jueves, 1 de enero de 2015

LA GUERRA PSICOLÓGICA, ARMA POLÍTICA DEL IMPERIALISMO




A LOS LECTORES DEL BOLETIN ROJO

En los momentos en que en nuestro país se realizan grandes cambios, va aumentando la lucha ideólogica, política, social y se recrudece la lucha de clases como motor de la historia, en este nuevo contexto en Chile, les doy a conocer un artículo que lleva por titulo LA GUERRA PSICOLÓGICA, ARMA POLÍTICA DEL IMPERIALISMO, escrito por Rodrigo Rojas, para ese entonces, miembro suplente de la Comisión Política del Comité Central del Partido Comunista de Chile.

Este artículo es parte integrante del libro "LOS 1000 DIAS DE REVOLUCION", que se compone de una serie de artículos donde Dirigentes del PC de Chile analizan las enseñanzas de la experiencia chilena.

Editado por:
Editorial Internacional
PAZ Y SOCIALISMO

Praga - 1978






LA GUERRA PSICOLÓGICA, ARMA POLÍTICA DEL IMPERIALISMO


Rodrigo ROJAS,
miembro suplente de la Comisión Política del CC del Partido Comunista de Chile


LA PRESENCIA DEL FASCISMO EN CHILE constata que el imperialismo recurre a todos los medios de que puede disponer para impedir la amenaza a sus intereses. La experiencia chilena es un toque de alerta respecto de los métodos del imperialismo; pero, además, constituye un llamado de atención al estudio riguroso y creador de los problemas de la revolución.

En este artículo queremos sólo abordar uno de esos métodos, el uso de la guerra psicológica como arma política a la que recurre el imperialismo contra los pueblos, y mirar desde ese ángulo lo ocurrido en Chile.

EL PROBLEMA DE LAS LIBERTADES PUBLICAS y de los derechos democráticos reviste carácter fundamental en el desarrollo de la lucha de clases. La clase obrera sostiene firmemente la bandera del desarrollo democrático. En nuestra época la vigencia real en países capitalistas de derechos democráticos del pueblo sólo corresponde a concesiones que deben otorgarse a las fuerzas de la clase obrera y de sus aliados o a conquistas que han arrancado. Al plantearse la transformación revolucionaria de la sociedad, las fuerzas reaccionarias emplean todas sus armas contra los derechos democráticos de la clase obrera y del pueblo.

En Chile la situación se presentó en términos en que el mantenimiento y la ampliación de los derechos democráticos de la inmensa mayoría se hizo incompatible con la tolerancia observada frente al abuso de estos derechos por la minoría reaccionaria. Las fuerzas que se propusieron la instauración del fascismo desplegaron primero el terror psicológico en forma de terror publicitario para ir abriendo paso al terror militar. A medida que se avanzó en el desarrollo de la conspiración fascista, ella articuló en un solo plano el terror propagandístico y el terror físico. Nuestra experiencia muestra que fue negativo el que hubiera debilidad en la represión oportuna del uno y del otro.

En la carta pública del 29 de agosto de 1972 del Secretario General del Partido Comunista, compañero Luis Corvalán, al Presidente de la República, compañero Salvador Allende, se reiteró la posición invariable y sostenida de los comunistas en los siguientes términos: «El reconocimiento de los derechos de la oposición no puede llevarnos a aceptar toda clase de excesos y fechorías. Ciertos opositores creen que se puede hacer cera y pabilo de la ley. Hay diarios y radios de la oposición que han convertido en pan de cada día la mentira, la injuria, la calumnia, las publicaciones falsas y alarmistas... Nuestra primera y principal obligación con el pueblo y el país es ponerles camisa de fuerza a los que quieren arrastrar a Chile a un baño de sangre. La necesidad de mantener y asegurar el desarrollo de la libertad y la democracia nos impone la obligación de aplicar la ley contra quienes incurren en delitos en busca de la caída del Gobierno y de la implantación de una dictadura fascista.»1

Los hechos han demostrado la justeza de esta posición. Además, nuevos antecedentes comprueban que el abuso de la propaganda reaccionaría estuvo sincronizada en Chile con un aparato que no era meramente de publicidad, sino de guerra psicológica como preparación de la guerra armada contra el pueblo.

