A LOS LECTORES DEL BOLETIN
ROJO
En los momentos en que en nuestro país se realizan grandes cambios, va
aumentando la lucha ideólogica, política, social y se recrudece la lucha de
clases como motor de la historia, en este nuevo contexto en Chile, les doy a
conocer un artículo que lleva por titulo LA
GUERRA PSICOLÓGICA, ARMA POLÍTICA DEL IMPERIALISMO, escrito por Rodrigo Rojas, para ese entonces,
miembro suplente de la Comisión Política del Comité Central del Partido
Comunista de Chile.
Este artículo es parte integrante del libro "LOS 1000 DIAS DE REVOLUCION", que se compone de una
serie de artículos donde Dirigentes del PC de Chile analizan las
enseñanzas de la experiencia chilena.
Editado por:
Editorial Internacional
PAZ Y SOCIALISMO
Praga - 1978
Rodrigo ROJAS,
miembro suplente de la Comisión Política
del CC del Partido Comunista de Chile
En este artículo queremos sólo abordar uno de esos métodos, el uso de la
guerra psicológica como arma política a la que recurre el imperialismo contra
los pueblos, y mirar desde ese ángulo lo ocurrido en Chile.
EL PROBLEMA DE LAS LIBERTADES
PUBLICAS y de los derechos democráticos reviste carácter fundamental en el
desarrollo de la lucha de clases. La clase obrera sostiene firmemente la
bandera del desarrollo democrático. En nuestra época la vigencia real en países
capitalistas de derechos democráticos del pueblo sólo corresponde a concesiones
que deben otorgarse a las fuerzas de la clase obrera y de sus aliados o a
conquistas que han arrancado. Al plantearse la transformación revolucionaria de
la sociedad, las fuerzas reaccionarias emplean todas sus armas contra los
derechos democráticos de la clase obrera y del pueblo.
En Chile la situación se presentó
en términos en que el mantenimiento y la ampliación de los derechos democráticos
de la inmensa mayoría se hizo incompatible con la tolerancia observada frente
al abuso de estos derechos por la minoría reaccionaria. Las fuerzas que se
propusieron la instauración del fascismo desplegaron primero el terror
psicológico en forma de terror publicitario para ir abriendo paso al terror
militar. A medida que se avanzó en el desarrollo de la conspiración fascista,
ella articuló en un solo plano el terror propagandístico y el terror físico.
Nuestra experiencia muestra que fue negativo el que hubiera debilidad en la
represión oportuna del uno y del otro.
En la carta pública del 29 de agosto de 1972 del Secretario General del
Partido Comunista, compañero Luis Corvalán, al Presidente de la República , compañero
Salvador Allende, se reiteró la posición invariable y sostenida de los
comunistas en los siguientes términos: «El reconocimiento de los derechos de la
oposición no puede llevarnos a aceptar toda clase de excesos y fechorías. Ciertos
opositores creen que se puede hacer cera y pabilo de la ley. Hay diarios y
radios de la oposición que han convertido en pan de cada día la mentira, la injuria,
la calumnia, las publicaciones falsas y alarmistas... Nuestra primera y
principal obligación con el pueblo y el país es ponerles camisa de fuerza a los
que quieren arrastrar a Chile a un baño de sangre. La necesidad de mantener y
asegurar el desarrollo de la libertad y la democracia nos impone la obligación
de aplicar la ley contra quienes incurren en delitos en busca de la caída del
Gobierno y de la implantación de una dictadura fascista.»1
Los hechos han demostrado la justeza de esta posición. Además,
nuevos antecedentes comprueban que el abuso de la propaganda reaccionaría
estuvo sincronizada en Chile con un aparato que no era meramente de publicidad,
sino de guerra psicológica como preparación de la guerra armada contra el
pueblo.
