñas Gabriela Mistral, donde ejercía de directora.
Debía hoy hablar en un acto del Día del Maestro. Le había encargado que llamara
a Guillermo Chandía, director de Radio La Frontera , y le comunicara que no podría ir a
grabar el programa “La Firme
de la Historia ”
y que repitiera el programa del sábado en el que me referí al patriota checo
Julius Fucik y su valiente comportamiento ante las crueles torturas de los
fascistas.
Nueve y media de la mañana.
Golpearon la puerta. Una vecina dijo que pongamos la radio. Lo hice. Marchas
militares en vez de los programas habituales. ¡Mierda! grité y salté de la
cama. Pronto con mi hijo Iván, que también estaba agripado, estamos en la vieja
citroneta, que esta vez partió de inmediato.
III.- EN LA
UNIVERSIDAD DE CHILE SEDE TEMUCO
De acuerdo a las instrucciones de la CUT de permanecer en los sitios de trabajo en
caso de una intentona golpista, nos dirigimos a la Universidad. Allí
reinaba la actividad y la confusión. Preocupación en los rostros de izquierda.
Momios y algunos democratacristianos no podían disimular su alegría.
Se reunió el Frente de Trabajadores y Estudiantes Patrióticos para
estudiar medidas para defender la Universidad. No teníamos ningún arma, pero
estábamos dispuestos a jugarnos por el Gobierno Popular. Los teléfonos no
funcionaban. Enviamos a un compañero de la Jota para que en bicicleta fuera al local del
Partido. Regresó con noticias alarmantes. La sede había sido asaltada por
soldados del Regimiento Tucapel, que se dedicaron a destruir todo. Prendieron
una hoguera en la calle donde quemaban libros, banderas, retratos. Audaces camaradas de las Juventudes
Comunistas, ante las mismas narices de la soldadesca, aprovecharon el fuego
para quemar documentos comprometedores. Hasta el momento, al parecer, no había
detenidos.
Salimos de la
Universidad , en la leal citroneta, con el compañero Guillermo
Quiñones y mi hijo, justo cuando llegaban vehículos con milicos. Recorrimos las casas de varios compañeros.
En una
de ellas escuchamos partes del dramático último discurso del Presidente
Salvador Allende. Supimos del bombardeo de La Moneda. Comprendimos
que la cosa iba en serio. Nos despedimos de Quiñones.
Fui a
casa a donde dejé a mi hijo y le pedí a Marcia que hablará con nuestra amiga
Yolanda Solís para que aceptara
esconderme en su casa. Dejé la citroneta
en el patio de la casa de la
compañera Haydée y me dirigí a mi escondite, antes que dieran las 15 horas, en
que comenzaba a regir el toque de queda.
IV.- UN AMARGO CUMPLEAÑOS
El
miércoles 12 de septiembre de 1973 era mi cumpleaños. Cumplía cuarenta y tres
años. En la casa de la profesora Yolanda Solís, donde estaba “asilado “, escuché el Bando N° 11 del jefe
de la Zona en
Estado de Sitio, donde se señalaba que ese día debían presentarse en el
Regimiento Tucapel, antes de las 14 horas, más de 50 ciudadanos “para comprobar sus domicilios”. Mi nombre
encabezaba la lista.
Fui al
Regimiento Tucapel. En una sala de espera me encontré con varios camaradas. Nerviosos. No faltó
quien echara sus tallas. Uno fue el compañero Alejandro Flores, trabajador
del Hospital. Algunos ya habían declarado y despachado a sus casas sin
problemas. Esto daba cierta tranquilidad.
Me tocó
mi turno. Entré a una sala pequeña.
Había dos con uniforme de la Aviación. Uno joven,
otro viejo. Me agarraron en primera.
-Ah! El
profesor comunista que recita a Marx.