Las canillas
como eslabón.
En un librito, escribia sobre la
existencia y desarrollo de mi clase obrera, mencionando en él, algo de mi
padre. No porque allá sido obrero, porque nunca lo fue; pero me tenían
“cachudo” sus ojos tristes, como queriendo advertirme, de las diferencias
enormes que se desarrollan entre los seres humanos.
El mirar de los ojos de un niño que
tiene pan y acelga, son muy diferentes a los que no tienen nada. Lo curioso es,
que los dos creen, que las cosas tienen que ser así. No existe para ellos un
referente de desigualdad ni menos de igualdad
No es que el niño sienta así, es
niño; pero no es tonto; lo que pasa, es que la realidad circundante, va siendo
su silabario, sus cadenas, su conciencia.
Él actúa de acuerdo con esas realidades… se va acomodando al paso de los silabarios,
los principios y valores paternales y circundantes. El niño nace con su genio,
que depende de sus necesidades que tiene y de las que no tiene.
Lo que sale de ahí, no lo sabe
nadie.
Al igual que mi padre mis hermanos
parecen gringos; una vez conté que “cachuriando”, encontré una foto de mi padre
cuando era niño: llevaba unos delantales con pinzas, era un vestido blanco,
zapatitos con correa fina; calcetines con vuelitos, cara redondita y fina,
cabellos que caían enrizados, “a lo sauce llorón”; la cuestión es que mi
hermano mayor, Manuel, era muy parecido a él; cuando teníamos nuestras
disputas, yo le gritaba “maricón de la foto” y arrancaba
Quizás por eso me internaron siempre.
Yo desentonaba en el conjunto.
Mi hermano era el regalón de medio
mundo, mi hermana la princesa. Yo era
mas bien oscuro, tenía el pelo chuzo y no le hacia gracias a nadie.
Me decían cuchayuyo. Mi hermana
Julia, fue la única que me quiso, me protegió y en algún sentido: me parió y me
va a parir siempre.
Un día, llegue a casa, ella no estaba,
se había ido a estudiar a los Estados Unidos … Cresta dije yo, quien me va a
defender ahora… Así que, agarre mis bártulos y también me fui.
En esos tiempos, sucedieron muchas
cosas.
Mirando por rendijas, conocí a
Julieta Campusano, Mireya Baltra, Cipriano Pontigo, Gaspar Diaz… Mas de una vez
metieron sus dedos en mi mata chuza… Todos ellos eran astillas de un mismo
palo, mas tronco que palo… El tiempo paso, conocí a Marta Ugarte, Corvalan,
Volodia… Fueron para mí, un referente de “guatita llena”.
Esas astillas que sostienen mi alma e
intelecto, se han prolongado y transformado…El tronco o palo es enredadera:
Lautaro, Guillermo, Jaime y Juan; Gladys, Karol, Camila y Camilo, Barbara y Cristian,
me faltaran “comas” si me voy por esa acequia… Y el gato, como el tango, alerta
debajo del farol de la ciudad o de los hospitales en que vivimos.
El conocer las astillas que hacen el tronco, hay
que decir también, que de cuando en cuando, el tronco se ve invadido por
termitas. La única manera de combatirlas es estudiando, discutiendo tolerante y
“sabedor”, de lo que se esta hablando;
meterse en las vísceras y rincones de los barrios, poblaciones,
sindicatos… hay que ir a vestir, a educar al “Luchin Jara”. Tenemos que impedir que nunca más tenga el poto sucio.
¡ Así se matan las termitas ¡
Lo que me duele en mi mirar y sentir,
es la utilización de mi creencia, de su estructura; para beneficio propio; ya
sea este, para el lívido, la patudez, codicia, celos y envidia, arrogancia y
ceguera… Y créanme, hemos tenido, tenemos quizás…
! me faltan dedos ¡
En mi país, cuando yo era cabro, las
familias por lo general, cuando no pelean, (la pelea entre familiares, dios me
libre) tratan de vivir en “patota”.
Es decir, viven juntos padres,
abuelos, abuelas y nietos… hasta primos, tías y tíos viven en la misma casa.
Ese modo de vivir, funciona… o al menos es una forma de empezar una nueva vida.
No falta nunca el que va a la “cochiguagua”, pero no es esa la característica.
En el caso mío, paso algo parecido,
cuando mi padre salio jubilado del territorio gringo; nos fuimos a Copiapó.
En la casa materna de mi viejo, la
quinta; vivían 14 personas sin contar a Don Hemogenes, el mediero.