La experiencia de Chile indica, además, que los métodos y técnicas que el
imperialismo exporta intenta presentarlos, en cada caso, como cuestiones de
orden exclusivamente nacional, puramente locales. Sin embargo, es
evidente que la orquestación de los medios de comunicación de masas en poder de
las fuerzas reaccionarias fue hecha por expertos de la Agencia Central de
los Estados Unidos y de otros servicios de subversión del imperialismo
norteamericano. La base de tal orquestación la encontramos en las recetas contenidas
en el manual denominado Las operaciones psícológicas del Departamento de
Ejército de los Estados Unidos.
Luego de indicar que «la paz es hoy la continuación de la guerra por medios
no militares», el manual señala que el principal medio «no militar» que hoy se
emplea es «la propaganda u operaciones psicológicas»; estas operaciones son
«planificadas o ejecutadas para influir en los sentimientos, actitudes o
comportamientos de grupos extranjeros de modo favorable al logro de las
políticas y objetivos de los Estados Unidos». Su objetivo fundamental es, como
señala el manual, «crear desaliento, derrotismo y apatía,... estimular a los
individuos a poner su interés personal por encima del colectivo,...
intensificar el interés del individuo en su situación personal y privada, a fin
de reducir su apoyo a los fines colectivos o nacionales,... fomentar
escepticismo respecto a los fines políticos y la ideología de la autoridad
local o nacional, si ésta es hostil a los propósitos de los Estados Unidos,...
estimular la discordia, disensión y lucha,... promover el comportamiento
desorganizado y confuso,... fomentar acciones decisivas y antisociales, a fin
de socavar la estructura política del país,... promover y apoyar movimientos de
resistencia contra la autoridad, si ésta no es amiga de los Estados Unidos»2.
Los citados «principios» y «recomendaciones» fueron aplicados acuciosamente
en Chile. La guerra psicológica tenía como propósitos específicos acentuar los
graves problemas económicos del país, exaltar a las masas de los sectores
intermedios y a capas medias de la sociedad contra el movimiento popular,
generar la unidad entre estos sectores y capas y la gran burguesía en torno a
la política del imperialismo; imponer la hegemonía del capital financiero en la
conducción política de la contrarrevolución; buscar por todos los medios aislar
a la clase obrera de los sectores medios de la población; meter cuñas entre el
Gobierno y determinados sectores del movimiento popular; alentar sus
disensiones internas propagando las concepciones y prácticas provocadoras y
objetivamente contrarrevolucionarias de la ultraizquierda; y, aprovechándose de
la naturaleza de clase de las Fuerzas Armadas y de la larga y paciente
penetración imperialista en sus filas, ayudar a generar una correlación de
fuerzas interna y externa a ellas que las llevara a separarse del Gobierno
Popular, romper con su sedicente profesionalismo, su acatamiento al Poder civil
y su «prescindencia» política y caer en el fango del golpe de Estado y el
crimen contra el pueblo.
Esta política fue complementada, además, no sin contradicciones entre las
diversas fracciones de las clases dominantes, por todos aquellos centros de
Poder institucional que conservaban en sus manos, buscando producir un
verdadero cerco institucional al Gobierno de la Unidad Popular para
impedirle gobernar.
La experiencia chilena indica que la propaganda y su instrumento, la guerra
o presión psicológica, utiliza desde los recursos más tradicionales (cine, TV,
radio, prensa escrita, etc.) hasta los más novedosos y espúreos como el rumor y
el chiste malintencionados, al grado de que en un momento de conmoción social
adquieren, por así decirlo, vida y dinámica propias, propagándose por el cuerpo
social como un verdadero cáncer de explosividad e irracionalidad social.
El terror lo aplica, además, contra el proletariado y sus aliados más
seguros. Consciente de que el terror no logra cambiar la equivalencia ideológica
de un pueblo políticamente maduro -cuestión comprobada a través de numerosos
experimentos científicos- su intención es principalmente de orden inhibitorio,
tendiente a bajar la moral de combate de la clase obrera, de hacerla perder
confianza en sus dirigentes... La presión psicológica se combina para
llevar la discordia y desunión al seno del movimiento popular, fomentar el
divisionismo e inculcar la pasividad. La experiencia de Chile demostró que el imperialismo utiliza como elemento
objetivo de su guerra psicológica contra el pueblo los propios errores y
debilidades del movimiento popular. En Chile, las acciones de la ultraizquierda
contra los sectores de la pequeña y mediana propiedad, contra el Gobierno
Popular, y sus extemporáneos llamados a las Fuerzas Armadas, así como toda su
verborragia izquierdizante, fueron hábilmente utilizados, además, como
elementos de la campaña del terror y la guerra psicológica, más allá de los
propósitos mismos de los dirigentes de los grupos de «izquierda».