La experiencia de Chile indica, además, que los métodos y técnicas que el imperialismo exporta intenta presentarlos, en cada caso, como cuestiones de orden exclusivamente nacional, puramente locales. Sin embargo, es evidente que la orquestación de los medios de comunicación de masas en poder de las fuerzas reaccionarias fue hecha por expertos de la Agencia Central de los Estados Unidos y de otros servicios de subversión del imperialismo norteamericano. La base de tal orquestación la encontramos en las recetas contenidas en el manual denominado Las operaciones psícológicas del Departamento de Ejército de los Estados Unidos.

Luego de indicar que «la paz es hoy la continuación de la guerra por medios no militares», el manual señala que el principal medio «no militar» que hoy se emplea es «la propaganda u operaciones psicológicas»; estas operaciones son «planificadas o ejecutadas para influir en los sentimientos, actitudes o comportamientos de grupos extranjeros de modo favorable al logro de las políticas y objetivos de los Estados Unidos». Su objetivo fundamental es, como señala el manual, «crear desaliento, derrotismo y apatía,... estimular a los individuos a poner su interés personal por encima del colectivo,... intensificar el interés del individuo en su situación personal y privada, a fin de reducir su apoyo a los fines colectivos o nacionales,... fomentar escepticismo respecto a los fines políticos y la ideología de la autoridad local o nacional, si ésta es hostil a los propósitos de los Estados Unidos,... estimular la discordia, disensión y lucha,... promover el comportamiento desorganizado y confuso,... fomentar acciones decisivas y antisociales, a fin de socavar la estructura política del país,... promover y apoyar movimientos de resistencia contra la autoridad, si ésta no es amiga de los Estados Unidos»2.

Los citados «principios» y «recomendaciones» fueron aplicados acuciosamente en Chile. La guerra psicológica tenía como propósitos específicos acentuar los graves problemas económicos del país, exaltar a las masas de los sectores intermedios y a capas medias de la sociedad contra el movimiento popular, generar la unidad entre estos sectores y capas y la gran burguesía en torno a la política del imperialismo; imponer la hegemonía del capital financiero en la conducción política de la contrarrevolución; buscar por todos los medios aislar a la clase obrera de los sectores medios de la población; meter cuñas entre el Gobierno y determinados sectores del movimiento popular; alentar sus disensiones internas propagando las concepciones y prácticas provocadoras y objetivamente contrarrevolucionarias de la ultraizquierda; y, aprovechándose de la naturaleza de clase de las Fuerzas Armadas y de la larga y paciente penetración imperialista en sus filas, ayudar a generar una correlación de fuerzas interna y externa a ellas que las llevara a separarse del Gobierno Popular, romper con su sedicente profesionalismo, su acatamiento al Poder civil y su «prescindencia» política y caer en el fango del golpe de Estado y el crimen contra el pueblo.

Esta política fue complementada, además, no sin contradicciones entre las diversas fracciones de las clases dominantes, por todos aquellos centros de Poder institucional que conservaban en sus manos, buscando producir un verdadero cerco institucional al Gobierno de la Unidad Popular para impedirle gobernar.

La experiencia chilena indica que la propaganda y su instrumento, la guerra o presión psicológica, utiliza desde los recursos más tradicionales (cine, TV, radio, prensa escrita, etc.) hasta los más novedosos y espúreos como el rumor y el chiste malintencionados, al grado de que en un momento de conmoción social adquieren, por así decirlo, vida y dinámica propias, propagándose por el cuerpo social como un verdadero cáncer de explosividad e irracionalidad social.

LA GUERRA PSICOLÓGICA tiene como condimento esencial el terror. Y pese a que la política de terror no es omnipotente ni infalible, el imperialismo y sus aliados lograron desencadenar con éxito campañas de miedo, odio y terror entre diferentes sectores de la población, respecto del movimiento popular y del Gobierno que éste conquistara. El terror, para algunos sectores sociales, es, en cierto grado y en determinadas condiciones, un estado natural del período de violencia que acompaña a un proceso revolucionario; es lo que sucede con las viejas clases dominantes que se ven desplazadas del Poder. El imperialismo juega con habilidad esa situación de clases y opera sobre todo el anticomunismo sembrado de generación en generación. La política del terror y la presión psicológica del imperialismo es multidireccional; la desencadena contra sus propias fuerzas de apoyo como forma de reafirmar los valores de clase y, preeminentemente, como forma de generar agitación y organización en las filas de la burguesía: en una primera fase para generar formas de defensa de clases, para, posteriormente, cuando el terror se trasmuta en odio, generar formas de agresión anticomunista.

