miércoles, 29 de enero de 2020

Cómo seguir siendo de izquierda en el paraíso neoliberal llamado Chile*



(Es como ser ateo dentro del Vaticano)




Hugo Farías Moya
23 de enero, 2020

Muchos amigos y ex compañeros de Universidad me dicen: “No seas tan majadero, si igual Chile ha progresado”. Son aquellos que íbamos a las marchas y protestas contra la dictadura de Pinochet. Son aquellos que creían que convertirnos en profesionales no era el fin para conseguir nuestros propósitos, sino al contrario, era para encauzar la lucha por un futuro socialista. Son aquellos que nos mirábamos como hermanos y no como subordinados al poder. Son aquellos que compartíamos la olla común y los encuentros artísticos y culturales con los obreros y pescadores, mientras estudiábamos nuestra carrera. Son aquellos que nos unían grandes sueños de justicia, principalmente porque casi todos veníamos de familias obreras y campesinas.

Pero, algo pasó en la cabeza de aquellos que luchábamos por un mundo mejor, en esos oscuros años de dictadura. No a todos, eso sí, aclaro. Son aquellos que tenían el lema: “Apurémonos en cambiar al mundo, porque después el mundo nos cambia a nosotros”. Sin duda que se cumplió esa profecía: a varios los cambió. Tal como me lo afirma mi hija, Camila, de profesión socióloga: “Mira papá, al final ganó Pinochet”. Es cierto que es una frase verdadera, pero no por eso deja de ser dolorosa. Por sobre todo para aquellos que perdieron la vida y los que fueron detenidos y torturados durante la Tiranía. Muchos de esos, hoy ocupan cargos de importancia en el aparato público y en la política como diputados y senadores; pero, indudablemente, como cualquier camaleón se pasaron a las filas del enemigo. Es muy triste comprobar esto último, más aún cuando los que conservamos intactos los ideales de juventud hemos sido tildados de afiebrados, tozudos, tercos y que no nos hemos renovado. Ahora, los que se renovaron, como decía otro gran amigo, no se renovaron, se acomodaron.

Como lo porfiado no me lo quita nadie y como parece que aún no he envejecido como otros, he seguido defendiendo mis ideales, llenos de humanismo y solidaridad, a pesar de que nuestro país se convirtió en el paraíso neoliberal. Nuestro país mutó, de ser una nación de alegría, fraternidad y solidaridad a ser la capital mundial del individualismo y del egoísmo. Todos –y me refiero, también, a los que se denominaban de izquierda–, se alinearon con el catecismo del capitalismo. Me refiero, también, a los dirigentes de los partidos políticos de izquierda y aclaro que fueron sus líderes y no los militantes de base, que está compuesta generalmente de gente humilde y sencilla. He conversado, en innumerables ocasiones, con militantes de base y me repiten lo dolido que están de sus dirigentes, que se han coludido con la Derecha, para convertir a nuestro país en la escuela mundial del libre mercado. Como será el colmo del carepalismo que partidos de izquierda lucran con universidades, autopistas concesionadas, bienes raíces y un sinnúmero de acciones en empresas privadas. Todo lo anterior bajo el aplastamiento de la disidencia de los militantes de base. Los dirigentes miran con desdén a aquellos que protestan y les colocan el pie encima, tildándolos que se quedaron en el pasado.

Ejemplos emblemáticos de esto último: tenemos a los Tironi, a los Brunner, a los Garretón, los Gazmuri, los Insulza, los Correa. Estos camaleones que tenían como lema: “Avanzar sin transar” y que tildaban al presidente Allende como reformista, son el mayor ejemplo de traición a la Izquierda. Hoy son grandes y prósperos empresarios, que se coluden con la Derecha. Si hasta el ex ministro del Interior del gobierno de Piñera, Andrés Chadwick, era un connotado ex MAPU. Al final, todos se mimetizaron y coludieron en el tejido del engaño. Pero, no solamente la tragedia era en dictadura, sino también en democracia. Esta democracia a medias, con la tutela de la bota de Pinochet y donde las Fuerzas Armadas jamás han estado supeditadas al poder civil. Como decía un general de esta transición: “El Gobierno hace que nos manda y nosotros hacemos como que obedecemos”.