Pero la política del terror tuvo como principal blanco, desde un punto de
vista de clases, a las capas medias de la sociedad, en particular a los
sectores de la pequeña burguesía propietaria. El imperialismo recurre al terror
psicológico como elemento dinamizador de la sociedad y lo dirige hacia las
situaciones objetivas que entrañan la mayor cantidad de sentimientos vitales,
atávicos.
La presión psicológica se
dirigió, también, a instituciones hasta entonces no «mancilladas» por la
política tradicional burguesa, en particular, la familia. La campaña del terror
hizo girar en ciento ochenta grados las actitudes políticas de ciertos sectores
de la burguesía, la pequeña burguesía y las capas medias de la sociedad
respecto de la familia, la mujer y los hijos. Se trataba, por cierto, de sectores vacilantes y algunos de ellos no
ganados para el Programa de la Unidad Popular y a los cuales se trataba de que
se pusieran del lado de la oposición. Se les inculcó la idea de que la familia
debía ser un centro de agitación y organización antipopular, unidas cada una de
ellas por una concepción de clases, anticomunista y agresiva. Se trataba de
inducir a la mujer burguesa a dejar de ser el obstáculo tradicional de la
participación en la política de los elementos masculinos de la familia y se
quiso transformarla en una de las impulsoras más dinámicas y agresivas de la
política burguesa. Se inventó la organización del «Poder Femenino» tras
una espúrea acción feminista. Las
experiencías de las mujeres de la burguesía cubana marchando enlutadas contra
el Gobierno Revolucionario de Fidel Castro, o las «marchas de las cacerolas» de
las burguesas contra Joao Goulart en Brasil, fueron exportadas a Chile y
constituyeron una de las principales manifestaciones de «desobediencia civil»
contra el Gobierno de Salvador Allende. La propaganda reaccionaria y los
rumores trataban de presentar a las mujeres más valerosas y resueltas que los
hombres y, tras una política descalificatoria de la virilidad de aquéllos,
presionarlos a una activa propaganda anticomunista.
Una vía directa de llegar a ellas fue por medio de los hijos, tanto en lo
que se refería a su educación como a su seguridad personal, con lo que la
reacción especulaba desvergonzadamente. Se pretendía mostrar a la Unidad Popular y a
los marxistas contraponiendo a los hijos a sus padres. Por ejemplo, el diario
El Mercurio3, en un aviso publicitario,
publicó la fotografía de un estudiante; imagen adicional de la misma persona con
atuendo de «guerrillero» y un arma en la mano. Título: «¿Su hijo... o su
enemigo?», párrafo de refuerzo: «En los países socialistas los hijos son
obligados a espiar a sus padres». En
otro anuncio publicitario se presentó la secuencia fotográfica de una ejecución.
Título: «Esto es el comunismo», acompañadas de un titular: «¿Desea usted
esto para Chile? ¡Salve a Chile del comunismo!» Lo propio se hacía en la Radiodifusión :
(Ruido de metralleta). Una mujer
grita: «Los comunistas mataron a mi hijo» (Locutor): «Esto podría suceder en
Chile si Chile fuese comunista.» Se lanzaban consignas organizadoras en defensa
de los hijos: «No los deje que jueguen en la calle», «Vaya a buscarlos al
colegio», etc., etc.
Gran parte de los sectores medios y de la alta burguesía fueron inducidos a
asumir formas de organización que aceleraban el caos económico y realimentaban
el terror imperante, agudizando la anarquía social. Se pasa abiertamente a
combinar el terror con formas ofensivas de organización de clases. La consigna
matriz de ese período fue: «¡Junten rabia, chilenos!», repetida con majadera
insistencia.