El terror lo aplica, además, contra el proletariado y sus aliados más seguros. Consciente de que el terror no logra cambiar la equivalencia ideológica de un pueblo políticamente maduro -cuestión comprobada a través de numerosos experimentos científicos- su intención es principalmente de orden inhibitorio, tendiente a bajar la moral de combate de la clase obrera, de hacerla perder confianza en sus dirigentes... La presión psicológica se combina para llevar la discordia y desunión al seno del movimiento popular, fomentar el divisionismo e inculcar la pasividad. La experiencia de Chile demostró que el imperialismo utiliza como elemento objetivo de su guerra psicológica contra el pueblo los propios errores y debilidades del movimiento popular. En Chile, las acciones de la ultraizquierda contra los sectores de la pequeña y mediana propiedad, contra el Gobierno Popular, y sus extemporáneos llamados a las Fuerzas Armadas, así como toda su verborragia izquierdizante, fueron hábilmente utilizados, además, como elementos de la campaña del terror y la guerra psicológica, más allá de los propósitos mismos de los dirigentes de los grupos de «izquierda».

Pero la política del terror tuvo como principal blanco, desde un punto de vista de clases, a las capas medias de la sociedad, en particular a los sectores de la pequeña burguesía propietaria. El imperialismo recurre al terror psicológico como elemento dinamizador de la sociedad y lo dirige hacia las situaciones objetivas que entrañan la mayor cantidad de sentimientos vitales, atávicos.

La presión psicológica se dirigió, también, a instituciones hasta entonces no «mancilladas» por la política tradicional burguesa, en particular, la familia. La campaña del terror hizo girar en ciento ochenta grados las actitudes políticas de ciertos sectores de la burguesía, la pequeña burguesía y las capas medias de la sociedad respecto de la familia, la mujer y los hijos. Se trataba, por cierto, de sectores vacilantes y algunos de ellos no ganados para el Programa de la Unidad Popular y a los cuales se trataba de que se pusieran del lado de la oposición. Se les inculcó la idea de que la familia debía ser un centro de agitación y organización antipopular, unidas cada una de ellas por una concepción de clases, anticomunista y agresiva. Se trataba de inducir a la mujer burguesa a dejar de ser el obstáculo tradicional de la participación en la política de los elementos masculinos de la familia y se quiso transformarla en una de las impulsoras más dinámicas y agresivas de la política burguesa. Se inventó la organización del «Poder Femenino» tras una espúrea acción feminista. Las experiencías de las mujeres de la burguesía cubana marchando enlutadas contra el Gobierno Revolucionario de Fidel Castro, o las «marchas de las cacerolas» de las burguesas contra Joao Goulart en Brasil, fueron exportadas a Chile y constituyeron una de las principales manifestaciones de «desobediencia civil» contra el Gobierno de Salvador Allende. La propaganda reaccionaria y los rumores trataban de presentar a las mujeres más valerosas y resueltas que los hombres y, tras una política descalificatoria de la virilidad de aquéllos, presionarlos a una activa propaganda anticomunista.

Una vía directa de llegar a ellas fue por medio de los hijos, tanto en lo que se refería a su educación como a su seguridad personal, con lo que la reacción especulaba desvergonzadamente. Se pretendía mostrar a la Unidad Popular y a los marxistas contraponiendo a los hijos a sus padres. Por ejemplo, el diario El Mercurio3, en un aviso publicitario, publicó la fotografía de un estudiante; imagen adicional de la misma persona con atuendo de «guerrillero» y un arma en la mano. Título: «¿Su hijo... o su enemigo?», párrafo de refuerzo: «En los países socialistas los hijos son obligados a espiar a sus padres». En otro anuncio publicitario se presentó la secuencia fotográfica de una ejecución. Título: «Esto es el comunismo», acompañadas de un titular: «¿Desea usted esto para Chile? ¡Salve a Chile del comunismo!» Lo propio se hacía en la Radiodifusión: (Ruido de metralleta). Una mujer grita: «Los comunistas mataron a mi hijo» (Locutor): «Esto podría suceder en Chile si Chile fuese comunista.» Se lanzaban consignas organizadoras en defensa de los hijos: «No los deje que jueguen en la calle», «Vaya a buscarlos al colegio», etc., etc.
Gran parte de los sectores medios y de la alta burguesía fueron inducidos a asumir formas de organización que aceleraban el caos económico y realimentaban el terror imperante, agudizando la anarquía social. Se pasa abiertamente a combinar el terror con formas ofensivas de organización de clases. La consigna matriz de ese período fue: «¡Junten rabia, chilenos!», repetida con majadera insistencia.