En realidad eran 13 y un cacho.
El cacho, era yo; no me avenía y
menos entendía, esa forma de vivir.
Yo me perdía, al fondo de la quinta a
jugar. Podría haber estado días en medio de maizales y papas; con tanto gentío,
no habrían notado mi ausencia, ni tampoco notaban mi presencia.
No creo que mi familia viviera así
por amor familiar; más bien era por necesidad, por oportunismo; más bien por
circunstancias pencas.
El vivir de mi familia era como el
sistema del riquerio. Doce miembros la pasaban relativamente más o menos; cada
uno cuidando lo suyo; yo me iba al fondo del predio a conversar con la arena,
los damascos, las brevas, las cebollas, los pájaros, los indios y con Kid Colt.
Dos de los catorce, la pasaban el
descueve, uno esta ahora en el horno… y la otra… no se…quizás una semana en el
horno y la otra tocando la cornetita. Don Hermogenes, se pasaba el día
tirándose las mechas.
La jefa de todo, mi abuela, vivía
sola en el centro de Copiapó.
Tenía una tienda que se especializaba
en trajes y accesorios de novia.
Lo comico de esto, es que esa tienda,
con el tiempo irónico y de poto, se trasformó en ventas de géneros y en donde
se distribuía El Siglo.
Para terminar con este capítulo
contaré que: la jefa, que era la madre de mi padre, mi abuela, no tuvo mejor
ocurrencia, teniendo 359 días para escoger y morir, elige justito el día de mi
cumpleaños.
¡A la cresta la torta ¡
Todas las cosas tienen relación con
otras, no importa la distancia ni la clase de natura; “todo tiene su historia”,
como decía un hermano que no quiso ser más hermano.
Por eso me llama mucho la atención,
la actitud de la Asamblea de los Originarios de América, que no quisieran tomar
en su agenda, la demanda del pueblo boliviano, por una salida soberana al
mar. Manifestaban que esa problemática
encerraba a dos naciones o gobiernos… no eran problemas que les tocaba a ellos.
Con esa visión del mundo, se entiende
completamente, el porqué se puede oprimir a “calzón quitado” a los pueblos
originarios en sus respectivos países.
El Imperio está metido en todas
partes. Su enemigo principal es la unidad de los pueblos oprimidos, con un
mismo común denominador. Todos los problemas de los originarios, son los mismos
que los del resto de la ciudadanía asalariada, cesante y explotada.
Volviendo a la quinta…:
Alguien de los que se habían quedado
en ella gritó: “Calabaza, calabaza, cada uno pá su casa”.
Se fueron todos, quedo solamente mi
padre, no “cachando ni una”.
Algunos volvieron a los cerros de los
gringos, otros se dedicaron a la politica, sin jugar a la muerte.
Politica representativa no
contingentes le dicen… otros buscaron no sé que cosa; la cuestión es que se
fueron.
El tiempo pasa para todos iguales; el
tiempo que pasa por dentro, en una escuela maravillosa… Por eso es sabio lo que
dijo Camila, refiriéndose a Fidel: “el joven más viejo de la revolución” .
En mi nueva ciudad, fui “en busca de las sandias” como dice, mi
amado primo Jorge, ese que vive en Australia.
Andaba sin agua sin pan ni colchón.
En forma indirecta, me encontré con
la JOTA; mejor dicho con el partido… los caminos empezaron a ponerse más
parejos, me hice de un montón de hermanos y hermanas: Jaime, mi pitufo querido,
su padre y su madre… y todas las muchachas y muchachos de la Normal.
Los Munizagas, el Lucho Espindola, el
Oscar Aravena, el ganso Gus, el Meico, el coro de la UTE. Los seminaristas, mi
seminario, el cura Visigalli: que me dejo los cachetes del poto ardiendo, por
los barullazos, que me dio, por andar en horas de clase, juntos con otros,
tomando malta con leche en el salon de Té “La Pompaduor”.
Llegaron los tiempos que acariciaban
los años del 68/69. Yo andaba casi montado, en caballo chucaro, con todas mis
ventanas y puertas abiertas. mirando siempre de frente,
En esos tiempos, iba yo y venia a
Copiapó. Me quedaba solamente una noche; yo quería tejer mi infancia,
necesitaba respuestas, del porque de sus ojos tristes, necesitaba entender su
soledad, sus miedos, su alma de “titiritero”.
Quería que me hablara de su esposa…
No pude nunca preguntarle.