Por medio de la guerra psicológica y a través de interminables cadenas
telefónicas, mensajes manuscritos y rumores se induce por la vía celular de la
familia al acaparamiento y al mercado negro amenazando con que tal o cual producto
iba a desaparecer del mercado o se iban a alzar sus precios. Se inducía
a formar o provocar colas artificiales. Se hacía desaparecer, por la vía del
acaparamiento, productos vitales o de amplio consumo. Se llegó al grado de
arrojar a los basurales y a los ríos grandes cantidades de alimentos para
lactantes, leche, biberones, medicamentos, etc. Por supuesto, con ello se lograba crear en la población una sensación de
malestar y antipatía, señalando como responsable de toda esta situación al
Gobierno y a la
Revolución. El ya citado manual Las operaciones psícológicas
propicia, a este respecto, la necesidad de «atribuir la culpa a quien está en
el poder». La propaganda «tiene más probabilidades de éxito en una situación de
intranquilidad social», agrega.
Se hacían encuestas apócrifas, a nombre de la Unidad Popular ,
preguntando a los sectores medios de la sociedad —urbanos y rurales— cuántos
dormitorios tenía la casa en que habitaban, número de camas, enseres personales
y su disposición a compartir la casa y sus haberes con otros chilenos.
Metido el terror en el cuerpo, se indujo a la organización para la
autodefensa por calles, manzanas y barrios. Estas actividades fueron en muchas
partes dirigidas por militares en retiro lo que aseguraba, por un lado, un buen
nivel de organización paramilitar y, por el otro se impregnaba a la autodefensa
de un sentido militar y patriota. «¡Cercado Santiago!», «¡Miristas asedian
barrios altos!» eran titulares que se publicaban junto a planos de las poblaciones
civiles y barrios militares presuntamente «rescatados», «salvados» de las
«tomas» del MIR4. Se crearon sistemas
de enlace a través de los niños, claves telefónicas, pitos y silbatos de
diapasones predeterminados. Se hacían verdaderas maniobras operativas que
reafirmaban la sensación de terror y agresividad, realimentando la conspiración
de otros sectores sociales, dirigiendo sus esfuerzos, de preferencia, hacia los
gremios, colegios profesionales, federaciones estudiantiles y militares
fascistas. Se utilizaba el aporte de profesionales para la instalación
de sistemas de comunicación, trincheras y hospitales de campaña. Todo tendía a crear un estado de histeria
colectiva, reforzando la campaña del terror hacia los sectores medios y
atrasados de la población. Esta campaña fue reforzada por atentados terroristas
destinados a sembrar el pánico; interrupciones en el suministro de agua
potable, apagones de luz eléctrica en los barrios residenciales de la burguesía
y en las poblaciones militares, cadenas radiales llamando a «conservar la calma
y a no dejarse arrastrar por las provocaciones de los extremistas».
Las medidas de autodefensa iban acompañadas crecientemente de formas de
agresión abierta; atentados terroristas (entre junio de 1972 y febrero de 1973
hubo 105 atentados de carácter grave y fueron asesinados 17 militantes de la UP ); paros de transportistas,
comerciantes y profesionales; paros de sectores de la heredada administración
imperialista de las empresas del cobre; y movimientos de «solidaridad» de la
burguesía con esos «huelguistas»; tomas de centros universitarios en los que
tenían influencia; «conciertos de cacerolas» y manifestaciones, mítines,
marchas de la reacción; cadenas radiales de la burguesía atacando al Gobierno;
instalación de barricadas y organización de desmanes en los barrios altos y
lugares céntricos de la capital y otras ciudades, etc.
Al mismo tiempo, no se puede
dejar de señalar que, pese a todos los esfuerzos del imperialismo, ningún sector
consciente de la clase obrera participó en acciones en contra del Gobierno
Popular.