Por medio de la guerra psicológica y a través de interminables cadenas telefónicas, mensajes manuscritos y rumores se induce por la vía celular de la familia al acaparamiento y al mercado negro amenazando con que tal o cual producto iba a desaparecer del mercado o se iban a alzar sus precios. Se inducía a formar o provocar colas artificiales. Se hacía desaparecer, por la vía del acaparamiento, productos vitales o de amplio consumo. Se llegó al grado de arrojar a los basurales y a los ríos grandes cantidades de alimentos para lactantes, leche, biberones, medicamentos, etc. Por supuesto, con ello se lograba crear en la población una sensación de malestar y antipatía, señalando como responsable de toda esta situación al Gobierno y a la Revolución. El ya citado manual Las operaciones psícológicas propicia, a este respecto, la necesidad de «atribuir la culpa a quien está en el poder». La propaganda «tiene más probabilidades de éxito en una situación de intranquilidad social», agrega.

Se hacían encuestas apócrifas, a nombre de la Unidad Popular, preguntando a los sectores medios de la sociedad —urbanos y rurales— cuántos dormitorios tenía la casa en que habitaban, número de camas, enseres personales y su disposición a compartir la casa y sus haberes con otros chilenos.

Metido el terror en el cuerpo, se indujo a la organización para la autodefensa por calles, manzanas y barrios. Estas actividades fueron en muchas partes dirigidas por militares en retiro lo que aseguraba, por un lado, un buen nivel de organización paramilitar y, por el otro se impregnaba a la autodefensa de un sentido militar y patriota. «¡Cercado Santiago!», «¡Miristas asedian barrios altos!» eran titulares que se publicaban junto a planos de las poblaciones civiles y barrios militares presuntamente «rescatados», «salvados» de las «tomas» del MIR4. Se crearon sistemas de enlace a través de los niños, claves telefónicas, pitos y silbatos de diapasones predeterminados. Se hacían verdaderas maniobras operativas que reafirmaban la sensación de terror y agresividad, realimentando la conspiración de otros sectores sociales, dirigiendo sus esfuerzos, de preferencia, hacia los gremios, colegios profesionales, federaciones estudiantiles y militares fascistas. Se utilizaba el aporte de profesionales para la instalación de sistemas de comunicación, trincheras y hospitales de campaña. Todo tendía a crear un estado de histeria colectiva, reforzando la campaña del terror hacia los sectores medios y atrasados de la población. Esta campaña fue reforzada por atentados terroristas destinados a sembrar el pánico; interrupciones en el suministro de agua potable, apagones de luz eléctrica en los barrios residenciales de la burguesía y en las poblaciones militares, cadenas radiales llamando a «conservar la calma y a no dejarse arrastrar por las provocaciones de los extremistas».

Las medidas de autodefensa iban acompañadas crecientemente de formas de agresión abierta; atentados terroristas (entre junio de 1972 y febrero de 1973 hubo 105 atentados de carácter grave y fueron asesinados 17 militantes de la UP); paros de transportistas, comerciantes y profesionales; paros de sectores de la heredada administración imperialista de las empresas del cobre; y movimientos de «solidaridad» de la burguesía con esos «huelguistas»; tomas de centros universitarios en los que tenían influencia; «conciertos de cacerolas» y manifestaciones, mítines, marchas de la reacción; cadenas radiales de la burguesía atacando al Gobierno; instalación de barricadas y organización de desmanes en los barrios altos y lugares céntricos de la capital y otras ciudades, etc.
Al mismo tiempo, no se puede dejar de señalar que, pese a todos los esfuerzos del imperialismo, ningún sector consciente de la clase obrera participó en acciones en contra del Gobierno Popular.

TODA LA CAMPAÑA PROPAGANDÍSTICA Y DEL RUMOR de la reacción englobaba los sentimientos de terror, odio y esperanza en una «salida democrática» que permitiera «reconstruir Chile», instando, a la vez, al derrocamiento del Presidente Allende. Ejemplo de ésto eran avisos publicitarios como el siguiente: «Mujer chilena: no podemos esperar hasta 1976, porque en 4 años más el comunismo implantaría totalmente la dictadura del hambre. Hay urgencia de cambiar el Gobierno marxista».