Lo encontraba enterrado bajo una
lampara a carburo, parafina o a una vela enterrada en candelabro, jugando al
“solitario” o tallando un naranjo antiguo.
No recuerdo las cosas que nos
deciamos… eran fragmentos con una inmensidad de silencios.
En la madrugada, viajando de regreso,
un pedazo de ternura me traía en mis bolsillos.
En la Chimba cantaban los grillos,
los perros y el caminar de reloj del tren; no sé, si fueron los perros o los
grillos, que le dijeron…: Calabaza, calabaza, cada uno pá la casa… Agarro su
baúl antiguo, se subió al tren y se fue a Pueblo Hundido; como la “burra” de un
tren de carga, siguió a mi hermano a El Salvador…
Volver al norte como trompo sin lienza
ni punta, tiene que haber sido “penca”; como un beso a solas y solo.
Los cerros no alcanzaron a terminar
él: calabaza, calabaza y el viejo ya estaban en Santiago.
Mi padre no era de capitales, se fue
quedando mudo, sediento y ciego.
En esos tiempos nos hicimos amigos.
En vez de viajar a Copiapó, lo hacia
para Santiago… ¿cuatro veces?. Lo sorprendía solo, tirado en la cama… Le
ayudaba a vestirse y nos íbamos a tomar vino, a un bar, frente a la plaza
Brasil.
Dos botellas eran la cuota.
Regresábamos a casa, me hacia unas merluzas y desaparecía la tercera.
Siento que, algunas horas en cuatro
años, viví con el como cincuenta inviernos.
Mi viejo fue en su juventud un
introvertido “mijito rico”.
Su rebeldía la expresó en abandonar
todo, irse a la selva del chaco boliviano, en una compañía ambulante, hacerse
actor de teatro, hacerse profesor y quedarse mirando a través de una ventana,
el vuelo del Albatros que le diga…: calabaza, calabaza y que se lo lleve con
él.
Era por ahí por el 75/74…Me llama el
rector de la Escuela y me pasa el telefono…: El albatros había pasado por la
ventana.
Viaje a Santiago, llegue a la morgue,
en una mesa de acero estaba su cuerpo hueco. Parecia una guitarra empelota, sin
cuerdas y clavijeros rotos…
En los últimos tiempos me enseño, que
no importaba que yo fuera cochayuyo y él, él maricón de la foto; porque teníamos
las mismas canillas.
Las de mis hermanos eran lozanas y
musculosas; las de mi padre y las mía, eran de garza…
Me apure a lo que fui: vestirlo y
despedirme alli mismo.
No me gusta el gentío ademas, los
hermanos de mi padre eran hijos de los sepultureros.
Tenía un socavón enorme en su jardín
de huesos y piel...Lo rellene con papel entreverando en los papeles, metí una
bolsita de género como escapulario, dentro de ella, iba como guardia de honor,
mi carné de la JOTA.
Quedo bonito con su terno verde agua…y
en lo más profundo de su cuerpo, parte de mi alma, para seguir en azul,
conversando.
A la salida del crematorio, agarre
una parte de sus “escombros” y regrese por mis caminos.
Anduvimos juntos un tiempo. Fueron
momentos de muerte, complicado…Yo sentia en mi interior, el poderoso batir de
alas de Albatros.
El queria “calabaza, calabaza…”
Me fui a un balneario bonito, lleno
de botes y pájaros, olor a mar, a “caleta”. Vaxholm se llama.
Por uno de sus muelles llevaba en una
mano el ánfora y un tinto, en la otra dos vasos…Me sente al final del muelle…Llene
los vasos, tire al mar su cuerpo de ojos tristes y el vino con vaso y todo…yo
me tome el mio, para desenrollar una lagrima atravesada en el cogote. Todos los
años en verano, la misma rutina.
Voy al mar a tomar vino, y a
conversar con el Albatros de cerros.
Necesito decirles que: Estaba
limpiando mi casa; sacudiendo, limpiando muebles, aspirando, lavando el piso;
cuando de repente, me veo las canillas… estas las he visto en algún lado, me
dije.
Fui a buscar la cámara y les saque
una foto… Eran iguales a las canillas de mi padre… Y se me vino como avalancha,
todo lo que les conte.
Eso me enrostra, que una visión
cualquiera, un recuerdo, una palabra, una mirada, un caminar, unos labios, una
canción, un dolor; encierra y se relaciona con otra y con otras, que han
cambiado tu vida y de varios más.
Muchas gracias.
Alejandro Fischer Alquinta
2013-04-13