TODA LA CAMPAÑA PROPAGANDÍSTICA
Y DEL RUMOR de la reacción englobaba los sentimientos de terror, odio y
esperanza en una «salida democrática» que permitiera «reconstruir Chile»,
instando, a la vez, al derrocamiento del Presidente Allende. Ejemplo de ésto eran avisos publicitarios como el
siguiente: «Mujer chilena: no podemos esperar hasta 1976, porque en 4 años más
el comunismo implantaría totalmente la dictadura del hambre. Hay urgencia
de cambiar el Gobierno marxista».
La propaganda reaccionaria destinada a destruir la imagen de las fuerzas
populares tenía diversas variantes; se amplificaban todas las discrepancias
internas de la UP
y del Gobierno; se trataba de presentar al Gobierno de Allende reprimiendo al
pueblo. A estos efectos se utilizaban todas las provocaciones de la
ultraizquierda, en particular del MIR. El diario El Mercurio jamás publicó una entrevista a un personero del
Gobierno, pero muchas veces sí de los máximos dirigentes del MIR, ocupando
páginas completas no en atacar a la reacción, sino a las medidas del Gobierno
y, con particular saña, al Partido Comunista.
En la política de contraponer el pueblo al Gobierno Popular se
propagandeaban todas las reivindicaciones economicistas de la ultraizquierda y
sus llamados a formar un «polo revolucionario» opuesto al Gobierno, etc. Cuando
se insistía en que el país era llevado a la anarquía por la labor gobernante,
se mostraba al Presidente Allende sobrepasado por la ultraizquierda; cuando se
insistía en el totalitarismo del Gobierno eran traspasadas a la Unidad Popular
todas las connotaciones negativas del MIR.
El ya varias veces citado Manual del Ejército de USA muestra a las claras
esta campaña de división en el campo popular por el imperialismo: «Si no puede
atacarse directamente, se utiliza la insinuación. (Se busca) aumentar las
fricciones y tratar de provocar manifestaciones de desunión..., estimular la
disensión y los conflictos internos, crear sospecha y desconfianza.»
De otro lado, la propaganda reaccionaria trataba de generar permanentemente
la imagen de incapacidad de los gobernantes, de aprovechamiento personal, de
vulgaridad, etc. Se lanzaban insolentes ataques al Presidente Allende. Se recurría al chantaje, se utilizaban
trucos fotográficos. Todo este aspecto de la guerra psicológica, destinado a
quebrar la imagen de las autoridades de Gobierno, fue exportado también por el
imperialismo yanqui.
La guerra psicológica y sus efectos prácticos tuvo reflejos directos en las
FF. AA. y en su «cerco sanitario» civil: el desabastecimiento y el caos
económico; el terror inducido en los barrios de la burguesía, de las capas
medias y en las poblaciones militares y de carabineros; la organización de la
«autodefensa» en todos esos lugares; el clima de inestabilidad y de ausencia de
autoridad; la manipulación psicológica de la familia, la mujer y los hijos y su
participación directa en marchas, mítines y barricadas; el clima de deliberación
generalizada en las FF. AA., y en su entorno civil, etc. La guerra
institucional desde el Parlamento, el Poder Judicial y la Controlaría ; el
bombardeo de la propaganda reaccionaria a través de los medios de comunicación
de masas; la «comprobación» de ilegitimidad del Gobierno y de «anarquía» unas
veces y de «totalitarismo» otras, fueron elementos que tuvieron grandes y
negativos efectos dentro de las FF. AA. Se sumaron a ello el trabajo de los
políticos reaccionarios y de las mujeres de los militares fascistas hacia los
cuarteles, las acusaciones de falta de virilidad, de un lado, y de halago, por
otro, los «atentados psicológicos» a los militares patriotas, etc. El
imperialismo utilizó para su guerra psicológica hacia las Fuerzas Armadas todas
las acciones provocadoras de la ultraizquierda, en particular del MIR, y su
fanfarronería sin límites.
La dirección del golpe principal del imperialismo respecto de las FF. AA.
estuvo dirigida, como ya se ha señalado, a separarlas del Gobierno Popular y a
aislar a sus mandos constitucionalistas y patriotas de sus tropas y de la
oficialidad, induciendo a los militares a dar el golpe de Estado.