Ejemplo de esta democracia que logró transformar a la Izquierda en una mala copia de la Derecha, donde se repartían el poder entre ellos y los cargos y puestos de la Administración Pública, es –sin duda– el caso de Estela Ortiz, amiga personal de la ex presidenta Michelle Bachelet. Hija de un dirigente y miembro del Comité Central del PC, Fernando Ortíz, detenido y asesinado en el cuartel secreto de la DINA, en calle Simón Bolívar y hecho desaparecer mediante los vuelos de la muerte de la FACH y lanzado al mar, se convirtió en todo lo que su padre quiso combatir: la injusticia, la corrupción y la desigualdad. Fue nombrada, por Bachelet, como directora de la Comisión Nacional de la infancia. En el tiempo en que existía el SENAME, donde los niños eran torturados, asesinados y violados. Por este cargo, recibía el sueldo legal de ocho millones de pesos mensuales, más tres millones sin declarar, por encabezar una comisión que sesionaba cuatro veces al año y que no tenía sede. Es decir, era un organismo casi fantasma. Su hija, Javiera Parada, no lo hizo peor: fue nombrada Encargada Cultural de la embajada chilena en Estados Unidos, un puesto casi simbólico que, también, le reportaba cuantiosas ganancias. A ella no le gustaba vivir en la ciudad de Washington; por lo tanto, se le daba una dieta aparte, para vivir en la ciudad de Nueva York.

¿Por qué saco a colación este emblemático caso de aprovechamiento y corrupción?

Primero, debo contar una anécdota de mis años de tierna juventud. En el año 1985, en plena dictadura y cuando cursaba mis estudios universitarios, había sido elegido presidente del Centro de Alumnos de Ingeniería de mi Universidad, por el MDP (los más viejos reconocen esta sigla), es decir, por los partidos de izquierda que estaban fuera de la naciente Alianza Democrática que, después, se convirtió en la Concertación. En esos tristes años, nos enteramos por Radio Cooperativa del secuestro y posterior muerte, por degollamiento, de tres profesionales comunistas: Santiago Nattino, José Manuel Parada y Manuel Guerrero. Secuestrados delante de alumnos y apoderados, desde el Colegio Latinoamericano de Integración, por carabineros de civil, en la Comuna de Providencia. Recuerdo, como si fuera hoy, como al día siguiente de saber esta horrenda noticia convocamos a una asamblea de estudiantes, para manifestar nuestro repudio y rechazo a este acto criminal. Ese día, pronuncié uno de los discursos más radicales contra la Dictadura y uno de los más emotivos, según las palabras de mis compañeros. Debo reconocer que varias lágrimas derramamos, como demostración a nuestro dolor. Pero, ni las protestas ni la movilización social en respuesta a este crimen detuvieron la feroz represión, contra los estudiantes y el pueblo de Chile. Incluso, al año siguiente, militares quemaron vivos a dos jóvenes, con un despliegue sin precedentes, por un ejército de ocupación sobre la Capital. Todos nos compadecimos del sufrimiento de las viudas de los profesionales degollados, incluso las acompañamos en sus protestas por exigir justicia.

En estos 30, hemos descubierto nuestra ingenuidad y, lo más doloroso, es la constatación de nuestra decepción en los otrora líderes políticos.

En resumen: no he cambiado y sigo manteniendo intacto mis ideales de juventud; por ahora, sigo siendo un ateo dentro del Vaticano.

NOTA: Si alguien quiere publicar este artículo, en algún medio, no solamente lo autorizo a hacerlo: es más le ruego, le suplico, le imploro que lo haga.


* Es más que comprensible el muy doloroso texto del compañero Hugo, que no conozco. Siendo absolutamente contrario a cualquier forma de censura e incansable luchador por amplia unidad en base a la verdadera ética de la genuina izquierda –en sus muchas y diversas formas de organización y acción–, distribuyo su artículo. Sin embargo, considero necesario aclarar que –en mi opinión– no toda la izquierda (incluyendo dirigentes), sino parte de ella –infelizmente– ha traicionado; durante mi juventud, riendo, repetíamos una frase, segurísimos de que ninguna relación con nosotros tenía: “Revolucionario a los 20, reaccionarios a los 40”; pero, no pocas(os) militantes vivieron ese decadente proceso, a la vez que otras(os), ya largamente superada esa edad, continuamos afiebradas(os), tozudas(os), tercas(os)… J.A.