La propaganda reaccionaria destinada a destruir la imagen de las fuerzas populares tenía diversas variantes; se amplificaban todas las discrepancias internas de la UP y del Gobierno; se trataba de presentar al Gobierno de Allende reprimiendo al pueblo. A estos efectos se utilizaban todas las provocaciones de la ultraizquierda, en particular del MIR. El diario El Mercurio jamás publicó una entrevista a un personero del Gobierno, pero muchas veces sí de los máximos dirigentes del MIR, ocupando páginas completas no en atacar a la reacción, sino a las medidas del Gobierno y, con particular saña, al Partido Comunista.

En la política de contraponer el pueblo al Gobierno Popular se propagandeaban todas las reivindicaciones economicistas de la ultraizquierda y sus llamados a formar un «polo revolucionario» opuesto al Gobierno, etc. Cuando se insistía en que el país era llevado a la anarquía por la labor gobernante, se mostraba al Presidente Allende sobrepasado por la ultraizquierda; cuando se insistía en el totalitarismo del Gobierno eran traspasadas a la Unidad Popular todas las connotaciones negativas del MIR.

El ya varias veces citado Manual del Ejército de USA muestra a las claras esta campaña de división en el campo popular por el imperialismo: «Si no puede atacarse directamente, se utiliza la insinuación. (Se busca) aumentar las fricciones y tratar de provocar manifestaciones de desunión..., estimular la disensión y los conflictos internos, crear sospecha y desconfianza.»

De otro lado, la propaganda reaccionaria trataba de generar permanentemente la imagen de incapacidad de los gobernantes, de aprovechamiento personal, de vulgaridad, etc. Se lanzaban insolentes ataques al Presidente Allende. Se recurría al chantaje, se utilizaban trucos fotográficos. Todo este aspecto de la guerra psicológica, destinado a quebrar la imagen de las autoridades de Gobierno, fue exportado también por el imperialismo yanqui.

La guerra psicológica y sus efectos prácticos tuvo reflejos directos en las FF. AA. y en su «cerco sanitario» civil: el desabastecimiento y el caos económico; el terror inducido en los barrios de la burguesía, de las capas medias y en las poblaciones militares y de carabineros; la organización de la «autodefensa» en todos esos lugares; el clima de inestabilidad y de ausencia de autoridad; la manipulación psicológica de la familia, la mujer y los hijos y su participación directa en marchas, mítines y barricadas; el clima de deliberación generalizada en las FF. AA., y en su entorno civil, etc. La guerra institucional desde el Parlamento, el Poder Judicial y la Controlaría; el bombardeo de la propaganda reaccionaria a través de los medios de comunicación de masas; la «comprobación» de ilegitimidad del Gobierno y de «anarquía» unas veces y de «totalitarismo» otras, fueron elementos que tuvieron grandes y negativos efectos dentro de las FF. AA. Se sumaron a ello el trabajo de los políticos reaccionarios y de las mujeres de los militares fascistas hacia los cuarteles, las acusaciones de falta de virilidad, de un lado, y de halago, por otro, los «atentados psicológicos» a los militares patriotas, etc. El imperialismo utilizó para su guerra psicológica hacia las Fuerzas Armadas todas las acciones provocadoras de la ultraizquierda, en particular del MIR, y su fanfarronería sin límites.

La dirección del golpe principal del imperialismo respecto de las FF. AA. estuvo dirigida, como ya se ha señalado, a separarlas del Gobierno Popular y a aislar a sus mandos constitucionalistas y patriotas de sus tropas y de la oficialidad, induciendo a los militares a dar el golpe de Estado.

LA LUCHA DE LOS PUEBLOS CONTRA EL IMPERIALISMO, el conjunto del proceso revolucionario mundial, avanza de modo permanente. El desarrollo de los países socialistas, el incremento de su poderío y la creciente influencia de su política internacional conforman una poderosa fuerza de atracción sobre sectores cada vez más y más amplios de la población de los países capitalistas y de las naciones en vías de desarrollo. No se trata ya tan sólo de la influencia de las ideas del socialismo; sino del ejemplo revolucionador del socialismo real. Y esa fuerza de atracción es mucho mayor si se considera que se presenta en los marcos de una crisis profunda y generalizada de todo el sistema capitalista. En un desesperado y vano afán por salir de esa crisis, por superarla, el imperialismo y los grupos que, en cada país, están al servicio de las empresas transnacionales recurren a una carta desesperada: el fascismo. No es nuestro propósito ahondar en los distintos aspectos de la ideología del fascismo, sino que, en relación a lo que hemos estado analizando, precisar algunas cuestiones que dejó en evidencia en este campo la experiencia chilena.

