Editorial de El Siglo, edición 1672
del 19 de julio de 2013
Política y Sociedad
Bajo este pretencioso título, queremos, de
manera sin embargo sencilla, considerar lo que bien podría ser el fondo de los
debates que se han instalado con fuerza en nuestro país: la relación de la
política con la sociedad. En otras palabras, cómo a través de la política la
sociedad se expresa y dispone de los mecanismos para hacer oír su voz y pesar
en las grandes decisiones.
Es claro que, así como habría que
denunciar la ridícula pretensión hegemónica y excluyente de quienes se
consideran integrantes de una “clase política”, habría que inclinarse hacia lo
que debiera entenderse por “sociedad”.
Lo que tratamos de exponer es qué es, cómo
se compone y cómo se comporta esa “sociedad”. Y a este respecto, lo primero que
habría que superar es una concepción que hiciera de ella un conjunto homogéneo,
en el que todas las partes fueran iguales y comunes sus objetivos.
En toda sociedad capitalista –o burguesa,
si se prefiere- está en su naturaleza el que la tal sociedad no sea sino el
conjunto de sus componentes: esto es, de sus clases sociales.
Y es natural que las aspiraciones,
surgidas de su ser mismo y de su realidad vivida diariamente, sean distintas
según sea el sector social al que cada uno, individualmente y en conjunto,
pertenezca.
Al estado de permanente conflicto que
deriva de la realidad de intereses contrapuestos en el ámbito de la producción,
se suman otros factores que van desde la naturaleza de las instituciones del
Estado, hasta las formas que adopta la disputa ideológica; esto es, la batalla
por las conciencias, que se libra de mil maneras y privilegiadamente en las
aulas y en los medios de comunicación.
Que los trabajadores, entendidos éstos en
un sentido amplio que implica tanto el cuello y corbata como el overol y la
herramienta, sean una mayoría en la población (otra forma de hablar de
“sociedad”), es algo que nadie discute. Pero aquí aparecen las argucias de
quienes postulan que a partir de cierto nivel de ingresos o de aprendizaje
escolar o superior, se produciría una fractura que haría de unos “el pueblo” y
de los otros una cierta “clase media”.
Es evidente que las “aspiraciones” de unos
y otros se identifican, aunque en grados muchas veces diversos, en las
necesidades básicas de salud, educación, vivienda, previsión.
Por otro lado, la “clase empresarial”
dista mucho de conformar una unidad, pues quién podría seriamente alinear en
una misma categoría a los empresarios pequeños y medianos con los propietarios
e incluso los gestores de los grandes conglomerados que se han conformado sobre
la base de compras, fusiones o propiedad compartida para controlar el
mercado.
Para ser justos, habría que tener por
“natural”, o al menos comprensible, el que quienes pertenecen a la minoría
privilegiada reclamen derechos que al buen sentido sólo les parecerían propios
de las mayorías. Y que esos mismos sectores minoritarios se arroguen la
representación del conjunto de la sociedad, de la que apenas si forman parte,
tan alejados del común de la gente están su realidad e intereses.
Parecería en extremo fácil acudir para
resolver contradicciones y conflictos, introducir la noción de
“representatividad”, dando por hecho que cualquiera sea su forma ella es “el
pilar” de la democracia. Y aquí es donde asoma “la madre del cordero” y la
relación entre política y sociedad con que abrimos esta página. Pues se trata
ni más ni menos de eso: de cómo la política sirve a la sociedad como un espejo
a la vez que un camino.
Ante la evidencia de cuánto tiene de
irracional la institucionalidad política instaurada en Chile a sangre fuego en
circunstancias de todos conocida, surgen propuestas que intentan, algunas abrir
paso a cambios de fondo y, otras, a proponer algunas concesiones que bajen la
presión y permitan que en su esencia todo siga igual.
Y allí radica el fondo del debate, y por
eso es de tanta trascendencia el que nuestro pueblo –trabajadores, estudiantes,
pueblos originarios, minorías discriminadas o postergadas- se constituyan en
esa “Nueva Mayoría” que se prepara para poner el timón rumbo a la democracia;
es decir, a un sistema político en el que impere una racionalidad que de
ninguna manera dejará de tener muy en cuenta la necesidad de los grandes
acuerdos y el consiguiente respeto y consideración hacia todos cuantos no
compartan la totalidad de sus idearios.
EL
DIRECTOR