Toda la manipulación psicológica del imperialismo y sus efectos de masas
tuvo, como condición sine qua non,
distorsionar la realidad para hacer creíbles a algunos sectores sus patrañas.
En una palabra, como recomiendan sus expertos en operaciones psicológicas, era
indispensable «crear credibilidad y mantenerla». Credibilidad -en su concepción—
no es sinónimo de verdad; no es necesaria ni conveniente -afirman- la verdad
completa, es necesario modificar ciertos hechos «según el público objeto». Sin
embargo, la guerra psicológica y el terror no fue sólo un problema de
manipulación subliminalde los «públicos-objetos», cuyas conciencias ya estaban
adecuadas previamente por décadas de inoculación anticomunista. La formación
social chilena y la dinámica misma del proceso durante el período 1970-1973
conformó una situación subjetiva que hizo posible que la política del terror (y
todo el anticomunismo previo) fuera asumiendo, en un amplio sector de la burguesía
y en cierto sector de la pequeña burguesía, paulatinamente, la forma de una ideología
hasta cierto punto coherente y sistematizada.
La irracionalidad entró a llenar el vacío ideológico de la casta dominante
que no podía tener una posición progresista por razones de clase y que ya no
podía acudir como fuente propulsora de la movilización de masas al viejo
demoliberalismo obsoleto y en crisis. De esta desnudez y obsolescencia
ideológica y su reemplazo por la política de lo irracional como elemento
reclutador, organizador y movilizador de masas, surgieron las espúreas
formaciones del fascismo en Chile. Esta misma irracionalidad hace que la
ideología del fascismo esté altamente contaminada con elementos psicológicos muy
dinamizadores: el Estado fascista aparece como la expresión de la «voluntad» de
la nación; los conflictos entre clases son reemplazados por el conflicto entre
lo nacional y lo extranjero, como un conflicto entre naciones, consideradas
éstas como cuerpos orgánicos vivos con sus psicologías y temperamentos propios
y con una misión nacional que les viene a cada una desde sus antepasados; la
sociedad no se organiza a partir, determinantemente, de la posición objetiva que
los hombres ocupan en un sistema social de producción, sino que a través de
«estructuras orgánicas vitales» como los gremios, las corporaciones, la familia
y el Estado.
Si bien el concepto de raza no aparece claramente en la ideología de los
fascistas chilenos (es posible que por su carácter dependiente), sí puede
afirmarse objetivamente que todos los elementos ideológicos señalados
aparecieron explicitados muchas veces en el discurso teórico y político de la
reacción chilena. La realidad chilena dio las condiciones para el surgimiento de
estas especies y fue el imperialismo, a través de sus científicos del terror y
la manipulación psicológica, los que catalizaron y condujeron para sus
propósitos todo aquello. El imperialismo no sólo puso la parte más determinante
en la dirección estratégica y táctica sino además dio los condimentos teóricos
de la psicología social del fascismo.
El camino del proletariado revolucionario es inverso; parte de los
elementos ideológicos (adecuados a un conocimiento científico de las leyes
sociales) de la conciencia social y da un fundamento racional a la psicología
social de las masas; a su vez, el fervor revolucionario reafirma los elementos
ideológicos de las masas radicalizadas. El imperialismo sólo se queda con los
sentimientos irracionales y los toma como fundamento de los elementos de la
ideología, que por lo mismo resultan profundamente irracionales, explosivos y
antihistóricos.
