viernes, 11 de septiembre de 2015

HACE HOY JUSTAMENTE 42 AÑOS



Queridos compañeros:

Les adjunto mis recuerdos de hace 42 años.
Ruego acusar recibo.
Con saludos antifascistas,


Iván Ljubetic Vargas





Iván Ljubetic Vargas, historiador  del
Centro de Extensión e Investigación
Luis Emilio Recabarren,  CEILER



I.- ESE MARTES SE INICIA TRANQUILO EN TEMUCO

Martes 11 de septiembre de 1973. En Temuco, capital de Cautín, la mañana se presentaba fría, pero con sol. Ya se advertía la cercanía de la primavera. Era un bello espectáculo matutino. El cerro Ñielol, con sus faldeos colmados de árboles y vegetación, parecía un majestuoso centinela resguardando la ciudad que despertaba. Hacia el poniente corría el río Cautín. Era un nuevo amanecer de pueblo laborioso y sufrido.

Un día corriente de semana. La vida se deslizaba tranquilamente. Trabajadores y estudiantes repletaban las micros de la locomoción colectiva. Muchos otros iban a pie a sus labores.

Hoy se celebraría el Día del Maestro. En los establecimientos escolares tendrían lugar actos en homenaje a aquellos que han dedicado su existencia a la difícil  pero hermosa misión de educar a la nueva generación.

Los martillos  ya iniciaban su cantar en las construcciones. En la Fábrica de Aceite de Padre Las Casas, ya estaba laborando el primer turno. Tecleaban máquinas de escribir en las oficinas. En las iglesias, creyentes oían servicios religiosos. En hospitales y clínicas se escuchaba el primer grito de los recién nacidos. En las escuelas, los niños comenzaban sus lecciones. En las tres universidades bullía la actividad juvenil. En los campos, hacía rato que el hombre de la tierra sembraba el trigo de primavera.

La gente vivía, trabajaba, comía, educaba,  estudiaba, amaba, rezaba, compraba, discutía, se enojaba y se reconciliaba, cantaba, prometía, sembraba, producía. Vivía. Simplemente vivía. Su existencia tenía un hermoso motivo: forjar un Chile mejor.

II.-  LLEGAN MALAS NOTICIAS

De pronto todo eso se rompió. Cambió súbitamente el ritmo del corazón del pueblo chileno. Un latigazo eléctrico recorrió la Cordillera de los Andes. Desde Santiago llegaban siniestras noticias. Las bestias fascistas habían sacado sus garras.
Pero de todo esto estaba yo ignorante. Desde hace días una fuerte gripe me tenía postrado en cama. Eran las nueve de la mañana. Hacía ya rato que mi compañera se había ido al Liceo de Niñas Gabriela Mistral, donde ejercía de directora. Debía hoy hablar en un acto del Día del Maestro. Le había encargado que llamara a Guillermo Chandía, director de Radio La Frontera, y le comunicara que no podría ir a grabar el programa “La Firme de la Historia” y que repitiera el programa del sábado en el que me referí al patriota checo Julius Fucik y su valiente comportamiento ante las crueles torturas de los fascistas.
Nueve y media de la mañana. Golpearon la puerta. Una vecina dijo que pongamos la radio. Lo hice. Marchas militares en vez de los programas habituales. ¡Mierda! grité y salté de la cama. Pronto con mi hijo Iván, que también estaba agripado, estamos en la vieja citroneta, que esta vez partió de inmediato.

III.- EN LA UNIVERSIDAD DE CHILE SEDE TEMUCO

De acuerdo a las instrucciones de la CUT de permanecer en los sitios de trabajo en caso de una intentona golpista, nos dirigimos a la Universidad. Allí reinaba la actividad y la confusión. Preocupación en los rostros de izquierda. Momios y algunos democratacristianos no podían disimular su alegría.

Se reunió el Frente de Trabajadores y Estudiantes Patrióticos para estudiar medidas para defender la Universidad. No teníamos ningún arma, pero estábamos dispuestos a jugarnos por el Gobierno Popular. Los teléfonos no funcionaban. Enviamos a un compañero de la Jota para que en bicicleta fuera al local del Partido. Regresó con noticias alarmantes. La sede había sido asaltada por soldados del Regimiento Tucapel, que se dedicaron a destruir todo. Prendieron una hoguera en la calle donde quemaban libros, banderas, retratos.  Audaces camaradas de las Juventudes Comunistas, ante las mismas narices de la soldadesca, aprovecharon el fuego para quemar documentos comprometedores. Hasta el momento, al parecer, no había detenidos.

Salimos de la Universidad, en la leal citroneta, con el compañero Guillermo Quiñones y mi hijo, justo cuando llegaban vehículos con milicos.  Recorrimos las casas de varios compañeros.

En una de ellas escuchamos partes del dramático último discurso del Presidente Salvador Allende. Supimos del bombardeo de La Moneda. Comprendimos que la cosa iba en serio. Nos despedimos de Quiñones.

Fui a casa a donde dejé a mi hijo y le pedí a Marcia que hablará con nuestra amiga Yolanda Solís para  que aceptara esconderme en su casa. Dejé la citroneta  en el  patio de la casa de la compañera Haydée y me dirigí a mi escondite, antes que dieran las 15 horas, en que comenzaba a regir el toque de queda.

IV.- UN AMARGO CUMPLEAÑOS

El miércoles 12 de septiembre de 1973 era mi cumpleaños. Cumplía cuarenta y tres años. En la casa de la profesora Yolanda Solís, donde estaba  “asilado “, escuché el Bando N° 11 del jefe de la Zona en Estado de Sitio, donde se señalaba que ese día debían presentarse en el Regimiento Tucapel, antes de las 14 horas, más de 50 ciudadanos  “para comprobar sus domicilios”. Mi nombre encabezaba la lista.

Fui al Regimiento Tucapel. En una sala de espera me encontré  con varios camaradas. Nerviosos. No faltó quien echara  sus tallas. Uno  fue el compañero Alejandro Flores, trabajador del Hospital. Algunos ya habían declarado y despachado a sus casas sin problemas. Esto daba cierta tranquilidad.

Me tocó mi  turno. Entré a una sala pequeña. Había dos con  uniforme de la Aviación. Uno joven, otro viejo. Me agarraron en primera.

-Ah! El profesor comunista que  recita a Marx.