Toda la manipulación psicológica del imperialismo y sus efectos de masas tuvo, como condición sine qua non, distorsionar la realidad para hacer creíbles a algunos sectores sus patrañas. En una palabra, como recomiendan sus expertos en operaciones psicológicas, era indispensable «crear credibilidad y mantenerla». Credibilidad -en su concepción— no es sinónimo de verdad; no es necesaria ni conveniente -afirman- la verdad completa, es necesario modificar ciertos hechos «según el público objeto». Sin embargo, la guerra psicológica y el terror no fue sólo un problema de manipulación subliminalde los «públicos-objetos», cuyas conciencias ya estaban adecuadas previamente por décadas de inoculación anticomunista. La formación social chilena y la dinámica misma del proceso durante el período 1970-1973 conformó una situación subjetiva que hizo posible que la política del terror (y todo el anticomunismo previo) fuera asumiendo, en un amplio sector de la burguesía y en cierto sector de la pequeña burguesía, paulatinamente, la forma de una ideología hasta cierto punto coherente y sistematizada.

La irracionalidad entró a llenar el vacío ideológico de la casta dominante que no podía tener una posición progresista por razones de clase y que ya no podía acudir como fuente propulsora de la movilización de masas al viejo demoliberalismo obsoleto y en crisis. De esta desnudez y obsolescencia ideológica y su reemplazo por la política de lo irracional como elemento reclutador, organizador y movilizador de masas, surgieron las espúreas formaciones del fascismo en Chile. Esta misma irracionalidad hace que la ideología del fascismo esté altamente contaminada con elementos psicológicos muy dinamizadores: el Estado fascista aparece como la expresión de la «voluntad» de la nación; los conflictos entre clases son reemplazados por el conflicto entre lo nacional y lo extranjero, como un conflicto entre naciones, consideradas éstas como cuerpos orgánicos vivos con sus psicologías y temperamentos propios y con una misión nacional que les viene a cada una desde sus antepasados; la sociedad no se organiza a partir, determinantemente, de la posición objetiva que los hombres ocupan en un sistema social de producción, sino que a través de «estructuras orgánicas vitales» como los gremios, las corporaciones, la familia y el Estado.

Si bien el concepto de raza no aparece claramente en la ideología de los fascistas chilenos (es posible que por su carácter dependiente), sí puede afirmarse objetivamente que todos los elementos ideológicos señalados aparecieron explicitados muchas veces en el discurso teórico y político de la reacción chilena. La realidad chilena dio las condiciones para el surgimiento de estas especies y fue el imperialismo, a través de sus científicos del terror y la manipulación psicológica, los que catalizaron y condujeron para sus propósitos todo aquello. El imperialismo no sólo puso la parte más determinante en la dirección estratégica y táctica sino además dio los condimentos teóricos de la psicología social del fascismo.

LA EXPERIENCIA CHILENA -a nuestro parecer-, entre otras cosas, pone en un primer plano la importancia del factor subjetivo en los períodos de conmoción social: la importancia estratégica que la reacción le dio al factor «estado de ánimo» como elemento insurgente en sus masas exaltadas. El imperialismo en su guerra de desestabilización eludió como punto de partida los elementos ideológicos de la conciencia social, trabajando directamente en el plano emocional de las masas, bloqueando el conocimiento adecuado (científico) de los intereses objetivos que ubicaban a parte importante de esas masas al lado del Gobierno Popular.

El camino del proletariado revolucionario es inverso; parte de los elementos ideológicos (adecuados a un conocimiento científico de las leyes sociales) de la conciencia social y da un fundamento racional a la psicología social de las masas; a su vez, el fervor revolucionario reafirma los elementos ideológicos de las masas radicalizadas. El imperialismo sólo se queda con los sentimientos irracionales y los toma como fundamento de los elementos de la ideología, que por lo mismo resultan profundamente irracionales, explosivos y antihistóricos.