Sin embargo, para el movimiento popular surge una lección de todo aquello:
no supimos dar la pelea al enemigo en el campo de la psicología social y
tampoco la utilizamos para la movilización de nuestras propias fuerzas
revolucionarias. En el análisis de las situaciones concretas es indispensable
tener presente los elementos de la psicología social de las masas. Los clásicos
del marxismo-leninismo insistieron permanentemente en estos factores como parte
componente de la política científica. En todos sus análisis están presentes los
estados anímicos precisos de las masas, como factores determinantes de la
correlación de fuerzas en un momento dado. Podemos recordar a Lenin: «No
habríamos podido retener el poder ni física ni políticamente (de haber lanzado
la insurrección.-R. R.). No
habríamos podido mantenernos físicamente, aunque por momentos teníamos a
Petersburgo en nuestras manos, porque en ese entonces nuestros obreros y
soldados no habrían luchado y muerto por Petersburgo: les faltaba todavía ese
"furor", ese odio violento tanto contra los Kérensky, como contra los
Tsereteli y los Chernov. Nuestra gente no estaba todavía templada por la
experiencia de las persecuciones a los bolcheviques en las que participaron los
eseristas y los mencheviques.»5
En nuestra experiencia no supimos
tener presente en forma suficiente la energía de las masas, su fervor y el odio
sagrado de clase del proletariado contra sus enemigos imperialistas y
fascistas.
La dura escuela del combate antifascista está forjando más aún el acero
comunista de nuestro Partido, de los revolucionarios en general y de nuestro
pueblo. Está influyendo directamente en su psicología social, reforzando su
conciencia revolucionaria. Sin embargo, es una escuela que no le
deseamos a nadie. El pueblo chileno hubiese anhelado otro camino, pero se está
generando en él un odio violento contra la bestia fascista, un odio y fervor de
un pueblo dispuesto a pagar con su vida el precio de la libertad.
A los teóricos del terror y de las guerras psicológicas no escapa el hecho
de que el pueblo no ha perdido su sensatez política y su espíritu crítico
indomable, y que el miedo inicial de algunos se va trasmutando lenta pero
inexorablemente en odio y fervor de clases imparables. Por eso el temor de los
fascistas al pueblo, sus sanguinarias redadas contra los revolucionarios, su
política de exterminio y campos de concentración.
El pueblo no es vengativo, sabrá diferenciar a sus enemigos declarados de
los que no lo son. Sabrá diferenciar, por ejemplo, a los que engañados o
por cobardía moral no han parado la mano asesina. Para éstos su propia
conciencia será el mejor tribunal. Pero, como ha dicho Luis Corvalán, «los asesinos
y torturadores de la DINA ,
Pinochet y su grupo, que tienen sus manos manchadas con sangre de chilenos,
deben ser castigados como se merecen».6
Nuestra fuerza radica en la organización, inteligencia y combatividad de un
pueblo que sabrá estar a la altura de los acontecimientos y que tendrá
suficiente decisión y sabrá utilizar todas las armas contra sus enemigos para
poner fin a la oscura noche del fascismo y abrir las grandes alamedas de las
que habló el Presidente Allende.
1 El Siglo, 31 de agosto de 1972, pág. 6.
2 Todas las citas del Manual de Campaña del
Departamento del Ejército Las operaciones
psicológicas, editado por la
Oficina Cen tral del Departamento del Ejército en Washington,
DC, están tomadas de: Elisabeth Reimann Weigert y Fernando Rivas Sánchez, Las fuerzas armadas de Chile: un caso de
penetración Imperialista.
Editorial de Ciencias Sociales. La Habana , 1976.
3 Periódico propiedad
de uno de los más importantes grupos de la oligarquía financiera chilena, el
clan Edwards. La investigación oficial realizada en Estados Unidos acerca de la
campaña de «desestabilización» emprendida por el Gobierno y los monopolios
norteamericanos contra Chile, con la activa participación de la CIA, muestra
que este diario tomó parte en esta acción, recibiendo para ello un copioso
financiamiento.-N. de la Red.
4 Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Organización de ultraizquierda que se destacó
durante la
Administración de Salvador Allende por efectuar numerosas
acciones, en oposición al Programa de la Unidad Popular ,
dirigidas contra empresarios no monopólicos y que buscó generar una forma de
«poder» paralelo al Gobierno.-N. de la
Red.
5 V. I.
Lenin. Obras Completas,
2° ed., Buenos Aires , Cartago,
t. XXVII, pág. 134.
6 Pravda, 5 de enero de 1977.