Sin embargo, para el movimiento popular surge una lección de todo aquello: no supimos dar la pelea al enemigo en el campo de la psicología social y tampoco la utilizamos para la movilización de nuestras propias fuerzas revolucionarias. En el análisis de las situaciones concretas es indispensable tener presente los elementos de la psicología social de las masas. Los clásicos del marxismo-leninismo insistieron permanentemente en estos factores como parte componente de la política científica. En todos sus análisis están presentes los estados anímicos precisos de las masas, como factores determinantes de la correlación de fuerzas en un momento dado. Podemos recordar a Lenin: «No habríamos podido retener el poder ni física ni políticamente (de haber lanzado la insurrección.-R. R.). No habríamos podido mantenernos físicamente, aunque por momentos teníamos a Petersburgo en nuestras manos, porque en ese entonces nuestros obreros y soldados no habrían luchado y muerto por Petersburgo: les faltaba todavía ese "furor", ese odio violento tanto contra los Kérensky, como contra los Tsereteli y los Chernov. Nuestra gente no estaba todavía templada por la experiencia de las persecuciones a los bolcheviques en las que participaron los eseristas y los mencheviques.»5

En nuestra experiencia no supimos tener presente en forma suficiente la energía de las masas, su fervor y el odio sagrado de clase del proletariado contra sus enemigos imperialistas y fascistas.

La dura escuela del combate antifascista está forjando más aún el acero comunista de nuestro Partido, de los revolucionarios en general y de nuestro pueblo. Está influyendo directamente en su psicología social, reforzando su conciencia revolucionaria. Sin embargo, es una escuela que no le deseamos a nadie. El pueblo chileno hubiese anhelado otro camino, pero se está generando en él un odio violento contra la bestia fascista, un odio y fervor de un pueblo dispuesto a pagar con su vida el precio de la libertad.

A los teóricos del terror y de las guerras psicológicas no escapa el hecho de que el pueblo no ha perdido su sensatez política y su espíritu crítico indomable, y que el miedo inicial de algunos se va trasmutando lenta pero inexorablemente en odio y fervor de clases imparables. Por eso el temor de los fascistas al pueblo, sus sanguinarias redadas contra los revolucionarios, su política de exterminio y campos de concentración.

El pueblo no es vengativo, sabrá diferenciar a sus enemigos declarados de los que no lo son. Sabrá diferenciar, por ejemplo, a los que engañados o por cobardía moral no han parado la mano asesina. Para éstos su propia conciencia será el mejor tribunal. Pero, como ha dicho Luis Corvalán, «los asesinos y torturadores de la DINA, Pinochet y su grupo, que tienen sus manos manchadas con sangre de chilenos, deben ser castigados como se merecen».6

Nuestra fuerza radica en la organización, inteligencia y combatividad de un pueblo que sabrá estar a la altura de los acontecimientos y que tendrá suficiente decisión y sabrá utilizar todas las armas contra sus enemigos para poner fin a la oscura noche del fascismo y abrir las grandes alamedas de las que habló el Presidente Allende.

1 El Siglo, 31 de agosto de 1972, pág. 6.
2 Todas las citas del Manual de Campaña del Departamento del Ejército Las operaciones psicológicas, editado por la Oficina Central del Departamento del Ejército en Washington, DC, están tomadas de: Elisabeth Reimann Weigert y Fernando Rivas Sánchez, Las fuerzas armadas de Chile: un caso de penetración Imperialista.
Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1976.

3 Periódico propiedad de uno de los más importantes grupos de la oligarquía financiera chilena, el clan Edwards. La investigación oficial realizada en Estados Unidos acerca de la campaña de «desestabilización» emprendida por el Gobierno y los monopolios norteamericanos contra Chile, con la activa participación de la CIA, muestra que este diario tomó parte en esta acción, recibiendo para ello un copioso financiamiento.-N. de la Red.

4 Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Organización de ultraizquierda que se destacó durante la Administración de Salvador Allende por efectuar numerosas acciones, en oposición al Programa de la Unidad Popular, dirigidas contra empresarios no monopólicos y que buscó generar una forma de «poder» paralelo al Gobierno.-N. de la Red.

5 V. I. Lenin.   Obras   Completas,  2°   ed.,   Buenos  Aires,  Cartago,
t. XXVII, pág. 134.

6 Pravda, 5 de enero de 1977.